Fernanda Mugica nació en 1987 en Mar de la Plata. Lleva publicados Alberta (2014), Duraznos (2015) y la primera edición de este libro en 2018. En la actualidad se dedica a la docencia. Esta propuesta parte de una poética de lo cotidiano, casi de lo banal, para rodearse de artefactos pop y de mitología adolescente, tal como entendemos la mitología adolescente de origen anglosajón. El choque entre la experiencia literaria y las expresiones conscientemente poco líricas es parte del encanto de este poemario de nombre extenso y provocador.
Provocador su primer poema, en el que podemos leer: “ahora soy un zombie / miro las cosas con sensualidad / retrospectiva no descarto volver a la vida / porque de la vida no me fui / por motivos banales” (i). La figura del zombie supone en el cine actual la posiblidad de tener un enemigo con lejanos rostros humanos pero totalmente deshumanizado. Es un contrincante con el que conectamos de manera casi metonímica, pero al que podemos destrozar sin piedad. No es el instinto animal que llevamos dentro, es mucho más. El drive instintivo, el impulso vital va cruzando los versos, “y nos comunicábamos como los animales / domésticos –un ladrido al pasar y volver de inmediato / a nuestra vida armada en otra especie” (ii).
Casi podemos leer una poética en alguno de los poemas, por ejmplo,“la anécdota es inverosímil / transcurre una y otra vez / tiene la consistencia de lo que tiende a / de lo que nunca cae” (iii). Y, a partir de ese argumento inverosímil –y a veces onírico–, “voy a aferrarme a cosas / que ninguna máquina puede / todavía / hacer por mí” (iv). La mirada poética de Fernanda Mugica es la del extraño. Resulta congruente citar al gran astrofísico:
“desde fuera y afuera
como el planeta tierra
en esas fotos domadas desde muy lejos
en el universo
un billete de mil australes encontrados en un libro de Carl Sagan
en realidad ya estamos muertos
pero no parece que brillemos
como esas estrellas que dejaron de existir hace miles de años” (tampoco subestimes la belleza de la coca cola)
Hay que reconocer que el nombre de Sagan forma también parte del universo pop, como la coca cola, o la bella durmiente: “–la bella durmiente del bosque, / santa Isabel de Hungría que hilas para los pobres /…/ ella teje a las apuradas / –no hay ingenio que valga– / faltan 122 días para su muerte” (vi). Aunque no solo de fetiches de la cultura popular se nutren estos poemas. De vez en cuando, domina un tono más lírico (“solo la nostalgia de los demás nos ofende”, vii), o se interna en la confesionalidad del yo (“traje mi cabeza a la playa / en casa no estaba bien /…/ me da pena / sacarla a pasear / con correa / antes salía sola pero / tuvo un accidente”, viii).
Tampoco falta el sentido del humor que ataca a la propia identidad, que se vale de ella para mostrar la desubicación propia de estos tiempos inciertos: “a veces necesito pronunciar mentalmente la palabra concha / no como una interjección o una queja sino como un / sentimiento una serie de vidas en que me siento concha /…/ el lenguaje se abre / una playa con cuerpos desnudos que no se desean” (el núcleo duro).
En el trasfondo están las relaciones humanas, la necesidad de conexión, de tacto, de amor y de sexo, de cuerpo y de respiración: “ya sé que en realidad no quería más / atravesar tu cuerpo / como si fuera mío / despejar un campo de minas / sin detonar ninguna / sacarte / la mierda contra mi voluntad porque no salía sola” (buscaminas). Es en estos momentos cuando advertimos más claramente la hondura del poemario: “fuimos puentes secretos entre un montón de gente, / pasadizos, palabras congeladas / del milenio anterior / yendo a parar al vaciadero” (xiv).
A pesar del uso de la semántica desenfadada, provocadora, extraña a la lírica, rastreamos la verdad de los sentimientos, la verdad del hombre, tomados de uno en uno, como diría J. A. Goytisolo: “algunos hombres rana / se vuelven víctimas del pánico / y permanecen solos / en el fondo / por no verse capaces de volver” (narcosis de los gases inertes). No es ajena la propia reflexión metapoética –e irónica– del lenguaje, como si desplegara un mapa sobre una mesa para estudiar el territorio del Hombre:
“ese es el núcleo duro:
estamos en el centro de la perfección
/…/
La nuestra es una lengua de estados infinitos
/…/
porque el núcleo duro sos vos
el núcleo duro siempre vas a ser vos
/…/
la nuestra no va a ser
nunca
una lengua
de estados infinitos
porque un día
vamos a caernos en el baño
y no vamos a poder
decir nada más”