miércoles, 26 de septiembre de 2018

Fotografía espiritual. Reseña de Jesús Aparicio González: ‘La sombra del zapato’. Ars Poética. 2018.


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“Admira, alcanza,
corta, llama, entrega,
besa y desaparece.
Tu vida dura
–don de lo bello–
lo que un ramo de flores” (Imperativo)

Después de una amplia antología, Jesús Aparicio nos entrega, en esta misma editorial, una nueva ocasión de sumergirnos en su particular universo poético marcado, especialmente en esta ocasión, por la reflexión contemplativa de gran carga espiritual, incluso religiosa. El volumen se divide en dos partes bien diferenciadas. La primera parte, ‘La sombra del zapato’ propiamente, se compone de una extensa colección de poemas independientes que gravitan, en su conjunto, sobre las imágenes asociadas al zapato. La segunda, “Los secretos del polen” son algo más de una veintena de poemas sin título, mucho más cohesionada temática y estilísticamente. Una especie de recapitulación, no ya de la primera parte, podríamos decir que es una superación de la poética del autor en su trayectoria.
            Aprovecha las posibilidades expresivas de la imagen del zapato: el zapato, especialmente su sombra hace referencia a la humildad (“Sobre ella flota la palabra / que ilumina y engendra esa muerte que nos hará eternos”, La sombra del zapato). Sobre los zapatos nos mantenemos, son “alas de cuero / para sostener mi vida”, como se recoge en la cita inicial de Rafael Morales. La expresión calzarse está relacionada con prepararse para las adversidades y afrontar los problemas (Cálzate), y atarse los cordones es un símbolo de aprender las habilidades básicas para la vida.
            A partir de los zapatos es fácil conectarse a la metáfora del camino de la vida. Por otra parte da pie para distinguir los caminos rurales, los bosques, con los urbanos, con el asfalto. E incluso, dentro de un universo metafórico, la vía unitiva, la metáfora del encuentro místico. Desde esta perspectiva Jesús Aparicio nos entrega una serie de poemas: Viviendo, Mendigos felices, Milagro en el tejado… y nos conecta con la sorpresa y el asombro de lo natural con el Creador, los árboles, el bosque, los pájaros, el universo natural que tanto abunda en su poesía.
            La percepción de la naturaleza en la poesía de Jesús Aparicio es contemplativa, apela claramente a la sensualidad (La renovada orquesta de los sentidos) y le sirve como reflexión sobre el errar humano y como espejo donde mirar la creación poética: “El aliento, si es nuestro, quiere precipitar la llama” (Desde el frío). La actitud de contemplación conecta con la filosofía del rechazo a violencia y reivindicación de la palabra y el diálogo (Convence, Un hombre levantándose), así como de la importancia del libro y la lectura (Un libro).
“Siempre que miro frente a mí a ese muro
levantado de piedra opaca y muda,
siento cómo me invita su vacío
a crecerme y saltar e inventar
su otro lado,
esa realidad que espera llenarse
de un hombre ya sin vendas” (Resurrección)
Entre ruinas tiene ecos de la Epístola moral a Fabio y no podemos de recordar a Bécquer en “Cuánta nostalgia vence entre los dedos / al no encontrar la llave / que hoy busco” (Centro con llaves), como el arpa del salón en el ángulo oscuro. Se pone bajo el auspicio de Rilke al reconocer que espíritus cumplen la función del daimon creador: “Son ciertos los fantasmas que nos guían / la mano por el campo del papel / para dejar la vida” (Fantasmas) y cuando escribe que:
 “Si no me suelta el ángel
me elevará a lo alto en donde me encuentro
los cielos y la tierra
que ayer me precedieron” (El poeta contempla los ángeles del Greco)
El paso del tiempo ocupa gran parte de los versos de este volumen (Plácido otoño, Un día en blanco, Si quisimos la luna, Domingo, Cuando los girasoles, Las cuatro de la mañana, Tejas abajo…). El reloj (Un reloj transmutado) o el tren (En tren de cercanías) abundan en la idea del paso del tiempo. Una mirada atrás sin ira, procurando hallar la serenidad de quien comprende y perdona. Muchas miradas a la infancia (Reconcíliate,  El recuerdo de un cuento adolescente, En el desván). Lo natural supone para el poeta una referencia al territorio de la infancia. “Reconcíliate ahora con el niño que fuiste” (Reconcíliate). En cierta forma, la reconciliación con uno mismo es uno de los temas del libro. Reconciliación más que disculpa o excusa ante los errores cometidos: “No se puede vivir / en el futuro que nunca llegó” (Objetivo al revés), porque es cierto que estamos encadenados unos a otros (La rueda)
Jesús Aparicio es un gran poeta de pequeñas distancias, con especial sensibilidad para los pequeños detalles (Pequeños contratiempos) y se complace en la mística de las paradojas y muy zen en las apreciaciones: “Bébete los fragmentos / del hombre hoy te llama” (Puzzle) sin renunciar al compromiso (Ébola). La reverencia a la palabra es total: “¿No os bastan mis versos?” (En el estrado), se pregunta. Al final concede que “una palabra llama a otra, ninguna sobrevive sola” (Apuntes para otra poética)
La segunda parte, Los secretos del polen, se compone de una serie de poemas numerados, sin título, precedidos de un Poema prólogo. El punto de vista es como el de un haiku en su percepción de la naturaleza y del tiempo, aunque no con su métrica: “El punto es ese círculo / –anillo fecundado– / que creciendo se adentra en el mar que nos viene”, “En estanque encendido / esa hoja que bebió / el amor en su espejo / tuvo ya su crepúsculo” (VII).
Se entrelaza la contemplación de la naturaleza con la reflexión estoica sobre la vida, y con la reflexión poética sobre la palabra. El paisaje lo forman tanto los senderos del bosque como la senda de la palabra. En la contemplación, nos confiesa que “si quieres ser paisaje / en los ojos del mundo / sabes que permanece / la flor en tu raíz / aunque el sol la marchite /…/ Todo esto lo aceptas / solo esto te basta” (IX), o que “Tu voluntad se alza / dejándose llevar / tras el vuelo infinito / de una infantil cometa” (XIII), “Asciende a la montaña, / acepta sin quejarse/ el roce de las piedras / sobre sus pies cansados” (XVIII), para concluir que “Lo que se nos ve nos calza / bosques, desiertos, mareas… / prófugos y arribados / naturaleza somos.” (XV).
Mientras, a la vez, “Lo que se oye orienta / nuestra nueva canción / los verbos del lenguaje / que es todo cuanto somos” (XV), “Madruga el poeta / atento a salvar / lo que el aire y el tiempo / descomponen” (XXII). Porque “Tal vez la poesía / sea tan solo eso, / dar nombres, bautizar, / a un sol desconocido, / al cielo reflejado / en un charco de agua” (XVI). Jesús Aparicio tiene los pies sobre la tierra y sabe que el hombre hunde sus raíces en el mundo de la vida en el que la palabra no es esencial: “Carga un hombre la leña / sin escribir un verso. /…/ La vida por sí misma / sin tambores ni historia” (XIX)
En estos poemas da paso a más reflexión trascendental: “Se proyecta tu sombra / en la pared del cuarto / y aprendes de sus gestos / a construir futuro” (XX). Su mirada está lejos de cualquier orgullo o pretensión: “No eres nadie. Un soplo / que no mueve cenizas /…/ Seguro ya, sin nada, que puedes dejarte ir / por el sendero estrecho / hasta alcanzarlo todo” (XXIII). No renuncia a encontrar sentido a la realidad, que describe fragmentada y puntual, aspira a encontrar su secreto, que es más como la Ítaca de Kavafis, un horizonte que mueve al viajar más que la certeza de un destino.
“Le dices que si quiere escribir
de lo que llega y queda, de lo que queda y pasa,
de lo que nace y vive haciéndose otra cosa,
de lo que muere sobreviviendo iluminado
al deshacerse eterno en lo más nuevo,
que si quiere escribir de ese otro mundo
que es el alma interior que nos gobierna,
debe adentrarse hambriento en su hormiguero
y horadar en lo oscuro para amar
la claridad que viene sin pensarla,
debe quedarse en su rincón soñado
y escuchar a la piedra para amar
la música que en el silencio llama,
debe elevarse desde la alta cima
y el corazón abrir al aire amando
cuanta belleza el cielo nos regala.
Y que se esconda y vaya hacia lo hondo.” (Hacia lo hondo)

lunes, 24 de septiembre de 2018

La magia del insulto


Desde hace algún tiempo vengo pensando en los insultos como una especie de magia. La idea no es original. La leí a Randall Collins y es muy sugerente. Es evidente que las palabras como tales no pueden hacer daño literalmente, pero también es innegable que un insulto (no todos los insultos) nos remueve las entrañas como si se tratara de un cólico. Sobre el contenido de los insultos se ha escrito mucho, la mayoría tienen que ver con los órganos sexuales, con el uso de esos órganos o con el resultado de su mucho o escaso uso. Otro de los frentes concurridos es la libertado o los límites a la hora de insultar, incluso el destinatario del insulto. En todos los casos me encuentro a personas totalmente racionales haciendo uso de laberínticos razonamientos para concluir que los suyos no son insultos y los de los demás sí, y además, despreciables.
Mi preferido es la conversación que tuve con un conocido aforista que sentenciaba que quien descalifica a alguien como fascista es un fascista. Yo le contesté, prudentemente, que, a menos que el descalificado fuera en realidad fascista. Lo que me parece muy sensato. Pues bien, este aforista, visiblemente contrariado fue capaz de sostener que no existió el fascismo fuera de la Italia de Mussolini. Le seguí el juego y le dije que tampoco existirían antifascistas fuera de ese contexto. Por supuesto no es así, y me lo demostró con la entrada de Wikipedia sobre la alianza de escritores antifascistas. La conversación era demencial desde la base porque si este aforista tachaba de fascista a alguien (quienes llaman fascista a otro) incurría en contradicción: no puede ser fascista, porque no estaba en la Italia de los camisas negras. Incluso lo convertiría inmediatamente en fascista a él mismo por denominar fascista a alguien.
Llevamos un tiempo rondando los insultos en la escena pública y creando revuelo alrededor de Willy Toledo y su divina diarrea, por un lado, y en el otro espectro político, a los deseos insanos de Arcadi Espada relacionados con la boca de Rufián y su espada genital. Quitando la consideración de mal gusto que puedan tener uno, el otro o ambos, está claro que a la judicatura no le molestan ciertos desmanes léxicos mientras que otros les parecen totalmente punibles.
Cada uno es muy libre de sentirse ofendido por las palabras de otro alguien, incluso tiene el derecho de llevar a los tribunales dicha ofensa. Lo que me parece un desatino es que un juez considere digno de encausar que alguien se cague en dios. Admitir a trámite la denuncia es lo grave de este asunto. Hubiera comprendido que los Abogados Cristianos hubieran llevado a cabo una campaña viral contra el actor, que hubieran escrito cartas al director mostrando su desagrado y su censura en el sentido de rechazo. Sin embargo, me parece una aberración democrática que se quiera practicar la censura en el sentido judicial. Y, para más inri, por una expresión que es totalmente común.
No termino de comprender cómo estos cristianos sienten desprestigiada su fe porque un ateo se cague en dios, y se muestren indiferentes o incluso comprensivos con los desmanes que muchos integrantes de su clero cometen, como los casos de pederastia que cada vez salen más a la luz. Desde mi humilde y ateo punto de vista, queda mucho peor parado el cristianismo cuando tolera y encubre la pederastia que cuando los no creyentes –o los creyentes– blasfeman.
Poco de cristiano tiene también inventarse bulos, como el que Hermann Tertsch sacó sobre Teresa Rodríguez, tan impropio de ella que demostraba su desconocimiento del personaje pero que, sin embargo, convenció a muchísimos que luego no están pendientes del desmentido.Quizás los exabruptos y las descalificaciones no sean muy elegantes, cada uno es libre de retratarse como le plazca, sin embargo, mentir y difamares, creo, algo muy distinto.
El otro caso de insulto de estos días lo ha protagonizado quien presume de liberal, embobado con la comparecencia del expresidente Aznar. Para redondear su artículo propuso, en sede parlamentaria, sugerir sexo oral al diputado Gabriel Rufian. Dejando aparte lo soez de la expresión utilizada (no sé si el libro de estilo de El Mundo prevé esas cosas), el insulto y la provocación dejan entrever algunas cosas muy preocupantes. Si Toledo se caga en Dios, es símbolo de la voluntad de ofender a través de la escatología, dando por asumido que los excrementos son per se algo desagradable que desea poner sobre una entidad, Dios,que le resulta repulsiva. En el caso del articulista, se deduce que practicar una felación es, en sí misma, algo execrable para el que la realiza, bien sea de golpe o por partes.
Además de considerar que la homosexualidad es algo con lo que se puede insultar, lo que pervive es la consideración de que adoptar el papel femenino en una relación sexual (recibir la penetración, cualquiera que sea el orificio) es en sí mismo doloso y humillante. Me recuerda a los tiempos en los que el homosexual era el que recibía (al que llamaban "pasivo") y en los que el hombre que practicaba "activamente" el sexo con otro hombre seguía siendo un "machote" porque daba y no recibía.
Sin embargo, hemos de coincidir que la naturaleza (o Dios) en su infinita sabiduría ha dotado a la actividad sexual de características placenteras para todos los que participan en ella, cualquiera que sea la práctica, a la vez o por turnos. El insulto "jódete" debería ser tan absurdo como pretender cabrear a alguien diciéndole "te voy a hacer cosquillas", ocupaciones, normalmente placenteras ambas. De todas formas no entiendo cómo se le apetece tener sexo con alguien que le resulta repulsivo. Yo, en su caso, no querría ni estar en la misma habitación.
No pretendo hacer un distinción de gravedad entre los insultos de uno y otro, sólo reflexionar sobre los imaginarios en los que se mueven los insultadores, que, evidentemente, suponen compartidos por su audiencia. También me sirve para diferenciar entre la censura de verdad, esa que ha procesado y detenido a Willy Toledo (ojo, que no es obligatorio detener a un acusado que se niega a compadecer, es sólo una posibilidad), de la "censura" de la opinión pública que consiste en agobiar públicamente al ofensor.
Una solución, sin recurrir a los tribunales, podría ser, como decía al principio, ser consciente que el insulto es una forma de magia y responder de la manera tradicional en estos casos, con una magia superior, con un gesto (poderosísimos cortes de manga y peinetas en estos menesteres) o un conjuro, por supuesto rimado para que tenga efectividad: "rebota, rebota que en tu culo explota" (nunca mejor traído).

jueves, 20 de septiembre de 2018

Reseña de Mariano de Hossorno: ‘Relatos sin asunto / Los asuntos que me ocuparon el tiempo’. Dosparadesy1puente. Colección Migajas. 2018


“Qué muerte más mala si no te miran”
(La fuerza del amor)
Lo primero que llama la atención de este peculiar volumen es que no es singular, es un libro doble, se compone de dos libros, con sus dos portadas, sus dos inicios y sus dos finales, aunque solo Relatos sin asunto lleva numeración en sus páginas.
                Mariano Hernández de Ossorno, Mariano H de Ossorno, Mariano Hernández Ossorno, incluso Efraím de Nola o Mariano de Hossorno, como ha querido firmar en esta ocasión, es un granadino que se fue a vivir a la Villa y Corte y desarrolló a lo largo de los años una serie de hermosas cualidades, que incluyen la edición de la revista de poesía experimental Perdura; la publicación un libro de poemas, Usos del diccionario; la inspiración para tañer el sitar, la investigación sobre los sucesos de Fuenteobejuna y, sobre todo, la amistad, fruto de la cual llegó el imprescindible y bellísimo Ensayo general para un ballet anarquista, junto a nuestro añorado Luis Castro Nogueira. Bajo el seudónimo de Efraím de Nola publicó Cosas de niños. Mantiene proyectos como la Biblioteca Desfavorable, blog donde va subiendo a la red sus archivos como poeta visual, artista plástico. Otros textos se encuentran en Favorable-Madrid-Poema.
                Lo primero que encontramos en la página –sea cual sea el inicio que escojamos– es una fotografía y un aviso: “Jamás he escrito un libro de poemas / que fuese un auténtico libro de poemas”. Bajo ese lema nos introducimos en este laberinto. Los Relatos sin asunto están planteados en una especie de conversación con citas que discurren en paralelo al relato principal. La estupefacción, el absurdo –no en vano, el primer relato se titula Las transformaciones de Franz Kafka–, que no hay que procurarlo, sino dejar que se desvele entre las líneas de los textos.
                “–Maestro, ¿qué es la espiritualidad?
–No seas impertinente, chaval.” (La Lengua del Tercer Reich)
                Lo mismo cita a K. Marx –aunque no para darle la razón– como historias del lejano oriente, Agamben, Cage, Rulfo, Juan Carlos Rodríguez. La influencia de Monterroso, de Borges (Aleph) y Cortázar (Los últimos días de Federico en Granada) es patente igual que su conexión con Chicho Sánchez Ferlosio. La otra gran figura de referencia es el Juan de Mairena de Antonio Machado.
                Cuenta Mariano de Hossorno como el sabio que, desde la edad, conoce todos los secretos, incluso cuando ignora algunos detalles de sus personajes y aparecen lagunas en sus historias. Abunda la socarronería, mucho mirar a pie de calle a las gradas de la cultura: “Anoche me encontré en un gracioso apuro. Mis padres y mis hermanos fueron al liceo, el servicio aprovechó para ir a ver a Lola Flores” (Las dos españas, dueto de Antonio Machado y Jaime Gil de Biedma). Entre sus recursos, disfrutamos con los saltos de tiempo, el apropiacionismo (como de las canciones populares) y la ironía. Le gusta jugar con las formas de habla jugando con el tono y el amaneramiento de los 50 y salta del lenguaje bíblico a voces más procaces y rudas: “Necesito una picha en condiciones –voceaba la muy bruta de la Agustina” (Agustina en el barrio de La Chana). Como Tinto Brass, deja mostrar cierta obsesión por el trasero: La condena, La equivocación, Tema para un rap. Se sumerge en el saber popular, lo cotidiano y las múltiples conciencias, lo imaginario (ay, Castoriadis), los cuentos infantiles, los personajes clásicos (Los regresos de Ulises), el inconsciente colectivo, donde se unen Cenicienta con el Führer.
“Pero me quedé con el blanco para pintarme de hombre invisible y así poder seguir a su lado, estando sin que me viera” (Las historias breves de Mimesita)
                Las personalidades y los roles se trastocan (En fin, las mujeres), se pervierten las intenciones (Congreso internacional para la defensa de la cultura). Se dedica a descontextualizar y recontextualizar (El eufemismo más grande jamás contado). Un motivo de asombro es cuando Mariano de Hossorno encuentra los ejemplos paralelos (Las construcciones de la Guerra Civil, España 1936-2016) o contrapone  filosofía y la abstracción de la cita frente al ejemplo mundano (Arte final). Entre sus líneas asistimos a lo cotidiano fantástico (Performance en la calle Mesones), que no realismo mágico. El uso del surrealismo, a veces, puede ser muy rocambolesco (Una historia natural y moral de los alimentos). Su ánimo lúdico le lleva a tomar prestados textos ajenos con la misma frescura con la que juega con la autorreferencia (Las portadas, Historia de la bibliografía española)
Algunos textos tienen la forma de microrrelatos: (Lo natural acontece siempre), otros son más bien reflexiones: “Una vez al menos, en el sueño de un hombre cualquiera, aparece él mismo mejorado” (Teorema del factor correctivo de la identidad), “El tedio de vivir si el vivir durara eternamente” (Susanita y los Viejos). Otros son poemas (La Artista del fin del mundo).
                “A veces las palabras carecen de la piedad conveniente a su causa” (Arte poética)
Los asuntos que me ocuparon el tiempo, el otro libro incluido en el volumen tiene el aspecto de diario, pequeños poemas en prosa y verso con un aliento más largo:
“Por ello, si aun cuando se dice que la escritura es insuficiente y un deslizarse, además, por las laderas resbalosas del infierno, se continúe escribiendo como si nada” (6 de junio. Anotaciones sin margen para la escritura)
De una belleza sublime, lo que en el libro de relatos era explícito (por ejemplo, las referencias filosóficas), ahora es asumido en la riqueza de las connotaciones:
“Así como al día lo dividen el día y la noche en dos mitades de proporciones inexactas, así el tiempo, todo el tiempo en el que el día se inscribe, no es sino la mitad de su tiempo: aquello que se recuerda o aquello otro ya olvidado” (27 de mayo. Aún resta la mitad del tiempo).
Las imágenes de estos poemas pueden ser oníricas, antiguas (la nieve, como para su amigo José Carlos Rosales)[1], siempre muy poderosas (“Pues los pájaros saben qué secretos guardan el silencio de los hombres”, 27 de julio. El afán de los menesterosos). Advertimos en estos textos esa melancolía, esa filosofía (“El nuevo mundo, dicen, es un para siempre diario. / Y gratis, además, como la muerte”, 15 de julio. Cruzando la siguiente frontera), esa observación de lo habitual, la perplejidad de lo que acontece.
“Extraño material el de las sombras
incorruptibles al tacto, tan lejos
de las manos como del corazón,
que las llamaríamos
carne recatada, tamiz del aire” (18 de junio. Perífrasis de la apariencia, se ha de ver)
                Mariano de Hossorno nos hace un regalo delicado a veces, brutal otras, siempre sabio, acercándonos a su universo particular, lleno de vida, atento a todo lo que acontece en el mundo de la vida y en el mundo de los libros, un diálogo estimulante y muy hermoso al que nos asomamos maravillados de una inteligencia tan perspicaz como llena de vida y de disfrute.
“Aguarda. Aguárdale todo el tiempo del mundo y él igual te estará eternamente agradecido, hasta el punto de no pensar en la vida en otra cosa que en llegar junto a ti y besarte luego las mejillas, suavemente.
cuando te alcance” (Tras los días del verano)


[1] porque “La voluntad del frío, ciertamente, es mayor que la voluntad del hombre” (29 de mayo. Afinidades entre el agua y el fuego)