Volviendo a la exageración metafórica, aterrizamos en un
homenaje a Lennon. Me gustaría insistir en el tema antes de enfrascarme en los estudios
de José Luis Moreno Pestaña, quizás un poco por aclarar mis ideas como punto de
partida. La discriminación hacia los obesos es un ejemplo más de la tiranía de
un único modelo de exterioridad humana. Evidentemente no se trata de una
prohibición legal como en los tiempos de la esclavitud o la segregación. Es
algo más sutil pero muy contundente, sutil porque se instala en nuestras
cabezas como si fuera algo natural cuando es un prejuicio cultural. Cuando digo
que es un prejuicio cultural me refiero a que no está probado que la grasa en
el cuerpo humano esté asociada a todos los problemas de salud que solemos
escuchar. Los habitantes de la Polinesia acumulan muchísimo tejido adiposo y
crecen de los problemas que –por lo visto– atascan el sistema público de salud
en Occidente. No es la grasa, tiene más que ver con las dietas yo-yo y, mucho
me temo, con la calidad de los alimentos y del estilo de vida basado en el
estrés. Y estar gordo da muchísimo estrés a pesar del estereotipo del gordito
feliz.
Me refiero a que es cultural también porque el modelo de
belleza es el que desprecia las tallas grandes. Por lo visto, la ropa sienta
mejor en un maniquí que en una persona. A lo que habría que preguntar por qué
no hacen ropa que sienten bien a las personas y rehacen los maniquís. A los
gordos, por ahora no nos prohíben acceder a los lugares, pero sí que nos miran
como extraños. Faltaría más que tuviéramos que escondernos. Pero que conste que
hay muchos que no queremos ir a la playa y quitarnos la camiseta, no podemos
saber si tienen inconveniente o no, si lo hacen a gusto o a disgusto. No es
cuestión de estar o no orgullosos del cuerpo, es el que tenemos y punto. Y no
necesariamente de comer en demasía, ¿qué es comer en demasía? Yo como mucho
menos que mi cuñado y el no engorda. Mi madre lleva a dieta toda la vida y no
hay forma de adelgazar. Ser gordo es un estigma y grande.
¿Pueden los obesos considerarse discriminados? Al menos por
ahora, no hay en España una legislación discriminatoria con las personas con
sobrepeso. Encontramos, en cambio, algunas normativas de un carácter más difuso
que sí nos afectan. Pongamos algunos ejemplos. Para algunas profesiones la
imagen es importante y se exige una presencia más que agradable. Se puede
entender que puestos de cara al público no estén ocupados por personas de
talante agrio y malencarados. Otra cosa muy distinta es que auxiliares de vuelo
tengan que tener unas medidas corporales concretas, como si la altura del
auxiliar o su volumen pudieran entorpecer las delicias de un vuelo
trasatlántico.
A un nivel más cotidiano hay que decir con cierto asombro
que comprar ropa se vuelve una tarea excesivamente complicada para los que
tenemos sobrepeso. Prácticamente en ninguna cadena de moda se encuentran tallas
para personas algo más voluminosas. Y cuando las hay, están apartadas con el
letrero de “Tallas grandes”. Esta deformación no sólo afecta a los obesos, es
un ataque en toda regla a las medidas estándares de la población. Comprar ropa
se convierte en una actividad masoquista en la que uno es consciente de lo poco
atractivo que resulta para los diseñadores. La conclusión que saco es que los
gordos somos tan feos que convertimos en indignas las prendas, por eso se evita
a toda costa que se nos pueda asociar con Zara, Mango, H&M…
Es algo sorprendente porque según estos estándares la
mayoría de la población está fuera de su peso óptimo. Las marcas están
reduciendo voluntariamente su público y obligándolo a realizar dietas y
privaciones cuando lo natural en el resto de ramas del negocio es acercar el
producto al consumidor, no obligar a éste a adaptarse.
Es, como en muchos casos de discriminación, una cuestión de
visibilidad. No es conveniente que se vean gordos. Apenas hay personajes con
obesidad en las series o en los programas de televisión. En todo caso, se
ajustan a un par de prototipos, el obseso con la comida, el torpón y el
ridículo por el mero hecho de tener sobrepeso. Hay una comedia norteamericana
cuyo tirón básico es que lo protagonizan una pareja obesa, como si el amor
entre ellos fuera algo obsceno y ridículo, que tuviera que ser explicado.
Todo el mundo se ve en la obligación de decirte que debes
perder peso, que tienes que comer menos, hacer ejercicio, ir al gimnasio, dejar
de cenar… Si un “consejo” de ese talante se realizara refiriéndose a cualquier
otro aspecto de la vida, sería considerado una grosería. Alguien que te
recomendara que leyeras más, o que tuvieras más cultura se llevaría, casi con
toda seguridad, una respuesta de enfado. Los psicólogos te recomiendan que te
maquilles y que pierdas peso para tener más autoestima, ¿en serio que nadie ve
ofensivo eso?
Saltan a las noticias una cantidad considerable de alimentos
que se ha demostrado que tienen productos cancerígenos, o, por lo menos,
nocivos para la salud. Se introducen para mejorar el aspecto, la duración o
hacer más agradable el sabor. Eso es un punto a tener en cuenta en la
clasificación –de clase social– de la obesidad. No todos podemos pagar un extra
en productos sanos, someternos a curas de limpieza de toxinas o una
liposucción. O tener el desahogo para cocinar dos tipos de dietas a la vez en
una casa. Ojalá todos tuviéramos lo suficiente para poder vestir, viajar, o
tomar copas. Y comer sano es muchísimo más caro que hacerlo con productos que
no cuidan la salud. Y ante pagar la hipoteca o comer verdura ecológica… No todo
el mundo se puede permitir una hora de marcha diaria, ni ir a un gym para la operación bikini. Es una
cuestión de ocio, y eso, lo lleva la clase social. Y no es comer lo que le
venga en gana, sino lo que está en las estanterías de los supermercados.
Comprar productos sanos está reservado a tiendas muy exclusivas, hay que tener
tiempo de contactar con agricultores o cooperativas, porque hay que tener en
cuenta las verduras, el pescado, la carne, la fruta… Demasiado follón cuando
sólo tienes 20 minutos para hacer la compra turbo en el súper.
En lo que quiero insistir es en la necesidad de estar
delgado como símbolo de status. En la clase alta no encontramos nadie que no
vaya a una peluquería de postín, tampoco se permiten ropa que no sea de
boutique ni que se deje ir un cuerpo sin tratar por cirugía. La clase alta no
es sólo tener dinero, hay todo un hábito de vida, un estilo de comportamiento,
un control de los cuerpos que tiene mucho que ver con la ascética calvinista de
renuncia a los placeres. Una especie de compensación a nivel metafísico,
disfruto de todo en la vida, a cambio, el sacrificio en la mesa. Digamos que se
sufre más la presión sobre la delgadez.
No hay que culpar a la sociedad de los males, pero tampoco
ni arrogarse con los méritos propios si la herencia natural o social te ha
regalado una buena posición. Confundimos en la clase social lo que es adscripción a un nivel en la escala con lo que debería ser el logro. Igualmente con la delgadez. No siempre se es delgado por clase, por supuesto,
pero ser gordo no es un problema de salud siempre.Se está partiendo de la base
de que ser gordo es malo por salud, pero más problemas da el deporte con sus
lesiones.