Quizás pueda ser acusado de defender una lucha por motivos
personales. En el fondo todas las luchas sociales tienen algo de personal y todo
lo personal es político. De las luchas por el reconocimiento del siglo XX hemos
aprendido una lección que olvidamos a menudo aplicarla a otros frentes. La
lucha por los derechos civiles de los años 60 no pretendía convertir a los afroamericanos
en WASP, blancos anglosajones, sino que ambos tuvieran acceso a los mismos
derechos. El feminismo y el movimiento LGBT suelen tener también en su base, no
el traspaso de una categoría a otra, ni que se ignore la diferencia, sino que esta
no suponga un menosprecio. Es obvio que no podemos cambiar de etnia ni de sexo
a voluntad, o al menos fácilmente. Ahora bien, en la lucha contra la pobreza se
proponen estrategias para salir de ella, para dejar de ser pobre, conseguir un
mejor trabajo, llegar a la clase media. Pero seguirán existiendo trabajos mal
pagados y existiendo pobreza. Lo interesante sería quizás lograr una vida digna
para todos, independientemente de su extracción social.
La obesidad es una forma de pobreza.
Algunas razones me hacen aceptar esa afirmación. En primer
lugar la discriminación generalizada que sufrimos las personas con sobrepeso.
No fabrican ropa adecuada, lo que resulta sorprendente porque se supone que
todas las empresas quieren vender lo máximo posible y por eso adaptan sus
productos al consumidor. En el caso de la moda son las empresas las que obligan
al consumidor a transformarse para poder comprar. Algo inaudito.
La belleza es una forma de capital. El aspecto físico que se
impone a los candidatos a un puesto de trabajo, ya sea cara al público o no, a
los políticos (se ha visto en esta campaña de una manera evidente en el debate
de pie y sin tribuna), a los presentadores… Salir de la pobreza de la imagen
impone la dieta y la liposucción. No es la primera vez que se descalifica a una
política por obesa. Hay una presión increíble para que las embarazadas después
del parto se queden delgadas en tiempo récord. Para dar una imagen de
triunfador y líder hay que llevarse más tiempo en el gimnasio que leyendo. Es
el capital estético. Nos resume José
Luis Moreno Pestaña, experto entre otras muchas cosas en los llamados fat studies, que la gordura empobrece, porque
se ceba en los prejuicios de clase y género, afecta más a pobres y a mujeres.
Los obesos debemos soportar acosos que otros enfermos (asmáticos o diabéticos)
no sufren.
Somos considerados incapaces, bien por falta de
conocimientos de una vida “sana”, bien por falta de voluntad y flojera. Se está
proponiendo en algunos foros neocon
que paguemos más en sanidad por el uso más frecuente que haremos, dado que
nuestro modo de vida es más susceptible de enfermar. Las compañías de seguros
ya lo hacen. Se invoca la buena salud para incitar los prejuicios estéticos
hacia la gordura.
En muchísimas ocasiones noto como se nos trata con
condescendencia, nos miran con el cuidado con el que se riñe a los hijos
ajenos. Estás un poco más gordito, has
cogido peso, ¿no has pensado en hacer ejercicio? Deberías controlar lo que
comes, y no picar tanto… Todos se ven en el derecho, incluso con el deber,
de aconsejarte. ¿Se imaginan si se dijera lo mismo a alguien que tuviera
problemas con cualquier materia académica? A
mí no se me dan bien las matemáticas, ¡pues deberías hacer más ejercicios!
La obesidad también se relaciona con las clases más bajas.
Pobres, no saben comprar, se dejan llevar por sus apetitos y se atiborran de
comida basura, precocinados, fritos, conservantes, colorantes… nada de
productos ecológicos. En el fondo subyace el mismo razonamiento. No son capaces
de salir de la pobreza por falta de espíritu, falta de fuerza de voluntad, de
iniciativa y prefieren ir subsistiendo, yendo a lo fácil. A todo esto hay que
sumar la diferencia brutal de precio entre los productos “sanos”, orgánicos, y
la comida con grasas saturadas, con conservantes... Comer sano puede salir muy
caro. Un ejemplo más de que la libertad de elección está condicionada por la
clase social.
La definición de obesidad es un ejemplo claro del biopoder que
Foucault sacó a la palestra. El Estado se preocupa de la salud de los
ciudadanos y es una forma más de control, prohibiendo, regulando, incentivando,
etiquetando… Desde la misma definición de obesidad, el proceso es algo más que
turbio. El famoso Índice de Masa Corporal está lleno de elementos
cuestionables. Por ejemplo, los sexos están sin diferenciar, así como la edad.
También se constata que se ha bajado el límite hasta el punto de considerar que
casi la mitad de la población de los Estados Unidos tiene sobrepeso.
No voy a entrar en si la gordura es una algo genético o
fruto de nuestras decisiones en la mesa y en la pista de atletismo. Lo primero
nos libraría de toda culpa, pero nos condenaría sin remisión al pelotón de los
torpes. Lo segundo cuestionaría nuestra voluntad y también acabaríamos en las
mazmorras. Estar gordo se convierte en una cuestión moral, de voluntad débil,
desorden en las comidas y en los hábitos.
Los programas de comida sana en los centros educativos, por
ejemplo, favoreciendo el consumo de frutas chocan, por otra parte, con los
servicios de cáterin que tienden a lo cocinado de forma no saludable. Recuerdo
una charla contra la anorexia en mi instituto. La impartió alguien proveniente
del centro de salud local. Después de insistir en que no hay que obsesionarse
con el peso durante tres cuartos de hora, los últimos minutos propone a los
alumnos que digan su peso y altura para calcularles el IMC y que no piensen,
equivocadamente, que están gordos. Por supuesto, el efecto fue el contrario, y
los que tenían un 19 miraban por encima del hombro a los que tenían 20. Los más
rellenitos ni lo intentaron.
La correlación entre grasa corporal y enfermedad es también
cuestionable. Los nativos de las islas del Pacífico poseen un índice de grasa
corporal considerable y no tienen mayores problemas de las enfermedades
cardiovasculares que se atribuyen a la gordura. Aun así es vox populi, casi un mantra, que la obesidad trae problemas de
corazón, de colesterol, de azúcar. Los antiguos, los que podían comer bien,
eran, sin embargo, los que duraban más años. En la actualidad, el sobrepeso
correlaciona con la mala salud sólo en las clases altas. En las clases bajas la
salud es dañada por otros muchísimos factores, pero es una manera de culpar
individualmente. Lo que sí parece probado es que hacer dieta es más dañino que el
sobrepeso.
En la sociedad de la imagen ser gordo no ayuda. La presión
social hacia un canon estético anoréxico es un fanatismo prácticamente universal
y cuenta con múltiples aliados: la televisión, el cine, la moda y, en especial,
ese invento del demonio que es el photoshop…
Es indudable que ha calado en nosotros mismos. Nos hemos convertido en agentes
denunciantes, como los familiares del Santo Oficio, de la obesidad propia y
ajena. Ser gordo es un insulto, un insulto muy gordo. Se ridiculiza a cualquier
actriz que haya ganado peso, se atacan las adolescentes entre sí cuando no
alcanzan esa mínima talla. La tiranía de la talla.
Los gordos somos un grupo marginado. Lo vemos en el cine y
la televisión. Somos un estereotipo. Como el Piraña, de Verano Azul,
que siempre piensa en comer, simpático y bonachón, aunque algo brutote. El
gordo es el primero en ser asesinado, el que protagoniza los chistes y es
completamente ridículo verle ligar. Nunca tendrá a la protagonista. Salvo en Amor Ciego, la película de los hermanos
Farelly. Jack Black, hipnotizado, sólo verá la belleza interior y se enamorará
de una mastodóntica Gwyneth Paltrow porque piensa que tiene el tipo de una
supermodelo. En el fondo la película abunda en el tema.
Saltan a la palestra, de vez en cuando, modelos o actrices
orgullosas de tener curvas rotundas. Se lanzan titulares contra la gordofobia y
se repasan personajes atractivos con sobrepeso orgullosos de tenerlo. Esto no
hace sino acrecentar su exotismo. El caso de los llamados fofisanos roza directamente el ridículo.
La cuestión no es que nos ayuden a llevar una vida menos
sedentaria, que nos enseñen a comer correctamente, a quedarnos con hambre, a
que el endocrino nos certifique que lo nuestro es genético y nos mantenga en
una dieta perpetua. La cuestión es el respeto a todas las formas del ser humano
y no creerse superior a nadie porque a uno le guste el ejercicio y no pueda
estar parado.
Ser gordo no es una desgracia. Al menos no debería per se convertirse en una. Es una
desgracia esa intransigencia que vemos tan clara en el racismo, incluso en el
machismo, pero no en el peso. Mientras “gordo”, “marica”, “lo haces como una
niña” sean insultos, la batalla está perdida. Propongo fundar el Frente de
Liberación Obeso como forma de lucha contra la discriminación.