Parece
mentira pero hace un año que comencé este blog. Hacía tiempo que quería empezar
uno con estas características. Quizás fue Fernando Broncano y
su post semanal quien me dio la idea para el formato definitivo. Robé el título
a Andy Warhol. Creo que he acertado, lo mejor del blog.
Durante
este año me ha dado tiempo a escribir sobre muchos temas y a repetir mis
obsesiones. Más que convencer a nadie me preocupa poner en orden mis
pensamientos. Tenía miedo de quedarme sin temas sobre los que hablar, pero
llegaba el domingo por la mañana y durante el desayuno –el único tranquilo de
la semana-, charlando sobre lo divino y lo humano con Mercedes, siempre
terminaba de salir alguna cosa interesante a la que darle vueltas.
No
pensé que fuera a tener mucha repercusión, si acaso algunos amigos y algún curioso,
pero he llegado a superar las tres mil visitas. Interesantes sí que han sido
los comentarios que me habéis hecho, valorando inmerecidamente las entradas. Se
ve que conozco a gente muy amable. Gracias. Algunas veces pensaba que iba a
gustar más alguna entrada y pasaba desapercibida. Otras veces sucedía lo
contrario. En fin, se ve que no tengo criterio.
El
motivo principal que me lleva a escribir es la indignación. Adam Smith, en Teoría de los sentimientos morales, un
libro menos leído que La riqueza de las
naciones, sostenía que la ética se basaba en el sentimiento de simpatía
(empatía quizás diríamos ahora) hacia la víctima de una injusticia. A esto le
llamo yo indignación, que resulta más contundente. Indignación ante las
decisiones políticas y sobre todo ante las coartadas ideológicas que son
capaces de hacer que las víctimas compartamos la visión de los verdugos.
Criticar
es fácil, y divertido. En estos tiempos inciertos hay sectores, como la iglesia
que lo ponen tirado. Sería un no parar. No obstante, tengo por costumbre dudar
de lo que nadie duda, y por eso analizo hasta la obsesión algunas expresiones,
algunos argumentos, algunos dogmas. No es que llegue a ningún sitio la mayoría
de las veces, más bien me convierto en un obsesivo que veo neoconservadores en
todos lados.
El
lenguaje me tiene subyugado, las vueltas, las etimologías, las metáforas…
Quizás sea el nexo de unión entre tantas tonterías que tengo por la cabeza.
Cuando escribo sociología, cuando estudio los imaginarios, el secreto, cuando
reflexiono sobre política. Pero también es lenguaje cuando escribo reseñas, microrrelatos
o poemas. Lenguaje, esa vieja hembra engañadora.
Este
año han sucedido algunas cosas muy interesantes para un sociólogo, en especial
la irrupción de Podemos. Las reacciones ante esta propuesta han sido un caldo
de cultivo especialmente interesante. Que el establishment no tuviera todavía creada una respuesta ha provocado
una avalancha de insensateces que ponen de relieve, no lo que se piensa, sino
lo que creen que pueden pensar los votantes. No sé qué me da más miedo de lo
que dicen los políticos, que lo crean de verdad o que piensen que lo creemos
los demás.
Tengo
que confesar que nunca he pretendido ser coherente, no echo en falta ningún centro de gravedad
permanente como Batiatto. Creo que es bastante sano desdecirse. Como decía
Groucho Marx, estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros. No
quiero decir que haya que ser un chaquetero y bailarle el agua a nadie para
congraciarte y no tener enemigos. Lo que creo es que hay que ser lo suficientemente
inteligente para cambiar de ideas cuando descubres otras mejores. Lo hacemos
con los coches siempre que tenemos oportunidad, ¿no vamos a hacerlo con las
ideas?
Me
gusta la ironía, es cierto. Y un poco el sarcasmo, pero prefiero un guiño
cómplice, saber que estamos hablando de la misma cosa. No pretendo ser polémico
por llevar la contraria y parecer el más ocurrente del patio del colegio. Pero
es que defender al empresario emprendedor, al deportista, la cultura del
esfuerzo y todas esas cosas comienzan a ser tan lugar común que me asusto un
poco y critico.
Sé que
algunas veces no dejo clara mi postura, y parece que ataco una cosa que al final
parece que defiendo. Quizás sea porque me gusta darle la vuelta a las cosas y
ver los matices. También porque me encuentro en una contradicción teórica y
existencial. Desde mi posición ideológica el concepto de masa me inquieta, me
resulta desagradable. Desconfío de quienes desconfían de la gente. Yo soy muy
gente. Y es extraño, porque siempre he sido y me he sentido como un rarito. Por
eso es casi un axioma para mí considerar que los comportamientos de las
personas normales obedecen a una cierta inteligencia, podríamos decir. Si la
gente prefiere asistir de público a procesiones en lugar de manifestarse por
sus derechos alguna razón habrá. No podemos recurrir siempre a la alienación, a
la falsa conciencia, a considerarlos borregos estúpidos, muchedumbres
heterodirigidas. Por eso es tan contradictorio defender la capacidad individual
frente a lo establecido por la tradición, desconfiar de lo establecido y a la
vez confiar en la capacidad democrática de las personas de evadir al poder
macro y micro.
En todo
caso, son motivos para reflexión, al menos para mí. Confío poco en los
liderazgos, poco en las élites revolucionarias, y nada en las élites que tienen
que educar al populacho.
Lo que
sí me planteo a menudo es qué necesidad tengo yo de pontificar sobra nada. No
soy especialmente habilidoso en lo social, me equivoco demasiadas veces
juzgando las cosas, soy un gran desastre gestionando mi propia vida, ¿cómo me
atrevo a decir qué tienen o qué no tienen que hacer los demás? Afortunadamente
no creo que tenga ninguna capacidad de influir en nadie.
De
todas formas, muchas gracias a todos.