Beatriz Pérez Sánchez, licenciada
en Pedagogía y Educación social e integrante del grupo poético Laie, interesada
en la relación entre la poesía y la danza, aborda en este poemario una cuestión
esencial, que ahonda más tras los recomendables De perfiles, vértices, plantas, cuerpos, árboles y escenarios (La
Náusea, 2016), Numb, la espera sostenida
(La Náusea, 2016), De Violetas, mares,
cielos, laberintos y cartas and a selection of poems in English (La Náusea,
2017) y la preciosa plaquette Empty, ojos
cerrados (2018). Como bien señala en el prólogo Marisol Sánchez Gómez, siguiendo
la teoría de Adrienne Rich, los cuidados y la maternidad pueden ser
extremadamente opresores. En este caso una hija y madre cuidadora. El gozne de
la memoria abre hacia los recuerdos sobre la maternidad y hacia una madre que
va perdiendo la memoria. Así se muestran la complejidad de esos vínculos y los
cuidados. La voz se alza en contra la obligación de asumirse como paciente en
todos los sentidos.
Desde tu corazón umbilical juega con la
ambigüedad semántica de la segunda persona en la que no sabemos a qué
interlocutor interpela y que puede entenderse como un diálogo real o con una
misma. Puede ser el cordón umbilical que todavía le une a su madre o el que,
figuradamente también une a su hijo: “Desaparezcas más rápido que invisible. /
Puedes provocar el invierno, / el frío o la brisa, / pero generas un
nacimiento. / Un viaje hacia el lugar en el que las hojas caen / y el árbol
sostiene los días /…/ No te mueras tan pronto, / te voy a respirar”; “Y tú mi
niño tibio: / cada día es único y prescindible”.
Una seña de
identidad de ese cordón es el sufrimiento ineludible y perpetuo: “Algunas
noches / era tu dolor amargo / para mi noche sin símbolo”; “Encerrarte se
decidió sin ti. / Debía ser así para el engranaje / para ser devorada por la
máquina”. Un dolor en el que no se debe ahondar: “En tu relato maquillado /
hacerte ver que no entendías / era tu contradicción”; “Tu silencio era un
arrastre de salvación”. Para contrarrestarlo, la salvación de la literatura
aparece y no será la única vez: “Construí una librería para poder sobrevivir. /
Ella es mi cómplice. // El encierro en casa es como una olla de alaridos”.
La segunda
sección, Desde el otro lado del vínculo,
tiene un mood algo más reflexivo: “Giras
para permanecer / para nombrar una mirada que intimide / para llegar / para
llegar con la furia de tu cuerpo / para que nadie jamás cuestione el sudor, /
tus días ilimitados / y el deseo irresponsable”; “No estás hecha de material
tangible. / Y se desconoce / cuando habitas aquel poema sobre las nebulosas”.
Se conjuga el sentimiento con el análisis de una situación que arrastra con
fuerza, la de las costumbres y la del afecto: “Cuando la histeria es la
condición / no es la soledad la que afina la creencia / de que fundirse es el
lado más fácil”; “Hay realidades que se aspiran: / soñar que la nevera se llena
sola / despertar tu tez dentro de un vínculo / o saber que ser madre no se sabe
hasta que no se es”.
La desolación
es el resultado de este lado del vínculo, el vaciamiento: “Ya todo está vacío,
ya puedo esperar”; “¿De qué sirve llorar? / ¿Quién está detrás de la pantomima?
/…/ Y tus ojos se envenenan de culpa / al negror del celo”. Y es la memoria
quien aporta la continuidad y parte de la cordura: “Observas // pensaste en la
esfera de lo posible, / en aquellos días blancos / en la luz que genera el
ápice de dolor / entre el pulso y la calma // Y observas: nunca nada es transversal”.
Aunque, desgraciadamente, no abrigan siempre, ni a una (“Los versos que
provienen del frío no sirven / cuando algunas tardes e amenaza el cuerpo”) ni a
los otros: “No nos atrevemos a anunciarles / que su suerte no está allí, / que
el infierno está en el mar”.
Desde el punto intermedio del vínculo
recorre los senderos de la memoria más corta del hijo: “Ahora nadamos con tu
vaivén / como si fuéramos corriente / como si fuéramos aves sin destino / como
si fuéramos lo que queremos ser dentro de ti”; “¿Pero entonces la infancia se
diluye? // Dicen que es más complejo. / El sueño espacia la memoria. / El sueño
espacia la memoria, / desde el amanecer que acepta el instante”; “Caminamos el
paseo con el mar a la derecha. / Tus
pasos, ya algo más extensos, / a pocos centímetros de vuestras chanclas. /
Un parloteo animado sobre trenes, / tus sueños. // ¿Qué buscas en esa pasión
por aquello que transporta?”. Aunque las tres memorias de las tres generaciones
van unidas.
Aparece la
ternura entro de esta selva arisca de obligaciones morales: “Pero bien, /
preguntas, / también cuando afirmas / sobre un bucle o pequeña quiebra. / Y sin
nombre, te puedo contemplar / mágicamente orilla, / subir al canal / y decir /
nada es perfecto / pero hay un ángulo oculto en sí”. Compensa, pues, en parte,
el dolor: “No siento un ápice la cicatriz, / ni el amparo del vínculo. // No
somos más que escarcha / un milagro frágil / unos pies sin sentido. / Somos
aquello que perdura”; “Te preparas. / Luces tu mejor vestido sin plumas. / Donde
nace el saber se deshace la esclavitud”. Solo a veces, porque hay “Demasiada
realidad, a veces. / Demasiado eco bajo tu piel” y que “La muerte / silba
agónica / sin otro cuidado que tu rumor tras los pasos del ave”.
Por último, Desde mi cordón umbilical, adopta el
punto de vista personal en el mismo doble sentido que en la primera parte: “Descendemos
y no queremos saber. / Descendemos porque nos sostienes. / Descendemos con el
miedo del silbante / que se sabe humano. // Descendemos con la permanente mezcla
de ceniza / y cual de nuestro arraigo. // Descendemos porque nos arraigas. /
Descendemos hacia los días opacos. / Descendemos hacia ese lugar donde respiras
/ y te desvaneces”.
Domina el tono
elegíaco en estos versos por algo que está en trámite de perderse: “Existe un
ruido interno que enciende tu voz / como los veranos que pasamos juntas con el
niño /…/ Pensaba que el silencio era hermoso”; “Son mis manos las que ahora
velan hacia ese lugar / inicial de donde la nada fue un principio”; “Hay un
peso específico en tu piel / que se ha sucedido desde entonces”. Lo describe
Beatriz Pérez con elementos de los sentidos, de la memoria y de lo más íntimo,
aprovechando las resonancia de los conceptos para acercarnos de manera
intuitiva a esta desolación: “Te has quedado desvalida / y a ratos menos cuerda
/…/ En eso no transforman: / era una necesidad de seguir esa vinculación, / en
una extensa cuerda que tira / en una memoria de lo impreciso”; “La obsesión ha
sido sustituida por el calvario, / el cansancio y la angustia / y yo solo
pienso en abrigarte. // Necesito tu mano cálida / y respirar al olor de mi
infancia. // No puedo dejarte volar todavía”.
Más allá de la
esperanza, de la vana esperanza, está la lucidez de buscar en el espacio
liminar entre el duelo y el recuerdo, entre la tragedia y la belleza, entre el
presente y el futuro: “En los márgenes de la belleza / seguimos siendo infancia
y nada creíbles. / No somos más que escarcha reseca / frente a campos de arroz.
/ No estamos tan acompañados”. Unos versos que van encerrando la memoria
terrible de lo que nos queda por venir.