Ramón Bascuñana es licenciado en Geografía e Historia. Su obra la componen por ahora más de un veintena de poemarios, incluyendo alguna antología. Ha sido galardonado, entre otros, con los siguientes premios de poesía: el Nacional Miguel Hernández (1997), Paco Molla (1998), Esperanza Spinola (2001), Hispanoamericano Juan Ramón Jiménez (2002), Julio Tovar (2003), Mariano Roldán (2004), Flor de Jara (2006), Marina Romero (2006), Juan Bernier (2013), Fernando de Herrera (2014), Ernestina de Champourcin (2015), Ciudad de las Palmas (2015), Poeta Mario López (2017), Gerardo Diego (2018) y el Juan Gil-Albert. XL Premios Literarios Ciutat de València (2023). También ha obtenido galardones en narrativa. Según confirma el propio autor, esta es una forma de conseguir publicar poesía.
El planteamiento de este libro singular son citas que propician poemas dispuestos como notas a pie de página. A diferencia de la profusión de algún autor novísimo, las palabras ajenas son un punto de partida, no pretende ser acopio culturalista. El estilo de Ramón Bascuñana es cercano, muy cuidado, conociendo a la perfección las reglas del verso. De esta forma van calando las palabras y las emociones: “El retorno al pasado / es una senda triste y escarpada; / la senda tenebrosa / del que escucha el silencio que canta las sirenas / y sueña con ser feliz en el desierto”.
La función comunicativa está más clara con estos parámetros, aunque la conversación sea con uno mismo: “Quizás por eso escribo / versos que hablan / de mí mismo como si fuese otro. / Alguien a quien detesto / porque es un cobarde / que se esconde detrás de las palabras /y es incapaz de amar / nada que no sea / el sonido que producen sus versos / al romperse”. Encontramos una queja doliente de soledad: “Desde mi soledad, trazo el poema”; “Porque el amor es siempre, / aunque no lo parezca, / un acto solitario”.
Podríamos recuperar la metapoesía que se despliega en estas Anotaciones… puesto que es uno de los pilares temáticos esenciales: “El poema se escribe / sin premeditación / en un lugar entre el siempre y el nunca”. Escribir como curación: “El acto de escribir me purifica / de la degradación del día a día”; “Cada verso un disparo o una puñalada. / Legítima defensa / contra la realidad que nos acosa”. Es la poesía un refugio, una manera de entenderse uno mismo, una vocación, un destino: “Por qué otra cosa / renuncia a la vida cotidiana / y encontrar refugio en la poesía, / en ese estar al borde del abismo, / si no es para el olvido, / para que nada se queda en nosotros”; “Como en todas las vidas. / Algo indigno, sucio, oscuro, tenebroso. / Porque el poema mancha / y nace de la rabia / y de la podredumbre. / De los desperdicios de la vida cotidiana”. Sin embargo, no se trata de vomitar palabras como un desahogo, sino con el cuidado exquisito y la primorosa atención a los versos.
El amor a los libros como parte de una vida se demuestra claramente: “Así mi biblioteca, / ordenada y precisa, / alberga en sus estantes / los nichos con los cuerpos / que una vez fueron luz de mi memoria”. Por otro lado, el poeta se queja de la inutilidad de la poesía como salvación: “Sin embargo, tú sabes / que a pesar de haber escrito todos los poemas / que te correspondía / tu vida en un fracaso”; “O quizás la esperanza / de que el poema no sirva para nada”. “Sin ninguna razón, / sin motivo aparente / para seguir soñando, / este poema solo certifica / la abulia de los días”. Este es un poemario que duele, a pesar de que parezca que esté hablando del oficio de los versos.
En las Anotaciones a pie de página rastreamos mucho de la concentración de la belleza: “La belleza es anhelo de la belleza”. Y, sobre todo, del silencio: “y después el silencio, / un refugio seguro / contra las impurezas del lenguaje, / contra sus maniobras /…/ Un silencio que acoge y que protege / de la devastación de las palabras /…/ El silencio, una forma del canto / cuando el canto se agota”; “Si el silencio pudiera atesorarse”; “porque al final de todo están la muerte y la nada, / el silencio: la tumba del olvido”.
Sin adscribirse a los parámetros estéticos de la llamada poesía de la experiencia, o del dandismo de Wilde, comparte la confesión de lo artificial del poema: “La verdad del poema es su mentir, / su artificio y su forma, / su manera / de conjurar la vida con palabras / que son como un hechizo /…/ La verdad de una casa, / igual que la verdad de un poema, / reside en quien lo habita”; “y queda entre las grietas del espejo / el mensaje cifrado de los versos”; “La poesía, la clave indescifrable de la vida”. El grado sumo de esta aspiración está en que “Más que un poeta, quisiste su poema”. En fin, para Ramón Bascuñana, el poema está por encima del escritor: “El poeta muere, pero / la belleza del poema permanece. /Algo de eso debería ser, al final, / la vida”.