domingo, 26 de noviembre de 2017

Extraños compañeros de viaje



Decía Winston Churchill que la política hace extraños compañeros de cama. Y es cierto, es habitual que la acción política se base menos en la coherencia ideológica que en la máxima de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. De eso se quejaban los dirigentes del PSOE en los tiempos de la pinza entre IU y PP. Alianzas estratégicas en las que se instrumentalizan las posiciones. Si entre las ideologías, por ejemplo, se distinguen entre nacionalistas y no nacionalistas, por un lado, y entre izquierdas y derechas por otro, se produce una enorme confusión cuando en el juego de apoyos de mezclan ambas fracturas. Así podemos ver que partidos de izquierda se alían con la derecha más rancia unidos por la defensa del nacionalismo. Y esto vale tanto para los que son nacionalistas españoles como catalanes o vascos. De manera análoga, PNV y PP pueden saltarse las suspicacias independentistas que tanto juego dieron en la crítica a Zapatero, para alcanzar una estabilidad en las políticas de derechas.    Creo que de estos casos estamos escarmentados.

            Intento, con poco éxito a veces, darles un sentido a estas prácticas más allá del puro maquiavelismo y del cinismo estratégico cicatero, porque no solo se dan en los parlamentos y las urnas. Esta especie de hipocresía política alcanza más asuntos que los puramente electorales. Por ejemplo, recuerdo cómo en una de las numerosas ocasiones en las que Turquía solicitaba integrarse en la Unión Europea, se le contestaba desde la derecha, concretamente Aznar, que Europa no es un club cristiano, sino un club laico y así, rechazar la propuesta. Y, a la vez, en el parlamento europeo el grupo popular pugnaba duramente por incluir los orígenes cristianos de Europa en la non-nata Constitución Europea.

            Bajando un poco a ras del llamado hombre de a pie, podemos encontrar este tipo de incoherencias. Escuchamos furibundos ataques a la costumbre islámica del hiyab, o velo, que llevan las musulmanas en defensa de los derechos de la mujer de boca de reconocidos antifeministas, de severos machistas. No tienen ningún problema en alabar la labor de las monjitas en los hospitales o sus santas manos en los dulces, aunque siempre vayan tocadas, cubiertas con un atuendo similar al velo. No estoy hablando del burka, que poco tiene que ver con el islam y sí con la bárbara costumbre de anular a la mujer con la excusa de protegerla. Lo llamativo es que en la lucha contra el hiyab y el burka coinciden los sectores más conservadores y xenófobos con los más progresistas y feministas. Por un lado y por otro se critica que la mujer no es libre de elegir ir tapada o no. Lo que, por otra parte, asume el hecho de que la mujer musulmana que se cubre la cabeza necesita una tutela porque no es capaz de decidir por sí misma. Evidentemente que habrá muchísimos casos en los que sea la presión social la que imponga el uso de esta prenda, pero, igual que las monjas deciden libremente consagrarse al matrimonio con el Altísimo, llevar anillo de casada y vestir con hábitos, debemos considerar la posibilidad de que alguna mujer quiera llevar libremente el pañuelo en la cabeza por motivos culturales, como seña de identidad o como reivindicación social o religiosa.

            En el otro extremo, pero siempre tutelando la vestimenta de las mujeres, tenemos la extraña alianza del feminismo con la mojigatería. Las críticas a los escotes, las minifaldas, los bikinis, las actitudes provocativas, enseñar los pechos en una discoteca, el perreo… son símbolos de la opresión machista, de la utilización y mercantilización del cuerpo de la mujer por parte de la sociedad patriarcal. Sin embargo, desde otro punto de vista, la reivindicación del propio cuerpo y de la propia sexualidad han marcado un objetivo claro de las posiciones feministas. El derecho al goce, el rechazo al control externo del cuerpo femenino, la reivindicación del amor libre y el rechazo al papel pasivo de la mujer en las relaciones son tradicionales metas en la liberación de la mujer del patriarcado.

            Las críticas hacia las actitudes libertinas de las mujeres son un tópico popular, son ellas las que van provocando, y para demostrar ser una verdadera señorita o una señora hay que ser recatadas, huir de cualquier signo de sexualidad en las conductas o en el vestir. ¡Es una vergüenza! Suelen decir, criticando cualquier atisbo de promiscuidad femenina. Para este sector de la población, cualquier disfrute del cuerpo es signo de pecado, de perversión y de caos social. Niegan que el cuerpo de la mujer deba ser regido por la propia mujer, aceptan cierta tendencia masculina hacia el sexo, pero contraponen la continencia para lo carnal en todas sus ramificaciones (comida, sexo…). Y es muy significativo que coincidan con colectivos feministas en muchas ocasiones.

            El caso del reguetón es también muy ilustrativo de lo que decíamos al principio, porque se mezclan los prejuicios xenófobos y contra la pobreza con los gritos asustados del sexo más o menos explícito y dominador. El caballo de batalla biempensante son las letras tremendamente machistas de gran parte de las canciones del estilo, a las que hay que sumar la tipología de los videoclips con los que se ilustran los temas. Es un modelo heredado del rap, en el que se mostraba el macho triunfante, lleno de joyas, cochazos y mujeres con poca ropa deseosas de tener sexo con el protagonista. Y es cierto que bastantes de las canciones incidan en el papel subordinado de la mujer hacia el varón y que cosifican a las mujeres como objetos sexuales. Pero también es cierto que otros estilos tradicionales no quedan tampoco indemnes de un análisis semejante: la copla refleja, a menudo, un modelo muy patriarcal lleno de celos y crímenes pasionales; Laura Viñuela ha criticado al mismo Joaquín Sabina por mantener en el imaginario la maldad de las mujeres, culpables de todos los padecimientos del cantante. Es realmente difícil encontrar canciones de amor en las que se aprecien relaciones de igualdad entre los amantes, la mayoría oscila entre la propiedad y la dependencia y la instrumentalización del otro. Habría que preguntarse, como lo hizo Victor Lenore, si el rechazo al reguetón está más relacionado con ser un estilo de clases subalternas, de minorías étnicas, de países del tercer mundo –como en su momento, la rumba gitana–, a las que en los manuales psiquiátricos del siglo XIX calificaban de más proclives al sexo por estar más cerca de la naturaleza y la animalidad.

            Es, desde luego, un debate abierto en que habría que replantearse muchas decisiones y actitudes. En especial cuando se convierten en un lugar común y las aceptamos casi como dogmas. Podríamos ir reivindicando, con Foucault, el cuerpo y los placeres o recuperar el viejo lema de “ni putas ni sumisas”, ni aceptando el tradicional rol de esposa y madre, ni objetos para el placer sexual y de dominación del varón. Ni María ni Magdalena. Mirar a nuestros compañeros de viaje nos debe hacer reflexionar si de tanto escorar hacia una dirección acabamos dándole la razón a la opuesta.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Reseña de Mercedes Gómez Blesa: “Los nuevos bárbaros”. Huerga & Fierro editores. 2007


Este pequeño pero intenso volumen es el primer libro de poesía de la autora. Mercedes Gómez Blesa es filósofa, especialista en María Zambrano y reivindicadora del papel de las intelectuales durante la República. Los nuevos bárbaros es, por ahora, su única incursión en la poesía pese a que, entre sus intereses filosóficos, está las relaciones entre filosofía y creación poética, de lo que estos versos son un ejemplo muy interesante. Los cambios propios de este principio de siglo que han dado una sensación de desconcierto, inseguridad, miedo y la creación de nuevos dioses. La situación general parece afectar también a la esfera íntima y privada. La voz del poeta es la de un profeta que no promete nada, que sirve como análisis filosófico de esta sociedad de consumo material y de ideologías, de culto al cuerpo y de perplejidad.

            Los nuevos bárbaros se compone de cinco largos poemas que focalizan su atención en diferentes aspectos de este mundo loco.

            Comienza, ¿cómo no?, con una cita de Nietzsche: “hay mucha sabiduría en el hecho de que exista mucha mierda en el mundo”. De esta forma se marca un cierto mood para todo el poemario, el poeta, profeta que clama en el desierto. Dios y el hombre enfrentados porque el hombre se ha encargado de fabricar su propio infierno, usurpando una de las prerrogativas divinas. La autora, como Nietzsche, reniega de la compasión y pasa al análisis crítico de la realidad actual.

            “¿a seguir engañando, como mis antecesores,
            yo, que me sé la última de una estirpe ya imposible,
            pues para qué profetas en tiempos de penumbra?” (I)

            De Nietzsche también viene la muerte de Dios y el desencantamiento del mundo:

            “Ya no podemos blasfemar en nombre de dios,
            pues Yaveh firmó definitivamente el finiquito” (I)

            Pero, ¿qué remedio queda? ¿dejar al Hombre abandonado y hacer oídos sordos? El poeta / profeta

            “No he venido a él a hacer regalos
            ni a prometer un Übermensch.
            (...)
            Yo no creo en los ídolos antiguos
            ni tampoco en los nuevos que opositan
            a la plaza que Dios dejó vacante
            (…)
            Quizás sea ese mi único cometido:
            anunciar los modernos tenderetes
            de la salvación, los nuevos templos” (I)

            Esa será la misión del nuevo poeta / profeta / filósofo.

            En el segundo poema se analiza, como diría Canneti, la masa y el poder:

            “No son ideas lo que aúllan estos adolescentes,
            son conjuros de su desilusión y de su rabia,
            exorcismos de su nostalgia y resentimiento,
            pues intuyen la falsa promesa final
            y urgen la forja de otro paraíso,
            un paraíso menor, de contorno humano” (II)

            El fin de los grandes relatos y las utopías que quedan reducidas a la búsqueda de cierto confort. Una desilusión ante las utopías y los ismos que marcaron el siglo XX… poca esperanza queda:

            “Pero con la ceniza d ellos viejos ídolos
            los hombres modelan otros nuevos” (II)

            En el tercero, “estos hombres, eternos adolescentes, los nuevos bárbaros” (III) abandonan la vida de arrojo y valentía, dejando atrás el ideal de la filosofía antigua que servía de modelo de conducta buscando la virtud y el coraje.

            Para el siguiente poema, Mercedes Gómez Blesa, presta su atención al sufrimiento religioso como intimidad con el cuerpo, una lírica que emparenta en forma con la tradicionalmente religiosa, pero a la que dota de un nuevo contenido, de crítica y análisis. La nueva religión a la que se refiere es el culto al cuerpo que consiste en mortificarlo y torturarlo:

            “Un cuerpo divino sin Dios
            un cuerpo glorioso sin gloria y sin gracia
            (…)
            ¿por qué, entonces, el ayuno,
            esta perpetua cuaresma” (IV)

            Se pregunta este profeta, lamentándose de estos “nuevos santos anoréxicos” (IV).

            En el último poema se reflexiona sobre los nuevos miedos, esa extraña perspectiva del dasein, dese ser para la muerte esperando el Apocalipsis viendo el telediario:

            “¿Es el miedo nuestra heroína
            o hemos hecho del pánico nuestra anestesia?” (V)

            He aquí la cuestión del manejo del miedo y del uso político de éste.

            “¿No somos, en el fondo
            como esos pasajeros de aeropuerto
            que se aúpan a una larga cinta transportadora
            y andan sin andar, sin hacer camino,
            desmintiendo sus pasos?” (V)

            Y, a pesar del dolor y la derrota, hay que amar la vida. El rico lenguaje poético se pone al servicio de la claridad intuitiva de la reflexión. Las metáforas, las sinestesias y el cuidado léxico van dirigidos a conmover los sentidos, la piel y la razón. Es la de Mercedes Gómez Blesa una poesía original en el panorama poético, donde está primando el yo descarnado, la subjetividad que se muestra o que escapa bucólica, la creación de un yo poético como paisaje desolado, o la percepción del paisaje natural como un decorado donde contemplar la realidad verdadera. Tampoco sigue la estela de los poetas comprometidos, con afilados versos de denuncia política y social, tan necesarios por otra parte. La autora propone una vía filosófica de reflexión sobre la modernidad del miedo líquido, de las amenazas del mundo, de la muerte de dios y el consumismo donde somos los hombres el propio infierno de los hombres. Lo trágico es que diez años después siga estando vigente.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Ligas menores


No se puede negar cierta voluntad de gloria en los escritores, cierta necesidad de reconocimiento, de valoración que nos hace, consciente o inconscientemente, clasificarlos en categorías. Hay poetas mayores y poetas menores. No se trata solo de la calidad de los poemas, sino de la difusión y la fama, la repercusión que se advierte en publicar con determinadas editoriales que gozan de una difusión mayor –es muy optimista hablar de difusión masiva en el terreno de la poesía. Gran parte del resentimiento hacia la llamada nueva poesía, la auspiciada por Frida (ahora Mueve tu lengua) parece originarse en la sana envidia de conseguir un éxito mayor.

            La obsesión por el canon nutre también las discusiones entre crítica y autores. El prestigio de algunas antologías, como aquellos Nueve novísimos poetas españoles, de Castellet, o, en menor escala Las voces y los ecos, de García Martín, se cimenta en la repercusión que luego han tenido par a formar parte de los temarios académicos. Harold Bloom se divierte cada cierto tiempo provocando las iras de los más conservadores y las camarillas eliminando o proponiendo poetas para un canon occidental. Aparte de lo azaroso del éxito que pueden tener estas propuestas, a menudo se trata de un proceso de feedback, un pequeño empuje a través de la inclusión en una antología, que cobra valor con el tiempo porque sus antologados se convierten en grandes nombres de la literatura.

            Hay, indudablemente, un sesgo geográfico en el relativo éxito de unos autores frente a otros, en las grandes capitales se pueden convocar muchos más eventos, están radicadas más editoriales, tienen más público potencial que en las provincias. Aun así, no se puede negar que, de vez en cuando, aparecen oasis que se forman alrededor de figuras dinamizadoras muy importantes. Es el caso de la Granada de Juan Carlos Rodríguez, García Montero y Javier Egea, el Oviedo alrededor de la tertulia del Oliver y José Luis García Martín… Y podríamos seguir enumerando muchísimos agitadores con el riesgo de olvidar a muchísimos que están haciendo una ingente y preciosa labor… Son redes que se van creando y van entretejiendo en el territorio nacional demasiado a menudo con la forma de guerra de guerrillas y, tristemente, enfrentados entre sí.

            Muchos nos preguntamos por esos poetas de segunda división, por los que nunca alcanzan los grandes premios. El dinero disponible es escaso, siempre es escaso, y tenemos que priorizar las compras. Y eso que dicen que los poetas no leen poesía y menos aún compran libros de poesía. Es una ironía tópica referirse a las bibliotecas de los autores nutridas mayoritariamente de intercambios de libros y reseñas. Por eso cabe preguntarse si merece la pena gastar los ahorros en un libro de apenas 90 páginas de un autor al que hemos conocido, en persona o a través de las redes, que nos parece muy majo, pero que, mucho nos tememos, no llegará al Olimpo de la posteridad. Un poeta menor, decimos. Y efectivamente, comprobamos que entre sus páginas no se alcanza la mística de Rilke o Baudelaire, que más que asimilar, se ha atragantado con las especias de Bukowski, que de Iribarren sólo se ha quedado la manía de los versos de pocas sílabas. Sin embargo….

            No tengo muy claro que la poesía sea ese algo tan elevado, que, en cada poema, como alardean algunos, tenga que estar contenido lo sublime. Como si todas las composiciones musicales tuvieran que emular a la Quinta Sinfonía. La belleza es mucho más que eso.

            En mis tiempos de juventud me aficioné a escuchar a grupos de música más o menos independientes, tras un periodo en el que pasé de Aute a Mecano, me redimí escuchando los discos, comprados con apuros en Discoplay y las cintas que grabábamos en casa de un amigo, que tenía un equipo espléndido. Así conocí a Violent Femmes, Tom Waits, The Velvet Underground y R.E.M. Como cualquier adolescente forjé mi gusto a través de fobias y fanatismos. No soportaba la tiranía de Dire Straits, entre otras cosas, porque el disco doble en directo Alchemy sonaba en todos los bares, detestaba a los Simply Minds (aunque Danza Invisible pre-Sabor de amor, me gustaban muchísimo), toleraba a The Cure en algunas canciones… Muchos de las fobias me siguen durando, como esa que me hace no comprender a Supertramp ni a Queen y sigo teniendo reparos con U2. También se me ha quedado la afición a grupos menos conocidos, como Ex-Crocodiles o Las Ruedas, The Smithereens, que se han ido perdiendo con el tiempo. Quizás fuera algo de snobismo, pero nunca he intentado ir de exclusivo, disfruté muchísimo con el éxito masivo del Losing my religion de R.E.M. Por fin podía escuchar mi música en cualquier parte.

            De estos grupos menores siempre me acuerdo de The Johnsons, un fugaz grupo americano, que en 1986 sacó un lp titulado Break Tomorow's Day. Ni siquiera puedo dar más información. Sólo aparece una foto, sin créditos ni crítica en la biblia de Allmusic. No se ha reeditado en cd. Sin embargo vuelvo a él sin nostalgia, porque me encantan sus canciones, las tarareo y aparecen en mis playlists: Burning Desire, Hard to find, Sylvia Plath, Breakfast in the air... Hay muchísimos otros grupos semidesconocidos, olvidados, sin éxito que nos ofrecen más felicidad que los nombres oficiales. Y no me refiero al mainstream, a la música comercial que llena estadios, me refiero a los grandes nombres oficiales, que nos dejan fríos a veces. Siempre seguiré emocionándome con el Sticky Fingers de los Stones o A day in life de los Beatles porque los grandes son grandes.

            Hay casos en los que estos grupos injustamente no tuvieron un éxito masivo y está uno deseando que metan sus canciones en una película de adolescentes o en la última de Tarantino (que vienen a ser los equivalentes a las antologías literarias). En otros casos quizás no sean memorables sus canciones, y comprendemos que el éxito les evitara, no nos acordamos de la melodía ni de la carátula de los discos, pero los ponemos una tarde y nos invade la felicidad. Ya me gustaría poder escribir poemas y conseguir lo que transmiten South San Grabriel aunque parece que siempre hacen la misma canción. Como decía, aunque para otro contexto, Elvis Costello: “indoor fireworks can still burn your fingers”. Las ligas menores pueden llenar mejor tu corazón.