martes, 3 de diciembre de 2019

Reseña de Francisco Garamona: ‘La llama de la poesía quemarse’. Ediciones Liliputienses. 2019


Francisco Garamona nació en Buenos Aires (1976) y es músico, poeta, editor, artista plástico… Con más de 30 libros y 6 discos publicados, forma parte del Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires. Dirige la editorial Mansalva y la galería de arte Papel Moneda. Este volumen es una selección de su poesía a cargo de Gerardo Jorge quien, además firma el prólogo. En dicho prólogo se ponen de manifiesto las líneas fundamentales que definen la poesía de Garamona, una “larga charla que gira alrededor de las instancias extremas de la vida (social, sexual, política, personal)”, dirigida a una “persona concreta” donde “se mezclan tradiciones marginalizadas”. Según Gerardo Jorge  “en el origen de la poesía hay una conciencia del dolor” (p. 8).
Conecta con una visión órfica de la poesía donde se salta del sueño a la realidad como un continuo indistinguible y profundamente intenso.  Hace gala de aprovechar la improvisación, improvisación, un “lenguaje natural como cargado de sentido y experiencias” (p. 11). Se conjugan así fantasía, fantasmas, ilusiones: “En la habitación de un adolescente / chisporrotean luces y él cree que son sus ojos / cansados de leer a los mismos viejos poetas” (Fantasmas). La concepción hasta cierto punto panteísta ofrece un punto de partida en el que todo puede ser interpretado: “El aire tiene mensajes, las corrientes del río / arrastran nuestras pesadillas” (Decirlo de la forma más simple).
Se mezclan elementos narrativos en la descripción de personajes que pueblan los poemas. En plena tradición romántica de acercarse al outsider, al mendigo, a la bebida a la par que reivindica una tradición lúdica (“Canción del esqueleto”) y conexiones más cultas: Una tolva griega tiene muchos puntos en común con Keats y su urna griega.
En ocasiones parecemos arrebatados por un estado febril en el que nos es muy difícil distinguir el sueño de la vigilia: “No me escribís ni te escribo, / ayer vi cómo atropellaban a un perro, / que era igual a otro perro / que nació junto a mi casa” (El estado). Habla de los miedos, su padre, por los hijos, la muerte… Un desconcierto vital: “Hay momentos que no tienen lugar” (Sin nosotros). El miedo propio y la conciencia del dolor ajeno se viven a través de los personajes: “Conozco mucha gente que se sobrepuso a cosas aberrantes, / pero vos (que nunca te pasó nada) eras tan suave que no podías vivir” (Confesión). Garamona también gira alrededor de la primera persona como referencia expresiva tanto del singular (“Ay, tantas cosas que olvidé, / pero igual me digo que recordarlas / es parte de lo mismo”,  El caballo desnudo) como del plural (“Somos como dos perros / que no tienen dueño / y que andan por las plazas / esperando algo nuevo”, Tirados).
A pesar de su proclama de que “Odio la poesía objetivista. / Porque siempre pinta una escena / que está predeterminada” (Sin nosotros), no deja de recordar algunos procedimientos de la llamada Poesía de la experiencia. Sin embargo, aun compartiendo un punto de partida, la poesía de Garamona tiende a lo simbólico, lo catárquico, lo significativo: “Cuando te veía alejarte eras poesía, / novela si estabas cerca, / un refranero si me mandabas / un mensaje de texto…” (Siempre vos).
“Tus huesos brillan dentro de tu cuerpo
como una lámpara robada
 a un pequeño dios inexistente
pintada sobre un muro” (Lámpara)
Abundan los retratos (Mario, Suma de emociones) con trasfondos cotidianos y terribles (Violada): “Preferí sentir el asco sempiterno / (qué palabra desusada y puta) / barrí la basura de una fábrica, / quemé el diario de un amigo / que se emborrachó tomando sidra / una vez cuando no había retorno” (Cadena). También asistimos a la ternura (Prado, Zanja) y deseo (Flota el nombre de algo).
Una poesía inserta de raíz en la contemporaneidad, anclada en marcas, expresiones, vivencias no convencionalmente poéticas: Nintendo, VIP  Versace. Pero más allá de la provocación textual hay un sentimiento muy arcaico de la función poética: “Hay en el amor una serpiente / que se arrastra por la área. / Y también una condena / inscripta en nuestra sangre” (Reja). Una manera algo chamánica de entender el canto: “Yo la vi perderse entre la gente y la llamé de nuevo / cuando entregaba su cabeza perfecta / a la violencia del rocío y tuve ganas de cuidarla” (Engrampó). Es una postura que comparten con las maneras de los poetas malditos, aquellos que coquetean con la muerte y el desastre, las drogas: Finalmente en una raya, Va caminando, Un privilegio.
Un malditismo donde se conjuga algo de ensoñación (“Una vez creí tener el privilegio de escucharlo…”, El pasto), con algo de denuncia social: “Joven trabajadora, / joven trabajadora /…/ Y traten de no olvidar que hay que ser felices, / aunque sufran la soledad y el abandono / y todas las consecuencias de la incomprensión. / Y vuelva a ese jardín que se desvanece, / cuando entramos en él” (Dibujar puentes). Quizás el ejemplo más elaborado sea La fábrica de todo: “En las carpinterías del cielo / se acumulan unas tablas de lavar la ropa, una cama inconclusa, / postigos de ventana re mal hechos…”. También teológico, irónico y algo blasfemo: “Dios, perdóname, tal vez lastimé / mucho a los que amaba, / porque creí que era digno / respetar y respetarme / y es esa histeria me olvidé de lo importante” (¿Dios?).
No podemos sino abandonar el volumen impregnados de tristeza (“Quédate la vida del triste, / qué tonta la vida del tonto, / qué simple la vida del simple”, Un pan en el piso) y con la conciencia de llegar a la decrepitud:
“Estamos en la edad
en la que a nuestros amigos
se les empiezan a morir los padres,
en la que nuestros amores
se quedan sin amores
/…/
Tenemos sed, pero ya no de infinito
y tampoco de cerveza
/…/
Despedirse es ser valientes,
es recomenzar mirando
las columnas, las torres
y todo lo que siguen
las nubes por el cielo” (Valiente)

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