lunes, 16 de agosto de 2021

Imaginemos

 


La pasada semana apareció un artículo que asociaba la famosísima Imagine de John Lennon con el globalismo progre (aquí). Venía a cuento de la interpretación que artistas como Alejandro Sanz habían realizado en una de las ceremonias de los Juegos Olímpicos. Su autor, Vidal Arranz, venía a repetir las consignas que ya habían empezado a difundir desde Vox por Twitter. Recuerdo que empecé a pensar en hacer una de estas reflexiones semanales poniéndolo como ejemplo de las desquiciantes imaginaciones de la ultraderecha. La idea que me rondaba era comparar las reacciones desmesuradas que hacen a derecha, y, lamentablemente, a izquierda, cuando alguien que se asume como feminista enarbola alguna bandera, sostiene algún concepto o utiliza un concepto. Por ejemplo, el de matria, o el de monomarental. Y es que una de mis obsesiones es la indignación diferencial.

Por lo visto, John Lennon se adelantó al globalismo neoliberal, “imagine there’s no countries” implica el triunfo de las corporaciones multinacionales. Lo que me sorprendería sería que el marido de Yoko Ono defendiera a tipejos como Soros (aunque se nos olvida que todos los que aparecen en las listas Forbes son partícipes de eso que se ha dado en llamar globalismo). Y cuando sugiere el exbeatle que nos imaginemos vivir sin posesiones, no hacía más que adelantarse a la romantización de la precariedad que sufrimos en este siglo XXI. El hedonismo que se desprende de la letra sí me parece auténtico. No es la primera vez que pienso que el movimiento hippie tenía demasiado de capricho de hijos de papá que pueden renunciar a las comodidades porque pueden volver a ellas tras un período en una carísima clínica de desintoxicación. Sin embargo, el artículo es un despropósito en cualquier sentido. El caso del propio Lennon es paradójico, de esas paradojas que gustan tanto a los cuñados. Esos que piensan que un rico no puede ser de izquierdas, pero que un rico de derechas sí que va a realizar políticas que ayuden a los trabajadores.

No voy a intentar desmontar los argumentos del artículo, que son tan ridículos que no merece la pena. Al contrario. Propongo hacer un Imagine con cualquier tema. ¿Qué tal si desentrañamos los mensajes ocultos de una película de Disney, o una canción de los años cuarenta? La deconstrucción fue un movimiento filosófico que trataba de desmontar lo más implícito en las apariencias más inocentes. Básicamente los posmodernos querían demostrar que lo blanco siempre había sido negro. Y si un psiquiatra eminente sostenía que Don Juan, el mujeriego, era, en realidad, no sólo misógino, sino homosexual,  no es extraño que filósofos como Derrida vieran evidentes las trampas que el logos, que las palabras, tienen entre lo que parecen decir y lo que podrían haber dicho. En los giros locos de estos tiempos inciertos, los ultradefensores de lo obvio, los que acusan a los filósofos posmodernos de arruinar la civilización occidental, se valen de los procedimientos que estos malvados pusieron sobre la mesa.

Aun así, juguemos. Imaginemos que la cultura es una gran mentira que intenta convencernos de que nos pasemos al lado oscuro, al globalismo progre que permite con su buenismo que los enemigos de la civilización occidental lleguen con su barbarie. Imaginemos que son las feministas radicales, esas que pretenden acabar con el deseo heterosexual, son las que dictan las obras de arte y las de consumo masivo. Que los ecologistas son los protagonistas tapados de una gran conspiración para arruinar la economía mundial. Pero imaginemos que esto no viene de estos últimos años, sino que viene siendo así desde tiempos inmemoriales.

Imaginemos que el cuento de Caperucita es una sutil ideología globalista progre, feminista y ecologista radical, con guiños a los inmigrantes ilegales.

Para empezar Caperucita es roja. No podría ser de otro color. Es una niña para que no desconfiemos de su mensaje perverso. Vive en una familia monomarental, disfuncional, en la que no existe un padre, resultado evidente de una feminazi, que no solo odia a los hombres, tampoco se habla con su madre, a la que ha dejado viviendo en el bosque, abandonada y sola, sin visitarla. La madre descastada es capaz de enviar a su hija a pesar de que existe un agresor sexual en el camino. Como es un cuento antiguo no encontramos rastros del nefasto lenguaje inclusivo, pero el que use un sobrenombre para su propia hija es una pista de que, quizás, si se hubiera redactado en la actualidad sería un chique. El lobo representa el agresor. El buenismo de los personajes del cuento no ha permitido a los cazadores eliminarlo, porque son ecologistas y prefieren que sobreviva un animal antes que las personas. Que pertenezca a otra especie es una manera de retratarlo como un inmigrante, ilegal, por supuesto. Tramposo porque miente a la pobre Caperucita, que de puro ingenua habla con él y sigue sus consejos. Solo le falta invitarlo. El lobo, por su parte, es un okupa, de los que tanto gustan a los progres. Entra con engaños y se queda en la casa de la abuela. Se traviste, porque, como sabemos, el globalismo progre está en manos de farmacéuticas que quieren convertir a los niños en niñas. Sutilmente el relato saca un personaje LGTBI+, literalmente lo saca del armario.

El lobo, ese okupa inmigrante amante de los ecologistas, acaba devorando a la pobre Caperucita, porque las feminazis son un auténtico peligro para las propias mujeres, a las que no dejan hacer lo que ellas realmente quieren. Y, obligando a la hija, no hacen más que dejarlas en manos de los asesinos. Para colmo, cuando el cazador se percata de la tragedia, no lo manda a la pena de muerte, ni a la de perpetua revisable, saca a la abuelita, a Caperucita y rellena la panza con piedras. ¡Vaya metáfora de lo que hacen las onegés con el dinero público cuando recogen pateras! Les llenan la panza y los dejan para que vayan haciendo de nuevo sus fechorías. Menos mal que su falta de inteligencia les hace caer al agua y ahogarse, como los menas con las drogas. El cazador representa la ONU, evidentemente.

Seguro que mentes más claras sabrán despejar más incógnitas en el cuento. En el fondo estaba muy claro, Caperucita nos está contando un relato feliz en el que los enemigos de la fe y la civilización tratan desesperadamente de convencernos de que su suicida ideología debe reinar y llevarnos al desastre.

Imaginemos.

Se abre el juego.

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