Esta licenciada
en derecho ha colaborado en diversas revistas literarias, ha quedado finalista
de diversos certámenes y ha sido incluida en varias obras colectivas. Este es
su primer libro de poemas y está prologado por Pablo Marmierca, quien, lejos
del alago de compromiso, avanza algunas de las líneas formales y temáticas del
poemario. La manzana en la nevera es
la del paraíso, aguardando el momento de hacer de Eva. Un elogio de la tentación.
En estas páginas se propone una voluntad de interrogar la identidad propia, la
felicidad como meta, la poesía como forma de (auto)conocimiento. Desde el
comienzo, desde las citas iniciales, “He comprado un corazón / y lo he armado
con paciencia. / Me lo quedo, venía roto.” (IKEA).
Aunque los poemas están dispuestos en una continuidad sí que parecen agrupados
por temas: la identidad, el amor y el seco, el final del amor, el dolor y el
recuerdo, la muerte…
“No tengo maleta ni planes de futuro” nos confiesa en Sobre la marcha. “Cuánto ha de quedar
aún en mí / del tiempo que no vuelve” (Cuánto)
es un cuestionamiento de un ‘yo’ cambiante, que sufre el paso del tiempo, del
que es consciente apreciando cómo muda lo natural.
La poética que enarbola Sandra
Sánchez planea alrededor de la reflexión sobre la utilidad personal y
epistémica de una actividad imprescindible por sí misma:
“Escribo versos
malos, ni siquiera
tienen arte ni
métrica correcta.
Luego pienso que son
míos y es cuando los quiero,
como quieren las
madres a sus hijos
aunque les
salgan feos” (Patitos feos)
La vida es una aventura, pero a
la manera de un videojuego “en el que sólo hay una vida” (Gameover). Ambos mundos, el de la escritura y el de la vida se
confunden (Aprendiz) gracias a emborracharse
cada noche con poemas: “No hay remedio, / ya soy sólo / un remedo de mí mismo”
(Delirium Tremens).
Otro
de los bloques temáticos es el amor romántico: “Eres Otoño / yo sólo un ahoja /
que cae al viento” (Tú), “Regálame un
‘quizás’” (Seis letras), con referencias a Neruda o Benedetti (Taumaturgia). Sin olvidar una cuidada sensualidad y constantes
referencias a los sentidos (tacto, sabor, la vista…):
“En un rincón oscuro
de aquel bar de mala
muerte
te comí la boca:
tu lengua poco
hecha;
tus labios al
punto” (Antro-pofagia)
Y un toque canalla del estilo
bukowskiano, con metáforas de borracheras y comidas para el amor.
“Permanece así –pura
e inacabada-
para que yo pueda
seguir
tejiendo, cual
Penélope –cada noche-
ese telar de
espacios infinitos
en los pliegues
de tu cuerpo” (En los pliegues de tu
cuerpo)
En el estilo de Sandra Sánchez
se mezcla el romanticismo con otros poemas de aroma clásico con otros con
ritmos más contemporáneos (“Futuro Perfecto: Sin ti”, en Por fin he aprendido a conjugar). Salpican los versos toques de
humor y de ironía (Harmonía). Y, de
vez en cuando, utiliza las rimas saltándose las convenciones estróficas (Lastre). De vez en cuando aprovecha una
segunda persona sentenciosa, muy cerca de algunos poemas memorables de Felipe Benítez
Reyes: “Algún día sabrás que hubo un tiempo / que fue tuyo y que fue éste” (Presagio). Entre las referencias más o
menos explícitas, personalmente, me resuena el Machado de Proverbios y cantares en Ojos
que no ven, y, por supuesto, cuando enmienda la plana a Gustavo Adolfo para
terminar.
“De este cuerpo y de
este vientre
sólo han brotado
mariposas
alguna vez que otra.
Y ahora,
Únicamente resta
alas rotas,
cuarteadas y resecas
por el paso de un
tiempo
que pasó sin saber
cómo.
Esta agrietada
corteza de desvencija
en la certeza de
prever
que no dará vida en
esta Vida,
ni legará más
muertos a la Muerte” (Alas rotas),
Los
poemas continúan el ciclo de las relaciones con las despedidas:
“Guardé tus
tequieros
Como oro en paño
creyendo
Que así durarían
para siempre
(…)
Abrí la caja por
descuido buscando
Un simple beso y me
encontré
con tus
tequieros oxidados” (Tus tequieros)
Las idas y venidas al recuerdo: “Vuelvo
a esos lugares ya deshabitados / de ti abigarrados en el recuerdo” (Lugares comunes). Después llega la
muerte y el dolor, el sufrimiento como esencia de la vida: “Qué pena de la
muerte / que nos mata para nada” (Qué
pena de la muerte), “No es miedo a la vida que me muerda, es miedo a que me
muerda / y yo no sangre” (Perra Vida).
Van surgiendo poemas más
detallistas, con paisajes y algo más narrativos: Microcosmos, B-SIDE me…
Los poemas del recuerdo del amor acabado dejan paso a la memoria de la
adolescencia, la niñez, la música que puso banda sonora a aquellos tiempos
(Janis Joplin, Beatles, Jimi Hendrix). Una nostalgia que alcanza a Dios
incluso. Los últimos poemas se tiñen de existencialismo, pensando más en la
muerte, sin tener que adoptar un tono solemne o abstracto, continúa Sandra
Sánchez instalada en lo cotidiano que tan bien maneja poéticamente:
“Hay vivos que
caminan por la calle,
que no hacen otra
cosa que estar muertos
sin estarlo” (Hay muertos que caminan por la calle)
Continúa el existencialismo (Basura), aunque termina el poemario con
la sensación de una redención, con el deseo de volver a ser niña y se
corresponden formalmente con la vuelta a los poemas breves. Para terminar, en
la onda de Se yergue la flor, me
gustaría quedarme con el precioso Rosas
Muertas.
“Extraña y sugestiva
la sensación que
dejan
en mis manos
las rosas muertas.
El color apagado
e indefinido de sus
hojas,
esa sequedad
resquebrajosa
de sus bordes;
el desmembramiento
de sus pétalos
arrugados
en una vejez
anticipada;
la gangrena de su
tallo
lleno de savia
corrompida;
el olor que
desprende
a un tiempo pasado y
a futuro inexistente.
Esa falta de peso en
la levedad de la muerte;
ese gesto agachado,
rendido,
postrado y frágil.
Y sin embargo,
no deja de seducirme
y me produce
admiración
esa cierta belleza
aún presente,
ese último aliento
en cada espina…
Ese rojo intenso
que brota de la
herida
que aún
provocan” (Rosas muertas)