viernes, 31 de julio de 2020

Reseña de Rafael García Jover: ‘Introducción y Notas’. Boria Ediciones, 2020

Introducción y notas - Boria Ediciones

Nos presenta Rafael García Jover su primer poemario de la mano de Juan A. Olmedo quien firma el prólogo. En él podemos observar un claro dominio de diversas técnicas poéticas, intertextualidad y no poéticas, recursos ajenos, como desde la informática. La visión del poeta hacia lo cotidiano trasciende lo meramente convencional: “Necesito un día para crear 1 mundo, / otro para darle significado, / otro para darle sentido / y solo un segundo / para destruirlo todo / y convertirlo en símbolo” (Domesticar al monstruo). Domesticar al monstruo a través de la palabra: “Y no, no es la inspiración. Es la culpa” (Poeta acetábulo). Reflexiona en diversas ocasiones sobre el oficio: “No, nada de eso para que / por fin muera una nueva poesía” (Punto de fuga al atardecer); “pequeños parásitos / cadáveres / empañan de metáforas / los versos” (Naturaleza muerta).

“Acto I

Religión

(Postrimerías)

Dios no existe si no es para

corregir el fracaso de la realidad

 

Acto II

Poesía

(Paréntesis)

La poesía no existe si no es para

corregir el fracaso de la realidad

 

Acto III

Ciencia

(Apoteosis)

La ciencia no existe si no es para

cooregir el fracaso de dios" (Ars poetica)

El interés por lo que pasa en la calle le lleva a procedimientos narrativos en alguna ocasión, como, por ejemplo, Poema de la experiencia [Denostado]. A veces, consigue un relato a partir de casi no hacer nada (Panóptico).

La segunda parte, Ser [ES] Marica[s], añade un marco de rebelión y de denuncia que sobrepasa lo meramente individual y que se complace en los márgenes, como bien enseñó Lou Reed: “Dejaremos que corra el agua, sí, / y perderemos aquello que nos recuerda / perderemos algo / perderemos a alguien / perderemos la vida / perderemos el rumbo / y nos acusarán de ello / por ser culpables” (Custodia emocional compartida).

Como en el caso de Juan Benet, al que cita, crear mundos es tarea poética y también un encargo vital en el que convergen el pasado y el futuro: “El pasado, nuestro pasado que va creciendo / a doble velocidad que nuestro cuerpo, / se convierte en nuestra sombra, una sombra, / tan alargada que, dándose forma circular, acaba / incrustándose en nuestras cabezas, como / un hacha afilada” (La gran sombra o seres maricas). Más solemnemente: “Convertid las experiencias en futuros paraísos perdidos” (Seres maricas II) para luego concluir:  “Nunca tuvisteis en cuenta que el sexo / era la morada de los dioses y caminabais / entre las marañas con la única obsesión / de convertir vuestros recuerdos en paraísos perdidos” (Sistema métrico educacional o seres maricas II).

Se citan grupos de música que sitúan los poemas en una geografía emocional concreta, Astrud, The Smiths. Contribuyen al ambiente lírico del poemario: “Seguiremos pensando en el límite / y nos quitaremos el miedo mientras / conversamos hasta que nadie se dé cuenta / del comienzo / si solo hay silencio” (La desmesura del límite (Akelarre).

La tercera sección, Aproximación mimético, ofrece una serie, podríamos decir, de frescos naturalistas y a la vez simbólicos: La vie mode d’emploi. Se advierten más claramente las herramientas creativas derivadas del dadaísmo o el surrealismo, bromas tipográficas, del juego en suma (Teoría de grafos en la red social). Hablar en broma para poder eexpresar de forma ligera los sentimientos y la angustia del mundo y del paso del tiempo: “Es lo bueno de la moderna intertextualidad: / el mundo a través de             las revistas / la televisión y / el cine / y las casettes. / [no, no teníamos internet en los años 90, solo polaroids]” (Protocolos de actuación). Tiene razón al ponernos sobre aviso, “Porque lo genético solo es fruto de la repetición / y la acumulación. / Siempre” (Maldita genética (de Family a Pavese). Todo ello entre una sensibilidad y acierto poético aun prescindiendo del vocabulario que estimamos convencionalmente poético: “Más allá de los ventanales, los aviones se arrastran / sobre el asfalto, como anfibios perfectamente / adaptados aunque no procedan del mar. / Ícaros venidos a menos. Ícaros convertidos sin más / en Pérdix (todo queda en casa). Pero por poco tiempo / El aeropuerto como moderno paradigma de la adaptabilidad al ecosistema” (Teoría de la evolución).

Por último, Y notas, consigue una cotidianeidad revisitada, una especie de reflexión metavital y metaliteraria: “Ser espectador para jugar a la eternidad / (cobardía)” (Les chambres de la vie 1);  “La eternidad como última palabra. / Ausencia de verbo. / La eternidad para los cobardes” (les chambres de la vie II). Los retratos están trufados de ironías de pasado surrealista o futurista, neoconvencional podríamos decir. Grietas, por ejemplo, es un texto en prosa, que funciona como los cuentos de Borges o del Cortázar más metafísico.

Entre los versos asistimos al espectáculo de las novedades de estos días inciertos: “Las artes incoherentes / cómo ser genio partidario de la nada, ahora youtuber / instagramer /… / Melania Knavs conoce a Donald Trump /…/ #savemelania / o El rapto de Proserpina de Bernini” (Con hom to nana). Y, como contrapunto, un recuerdo a la realidad sólida que pudimos constatar desde la niñez, la que no nos engaña: “Queremos nuestros mares / dejemos sin obstáculos al miedo / viento / que convierte las velas en bultos que duelen /…/ A estas alturas de la muerte, / ¿qué esperabas de la vida? “ (Suicidios colectivos).

La necesidad, el amparo en la poesía es un arma de doble filo, que premia y castiga: “Dame una razón para tu castigo, poeta, / que observas cómo la luz del ocaso altera la escena / y te hace creer que ves / una composición distinta de los elementos, / una interpretación que te ayuda y te da fuerzas” (Tensión superficial). Por eso opta por la materia y no por el humano: “Traduzcamos al poeta / y dejemos en paz la poesía” (Muerte mineral); “La poesía también es eso. / O solo eso: pared blanca, o negra, / pintura, masilla, yeso / o el teorema del desencanto, / o inverso el síndrome de Stendhal” (Hipótesis de un cuadro robado a Jenny Saville). No siempre el artista llega a conseguir lo que quiere: “El reflejo de la mentira posible, / lo no realizado, / lo que hemos querido ser, / donde siempre hemos querido estar” (Bodegón cicatriz). Y en todo caso, machadianamente diremos que, además no importa: “¿Cuánto selfie acumulado para morirse uno” (Et in Ataraxia ego). Esa es la última reflexión, “Ya solo queda firmar / el armisticio, / cada día, todo el día, / con la muerte // (Suena el teléfono, / ¿Dónde habrá puesto el móvil?)” (Buscando el silencio).

“Ocupando la mente

en cuñas de mociones

que llenarán las grietas

de los futuros recuerdos

hechos de grandiosa memoria de arcilla” (Naturaleza facticia)

 

martes, 28 de julio de 2020

Reseña de Raciel Quirino: ‘Ouija’. Ediciones Liliputienses. 2020.

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Este poeta y escritor mexicano (1985), licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de México. Tiene en su haber Western (Feta, 2012) y numerosas participaciones en revistas como Tierra Adentro, La palabra y el hombre y Casa del tiempo entre otras. Becario en el proyecto del FONCA llamado Programa Jóvenes Creadores en el periodo de 2013-2014. También ha impartido talleres de creación literaria para adolescentes y adultos en distintas entidades. Nos encontramos ante un proyecto ciertamente singular, está organizado como una sesión de Ouija en la que los participantes preguntan a los espíritus. Cada poema es una pregunta a la que lo sobrenatural (espíritus o inspiración poética) contesta de manera más o menos directa, más o menos oblicua. Así queda dividido el poemario en dos partes, Arte Negra, la primera y Arte Blanca la segunda.
Comienza de manera contundente: “Queridos papá y mamá: // alguien está sentado en mi silla / alguien igual a mí / dice que es el diablo”. En el resto de poemas podemos acercarnos a los espíritus que pueblan el espacio de los vivos. A veces, más que de magia negra, se trata casi de humor negro: “No veía la hora de volar / directo al cielo en la silla eléctrica” (¿Eres espíritu de luz?). Los poemas incluyen sueños premonitorios, alucinaciones, y también historias con un giro inesperado, historias de asesinos, de seres marginados de diferentes formas: “Yo sé que cierras los ojos / y ves tu cerebro” (¿Cómo podía saber que no eres un demonio?). En los poemas aparece el talento de una especie de storyteller alucinados, por ejemplo, la historia de ¿Quién fuiste en vida? recuerda un tanto al del relato de Powderfinger de Neil Young. Son seres atormentados: “Mientras luchaba con máquinas tragamonedas, / ¿qué himno entonaban los desaparecidos?” (¿Por qué sigues en este plano de existencia?). Y el poeta aprovecha para salpicar con algo de sentido del humor: “La bola ocho / que decía nuestro futuro. // Tu padre en silencio, / sin moverse ni pronunciar / palabra durante horas, / como un abducido”: (¿Qué extrañas de esta vida?). El punto de vista del narrador concede cierta ternura, pone de manifiesto una extraña inocencia, la del criminal.
A veces, la situación es un poco posmoderna, con la mezcla irreverente de grandes relatos: “Pedía al arcángel San Miguel que hiciera por mí lo que aún no lograba por mí mismo. Para ayudarlo pinchaba fotografías con agujas y llevaba una pulsera roja contra el mal de ojo. Él empuñaba su espada láser y hacía guardia en la puerta de mi habitación toda la noche. No conocíamos aún la Estrella de la muerte” (¿Tuviste oportunidad de ser feliz?). En otras ocasiones a lo que nos acercamos es a la dolencia mental: “La sensación de haber vivido esto en una demencia breve. Se trata de un cambio de intensidad de la descarga eléctrica en el curso de los pensamientos…” (¿Qué es la muerte?); “Una carnicería dentro de una nube” (¿Qué siente el alma cuando regresa a Dios?); “Son 25 metros cuadrados de ansiedad y ataques de pánico. En la ventana se distingue un espectacular de cosmético” (¿Antes de nacer y después de morir nos encontramos en el mismo lugar?). La atención a los detalles insignificantes a los que se otorga una dimensión casi mágica entra en consonancia con el ambiente onírico que deben tener las sesiones de Ouija: “Una burbuja de aceite / devora una, dos, tres burbujas y crece / dentro de un plato de sopa” (¿Es infinito el universo?)
“El rabillo del ojo captura siluetas y sombras que desaparecen rápidamente en la luz natural como una niña bajo el efecto de la anestesia o un niño sonámbulo. El rabillo del ojo es histérico /…/ Más interesante aún es no hacer nada, dejar que deambulen las sábanas con sonrisa infantil y pasos de seda, que la tabla se queja de los adictos a la ouija. Más interesante todavía son los tubos de alógeno iluminado un ataque epiléptico inducido en un sótano donde se quema foco” (¿Existen otros planos dimensionales?)
La segunda parte, Arte Blanca, comienza con una cita de Blanca Varela: “Arte blanca: cerrar los ojos y vernos” y gira en torno a cuestiones más personales, más íntimas del yo que habla: “Pequeño pájaro / que te balanceas / frente a mi puerta, // Hoy vi las montañas elevándose / como las fauces / de un monstruo”. Las preguntas van dirigidas, no hacia las vivencias del espíritu que contesta, sino a sonsacar las advertencias que puedan servir en la vida. Este es, desde luego, el punto de partida, aunque luego los poemas tengan una vida propia y se articulen como una unidad en sí misma conectada a través del ritual de la ouija: “Lleva el nombre de tu padre / y él el de su padre / y su padre el de su padre. // La multiplicación / propicia la supervivencia” (¿Sabes quién soy?). Este recurso permite sostener la atmósfera en la que nunca sabremos con total certeza quiénes son los interlocutores y se mantenga un desasosiego ante un peligro líquido: “Llevo un revólver para darte flores / y comer en los paraderos /…/ aunque ya nadie pueda escapar / con una mujer / y morir / en un auto en llamas” (¿Tienes algún mensaje para mí?).
En los relatos aparecen escenas realistas (“Le acaricié el sexo / a una desconocida que viajaba a mi lado en el autobús, / me hice el dormido todo el trayecto / cuando despertó aterrada”, ¿Cómo puedo mejorar mi relación con los demás”?) y otras más psicológicas (“El dolor fantasma / con la mano cortada / por Peter”, ¿Quiénes son mis verdaderos amigos?). Seguimos intuyendo el sentido del humor a través de los consejos que se transmiten desde el más allá: “Prueba a meter los dedos en un enchufe de luz, o a pasar de un cuarto a otro a través de la cornisa cuando esté lloviendo. / Inhala corrector de máquina de escribir” (¿Cómo puedo encontrar el amor de mi vida?). Sin embargo, también hay un poso de tristeza y realidad en estos versos: “Sostener un tubo de plástico / para que tu padre se haga un enema /…/ La vergüenza de tener el culo parado frente a tu hijo. / Escenas / que no se mencionarán jamás, / pero gira en el aire mudo / de las conversaciones” (¿Qué obstáculo debo vencer para alcanzar el éxito?).
Las relaciones siempre serán una fuente de conflicto que requiere aclaración y ayuda: “Pero te escribiré sobre la vez / que me arrojé al río / para demostrarte que sabía nadar, / porque estabas sentadas en la orilla / y me mirabas” (¿Estoy con la persona correcta?); “«Puta», «Puta», son las palabras de Eloísa, más pan envenenado. /…/ amar es desnudarse” (¿Padezco alguna enfermedad?).
Cabe preguntarse si realmente funcionan los poemas por sí mismos o porque siguen el juego al que el autor nos invita. Es indudable que algunos pueden entenderse como un poema exento, como el que derrocha alucinación, ¿Cuál es el modo más sencillo de adquirir fortuna? En otros casos hay que conceder que el todo da mayor valor a las partes. Se compone un fresco de detalles (“Tenemos máquinas expendedoras”, ¿Seré feliz algún día?) y de sentimientos muy profundos (“Mi padre llora en el baño // se moja la cama, // le baja el retrete, / sale con expresión tranquila”, ¿Tendré una vida larga?), o de narraciones de personajes ajenos a la primera persona, como el controvertido Carlos Castaneda:“En la oscuridad de las carreteras; Carlos observaba las luces de un auto en el retrovisor. / Aparecía cuando el terreno bajaba. Desparecía cuando el terreno subía. Esa es la mente” (¿Cuál es el sentido de mi vida?). De todas formas es un poemario rico en experiencias y en poesía con el que podemos, incluso, meternos en el juego de interpelar al más allá entre los versos.

domingo, 26 de julio de 2020

Homo suadens

Tengo el vicio de mirar de vez en cuando los comentarios a las noticias de la prensa. Me vale el periódico local o cualquier generalista. Sé que hay ejércitos de comentaristas pagados para transmitir ciertas ideas o estados de opinión y se de quienes tienen que sacar a colación su enamoramiento con la ideología de hijo de dictador sea cual sea el tema. Aun así hay, sospecho, verdaderos lectores reales que escriben lo que quieren y que sienten la necesidad de mostrar su indignación sobre la noticia. Y en esta nueva normalidad el uso de mascarillas es un tema estrella. Es incómoda, más que nada con este calor y parece poco razonable llevarla puesta en todo momento.
Es posible que surjan suspicacias frente a la actitud de las administraciones, con sus dudas y cambios de criterios. Parece sensato llevarlas en lugares cerrados y cuando no sea posible una distancia física entre las personas. Que sea punible no llevarlas en un paseo solitario o dando una vuelta por la orilla de la playa quizás es menos comprensible. Igual que se pueden dar paradojas: estando sentado con un grupo de compañeros mientras se toma una cerveza en una terraza no hay que llevarla, pero sí cuando se pasee a dos metros de ese pintoresco grupo. Es también un recurso costoso, más en familias numerosas. Todo puede confluir para que existan personas reacias a llevarlas. Lo que es mucho más curioso es que se apoyen en teorías del todo peregrinas.
Los que se rebelan contra las mascarillas lo hacen en virtud de su libertad personal. Supongo que lo harán también a conducir con casco en motocicleta o con cinturón de seguridad en los automóviles. Pero las mascarillas van más allá de la libertad personal, afectan a la seguridad de los demás. Argumentan que es un instrumento del gobierno para controlarnos, como si el gobierno se divirtiera fastidiando al personal sin sacar tajada. Vale que nos cobren impuestos hasta por pagar impuestos, pero ¿qué conseguiría el gobierno obligando a algo tan impopular? Probablemente que no lo votara nadie la próxima vez.
Ya lanzados se apoyan en supuestos enfermeros o autoridades que no las recomiendan. O se lanzan contra la OMS como un agente del mal. Y, ¿por qué parar aquí? Neguemos la existencia de la pandemia. Y si nuestra imaginación lo permite, culpemos a Bill Gates o George Soros, del control mental. Aquellos que usen la mascarilla, dicen, se han “bajado los pantalones” ante las arbitrariedades del poder. [Nótese el carácter sexista de la expresión]
Luis Castro Nogueira, en su investigación sobre el hecho diferencial de la naturaleza humana, siempre hizo hincapié en lo que de reconfortante tenía la cultura. En franca confrontación con la vieja teoría de Freud del malestar en la cultura, Luis Castro, explicaba cómo los seres humanos aprendemos gracias a la recompensa de la aprobación o desaprobación de los significativos. Siempre me viene la imagen de un niño montando en bicicleta por vez primera y llamando a su madre, “¡mírame, mamá, sin manos!”. En el estudio de la lógica se habla del modus ponens para los razonamientos: “Todos los hombres son mortales. Sócrates es un hombre. Luego, Sócrates es mortal”. Dejando aparte la pequeña intriga que me deja la sospecha  de que ya sabíamos de la mortalidad de Sócrates cuando afirmamos que todos los hombres somos mortales, los silogismos funcionan como un orden lógico implacable que reconfortan y hacen avanzar la ciencia.
El modus suadens viene del latín suadeo: valorar, aprobar, aconsejar y hace referencia al aprendizaje social, también llamado assessor. Este tipo de aprendizaje se realiza gracias a que los individuos humanos experimentan satisfacción emocional al realizar su deber, es decir, ajustar su conducta a lo correcto socialmente es un reforzador y no realizarla acarrea sentimiento de malestar (o culpa)[1].
Dicho de otra manera, lo que nos produce placer (la adecuación a la norma social) es lo verdadero, lo bueno y lo justo. Una manera mucho más burda de entender este complejo mecanismo adaptativo es constatar que solo aceptamos como bueno o como verdadero aquello que nos conviene. Las pruebas que podrían llevarnos a desestimar nuestra conducta caen en un pozo ciego, la disonancia cognitiva. Tenemos pruebas de que lo que creemos cierto no lo es y elaboramos cualquier acrobacia cognitiva para renunciar a la prueba y seguir, incluso con más insistencia y perseverancia en nuestras ideas. El sesgo cognitivo es el fenómeno por el que sólo atendemos a aquellas pruebas que corroboran lo que ya sabemos, sean teorías o meros prejuicios. La teoría del homo suadens va un poco más allá, porque sitúa esta dinámica en el ambiente social, no solo como átomos individuales buscando un beneficio personal.
El asunto de las mascarillas y la pandemia en general es un caso a escala global de modus suadens. Lo podemos comprobar en el funcionamiento de las redes sociales en las que los pensamientos menos radicales se van diluyendo para acercarse cada cual al extremo más cercano a la postura inicial. También cuando culpamos de tal o cual cosa, o cuando decidimos las propuestas y las conductas. Básicamente las mascarillas o las pruebas PCR, que sabemos que son básicas para contener la pandemia, son alternativamente necesarias o indeseables dependiendo de nuestro bienestar al respecto. Si las mascarillas las usamos solo para ir a la compra semanal durante el confinamiento de primavera, entonces clamábamos al cielo de por qué el gobierno no había comprado y obligado a llevarlas. En cambio, si llega el caluroso verano y son un engorro, entonces el gobierno es un 1984 en pequeñito que nos intenta engañar con la pandemia, que no existe, o que nos confina y nos pone mascarillas por el mero placer del ejercicio del poder. La mascarilla, la humilde mascarilla, se convierte en un emblema de libertad, concretamente, el no llevarla. Y para justificar esta acción, compartimos entre los nuestros cualquier vídeo de youtube, de whatsapp, o de donde sea en el que se denigre la pandemia, los gobiernos, o se tergiversen los comunicados de la OMS[2] o de cualquier anónimo enfermero de un hospital de provincias. El silogismo sería en modus suadens: me molesta muchísimo la mascarilla, luego, es malo llevarla. Luego ya, si es necesario, busco razones y opiniones que me respalden.
Claro que esto solo funciona entre los “nuestros”, los que están en contra del gobierno bolivariano narco-etarra-comunista. Ay, si nos topamos con los integristas de la mascarilla, la policía de paisano que increpa o golpea a quienes no la llevan. Y viceversa, ya ha muerto un conductor de autobús por la paliza que le propinaron unos energúmenos cuando les obligó a ponerse mascarilla o no subían al autobús. Es comprensible el malestar y quizás deberíamos tener algún amigo japonés que nos explicara cómo lo sobrellevan en un clima tan caluroso y húmedo como el suyo y el nuestro.



[1] “La lógica subyacente a este proceso, que nosotros denominamos modus suadens, se puede esquematizar como sigue: si una conducta es aprobada, entonces es buena. El sistema funciona porque las creencias se construyen de manera similar a como aprendemos por ensayo y error: la aprobación produce placer y esta emoción se transfiere y se interpreta como una propiedad objetiva de la conducta.”(Castro et al., ¿Quién teme a la naturaleza humana? Tecnos. 2009)
[2] (El caso de la OMS merecería un estudio aparte. Desde que el cambio climático cuestionó los presupuestos hegemónicos del crecimiento económico über alles, por encima de todo, está la ONU en el punto de mira de los ultraliberales. Cualquier freno a su codicia es tachada de comunismo y la organización internacional pasó a terrenos de científicos locos pagados por el Kremlin. El hecho de que sean miles de científicos de todo tipo de países no importa. Están pagados. No como los cuatro o cinco “libertarios” que se atreven a denunciarlo. Esos no están pagados.)