miércoles, 30 de enero de 2019

Reseña de José Antonio Verdasco: ‘Siempre es ahora cuando te pienso’. Ediciones Ondina. 2018


Primer poemario del extremeño José Antonio Verdasco, bajo la admonición de Miguel Hernández.  Un libro intensamente doliente, autorreflexivo, con guiños filosóficos tanto a Machado (“Hoy es siempre todavía”) como a Heidegger (“Ser y tiempo”). Subyace sobre la temática el paso del tiempo (“Prefiero el instante”, XX; “sigo acodado en la esquina de / un pasado que no termina”, XXIII), que trascurre en el azar, la añoranza, el remordimiento y la incertidumbre sobre qué nos deparará el futuro: “Mientras nos aferramos / al inútil ejercicio / de domar el fantasma de lo que vendrá “(II).
                José Antonio Verdasco hace gala de un contenido barroquismo en la expresión en unos poemas de estructura aparentemente sencilla, a veces apenas en una oración. Un ejercicio de concisión conceptual en el que explora los matices en los hábitos, las sensaciones y los acontecimientos. La búsqueda de la palabra precisa, del sintagma adecuado es quizás uno de los rasgos más reseñables de la obra. Tiene afición José Antonio Verdasco a una versificación particular y personalísima. Muchos de los poemas podrían funcionar perfectamente como aforismos: “Sólo los ojos que / han observado abismos / conocen la esencia / de lo verdadero” (XVIII), “Grita la obscena liturgia / de la indiferencia / en la pupila del / maniquí” (XXVII); “Llorando frente a las ruinas / de lo que fuimos” (XL); “La eternidad es una falacia / salvo cuando me abrazas” (XLVII); “Yacen los escombros de los días pretéritos / en el panteón eterno del fue” (XLVI); “Qué disparate elucubra sobre / mi destino en el abismo” (XLVIII); “La soledad es un veneno que no mata / pero oxida” (LI).
                El núcleo temático se articula en cuanto a la figura del yo. Un yo en perpetuo conflicto (“Obstinada herida / sentirme / mi peor enemigo”, IX) y sobre la que circula el tiempo sin sentir sus ataduras, en un desarraigo existencial (“Tengo vocación de / exiliado del presente, / de fantasma arrastrando / las cadenas de lo vivido. / De reo del yo / extinguido en el hábito / del tiempo”, VI) contra el que se lucha (“Forjar sobre el agua / mi mañana”, VIII) y en la necesidad de un refugio ante la intemperie “En el caos habita / mi orden, / ecosistema de raíces / inescrutables. / Patria donde me / refugio de lo / cotidiano” (XXI).
                La vinculación del poeta con el tiempo anuda las relaciones que se intuyen a través de los poemas, bien por sus secuelas, bien por sus anhelos: “Sombras, solo sombras / donde dejamos el intento / de la vida” (XII); “Desangrándome, delirando / busco con frenesí / los abrasados días / del paraíso extinguido” (XIII). 
                El apasionamiento de los poemas admite una variedad de matices, y se señalan sentimientos negativos de desgana, de angustia (“Desolado, lloré / al idilio crucificado / por tu olvido”, XI), de ausencias. Son precisamente las heridas el recordatorio perpetuo de haber vivido y la advertencia del sufrimiento futuro: “Me redimo en un pacto / en una tregua efímera / del que teme lo sufrido” (XIV). Verdasco tiene una sensibilidad muy barroca, que se maneja bien entre espejismos y desengaños, entre fantasmas, en la que el peso del pasado anuncia pocas esperanzas para el futuro: “Negros presagios / vuelan en las alas / del cuervo” (XVI). La utilización de imágenes como soporte del pensamiento más certero que la propia razón es otra de las características de este poemario.
                Sospechamos el sentimiento amoroso tras los versos, un amor apasionado, quizás visto en la distancia: “Desato la jauría de la / tristeza, / en los amaneceres fríos de mi cama”, XIX); “La piel de tu olvido / se viste de soledad” (XXVI). Se recrea el amor intensamente carnal: “Entre tus labios y los míos, / fustiga con su húmedo látigo, / el diluvio universal de lo que fuimos” (XXXIII) y el sufrimiento del amor que se termina: “Recordar por donde anduve / os resucita el espectro del / yo doliente, animal inconsolable / de la duda errante” (XXXI). Quizás sea este amor doliente quien otorga personalidad a estos versos descarnados: “Deambulando entre los escombros de mi paraíso, / siento el golpe certero / de lo perdido” (LVI)). La figura del artista atormentado y del desasosiego vital lo emparenta con Pessoa y el romanticismo (“Se suicida la aurora”, XXXVI), y también con el Borges que alababa al poeta menor: “Morir es volver al olvido” (LII).
                                                 “Cuando paseo por lo que fui
                                                aún sangro” (LXI)
                Un debut poético cargado de sentimiento que se abre al tiempo que reflexiona sobre la tragedia y la eternidad desde la valentía de quien se defiende con las armas de los versos.


lunes, 28 de enero de 2019

Este Estado no es un hogar


Margaret Thatcher negó la existencia de la sociedad, sólo existían empresas y familias. Floyd Allport negaba incluso la existencia del grupo social. Y, paralelamente tendemos a imaginar que el funcionamiento del Estado es similar al de una familia. No se puede gastar más de lo que se tiene, dicen. No existe dinero público, sólo dinero de los impuestos o endeudando a empresas y familias. Aunque mi formación económica no es excesiva, mucho me temo que no son comparables. En absoluto. Es la típica falacia de quien tiene sus puestas miras en un interés muy concreto.
                Para empezar en cuanto a las dimensiones. La movilización de recursos de un Estado es inmensamente mayor que el que cualquier familia pueda soñar. Si bien es cierto que hay corporaciones que manejan un presupuesto superior al de continentes enteros, la mayoría de los estados tienen un margen de maniobra que no tienen las familias.
                Otra diferencia es la capacidad reguladora. No significa que sea buena idea, pero el recurso a la devaluación monetaria aumentando la cantidad de moneda disponible no lo puede utilizar ninguna familia. Tienen los Estados el monopolio de acuñación de moneda y tienen también la opción de variar las normas de juego, lo permitido o no permitido, el coeficiente de caja, operaciones permitidas, el control de importaciones y exportaciones.
                La creación de dinero es una actividad mucho más compleja que simplemente utilizar la Fábrica de Moneda y Timbre. Se puede crear a través del crédito, como cuando usamos una tarjeta, con la que, durante un mes, hacemos uso de un disponible extra, que luego deberemos reintegrar, aunque luego lo volvamos a solicitar y así indefinidamente. Los bancos pueden también duplicar el dinero mediante asientos contables. Cada euro que se ingresa en mi cuenta está sólo virtualmente, como en la mecánica cuántica, sólo está ahí cuando lo reintegro en el cajero. Mientras, puede servir para compras, inversiones o nuevos créditos. Así que no es verdad que el Estado no pueda crear dinero, puede y lo hace. Lo presta a los bancos, lo cobra con intereses, lo invierte en infraestructuras y usa el dinero destinado a mi pensión para pagar las correspondientes a los jubilados en la actualidad.
                Tampoco es cierto que los Estados sólo tengan recursos provenientes del ahorro de las familias y las empresas. Los Estados obtienen inputs de las loterías sin ir más lejos. Pero también de los servicios públicos. No porque deban cobrar por las gestiones –que podría ser una manera de valorar el trabajo del funcionario–, sino porque la gestión de aeropuertos, transportes, correos, etc… por muy deficitaria que resulte, siempre implican ganancia.
                Y eso sin contar que la solidaridad de una sociedad se organiza a partir de las contribuciones de sus miembros, concretamente de aquellos que tienen más de lo imprescindible, para colaborar con los que ni siquiera alcancen lo imprescindible. Y, a partir de ahí, nivelando las desigualdades. También es imprescindible colaborar en las actividades que necesitamos entre todos, como la defensa o las infraestructuras. No dejo de preguntarme por qué los que más se pueden beneficiar de una educación gratuita o una sanidad universal se quejen de los impuestos.
                Es significativo que los que más tienen que pagar consigan pagar menos a través de los asesores fiscales y que convenzan a los beneficiarios de esos impuestos de que hay que eliminar las contribuciones. La figura del sheriff de Nothingham extorsionando a las viudas es la que tenemos de los inspectores de Hacienda.
                El Estado puede regular la economía, puede también servir como prestador de servicios, y no sólo como consumidor de recursos. Eso sí, siempre que las políticas neoliberales, como las que abanderaba Thatcher, no vacíen de contenido la función de la Administración. Si el Estado no se encarga de las pensiones, la sanidad, la educación ni de cualquier otra actividad que no pueda ser susceptible de convertirla en un negocio, y el Estado renuncia a su capacidad de intervención y regulación de los mercados, entonces por supuesto que será simplemente un saco sin fondo preocupado simplemente en mantenerse sobredimensionado. Las empresas sólo lo mantendrán en la medida que pueda servir a sus intereses, creando infraestructuras y condiciones para el beneficio privado. Eso si deciden permanecer en la legalidad. Si la bordeamos, entonces el Estado es una fuente inacabable de exacción de recursos por medio de privatizaciones pactadas, de negocios a partir de información privilegiada, de regulación influida por los lobbies.
                Sé que mi argumentación es menos académica que vital, varias asignaturas de economía en una carrera no te dan la sabiduría. Pero tampoco la tienen el resto de economistas, que siempre van a la gresca entre keynesianos, monetaristas o marxistas, ortodoxos y heterodoxos. No sé por qué las personas de a pie nos debemos creer a pies juntillas soflamas que redundan en nuestro propio perjuicio.