David González Lago es profesor de
Geografía e Historia en un instituto de secundaria de Córdoba. Su primer libro
de poemas fue 33 reflexiones que Cristo haría en mi lugar (2016) y el
pasado 2017 también publicó otro poemario, Satán es un canalla despeinado.
En el prólogo, Jesús Feliciano Castro Layo insiste en la coherencia del
poemario: “poeta conoce a ella”. Es un volumen de corte clásico, romántico,
casi de amor cortés. Desde el punto de vista formal destaca la variación,
utiliza tanto el verso libre como el haiku (“Se para el mundo / si me miras de
frente / Eppur si mouve, Sin embargo) o los sonetos (Igual que
mis ojos, Si fui yo,
Sólo a veces...), incluso caligramas (Ojos y besos, Ella
es el universo, Lo que te pido y lo que no, Exigencias, Tentaciones).
Abre
la colección el poema que da título, “Se vende corazón para entrar a vivir. /
De reciente construcción. Cualidades de lujo” que marcará, además, el tono del
resto. Un romanticismo exento de solemnidad y tragedia, desenfadado por
momentos y lleno de imágenes sugerentes, muy en consonancia con poetas como
Sabines o Benedetti (“Encontré tu sonrisa en mi bolsillo” en Amanecer con
desconcierto) a los que añade un toque de sabor barroco. Hay un claro
homenaje a Miguel Hernández (“Tristes guerras / si no ocurren en nuestro
colchón. / Tristes, tristes, en Fuego cruzado).
Son
numerosos los poemas en los que el autor agarra una metáfora y desarrolla una
alegoría a su alrededor, como en Corazón inmueble, con el tema del
Quijote (Antes y después), los oficios del pirata (Poeta de oficio),
la burocracia (Burocracia labial)… En otras ocasiones se decanta por
jugar con las palabras: “Todos mis yoes y tus túes” (Conjugación reflexiva).
La
primera parte, Un amor animal, abunda en la parte más instintiva del
enamoramiento: “Espero de ti un amor animal, / instintivo, sin prejuicios” (Lo
que espero de ti). Se enfrenta, por un lado, lo natural (ella) con lo
artificial, que incluye todo lo que se contrapone, las convenciones, el propio
yo del poeta: “En lugar de tu cuerpo, lo que emana” (En lugar de tu cuerpo).
Sigue, en ocasiones la senda, como decimos, del amor cortés:
“Hoy
desenvaino mi espada
y adopto
posición de defensa
a las puertas
de la torre donde habitas.
Me dispongo a
defender tu honor
con tesón y
con demencia” (La torre donde habitas)
La
segunda parte se denomina De barcas y trincheras, Aquí los elementos del
amor romántico se van desplegando: lo irracional, incomprensible, paradójico,
de exigencias y rendiciones, de necesidades mutuas.
“A veces me
comporto como un loco.
Sucede poco a
poco. Me enamoras,
malgasto mis
neuronas, me devoras.
Aniquilas mis
uñas. Me desboco” (Sólo a veces)
Está
quizás más centrado en lo que es la vida cotidiana, en común, del amor.
“Si me
emborracho
del exceso de
ti,
ya dormiré” (Las
resacas posibles)
Dentro
del universo semántico del amor como creador del universo consigue sorprender
el tono casi naif que se contrapone.
“He creado un Universo.
Espero que no
te importe.
No tiene
planetas, pero
podría
pintarle alguno” (Negro sobre negro)
La
tercera parte, Versos de trapo, abunda en lo cotidiano, los conflictos,
siguiendo el modelo de becqueriano de “tú eras el huracán, yo la alta torre...
no pudo ser”:
“Y sin
embargo,
este árbol
ajado
nunca fue tan
firme
como hoy se
nos presenta” (Tiempos más difíciles)
Continúa
el tono de romanticismo evitando los tonos trágicos y la acritud propia de
amores despechados e imposibles y del final del amor:
“He perdido la
santa paciencia
y la
tranquilidad.
Ahora ya no me
muevo, tampoco gesticulo.
No te invoco.
Soy de piedra” (Perdulario II)
Es, su mayor parte, un libro luminoso y lleno
de esperanza en su mayor parte, a pesar de todo el dolor que pueda filtrarse:
“Por huir de
tu fantasma escribo
con sombras de
letras que se proyectan
sobre el
fantasma de tu sombra,
ese que está
aferrado a todas las paredes:
las de mi
casa, las de mi orbe, las de mi cráneo” (El fantasma que respiro)
La originalidad está en el uso de
las imágenes. La destreza en el metro clásico juega a favor creando una especie
de ucronía. El gusto por las paradojas está desde el principio, planteando los
poemas como contraposiciones: como el Edén y el Averno que están en la habitación
(Interior intimista), en Doble Mortal. Utiliza también procedimientos
anafóricos (Passé composé, Perdulario I y II). Recurre a
metáforas “tecnológicas” (“Mi corazón funcionaba con Diesel B”), bélicas,
religiosas, corporales, en especial, como señala el prólogo, las metonimias del
corazón y la mirada como expresión del amor.
“Como el
tiempo esculpe anillos
en lo profundo
de los árboles,
hay momentos
indelebles
que se graban
a fuego
en retinas y
corazones.
Sigamos
grabando codo a codo
hasta que el
árbol que somos
no quepa en el
planeta” (Declaración de intenciones)