martes, 26 de noviembre de 2019

Reseña de Jesús Aparicio González: ‘Sin saber qué te espera’. Ars Poética. 2019


Después de La sombra del zapato (2019) y la antología Huellas de gorrión (2017), Jesús Aparicio continúa su andadura en Ars Poética. En esta ocasión continúa con su sobriedad expresiva, el amor por el detalle y la celebración de lo cotidiano, lo fugaz. Una posición de sencillez y humilde punto de vista: “Esa mano que escribe / sobre la arena, / de otro reflejo inédito / que dejan / unas futuras nubes / sobre las sombras viejas // no engañará a la mente / desatenta, / pero hace que un ángel / que sin palabras vuela / –en breve sueño– / pise la tierra”. Ese pisar la tierra es básico, esencial en su poética, anclarse en los sentidos, amarrarse a lo real. Este planteamiento no olvida lo que de memoria e ilusión nos alimenta. Es más, recurre a una recapitulación, no exenta de pesadumbre, como se demuestra el final del volumen, en la que la muerte y el olvido acechan y dan sentido, paradójicamente, a la vida y la escritura: “Rendido a la vida que conduce / al olvido, sin saber qué te espera” (Un sueño blanco).
                La austeridad expresiva remite a las poéticas del silencio (“El mejor nido / es el silencio”, Nido en construcción), que no incitan a callar, sino a la escucha. Un necesario recurso a los sentidos, de ahí el escenario de paisajes naturales en los que se rodea su obra poética, y un recurso a estar a la expectativa del milagro: “Y lo verás / al fondo de una cueva / acunando en lo oscuro / a un dios desconocido / con el canto que enseña / que hay dentro un pan oculto” (Peregrino al misterio).
Dedica un poema a Efi Cubero, con quien podemos encontrar una afinidad cierta, más clara en el sentido de las palabras, en la búsqueda de una esencia que atiende al detalle y al mimo con el que se cuidan los versos: “Soy un hombre de palabra. / Muchas no. / Una y labrarla” (Palabras). Paisajes y palabras, objetos (“Un vaso roto / conserva en la memoria / la frescura del agua”, Fragmento de escarcha) y lenguaje (“El lenguaje construye tu casa”, Di). Esos son los elementos sobre los que construir el relato poético: “Una mota de polvo / en su insignificante quietud / es presagio y semilla / de una constelación de voluntades” (De lo más pequeño).
Para poder sobrevivir al paso del tiempo, aconseja “deja que lo perdido eche raíces” (Se salva), así con la estratigrafía de la memoria, se construye la identidad poética y personal, más allá de la propia anécdota que sugieren los versos: “Escribes sobre la nada / que ingenuamente tú te has fabricado” (Palimpsesto). Dentro de la serenidad que transmiten los versos, late una urgencia de gran intensidad: “El tiempo por hacer / espera su agua nueva / y yo en la orilla” (Tierra preparada); “No te pierdas en complicados laberintos / con que el tiempo pretende confundirte” (Sin vértigo); “Tengo cosas urgentes que decir / pero hoy me las guardo / en caja de inocencias y dudas revisadas” (Voto de silencio). Un auténtico carpe diem poético que enarbola quien centra su labor poética tanto en la observación detenida como en el cuidado de las sílabas.
Para Jesús Aparicio, construir una identidad es tanto una labor de superposición como de eliminación, de purificación. Así puede ser “Una hoja en blanco: / pureza del olvido / espejo de la memoria / que hace nuestro futuro” (Hoja en blanco); “Y un abalorio de olvidos / escribe nuestra biografía” (Hojas de un viejo patio). No sólo un amasijo de recuerdos a los que pretendemos dar coherencia: “Hay un hombre dormido / sobre un banco de piedra / mientras hormigas buscan / el pan entre sus sueños” (Hay un hombre dormido). La precisión con la que pretendemos abarcar el pasado tropieza con la incapacidad para ser conscientes de todo lo que nos rodea y para aprehender cada segundo: “Las diarias rutinas / esconden / bajo su tierra de abandono / Y yerbas dóciles / el germen de la sorpresa, / ese secreto azar con que el destino / construye inesperadas aventuras” (Cine al amanecer). Así, la propuesta consiste en un empeño algo machadiano: “A bien poco aspiramos /…/ y unas pocas palabras que nos nombren / y con nosotros hagan el sendero / en busca de la puerta / del misterio” (Pequeños deseos).
Pueblan los versos la luz, la lluvia, los sucesivos amaneceres…. Pequeños milagros con los que desafiar el olvido, el eterno silencio: “Lo que pasa en el tiempo es que se está / despertando un poema / abre las páginas de un libro / donde la muerte no encuentra / la última palabra” (Albarda). Es una necesidad cada vez más imperiosa al tanto que avanzamos por el poemario, la pesadumbre se hace más intensa, más cercana la presencia de la muerte: “Las sombras de la noche / ponen cerco a mis ojos / con la falsa certeza / de haberlo visto todo” (Un milagro pequeño); “Y en la muerte tú solo / muerdes bajo la tierra / silencio, olvido y polvo” (Canción para el 1 de noviembre). Contra ella, el recuerdo, aunque sea de un instante fugaz e intrascendente, lo que realmente nos da sentido: “La mariposa / del huido verano / que yo recuerdo /…/ vive en ésta / que se resiste a ser / cazada hoy” (Vida de la mariposa).
Surcan entre las palabras la soledad, el crepúsculo, las sombras: “En soledad la espiga / bebe en lago sin límites / las luces aquietadas / del sol que le acaricia” (En soledad); “En estanque encendido / esa hora que bebió / del amor a su espejo / tuvo ya su crepúsculo” (Crepusculario). Completa el volumen un epílogo In memorian dedicado a su padre, y luego un hondo recuerdo a su madre. Con un pie en José Hierro y con otro en Jorge Manrique, en realidad, parece como si la primera parte del poemario no fuera sino una introducción, un preámbulo a lo que realmente importa: “Polvo al polvo / agua al agua. / Y el barro deshaciéndose /…/ Flujo de tempestades / ya pasadas que van / a dar a la mar / infundiendo ese sueño / del que no se regresa” (Fluir); Unas horas después / de enterrar a tu padre te das cuenta / de que la vida es todo para nada” (Unas horas después). Unos versos que cierran los ojos para centrarse y sentir, para recordar y abrazar una vida que duele y por eso es vida: “Aquí está el dolor / para servirlo”.

“El punto prefigura
la línea y el dibujo,
su solo movimiento
desenreda el vacío” (Punto)

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