Sabemos
que una cosa puede ser legal en un momento determinado sin que sea legítima. La
esclavitud o el régimen franquista, por poner dos ejemplos muy básicos. El
problema de la democracia representativa es que, en el momento en que deja de
ser representativa, deja de ser democracia, esto es, el poder del pueblo.
Echando
la vista atrás, a los inicios del parlamentarismo, comprobamos cuánto ha
cambiado esto de los votos y las cámaras de representantes. En la Edad Media,
por ejemplo, el rey hablaba con su reino en las Cortes, donde iban la nobleza,
el clero y las ciudades. Éstas enviaban unos emisarios con un mandato muy claro
sobre qué hacer y qué no apoyar. Este mandato imperativo los hacía muy poco
flexibles, y a cada nueva oferta del monarca, debían volver a sus lugares de
origen para preguntar sobre qué hacer. La representatividad parlamentaria
solventa este dilema eliminando el mandato imperativo. Así, quienes son
elegidos pueden votar lo que les plazca, sin tener que rendir cuentas a su
electorado. Y esto es así porque el sistema parlamentario comenzó siendo muy
poco democrático. Tras las revoluciones burguesas de finales del XVIII y el XIX
se establecieron sistemas en Estados Unidos y en Europa donde sólo votaban los
más ricos, existía un sufragio censitario que apartaba de la decisión a la gran
masa, por supuesto, mujeres, extranjeros y muchos campesinos que no cumplían
con el censo suficiente. De esta forma, la distancia entre votante y
representado era muy pequeña, lo más probable es que uno conociera al otro
personalmente, fueran amigos, o se invitaran a las bodas o a los bautizos. El
votante podía estar seguro de que su elegido actuaría como él mismo en caso de
duda. Es su representante.
En las
democracias de masas del siglo XX y XXI este mecanismo de identificación se ha
roto, la mayoría de los votantes no sabe a quién vota, porque sólo se preocupa
de saber a qué partido vota. Muchos se desconciertan cuando no encuentran la
papeleta de Rajoy, Pedro Sánchez o Pablo Iglesias en su colegio electoral,
ignorando que cada circunscripción tiene su propia lista.
Los
resultados de las elecciones no eligen directamente el gobierno, sino que son
al poder legislativo. Y luego, las Cortes, elegirán al presidente. Todo este
embrollo no es sino muestra de una desconfianza hacia el electorado, asegurando
así, una corrección –tras la corrección del sistema electoral–. Los partidos de
masas, además, introducen otro factor inquietante. Legalmente, los partidos
deben ser democráticos, sin que se especifique cómo deben funcionar para ser
considerados como tales. No hay obligación de primarias, ni de congresos ni
nada. Así sale lo que sale.
En el
impase de las últimas dos elecciones muchos se han puesto nerviosos y creen que
lo importante es dar estabilidad al gobierno. Pero, personalmente, creo que es
una opción posible. Otros podemos creer que se debería seguir votando hasta que
se llegara a una mayoría suficiente. El aparato del partido socialista ha
realizado una maniobra muy arriesgada, que lo ha puesto en entredicho ante sus
propios seguidores. La Junta gestora ha presionado para cambiar del “no” a la
abstención, cayese quien cayese. Muchos han visto una traición al electorado
pensando que si se ha votado a Pedro Sánchez con la promesa de un “no” a la
investidura, una abstención es una estafa. Otros seguro que votaron al PSOE a
pesar del “no” de Pedro Sánchez y están encantados con la jugada de la Junta
gestora. No lo sabremos nunca porque no se ha preguntado a las bases.
Supongo
que tendrán sus razones. Como en muchos otros momentos: la OTAN, la reforma
laboral, la bajada de impuestos…; los gobiernos han traicionado las promesas
electorales. Razón de Estado, sentido de la responsabilidad… Son maneras que
evidencian la falta de contacto de los dirigentes con los dirigidos. ¿Qué hacer
ante estos cambios de parecer?
Hay
mecanismos para, digámoslo así, dar un tirón de orejas al gobierno de turno.
Los norteamericanos renuevan la mitad de la cámara a los dos años, los
distritos uninominales señalan con el dedo al senador o congresista que no
defiende a los suyos. Dentro de la cámara están las interpelaciones y las
mociones de censura. Fuera, sólo queda el activismo, en especial cuando los
grandes partidos se ponen de acuerdo y los ciudadanos –algunos, evidentemente,
no todos– quieren mostrar su descontento.
El
Partido Popular no tiene, ni por asomo, la conformidad de la mayoría de los
españoles. Ni siquiera de los votantes. Sólo tiene más votos que cada uno de
los demás partidos, si tuviera más que el conjunto, ya sería gobierno desde
hace meses. No sé de dónde sale la certeza de que la lista más votada es la
ganadora, y mucho menos, la obligación moral de que deba ser la que gobierne.
Una segunda vuelta podría ser un camino más claro. En la primera, votas con el
corazón, en la segunda, avergonzado, votas la segunda mejor opción, o la menos
mala, según sea el resultado.
No nos
podemos rasgar las vestiduras ni decir que es un gobierno de perdedores el que
se forma con la alianza de varias fuerzas políticas. Se hace en bastantes
comunidades autónomas y ciudades y fue la estrategia liderada por el PSOE en
las elecciones municipales contra la UCD, aquel famoso “pacto de izquierdas”,
que en mi pueblo, por ejemplo, dio al PSOE la alcaldía. De esta manera quizás
haya un grupo de votantes que esté indignado cuando, sacando más votos que cada
uno de los contrarios, no alcance gobierno. Pero se conseguirá que muchos más
estén relativamente satisfechos de haber evitado el gobierno más rechazado.
Si sumamos
todo esto no sé de qué extrañarse de que se convoque una manifestación contra
la investidura de Rajoy. Se podrá estar de acuerdo con ella o no, se apoyará o
se rechazará, pero hay que aceptarla como método democrático y como sistema de
seguridad de los ciudadanos cuando un gobierno plantee leyes que les
perjudique. Como el foro de la familia manifestándose contra las leyes de
igualdad de Zapatero. Estaban en su derecho a manifestarse y mostrar su extremo
rechazo. De esa forma dejaban muy claro al Partido Popular cómo conseguir sus
votos. Eso es una excelente forma de entrar en la agenda política.
Criminalizar
la protesta es una estrategia muy rentable para los gobiernos neocon, empezando por Thatcher. La Dama de Hierro acabó con el poder de los
sindicatos combinando una estrategia mediática de difamación con cambios
legislativos que imponían multas que debían pagar las organizaciones
convocantes de las movilizaciones. Así, les restaban apoyos y fondos. La
llamada Ley Mordaza del PP va en la misma línea. Y el caso de, no sólo los
diarios digitales como OKDiario, LibertadDigital y demás, sino también de El
País, son una muestra muy rastrera de manipular a la opinión pública. Estas
consignas aparecen repetidas en muchos lugares y asumidas como lógicas por gran
parte de la audiencia. Misión cumplida.
Imagino
que el PSOE habrá valorado la posibilidad de un gobierno corto de Rajoy que les
devuelva a la Moncloa en un par de años, porque unas terceras elecciones
supondría el derrumbe total frente a Podemos. Pablo Iglesias, por supuesto,
intenta ganar las elecciones, o, al menos tener mayor margen de maniobra. El
Partido Popular recoge las nueces y, sin desgaste ninguno, consigue el
gobierno, gracias a la abstención del PSOE o con unas nuevas elecciones. Si
somos bienpensantes, todos pretenden ganar para llevar a cabo sus propuestas,
las mejores para el bien de España. Si somos malpensados, seámoslo para todos,
cada partido quiere alcanzar el poder para satisfacer sus más bajos instintos.
Los partidos que ya han gobernado están demostrando de qué pasta están hechos y
lo tolerantes que son con la corrupción propia. Unas nuevas elecciones suponen
un dinero de gasto. No votemos, como hacemos con el rey y como hacen los
dictadores. Pero no digamos que es una democracia. Y, por llevar la contraria,
dicen algunos analistas económicos que la bolsa y la economía está subiendo
porque, al estar el gobierno en funciones, no les cambia las reglas del juego
continuamente. Al tener menos incertidumbre consiguen mayores beneficios.
Ya he
comentado muchas veces el caso de Podemos, del que se puede decir la mayor
barbaridad que la gente creerá que es cierta. Que si son golpistas, chavistas,
que quieren los tanques o que no son democráticos. ¿Es democrático presentarse
diciendo que van a votar “no” y luego cambien? Si Pablo Iglesias y los suyos son
niños consentidos que patalean, el PSOE es un niño obediente al que se le riñe
y que se comporta como quieren los mayores. Los aparatos de partido son los que
han dado el golpe de timón acordando dar el visto bueno a un gobierno de
corruptos, ¿eso es democrático? Es, por lo visto, democrático, tener una
mayoría que las urnas no te han dado y eso que el sistema bonifica a los
ganadores.
La
mayoría de los españoles no queremos a Rajoy en el gobierno, algunos pueden
tolerarlo, pero aquellos que lo rechazan están en su derecho constitucional y
democrático a manifestarlo en las calles. Lo que no sé es lo que pasará cuando
tengamos que manifestarnos, no por algo abstracto como una investidura, sino
por algo que nos afecte directamente. Tampoco podremos porque nos habrán puesto
a la prensa en contra, no tendremos seguro que se haga cargo de las multas y no
podamos perder la seguridad de un puesto de trabajo. Dejaremos a los
legisladores hacer y deshacer conforme a los grandes intereses que les
presionan y les financian las campañas.
Es
mejor que los niños no nos metamos en cosas de mayores, que no entendemos de
política, dejemos a los sensatos, a los de siempre, que nos llevan el país
divinamente. Yo pensaba, seguramente estaré equivocado, que la democracia es
algo más que un voto cada cuatro años, que es tomar conciencia de lo público,
que todos somos políticos y no sólo los profesionales.