lunes, 23 de diciembre de 2019

Denuncias para adoctrinar


No sé si será del conocimiento general que un juez ha llamado a declarar a un compañero en Baena tras la denuncia de una familia por una actividad relacionada con la violencia de género, concretamente un reportaje sobre el caso de Ana Orantes.

Desgraciadamente, no es la primera vez que se cuestiona la autoridad del profesor, pero este caso reviste una especial gravedad. En primer lugar porque se trata de una actividad recomendada desde la propia administración. Y no solo recomendada, sino que es nuestra misión como educadores contribuir a una sociedad más justa y libre de violencia.

Es gravísima también porque un juez haya admitido a trámite una denuncia de este tipo, que abriría las puertas a que se cuestionara de manera judicial cualquier decisión del currículum, contenidos incluidos. Nada impediría que otros padres denunciaran a compañeros de biología por enseñar la evolución, o por enseñar que la tierra es una esfera. La nuestra no es una educación caprichosa, los contenidos están determinados por la ley y responden a un mandato constitucional de contribuir a la educación integral de la persona.

En cada claustro coexisten muy variadas ideologías y esa es una de las grandezas de la enseñanza pública, pero en conjunto debemos presentar una posición común en la que defendamos nuestra labor fuera de la injerencia y manipulaciones de cualquier familia que considere inoportuna nuestra enseñanza.

Quizás alguno piense que esto sucede por tratar asuntos que no son estrictamente curriculares, pero habría que recordar, no sólo los valores éticos con los que debemos trabajar, sino  que son contenidos oficiales, recomendados por la propia administración educativa.

Este suceso siembra un precedente muy peligroso y propongo tomar, como claustro, una respuesta, bien con un comunicado, con algún acto institucional o retomando el vídeo de la polémica.




Esta fue la carta que he enviado al claustro de mi centro y he compartido en las redes sociales. El caso es un paso más en una escalada de acoso a los profesionales de la enseñanza. Por supuesto que hay casos que merecen una sanción, no voy a ponerme corporativista para defender siempre a los profesores. Hay momentos en los que todos hemos cometido errores y todavía podemos encontrar a quienes son cualquier cosa menos profesionales. Sin embargo, el acoso no es nuevo. Muchos políticos se unen a las críticas poniendo el foco del fracaso de la educación en el maestro. A veces se disfraza insistiendo en la formación que tienen que tener, que debemos tener. Pocas veces se insiste en los recortes y en el gasto inútil de algunas partidas.
Todas las nuevas pedagogías, empezando por las que están basadas en competencias hasta las que santifican el trabajo por proyectos tienen en común obviar los contenidos que se aprenden. Con la excusa de que el mundo está cambiando y cambiará mucho más rápidamente se menosprecian los contenidos que se deben enseñar en cada materia. Es más se propugna la desaparición de las asignaturas. Como si no fuese necesario acercarse a la biología, la historia o las matemáticas como un conocimiento integrado en la metodología concreta de una ciencia concreta. Con esta perspectiva es fácil que los padres opinen que se pueden saltar cualquier contenido que no se ajuste a sus estrechas miras.
Es cierto que debemos debatir cuáles son los contenidos que los alumnos deben tener y sería conveniente llegar a un acuerdo lo más cercano al consenso. Así tendría la consideración de valioso saberse los números primos, las diferencias de los primates o la fotosíntesis o los escritores de la generación del 98. Estos sectores, normalmente cercanos a doctrinas ultraconservadoras pretenden que no se enseñe nada que tenga que ver con el género que no sea el gramático, que no se hable de solidaridad ni se haga una lectura crítica de la historia. Adoctrinamiento, acusan. Siempre pongo el ejemplo de un alumno que tuve hace muchos años, testigo de Jehová y, como tal, creacionista. Él contestaba las preguntas sobre la evolución empezando: “los científicos dicen…”. De esa forma demostraba los conocimientos y no actuaba en contra de su fe.
También podríamos discutir cuáles son los contenidos adecuados, a mi juicio, la caza en primaria es algo superfluo, y la insistencia en la cultura emprendedora que sufrimos en secundaria un auténtico adoctrinamiento. Y estoy dispuesto a debatir con quien sea sobre el despropósito que supone dar religión en los centros educativos –incluso en los privados, desde mi punto de vista–, pero nunca se me ocurriría denunciar a un juez, ni incluso a un inspector de educación a quienes, cumpliendo la normativa, lo hagan.
El cuestionamiento de la autoridad del profesor está también en la base de la denuncia porque nos considera caprichosos y arbitrarios. En este caso es sorprendente que el juez haya tramitado la denuncia porque son instrucciones de la Junta de Andalucía tratar estos temas.
Confunden los denunciantes, creo que con algo de mala fe, las actividades complementarias y las extraescolares. Y la normativa tampoco ayuda a esclarecerlas. Las actividades complementarias son obligatorias, pertenecen al currículum y se hacen dentro del horario escolar. Las extraescolares no son obligatorias y se pueden hacer fuera del horario. Al ser optativas nadie puede discutir la legitimidad de una familia para negarse. Sin embargo, en las complementarias no se da esta circunstancia. El llamado PIN parental ataca sin aclarar si se refiere a unas o a otras, porque, probablemente solo sea un primer paso para luego atacar al currículum obligatorio.
Aquellos que denuncian la dictadura progre o feminazi no están defendiendo el derecho de sus hijos a no ser adoctrinados. Están luchando para que sean adoctrinados sólo en sus propias ideas, están negando a sus hijos la posibilidad de tener una visión alternativa y crear una conciencia crítica. Eso sólo se consigue exponiéndose al debate y confrontando ideas. El bien superior del alumno debería estar por encima de los caprichos de los padres. Digo caprichos porque los contenidos, en una sociedad democrática, no son caprichosos, sino decididos por la voluntad popular a través de las urnas. Hacen un uso perverso de la libertad de elección de centros para cerrar las burbujas ideológicas de sus vástagos y, en este camino, van acusando a la universidad (facultades de sociología, por ejemplo) y a la enseñanza pública de ser nidos de rojos, y así van destrozando lo bueno que pueda tener la educación pública en este país.

1 comentario:

  1. Javier, como siempre, chapó. No podría estar más de acuerdo con lo que dices.

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