“Admira, alcanza,
corta, llama,
entrega,
besa y
desaparece.
Tu vida dura
–don de lo bello–
lo que un ramo
de flores” (Imperativo)
Después de una
amplia antología, Jesús Aparicio nos entrega, en esta misma editorial, una
nueva ocasión de sumergirnos en su particular universo poético marcado,
especialmente en esta ocasión, por la reflexión contemplativa de gran carga
espiritual, incluso religiosa. El volumen se divide en dos partes bien
diferenciadas. La primera parte, ‘La sombra del zapato’ propiamente, se compone
de una extensa colección de poemas independientes que gravitan, en su conjunto,
sobre las imágenes asociadas al zapato. La segunda, “Los secretos del polen”
son algo más de una veintena de poemas sin título, mucho más cohesionada
temática y estilísticamente. Una especie de recapitulación, no ya de la primera
parte, podríamos decir que es una superación de la poética del autor en su
trayectoria.
Aprovecha las posibilidades
expresivas de la imagen del zapato: el zapato, especialmente su sombra hace
referencia a la humildad (“Sobre ella flota la palabra / que ilumina y engendra
esa muerte que nos hará eternos”, La sombra del zapato). Sobre los zapatos nos
mantenemos, son “alas de cuero / para sostener mi vida”, como se recoge en la
cita inicial de Rafael Morales. La expresión calzarse está relacionada con
prepararse para las adversidades y afrontar los problemas (Cálzate), y atarse los cordones es un símbolo de aprender las
habilidades básicas para la vida.
A partir de los zapatos es fácil
conectarse a la metáfora del camino de la vida. Por otra parte da pie para
distinguir los caminos rurales, los bosques, con los urbanos, con el asfalto. E
incluso, dentro de un universo metafórico, la vía unitiva, la metáfora del
encuentro místico. Desde esta perspectiva Jesús Aparicio nos entrega una serie
de poemas: Viviendo, Mendigos felices, Milagro en el
tejado… y nos conecta con la sorpresa
y el asombro de lo natural con el Creador, los árboles, el bosque, los pájaros,
el universo natural que tanto abunda en su poesía.
La percepción de la naturaleza en la
poesía de Jesús Aparicio es contemplativa, apela claramente a la sensualidad (La renovada orquesta de los sentidos) y
le sirve como reflexión sobre el errar humano y como espejo donde mirar la
creación poética: “El aliento, si es nuestro, quiere precipitar la llama” (Desde el frío). La actitud de
contemplación conecta con la filosofía del rechazo a violencia y reivindicación
de la palabra y el diálogo (Convence,
Un hombre levantándose), así
como de la importancia del libro y la lectura (Un libro).
“Siempre que miro
frente a mí a ese muro
levantado de piedra
opaca y muda,
siento cómo me
invita su vacío
a crecerme y saltar
e inventar
su otro lado,
esa realidad que
espera llenarse
de un hombre ya
sin vendas” (Resurrección)
Entre ruinas tiene ecos de la Epístola moral a Fabio y no podemos de recordar a
Bécquer en “Cuánta nostalgia vence entre los dedos / al no encontrar la llave /
que hoy busco” (Centro con llaves),
como el arpa del salón en el ángulo oscuro. Se pone bajo el auspicio de Rilke al
reconocer que espíritus cumplen la función del daimon creador: “Son ciertos los fantasmas que nos guían / la mano
por el campo del papel / para dejar la vida” (Fantasmas) y cuando escribe que:
“Si no me suelta el ángel
me elevará a lo alto
en donde me encuentro
los cielos y la
tierra
que ayer me
precedieron” (El poeta contempla los
ángeles del Greco)
El paso del tiempo ocupa gran parte de los versos de este volumen (Plácido otoño, Un día en blanco, Si quisimos
la luna, Domingo, Cuando los girasoles, Las cuatro de la mañana, Tejas abajo…). El reloj (Un reloj
transmutado) o el tren (En tren de cercanías) abundan en la idea del paso del
tiempo. Una mirada atrás sin ira, procurando hallar la serenidad de quien
comprende y perdona. Muchas miradas a la infancia (Reconcíliate, El recuerdo de un cuento adolescente, En el desván). Lo natural supone para el
poeta una referencia al territorio de la infancia. “Reconcíliate ahora con el
niño que fuiste” (Reconcíliate). En
cierta forma, la reconciliación con uno mismo es uno de los temas del libro.
Reconciliación más que disculpa o excusa ante los errores cometidos: “No se
puede vivir / en el futuro que nunca llegó” (Objetivo al revés), porque es cierto que estamos encadenados unos a
otros (La rueda)
Jesús Aparicio es un gran poeta de pequeñas distancias, con especial
sensibilidad para los pequeños detalles (Pequeños
contratiempos) y se complace en la mística de las paradojas y muy zen en
las apreciaciones: “Bébete los fragmentos / del hombre hoy te llama” (Puzzle) sin renunciar al compromiso (Ébola). La reverencia a la palabra es
total: “¿No os bastan mis versos?” (En el
estrado), se pregunta. Al final concede que “una palabra llama a otra,
ninguna sobrevive sola” (Apuntes para
otra poética)
La segunda parte, Los secretos
del polen, se compone de una serie de poemas numerados, sin título,
precedidos de un Poema prólogo. El
punto de vista es como el de un haiku en su percepción de la naturaleza y del
tiempo, aunque no con su métrica: “El punto es ese círculo / –anillo fecundado–
/ que creciendo se adentra en el mar que nos viene”, “En estanque encendido /
esa hoja que bebió / el amor en su espejo / tuvo ya su crepúsculo” (VII).
Se entrelaza la contemplación de la naturaleza con la reflexión
estoica sobre la vida, y con la reflexión poética sobre la palabra. El paisaje
lo forman tanto los senderos del bosque como la senda de la palabra. En la
contemplación, nos confiesa que “si quieres ser paisaje / en los ojos del mundo
/ sabes que permanece / la flor en tu raíz / aunque el sol la marchite /…/ Todo
esto lo aceptas / solo esto te basta” (IX),
o que “Tu voluntad se alza / dejándose llevar / tras el vuelo infinito / de una
infantil cometa” (XIII), “Asciende a
la montaña, / acepta sin quejarse/ el roce de las piedras / sobre sus pies
cansados” (XVIII), para concluir que “Lo
que se nos ve nos calza / bosques, desiertos, mareas… / prófugos y arribados /
naturaleza somos.” (XV).
Mientras, a la vez, “Lo que se oye orienta / nuestra nueva canción /
los verbos del lenguaje / que es todo cuanto somos” (XV), “Madruga el poeta / atento a salvar / lo que el aire y el
tiempo / descomponen” (XXII). Porque “Tal
vez la poesía / sea tan solo eso, / dar nombres, bautizar, / a un sol
desconocido, / al cielo reflejado / en un charco de agua” (XVI). Jesús Aparicio tiene los pies sobre la tierra y sabe que el
hombre hunde sus raíces en el mundo de la vida en el que la palabra no es
esencial: “Carga un hombre la leña / sin escribir un verso. /…/ La vida por sí
misma / sin tambores ni historia” (XIX)
En estos poemas da paso a más reflexión trascendental: “Se proyecta
tu sombra / en la pared del cuarto / y aprendes de sus gestos / a construir
futuro” (XX). Su mirada está lejos de
cualquier orgullo o pretensión: “No eres nadie. Un soplo / que no mueve cenizas
/…/ Seguro ya, sin nada, que puedes dejarte ir / por el sendero estrecho /
hasta alcanzarlo todo” (XXIII). No renuncia a encontrar sentido a la realidad,
que describe fragmentada y puntual, aspira a encontrar su secreto, que es más
como la Ítaca de Kavafis, un horizonte que mueve al viajar más que la certeza
de un destino.
“Le dices que si
quiere escribir
de lo que llega y
queda, de lo que queda y pasa,
de lo que nace y
vive haciéndose otra cosa,
de lo que muere
sobreviviendo iluminado
al deshacerse eterno
en lo más nuevo,
que si quiere
escribir de ese otro mundo
que es el alma
interior que nos gobierna,
debe adentrarse
hambriento en su hormiguero
y horadar en lo
oscuro para amar
la claridad que
viene sin pensarla,
debe quedarse en su
rincón soñado
y escuchar a la
piedra para amar
la música que en el
silencio llama,
debe elevarse desde
la alta cima
y el corazón abrir
al aire amando
cuanta belleza el
cielo nos regala.
Y que se esconda
y vaya hacia lo hondo.” (Hacia lo hondo)