Pedro Luis Menéndez tiene publicados los poemarios: Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983) hasta La vida menguante (2019), Ciudad varada (2020); relatos cortos: Postales desde el balcón (2018). Tiene una sección de poesía y cuentos en el programa La buena tarde de la Radio del Principado de Asturias. Este volumen recoge con cinco poemas de larga extensión: el Canto de 1973, el Segundo Canto de 1984, Canto tercero (1989), Sarajevo (1994 y 1999) y Ciudad varada (2018).
El primero es el Canto de los sacerdotes de Noega: “Transido por la lluvia / así enredado / es el oro mortal de los amantes, / incienso y perfumes, escaleras / que van a dar al mar, eras / un hombre, / una cúpula sola entre guarismos, / tu corazón bebiose / los tragos de la angustia /…/ eres / un hombre solo mas un hombre, / encendido, la noche te descubre”. Ambientes muy cercanos a la poesía novísima que se dio en llamar, despectivamente, de los venecianos. Pedro Luis Menéndez conjuga con sobriedad las referencias cultistas con el ambiente urbano en el Segundo canto de la ciudad: “junto al jardín de los tigres no besaré / a Teseo ni cantaré / del pámpano su alegría de abril”.
Quizás tiene un aire más elegíaco el Canto tercero: La conciencia del fuego es toda la tristeza /…/ y nada se transforma / al ritmo cansino de esta nostalgia nuestra”; “La conciencia del fuego es toda la tristeza / pero nosotros somos el silencio,/ la palabra / que oculta un insomnio de mares”. Sobre todo en ese largo poema de Canto de los niños de Sarajevo, donde se combina esa maestría lírica con la denuncia de los horrores de la guerra y la civilización actual: “Hoy trece de octubre de este año azul / en Sarajevo ha muerto un niño. / Podría ser el hijo que no tengo / o esa niña que mira y no entiende / y toma nota cuando explico a Manrique /…/ que podría ser aquel al que nadie / escucha, al que todos ponemos los suspensos / y su padre le atiza cuando llegan las notas /…/ o esa niña que espera en la Casa de Campo / a que un hombre cualquiera se detenga / ante ella, la mire con lascivia, la sopese, / la huela y le diga que cuánto por un francés / sin goma, y ella duda y se piensa / que mil duros son muchos por un riesgo / pequeño y se sube con miedo / y se pierde en la noche /…/ ¿Por qué no mueren nunca los generales?”.
Ciudad varada es un canto al paisaje de la ciudad como el ecosistema donde sobreviven multitudes de personajes individuales: “Esta es una ciudad como tantas / que creció hasta que no pudo más / y se quedó varada junto a cualquier orilla, / sin ambición de ser ninguna otra cosa /…/ Alrededor, las almas de los muertos / y los vivos, fundidos, se reparten / por las mesas del local / El hombre de la barba gris se sienta / al fondo, pensando cómo ocultar / a su mujer lo que debe ocultarle, / aunque cada vez le importa menos, / o mejor, casi nada /…/ La hija de la mujer del escote / solloza en l amargura que no quiso, / como hacen aquellos que no tienen / más distancia que esta que la lleva a la nada /…/ No todos lo harán, algunos quedarán en el camino”. Son poemas larguísimos, descriptivos, narrativos de historias cruzadas, donde la tristeza, la desesperación y la voluntad de sobrevivir se van imponiendo a las circunstancias grises y trágicas.
Donde sea que vayas más que un largo poema, son piezas que retoman versos y los reinterpretan, como las variaciones musicales. Se comenzaron a escribir en 2021-2022 y se actualiza con la Guerra de Ucrania. El tono es mucho más intimista: “Y nadie en el después podrá salvarnos / de todo cuanto fuimos”; “¿A qué llorar si no quedan respuestas, / a qué fingir si no tenemos tiempo?”. Continúa Pedro Luis Menéndez el cuestionamiento de la poesía y la escritura, la necesidad de plasmar en palabras, “Sentarse y escribir, tarea frágil / que cincela silencio, devoción / que se deja perder / y que hoy regresan / sin pedir más licencia que abrasarte”.
La mirada se dirige hacia afuera, “Era esto la vida, dice el ángel, / una deuda arrugada, un papel / que grita desde un balcón / y mira / hacia la tierra / mientras tiembla en su miedo”; “Mientras su nombre / viajaba hasta el ahora / guardado en el bolsillo, / cansado y viejo de huir / como los perros que huyen / de los golpes, maltrechos y rotos”; “Porque el ángel no sabe / que has cerrado el cajón de la nostalgia / pillándote los dedos /…/ En el fondo de todo lo que escucho / del presente no viste sino sueños”. Se describen momentos tristes, casi de destrucción: “Todo es silencio ahora / cuando la noche avanza”; “Nada permanece y sin embargo / las cenizas del odio y del amor / confluyen en la noche”. El sufrimiento se percibe en cada pieza: “Los caballos de la noche son espuma / a punto de quebrarse”; “Alguien que sufre / empuja una sirena / a través de la noche”.
Son momentos de claro lirismo y de rabia: “Después de todo, ha llegado el invierno / sin otro interés / que el de seguir el curso de las cosas / e ir entreteniendo los espacios vacíos / como quien lleva un informe innecesario / para alguna gestión que nos obliga / a maldecir”; “No quedan ceremonias, / no hay épica que salve de la muerte”. Quizás ese sea el acierto, el manejar la denuncia obviando la épica y centrándose en un tono intenso, de mirada agria y verso claro: “Lo perdido es un bosque que atraviesa / aquella luna niña, el desamparo / de un viajero hacia el alba, / el tictac de un reloj, la duermevela / de un eco sin retorno”.
Terminamos con los desgarrados versos que culminan este canto:
“¿Dónde te espera la muerte, en los tirabuzones
o en las sombras? ¿En el sueño
pausado de noviembre o en el terrible
junio que ataca como ataca
los miedos más profundos,
sin defensa posible?”