martes, 17 de agosto de 2021

Reseña de Harvey Townshend: ‘Here’s looking at you’. Boria ediciones. 2021. Traducción y prólogo de Javier Tortosa.

 Here´s looking at you - Boria Ediciones


Por lo que sabemos, Harvey Townshend nació en Minesota y estudió en Boston: “Su carrera literaria, totalmente inédita, comienza a tomar forma precisamente en uno de esos desplazamientos incorpóreos, tras conocer a Javier Tortosa (España), persona afín a Harvey en devociones e inquietudes”. Ya colaboraron en Trazos en falso (Boria, 2017): “Coincidí con el amigo Townshend por vez primera junto a una carretera secundaria dirección Fargo, sentado sobre renglones de Carver, encaramado a los acordes de Jeff Tweedy”, nos dice en el prólogo, “Y envueltos en esa especie de mimetismo existencial, cada vez era más Harvey quien hablaba, cada vez era más yo quien se limitaba a escuchar”. No es la única particularidad de este volumen en el que se intercalan textos en prosa como fragmentos inconexos de un relato con diversos poemas ambientados en la América profunda, cerca casi del llamado gótico sureño. Todos estos fragmentos están regados con referencias, que incluyen músicos, Elvis Costello o Cat Stevens, Tow Waits, Dylan, Neil Young, cultura popular (SWATT) y literarios, especialmente Carver, Bukowski o Faulkner, Paul Auster, Tennessee Williams, David Foster Wallace, Updike, Hunter S. Thompson… y Lujo Berner. La ambientación de los poemas destila una suerte de nostalgia de la vida de los cincuenta en los Estados Unidos, aunque el argumento se base en historias truncadas, personajes vacíos, sin un futuro y con demasiado pasado.

Si uno de los escenarios básicos de la mitología americana es la carretera, el primer poema es Kilómetro cero: “Es confuso el momento / en el que dejaron de caer / las piedras / sobre nuestra carretera”. El crimen, las avenidas, las timbas… de manera literal o metafórica, Harvey Townshend, las utiliza como elementos que sugieren la atmósfera y adelantan a los personajes: “Vengo de explorar la escena del crimen / de mirar bajo los escombros  / de buscar huellas / escarbado en las raíces / de fundir mi aliento / negro sobre blanco” (cruzando en ámbar). Los personajes, como los perdedores de las canciones de Tom Waits o los protagonistas de los relatos de Carver, transitan el espacio y las emociones desde una distancia que al lector se le presenta como trágica:  “cuando te conocí // los muchachos sonreían / al bajar por la avenida / las quimeras disfrazaban su rostro / y los tiempos cambiaban de dueño / siempre en cualquier otra parte /…/ retomamos la partida / donde nunca la habíamos jugado / me salté todas las reglas / y prendí fuego a la casa /justo al comenzar la tarde // cuando te conocí // te reconocí sin dudarlo // te mentí sin quererlo // te elegiría pensarlo // te maté sin saberlo” (cuando te conocí).

Townshend/Tortosa aprovecha las posibilidades expresivas de la disposición tipográfica de una manera sutil, casi caligramas en alguna ocasión, y sobre todo en el uso del fragmento como elemento pictórico, el ambiente saturado del que solo comprendemos una pequeña parte de lo que sucede: “los planes deberían cumplirse // siempre… // si son buenos / si son corrientes / si no hay motivo para lo contrario” (el veneno que caía gota a gota).

La lucha contra el destino, que sabemos siempre termina en derrota es el argumento básico, el pulso narrativo de los poemas, la moraleja que entreleemos en cada ocasión: “joder bien al destino / un sonido seco / y tras él / la redención” (una de ocho gramos); “el miedo / sabe cómo joderte / sabe hacer bien su maldito trabajo” (aguardando sombras); “no tuvimos más opciones que salir en estampida / llevan puesto el equipaje / y guardar en el tintero / los versos de doble filo” (tiempos de vuelta).

“no escribe la mano

no hablan las cuerdas

no existe el silencio

solo la ausencia

de palabras

 

de momentos

 

de piel” (de palabra)

La voz que, como un experto cineasta, transita por los poemas como Travis Henderson por los descampados de Texas: “los días se suceden y / no hay noche sin baile / en casa del taxidermista” (la casa del taxidermista). Los acontecimientos se vuelcan, sobresaltan, casi arrollan: “las preguntas vienen solas / llegan a quemarropa / se lleva su parte / y te dejan cazando moscas / dando vueltas en mitad de las vías” (aunque el disparo suene igual). Ante ellos se revuelven y afloran los sentimientos: “me reconozco / en tus silencios / en tus pasos vacilantes / y presiento que a medida que respiras / nuestros trazos tienden a ser paralelos” (every little requiem). Mientras, el tiempo va pasando: “hoy / he cobrado constancia / del sonido del calendario / de la posibilidad cierta / de perder / el tiempo” (horizonte de sucesos) y vuelven una y otra vez como un sedimento que sale a la luz con las nuevas lluvias: “Hace más de veinte años escribí una canción / con música de Cat Stevens / y ayer volví a rescatarla /en un blog de páginas gastadas. // El dios nos orienta. // El miedo nos atrapa. // El norte nos apremia. // La suerte es una maldita hija de perra” (letras mayúsculas).

El volumen acaba con la forma de relato donde se organizan estos elementos en un monólogo donde se escucha con claridad esos elementos de la arquitectura que funcionan como un espejo. “Hay lugares que son personas”, dice con respecto al espacio y, con respecto al tiempo, “Ninguno de los tres tiene prisa. Ninguna prisa”. Una especie de estructura circular de significados.

“Llega al punto donde el horizonte comienza en perder su parte lírica y decide presentarse como una certeza. Así funciona esto. Al principio, te encuentras con toneladas de algo que no eres capaz de gestionar. Te sobre y, en ocasiones, hasta te molesta. No sabes qué demonios hacer con él. Lo malgastas, tratas de que transcurra lo más rápido posible. /.../ Pero el tiempo es arena entre los dedos. Y corre el riesgo de quedarte sin nada. De perderlo. Todo”

Un apasionante viaje por carreteras que, por mucho que aparezcan como norteamericanas, se parecen demasiado a los paisajes que cada uno tenemos en nuestro interior.

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