López Obrador ha
revolucionado estos días a la opinión pública con su carta solicitando al rey
de España que pida perdón por los desmanes ocurridos durante la conquista de
América. Muchos, muchísimos se han apresurado a contestar desde diferentes
tribunas con burlas, negaciones o exabruptos. Aprovechan también para denigrar
a los pocos que se atreven a simpatizar con la petición de AMLO. ¡Faltaría más!
Los argumentos, por supuesto,
incluyen el omnipresente ‘puestúmás’, el ‘andaquetú’ y el ‘yonohesido’.
Recordar, que no está mal, que otras potencias coloniales hayan masacrado
poblaciones indígenas y saqueado otras tierras no elimina, por supuesto, la
responsabilidad de unos. El robo generalizado no exime de cumplimiento penal.
Probablemente otras naciones hayan sido más crueles, pero sería absurdo negar
la esclavización de nativos y el expolio de las minas de plata y oro, los
sistemas de mita y encomiendas que tan crueles debieron ser como para
recomendarse la traída de esclavos africanos. No significa que menospreciemos
la labor de muchos misioneros defendiendo los pueblos indígenas o incluso
recogiendo parte de sus tradiciones.
Una de las cuestiones más
sorprendentes de la conquista de Cortés es que se realizara con tan poquísimos
efectivos españoles. Influyó, claro está, la superioridad armamentística y el
periodo de decadencia del Imperio. Y, por supuesto, Cortés contó con la ayuda
de diferentes pueblos que se enfrentaron a Moctezuma y posibilitaron su caída.
No deberíamos tampoco idealizar los comportamientos de los pueblos llamados
“pre-colombinos”. No estaban exentos de crueldad. Con todo ello seguimos siendo
responsables de un saqueo continuado de las riquezas de las tierras
conquistadas y la imposición de un sistema social que rompió las estructuras
tradicionales. Para bien y para mal.
Otros hacen hincapié en los
apellidos y la estirpe del presidente mexicano. Ese argumento se lo leí a Ramón
J. Sender cuando un estudiante le increpó durante unas clases por ser
descendiente de los conquistadores. El escritor le replicó que sus antepasados
fueron los que quedaron en España y, en todo caso, serían los antepasados de
los actuales habitantes de Iberoamérica los responsables de las masacres y los
desmanes. Desde el punto de vista de la responsabilidad histórica se está
hablando más bien de quién se siente heredero de aquel imperio. Por ejemplo, la
moderna Italia está muy orgullosa de haber sido un gran imperio con los césares
y de haber contribuido al progreso de la humanidad con la extensión del latín,
las calzadas o el derecho. Sin embargo, la estructura política del Estado
italiano no es, en absoluto una continuidad con los tiempos de Augusto.
Creo que ahí está la clave. La
comunidad imaginada de España se ha forjado a través de una continuidad mítica
desde prácticamente Atapuerca. Tartessos, los pueblos celtas o los iberos son
considerados como una especie de semilla substancial sobre la que se van
superponiendo diferentes barnices. Los romanos y los visigodos terminaron por
asimilarse al ADN de “lo español”. Los musulmanes siempre serán unos extraños
que aportaron unos pequeños detalles pintorescos, pero que no pertenecen a la esencia seminal. Fue una
conquista y luego, tras siglos de guerra contra el infiel, fueron expulsados.
El mito de la Reconquista, que, desgraciadamente, sigue estando de moda, es una
de las falacias más graves en la narración histórica de este país. Desde el
punto de vista histórico, tan español fueron Isabel y Fernando como Boabdil.
Ninguno, en realidad, era español. España, entiéndase como nación y, por
supuesto, como Estado, no se identifica con la Península Ibérica hasta mucho
más tarde, pero eso no es ningún obstáculo para que sigamos hablando de la
España romana o la prehistoria de España.
Si pretendemos sentirnos
orgullosos de los logros de los que habitaron en el suelo del actual Estado
español, y así sentir la participación en una tradición, una cultura, unos
valores comunes, debemos asumir los errores también. Podemos recordar con
orgullo la Constitución de Cádiz, pero recordar, a la vez, que no se había
abolido la esclavitud. Nos sentiremos sorprendidos con la magnitud del proyecto
del Catastro de Ensenada, pero debemos recordar también su plan de expulsar a
los gitanos. La labor, desde el punto de vista político, de los Reyes Católicos
fue inmensa, pero también fue muy injusta la expulsión de los judíos y
musulmanes.
La ceguera ante nuestra historia
es síntoma de que la idea imperial que los antiguos, y más el antiguo régimen,
intentaron fabricar todavía sigue vigente. Tenemos la ceguera ante las
violaciones y las muertes porque preferimos mirar sólo la lengua que nos une,
las universidades que se fundaron o la labor misionera que se realizó. Para
justificar nuestro orgullo patrio recurrimos a la investigación de gestos filantrópicos,
de llevar cultura, de descubrimiento, de buena voluntad, de pequeñas Glorias
Imperiales.
Cabrá pensar sobre cuál es el
punto de inflexión histórico en que un Estado no se sienta responsable.
Curiosamente aquellos que reivindican la gloriosa tradición de España (que en
sus labios suena EsPaña) son los más proclives a olvidar las barbaridades de la
dictadura franquista, las atrocidades en Marruecos o el sistema de trochas en
Cuba. Muy pocos están informados de que fueron tropas españolas las primeras en
utilizar la guerra química. Conocer la historia de un pueblo, sea lo que sea
esa expresión, deberá incluir las aportaciones positivas tanto como las catástrofes
que haya podido producir. Sin embargo, damos pie a que se airee el concepto de Imperiofobia para quitarnos el complejo
de culpa de una manera retorcida. Recuerda aquello que repetía el Caudillo de
que las demás naciones nos tenían envidia.
Agua pasada no mueve molinos,
suele decirse. Y es cierto que fustigarse no será seguramente la solución, pero
no estaría mal dejar claro que este país, este Estado no se siente heredero del
Imperio que cometió el genocidio hace más de cuatro siglos. Las airadas respuestas
a López Obrador dan cuenta de una nostalgia del imperialismo, que es
precisamente de lo que debemos renegar. No se humilla uno por reconocer que sus
antepasados, o el estado que pretende ser antepasado, cometieran barbaridades.
Quizás así no nos sintamos excluidos los que somos críticos con la historia de
España.