Imaginemos
a un personaje con un pasado intenso, que ha pasado por la cárcel por delitos
de terrorismo y por hacer apología de él. Este personaje niega su implicación y
denuncia que la apología del terrorismo es una manera que tiene el Estado de callar
a los que opinan como él. Supongamos que ahora decidiera comenzar por la vía
política. Debido a su pasado puede ser una figura clave en la desarticulación
de la banda terrorista, pero tiene que nadar entre dos aguas. Si reniega de su
pasado y condena sus muertes, automáticamente se descalifica ante los suyos. Si
se encastilla en los postulados de los suyos pueden volver los asesinatos y la
violencia. ¿Qué es lo que debe hacer?
Evidentemente
tiene que cultivar su imagen de peligroso para el Estado, así se garantiza
–piensa él– su autoridad con los terroristas. Tiene que seguir acusando al
gobierno de todas las tropelías, como si él hubiera sido inocente. Pero además
tiene que encabezar una cruzada por la vía política para dejar sin sentido la
lucha armada. No puede dejar de utilizar su lenguaje, pero debe introducir
términos nuevos.
El
gobierno no puede de ninguna manera tratarlo bien, no puede valorar
positivamente nada de lo que diga o haga. Pero no es porque el gobierno
prefiera el terrorismo como adversario que les dignifique. En parte es por una
animadversión lógica: ha sido terrorista. Pero en parte es porque si lo
halagaran perdería credibilidad entre los sectores que apoyaban el terrorismo. Carrillo
y Suárez, al principio de la Transición, quedaron en casa de José Mario Armero que
iban a criticarse duramente en público para seguir siendo creíbles a los suyos.
Conozco
pocos casos en los que la negociación no haya sido importante en el fin de un
conflicto con el terrorismo. Forma parte de los bajos fondos del Estado. Ante
unos delincuentes sanguinarios se utilizan todo tipo de estrategias. No sirve
calificarlos a todos de locos, desgraciadamente no son locos. Tienen unos
objetivos e intentan parecer cuerdos a todos esos miles que les han apoyado. La
monstruosidad de matar gente para conseguir tus objetivos tiene que disfrazarse
de racionalidad para conseguir una aceptación, acaso como mal menor.
El
Estado lo sabe y por eso intenta varias estrategias. La crisis económica ha
ayudado a dejar sin fondos la parte logística, la persecución policial los ha
rodeado, la sociedad que antes los miraba con simpatía ahora se revuelve. La
ley, rayando a veces la legitimidad, les ha cortado todas las opciones. Pero
queda la escenificación.
Unos
juegan a demonizar todo. Otros actúan como cercanos, sirven de normalización.
Los protagonistas principales parecen no moverse del sitio. En el fondo parece
todo muy orquestado. Pero no estoy seguro que todo el público esté enterado de
lo que tiene de farsa, de infame farsa, este juego.
Imaginamos
que al personaje del que hablamos al principio se le hace una entrevista. Nada
complaciente, poniéndole sobre la mesa alguna de las acusaciones más graves. Él
tendrá que ir por la cuerda floja para no desagradar a los suyos y también para
ir rebajando la antipatía en algunos otros. Tampoco puede defraudar a sus
contrarios. ¿Cabría esperar algo más? Llamarse, como Godoy, príncipe de la paz
cuando te has llevado tantos años detrás de las armas es, cuando menos, una
broma macabra.
Pero,
por otro lado, las penas de cárcel están para cerrar la carpeta tras su
cumplimiento. Empezar de cero no es olvidar, es dar la oportunidad. Al menos
eso es lo que aparece en la constitución. Sospecho que no todo está pactado,
pero que sí hay mucho hablado de antemano. Que unos y otros saben límites que
no deben sobrepasar en sus discursos, aunque teman que se les escape de su
control.
No
tiene sentido, desde mi punto de vista, calificar al rival de estúpido, ni de
loco. Ni pensar que los que tienen una determinada ideología política lo hacen
para medrar, ni porque tienen instintos asesinos de serie. Cualquier ideología
ha sido defendida usando los métodos más crueles, el liberalismo de Pinochet,
el comunismo de Stalin, el anarquismo de la acción directa, el cristianismo de
las Cruzadas… Crear naciones o dividirlas ha dado excusa para las mayores
atrocidades. No sólo las pequeñas, también las grandes han impuesto su imperio.
No es el objetivo el que cuenta, son los métodos.
Identificar
la ideología del contrario por los métodos que algunos de sus adeptos han
seguido en el pasado es una forma estupenda –y estúpida– de perpetuar los
conflictos. Y si el conflicto adquiere dimensiones de sangre, entonces hay que
andar con pies de plomo. Con el terrorismo no se juega. No se pueden dar
argumentos al enemigo. Hay que mantenerse firme y no confundir el culo con las
témporas.
Quizás
recurrir a personajes como el que decíamos al principio no es un buen plan, pero,
por ahora, a un servidor al menos, le parece un guion digno de las grandes
series de la nueva televisión norteamericanas.