jueves, 29 de agosto de 2019

Reseña de Olalla Castro: ‘Bajo la luz, el cepo’. Hiperión, 2018


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Esta obra es la ganadora del XXII premio internacional de poesía ‘Antonio Machado en Baeza’ 2018. Olalla Castro (Granada, 1979) compagina su faceta poética con su labor de ensayista e investigadora, fruto de la cual surgió Entre-lugares de la modernidad: Filosofía, literatura y Terceros Espacios (Siglo XXI, 2017). Ha publicado los poemarios, La vida en los ramajes (Devenir, 2009) y Los sonidos del barro (Aguaclara, 2016). Este es un libro un tanto atípico en los tiempos que corren. Es un libro de poemas narrativos sobre, podríamos decir, la intrahistoria de las grandes gestas que acabaron convirtiéndose en fracaso. Un canto que huye de la épica triunfalista y que se recrea en las reflexiones, los miedos, la cotidianeidad y las dudas de lo que pudieron ser distintos tipos de hazañas.
En la primera parte, La expedición perdida de Franklin, gira en torno a la aventura del capitán Franklin que pretendía encontrar el paso del Noroeste y cuya complejidad Michel Serres narró con brillantez. Al parecer todos sus integrantes murieron sin que todavía hayan sido aclaradas del todo las circunstancias. Lady Jane Franklin, esposa de Sir John Franklin fue la principal impulsora de las expediciones de búsqueda. El trágico final incluía la locura por intoxicación de plomo y el canibalismo. La imagen que sirve de punto de partida es la nieve y alterna el carácter reflexivo y narrativo, como Ben Clark en Los últimos perros de Shackelton: “Era tan grande aquella sed de blanco. / Ansiábamos el hielo y sus destellos, el deslumbre punzante de la escarcha. / Bajo su resplandor, funde el mundo” (I). La aventura es más compleja porque, según deja intuir, sir John Franklin era, en realidad, Virginia, según se desprende de sus versos. Toma el recurso a la primera persona para que los pensamientos y las percepciones de lucidez y locura puedan ser asumidas por el lector: “Somos solo estos monstruos / que parten en dos un mundo que tirita / y lo dejan atrás, como si nada” (II); “Oigo el hielo romperse y me pregunto / cuánto tardará este mundo agrietado / en urdir contra nosotros su venganza” (III); “Prefiero morir a oscuras que en silencio” (VI).
Poesía épica, con sus rasgos más característicos, como las enumeraciones, pero también una narración simbólica, patente en el remate de los poemas: “Esta mancha es lo que somos: / la delicada porcelana / que vinimos a mostrar a los salvajes” (IV); “Lo mismo que mata nos sirve de alimento. / Ese es el castigo / que esta tierra eligió para nosotros” (V).
           La peregrinación a California en el contexto de la fiebre del oro a través de los ojos de una niña es la narración que ocupa la segunda parte, Por la ruta de Siskiyou. Las citas iniciales, todas de mujeres, hablan del río. Nos cuenta aquí la esperanza de un mundo utópico que se oculta tras la expedición: “Para nosotros no hay más mundo / que este redondo 10 / que abarcan nuestros dedos” (II); “Durmamos ahora / sobre esta blanda miseria que nos une, / pues cuando haya porvenir / no habrá descanso” (IV). En realidad, son historias de ilusiones que llevan al desastre, el sueño de la ilusión produce monstruos: “Me pregunto / cuándo se darán cuenta los demás / de que estamos buscando una mentira” (VIII).
“Cuando se pone el sol en Siskiyou,
el oro que no fuimos capaces
de encontrar en la orilla
nos inunda de pronto.
El incendio se propaga por los rostros,
prende lento en la tierra.
Emerge de nuevo la promesa
que habíamos hundido bajo el agua.
Por un instante pareciera
que respira otra vez su cuerpo amoratado.
Puedo ver a mamá sonreír
con el torso bañado en esta llama
y me siento dichoso.
Pero dura muy poco el fuego ocre.
Después de ese espejismo,
un sabor negro se agarra a la garganta
y toda la oscuridad llega de golpe” (VI)
          El segundo hilo argumental tiene que ver con la denuncia del exterminio, de cómo perseguir un sueño puede causar espantosas catástrofes: “Trajimos las armas de muy lejos / para ahuyentar a los apaches. /… / Nosotros, criaturas de dios, / hemos llegado hasta aquí para matarlos” (X)
        Comparten las historias un final trágico, como el de las reclusas del hospital parisién para mujeres, especialmente mentales, cárcel de mujeres y prostitutas. Allí estuvo Charcot. No se cuentan las historias de manera narrativa, sino que se escoge un punto de vista subjetivo, los acontecimientos se sugieren a través de elipsis. En Las histéricas de La Salpêtrière, con una visión plenamente foucaliana se habla del nacer, de cómo la clasificación de enfermedad –mental– es un nuevo nacimiento. Las palabras crean las cosas. “Una vez de este lado, / siento las correas de cuero / aferrarse a los pies y a las mañecas / y entiendo que despertar es lo terrible “(III); “Los hombres de blanco / dicen que nuestra locura se aloja / entre las piernas” (IV). El biopoder que más que castigar, salva. Salva de nosotras mismas: “Y ahora, / ellos de nuevo obligados a curarnos, / otra vez teniendo que salvarnos / de nosotras” (VI). Porque esta, sin duda, es la historia donde el género está más claramente explicitado: “La enfermera dice que es mi marido, / y, en la forma de pronunciar la palabra marido, / entreveo un infierno también en mi casa” (VIII).
“Llegados a este punto,
trastea su cremallera y repite en un susurro,
como quien reza,
que no tema nada y me relaje,
que debo confiar en la ciencia moderna.
Que esto es medicina” (VI)
La violencia machista está en la base de esta concepción del dolor, de la medicina, de la weltanschauung: “Es la manera que tienen de decirme / que incluso mi dolor les pertenece”
En esta misma línea, la última sección, La leprosería de la isla de Molokai, nos habla de las heridas. El simbolismo es una de las estrategias que dotan de sentido a estas narraciones por capitulos en forma de poemas: “Me duermo prometiéndome que, / mientras sea capaz de recordar lo suave, / esta áspera verdad no podrá contagiarme” (IV). Al ser más general, más total, como era la institución total, en sentido de Goffman, de La Salpêtrière, las reflexiones y los pensamientos son universales, tienen vocación de hablar con la voz de otros nuestras propias verdades: “Al final del día, Sentada en círculo alrededor del fuego, / mastican juntos una misma certeza; / que nunca fuimos ellos, / que somos otros de los que hay que apartarse” (VI); “Si escuchas bien, / puedes hallar la música en todos estos gritos diferentes, / cierta armonía / en el dolor que compartimos” (VIII).
Una de las ideas que subyacen entre los poemas es que los cuerpos importan, que las ideas no viven en un mundo etéreo, que es la materia de los huesos y la carne permiten y dificultan no ya la realización de los sueños, sino los propios sueños. Somos cuerpos, máquinas deseantes cuyos átomos e impulsos se despliegan y son retorcidos por la autoridad o la realidad que se impone.
Es una reflexión dolida, de quien se siente apartado y abandonado, que comprueba que los ideales que supuestamente están en la mente de quienes se encargan de salvarnos están vacíos, que la ciencia, que el propio Dios es sólo una excusa para ejercer el poder y la dominación: “Alguien que observará la danza de las ramas con el viento / mientras los curas recen / y sabrá que su dios no está mirando” (IV). Es otra forma de comprobar que el sueño de la razón produce monstruos, que la dialéctica de la Ilustración justifica la irrracionalidad, que, bajo la luz, el cepo.
“Soy este dolor que me recuerda
que, entre el deseo y la verdad,
un cuerpo se interpone.
Un cuerpo torcido
que se devora a sí mismo,
sepultado bajo su propia carne.
Soy este dolor que me conforma,
estos dedos que se vuelven
cada vez más pequeños,
mientras la piel se confunde con la escara.
Soy este dolor con el que duermo,
que de noche me abraza y bisbisea.
Soy este dolor que se come mi pan
y pasea conmigo por la orilla.
Soy la soga-dolor
que anuda mi cuello a este anuncio de muerte.
Soy la cuerda pesada
que, al tiempo que me ahoga, me sostiene” (X)



domingo, 25 de agosto de 2019

El interés de ser facha

La verdad es que me complace que “facha” siga siendo un insulto. Creo que también tiene que ver con la similitud fonética con “facha” en expresiones “¡vaya facha que traes!”. Para ser justos, la verdad es que prefiero insultar con precisión y no es bueno que se vaya confundiendo el fascismo con cualquier tipo de intransigencia. Mi prueba es comparar las ideas con las de Mussolini o las de José Antonio Primo de Rivera. Si coincide en un 80%, por ejemplo, ya me vale. Quizás para algunos ser facha no es un insulto, y llevan a gala la herencia de Primo y seguro que también hay quienes ondean la bandera como un símbolo de una actitud contestataria, en el sentido, valga la comparación, con la que el movimiento queer hace de la descalificación. Son y quieren ser outsiders. 
     ¿Qué es lo que hace que una persona de bien sea de una ideología o de otra? Digo persona de bien para descartar la mala fe y los intereses monetarios de arrimarse a un partido político. Jason Stanley ha conseguido cierta celebridad gracias a la traducción de su libro Facha en Blakie Books. Hace, a mi entender, un diagnóstico bastante acertado de las características que definen al fascismo actualizado. Sus puntos ideológicos principales incluyen la referencia a un pasado mítico, el uso desvergonzado de la propaganda que incluye una actitud básicamente antiintelectual y una percepción de la realidad ciertamente demencial. Proponen, en cambio, un retorno a la jerarquía y el orden público, adoptando una actitud claramente victimista ante las nuevas realidades sexuales y migratorias. La principal diferencia con el fascismo clásico es la actitud ante la intervención del Estado en economía, muy intensa en los años 30 y prácticamente inexistentes para los nuevos. Esta actitud, evidentemente, declina cualquier ambición social, dejando a los trabajadores a su suerte, como nuevos empresarios de sí mismos. Por eso hay quienes les llaman “not even fascists”, “ni siquiera fascistas”.
     Estando completamente con estas características, creo que Jason Stanley queda un poco cojo cuando deja de analizar los intereses (económicos principalmente, pero también sociales y morales) que hacen que alguien se encuentre cómodo con una ideología porque defiende lo que cree justo y le conviene. Queda todo prácticamente reducido a características psicológicas.
     Desde un punto de vista diametralmente opuesto, el neurocientífico canadiense Steven Pinker, también venía a defender en La tabla rasa, que los individuos vienen provistos de unos circuitos neuronales que les hacen ser de derechas o de izquierdas. Dejando aparte que luego, en su disertación Pinker resbala muchísimo, es simplista deducir que uno está más cómodo siendo conservador o revolucionario sin tener en cuenta que se puede ser conservador de una situación socialdemócrata o revolucionario como los carlistas, hacia atrás en la historia. El profesor José Antonio Marina también esquiva la cuestión de clase y de intereses cuando desarrolla la historia de la ética, como si los “descubrimientos” morales crecieran en el vacío dependiendo de la brillantez de un personaje que convenciera a los demás. Así, la Revolución Francesa pierde la narrativa de clase burguesa que asalta el poder legislativo para convertirse en una debate abstracto sobre los derechos humanos. Adorno y su grupo investigaron el factor F de autoritarismo para comprobar la dependencia psicológica personal hacia la autoridad y la obediencia.
     Para conocer bien el funcionamiento de una ideología hay que partir de la concepción que tiene sobre el hombre, sobre si es bueno o malo, egoísta o trabajador. Una vez que se parte de ese diagnóstico, queda poca duda sobre cuáles son las medidas que hay que tomar para conseguir la felicidad, la armonía o cualesquiera que sean los objetivos de esa posición ideológica. Muchas veces sólo atendemos a los valores a los que se aspira olvidando que éstos sólo parecen pertinentes si asumimos la presunción sobre la naturaleza humana.
     Así, en la decisión de integrarse en una ideología política influyen no solo las características y los gustos personales que basculan hacia la derecha o la izquierda, a conservar o a cambiar. Es una decisión mucho más amplia, en la que se cuelan otros gustos “personales” sobre los medios y los fines. Siempre he pensado que más que factores de atracción hacia un polo, son los de rechazo los que nos definen. El asco hacia un grupo, un líder, unas ideas nos posicionan con más claridad que las bondades de sus contrarios.
     Pero, sobre todo, hay que tener en cuenta los intereses que cubren esas ideologías. Olvidando las connotaciones negativas que tiene la palabra interés, porque, en el momento de enunciar que alguien tiene “interés” sobre alguna idea, aparecen las sospechas sobre motivos ocultos, especialmente monetarios. Intereses son los de clase, pero también los que tienen que ver con los morales o religiosos, y otros muchos que se integran en la identidad de grupo. La pertenencia a determinado grupo puede ser motivo suficiente para adoptar unas ideas, con la misma fuerza que el rechazo al extranjero sirve como cemento social y político. El asunto es muy complejo, por eso, en la tradición marxista se habla de traidores de clase y de falsa conciencia.
     Por eso creo que es un grave error y una desconsideración considerar en bloque a los seguidores de cualquier tendencia como ignorantes, tarados o atribuirles malas intenciones, como destruir la civilización occidental o romper España. Quizás, desde nuestro punto de vista, las pretendidas soluciones de nuestros rivales políticos lleven al desastre, pero debemos asumir que o bien obedecen a una buena intención o bien responden a unos intereses.
     Son los intereses los que distinguen, por ejemplo, a regímenes en apariencia similares. Gobiernos que toman medidas parecidas pueden responder a intereses muy diferentes y por eso se diferencian. Por ejemplo, la dictadura nazi y la estalinista utilizaron métodos muy parecidos, por eso Hanna Arendt los incluyó entre los regímenes totalitarios. Sin embargo, mientras que grandes grupos industriales financiaron y salieron beneficiados de las políticas expansionistas de Hitler, en la URSS, no fueron grandes capitalistas, que acabaron represalidados, asesinados o deportados, sino que obedecían al aparato de partido. Puedes defender libertad económica y ser la Dama de Hierro en una democracia consolidada y defender las mismas medidas en la sangrienta dictadura de Pinochet.
     Por eso hay que preguntarse quién sale beneficiado de las políticas en primer grado, porque, teóricamente todos buscan el bien común a la larga.

jueves, 22 de agosto de 2019

Reseña de Jesús Montiel: ‘Sucederá la flor”. Pretextos. 2018 y ‘Notas a pie de instante’. Esdrújula ediciones. 2018


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Jesús Montiel, poeta y traductor granadino es especialmente fecundo, aquí tenemos dos muestras en prosa. En cuanto a las traducciones, de Christian Bobin, cuya sombra planea sobre estos dos volúmenes. Comentarios breves, de intensidad poética, sobre lo cotidiano, lo milagroso de lo que no parece un milagro y lo aún más milagroso de lo que lo es. Claramente biográfico, la presencia del yo en estos poemas en prosa se ve atravesada por las circunstancias a la búsqueda de una sencillez, no ya estoica, sino mística, en la que la máxima razón es su abandono y su entrega a los designios de la providencia.  La presencia atroz de la enfermedad sortea la desesperación, asumiendo el papel de un Job poético que se esfuerza en renunciar a buscar explicaciones racionales para que sea el espíritu de la flor quien lo encaje en el plan del universo. A diferencia de otros enfoques que insisten más en la agresividad de la quimioterapia, Jesús Montiel la entiende casi como el abono para esa flor. A la búsqueda de la ingenuidad infantil, para ser como esos niños que pueden entrar en el Reino de los Cielos, la humildad de aprender la lección, la serenidad ante lo sublime que nos aterra y jamás comprenderemos.
Inquieta la belleza a la que asistimos porque se basa en la tragedia: “Pero la vida no nos obedece” (p. 16) continua. Es una historia de fe. “Digo que todo, incluyendo el cielo, estaba torcido. ¿A qué aferrarse entonces?”. Como el autor resume desde el principio,  “Érase una vez un niño enseñándole a su padre a nacer”.
Podría parecer una argumentación contra la idea de la inutilidad del dolor: “El dolor no da nada. Pero no tiene que darnos nada. El dolor que me causó tu enfermedad, por ejemplo. Al dolor se le abraza o no se le abraza. No me refiero a resignarse, sino a comer su oscuridad como un jarabe que puede curarnos” (p. 22). No es, sin embargo, el canto a la satisfacción por el dolor. Es un canto a la esperanza: “La esperanza es un fortín indestructible asediado día y noche por el ejército de las preocupaciones. Las llaves maestras de todos los sufrimientos” (p. 23).
Los momentos de angustia que hacen que el tiempo se detenga y que los distantes sean eternos, que la duración sea inconmensurable sirven como reflexión más allá del atroz suceso que lo provoca: “El pasado y el futuro son un intento de poner orden a lo que sucede sin detenerse, desatadamente. La enfermedad de un ser querido, nuestra propia enfermedad, nos arrebata esa ficción en la que pasamos tantas horas y nos regala el tesoro del ahora” (p. 27). Más que asirse a la esperanza, las palabras de consuelo: “todas nos aseguraban un futuro mejor, nos movían del ahora llevándonos a rastras al mundo de las hipótesis” (p. 30). En cambio, el protagonista prefiere otra senda, otra actitud, romper con la supuesta lógica de la realidad: “Sólo los tontos, los santos, los locos y los niños danzan en los salones del ahora” (p. 28); “Los poetas y los niños sois capaces de nombrar las cosas con un vocabulario insuficiente” (p. 37).

Aun siendo místico, no se trata de un libro de fe religiosa al uso, su alcance es mucho más profundo por la necesidad vital que supera los dogmas y las costumbres: “Dios no se parece a las palabras del capellán. No puede decirnos algo tan inhumano, permanecer incólumes. Qué dios es ése que nos pone un corazón de carne y luego nos pide una piedra” (p. 30). Su razón vital, la fe religiosa, es aquella que es capaz de percibir que “Un niño enfermo es un libro escrito por Dios con la tinta sagrada del sufrimiento en el dialecto de un amor que no se inquieta ni exige explicaciones” (p. 40).
Una de las paradojas más terribles de una tragedia es lo ajeno que está el mundo: “Me sorprendió ver que nuestro barrio siguiera su ajetreo como si nada hubiera sucedido” (p. 33). Lo atroz del universo y la realidad es que todo continúa ajeno a nuestro dolor, el mundo no es un espectador de nuestra obra de teatro.
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Notas al pie del instante es una continuación de la situación vital que dio origen a Sucederá la flor. “Montiel, como Bobin, escribe desde la posición moral inequívoca para señalar esos milagros cotidianos que pasan inadvertidos”, dice el prologuista Juan Gracia Armendáriz. Un ejemplo recurrente es la importancia del vuelo de los pájaros: “En el colegio aprendí muy pronto la lección de la ventana” (p. 19). Otro tiene que ver con el paisaje inmóvil aparentemente que se nos ofrece a través de la ventana: “De los árboles me gusta que se han edificado a partir de una semilla. Todos los hombres, por grandes que sean en el tablero del mundo, tienen su origen en un niño” (p. 20).
Este es un libro con pensamientos heterogéneos, reflexiones, recuerdos, paisajes. Se incluyen apuntes pictóricos, recapitulaciones al final de la jornada: “Mis hijos me arrebatan el tiempo, pero lo llenan de sentido” (p. 26). Y, sobre todo, tiene un lugar muy especial el pensamiento metapoético que se parece tanto a una actitud vital que propone Jesús Montiel: “El poema es lo que ocurre justamente antes de escribir el poema” (p. 29). Más tarde dice: “El poema es un refugio hecho de tormenta” (p. 36). Sorprende es un escritor que aspira a la serenidad de un árbol. Otros reflexiones: “No para escaparme de la realidad: escribir para que la realidad no se me escape” (p. 39); “Las palabras son piedras que fueron pájaros” (p. 42); “Hoy he visto muchas cosas dignas de relatarse. Un gato negro, por ejemplo” (p. 45).
En ocasiones toma la forma de un aforismo:“Conquistar la mansedumbre del árbol requiere mucha intemperie” (p. 29); “El mal es un niño que juega a ser Dios y acaba matándose” (p. 30); “No hay nada como una buena homilía para que dios se calle” (p. 35); “Entrar en uno mismo y ser un extranjero” (p. 59). Un poco como John Lennon, dice, “Lo difícil de vivir es vivir dándonos muerte” (p. 59).
Hay dos frases que pueden resumir esas dos entregas complementarias de Jesús Montiel, incluso de su posición poética y vital: “Estar delante de un milagro y no vero, eso pasa a diario” (p. 63) y, sobre todo: “Hay libros que al abrirlos cierran el infierno” (p. 38). Que así sea.