Los
fines de semana se acaban demasiado pronto y lo que tenía pensado va a quedar
para el siguiente. Muchísimas cosas bullendo a cuenta de las elecciones.
Supongo que una más no importa demasiado.
Una de
los aspectos más interesantes de unas elecciones se presenta en el recuento de
votos. Suele ser el momento en el que todos los partidos ganan. En estas
atípicas elecciones también han sido atípicas las reacciones de los atípicos
partidos que no se llaman partidos. No creo que descubramos nada nuevo si
volvemos a los despropósitos de la ley electoral, no sólo por el procedimiento D’Hont,
también por la distribución de diputados y senadores por provincias que
privilegia a la España interior tradicionalmente más propensa a votar a la
derecha.
Creo
que había que reflexionar sobre unos puntos básicos. Para empezar, habría que
preguntarse por qué millones de personas votan de nuevo al PP, especialmente en
los lugares donde se han descubierto últimamente más casos de corrupción. Partir
de la base de que la gente no sabe lo que vota, que, por otra parte, es el
argumentario contra el “populismo”, no nos lleva a ningún sitio, aunque,
indudablemente, algo de donkey vote
pueda existir. Tradicionalmente la derecha es más proclive a no abstenerse y el
PP ha sido su partido. El fallido experimento Vox no ha contado demasiado, sólo
Ciudadanos pudo suponer una alternativa factible. Parte de la migración del
voto desde Ciudadanos al PP de nuevo tiene que ver con el acuerdo de Albert
Rivera con Pedro Sánchez, pero, creo que sobre todo se debe al miedo a que
ganara Unidos Podemos. La campaña triunfalista ha movilizado efectivamente a
votar a la derecha a la defensiva.
Otra
cosa que es importante aclarar son los motivos que llevan a pensionistas, clase
trabajadora, intelectuales de muchos tipos a seguir votando a un partido cada
día más salpicado de corrupción. Los casos de Valencia y Granada son
paradigmáticos. Por un lado, el PP ha tenido el acierto de encontrar un slogan que se autojustifica: son
corruptas las personas, no los partidos. Es coherente con su ideología
individualista (y no con el ataque a los nacionalismos periféricos, culpables
como ente y no como individuos). Es un argumento que no convence a nadie pero
permite al votante del PP no sentirse idiota. Además está la simpatía que
despiertan en cierto electorado, vinculado personal o ideológicamente, con los
corruptos. En mi pueblo ha pasado muy claramente. Pedimos en abstracto penas
más duras contra la corrupción y cuando se confirma una condena, siempre se nos
antoja excesivamente rigurosa.
La
fidelidad del votante de derechas no tiene que ver simplemente con el origen de
clase. Ojalá, porque sólo les votaría una minoría cada vez más exigua de clase
media-alta y clase alta. El votante del PP se identifica con la religión, con
la nación española, con el conservadurismo y ha tenido miedo de “el Coletas”.
La campaña de miedo ha sido especialmente devastadora, trayendo a cuenta desde
Venezuela a infinidad de bulos sobre declaraciones y actitudes de Unidos
Podemos a la vez que se silenciaban los ataques que sufría la coalición.
Ahora
se ha puesto de moda en las redes sociales denunciar a la “extrema izquierda”
por atacar e insultar a los votantes del PP. ¡Qué poca memoria! La cantidad de
insultos y vejaciones que nutren páginas como Anti-podemos y similares han
navegado por la red con la misma impunidad que Jiménez Losantos amenazando con
su escopeta. Nunca me han gustado los insultos, sin embargo, creo que no se
está juzgando con el mismo rasero. Calificar de cómplices o de estúpidos a
quienes votan políticas que les perjudican puede ser de mal gusto, pero forma
parte del funcionamiento de las redes. Cuando Podemos sube en las encuestas, a
repetir que Hitler subió al poder “democráticamente”, cuando ganan los tuyos
nadie saca a colación a los nazis.
La
bajada del PSOE ha sido brutal, el peor resultado de su historia en democracia.
En cambio, ellos sí que saben, se ha presentado como un triunfo ante el “sorpasso”.
Son el primer perdedor, ¡aleluya! Y no sólo han respirado ellos, también el PP.
Son enemigos conocidos, saben cómo atacarse sin hacerse demasiado daño. Uno y
otro se necesitan. Ambos llevan a cabo políticas similares en lo económico,
sólo un pequeño barniz progresista los diferencia. Y depende a qué líder atiendas,
José Bono o Felipe González no se distinguen en nada del PP. Ahí estaban
González y el que probablemente ha sido el ministro de justicia más dañino de
la democracia, Gallardón, defendiendo a la oposición venezolana. Nada de
autocrítica, han conseguido ser los perdedores auténticos.
La
sorpresa ha sido el descalabro de Unidos Podemos. ¿Descalabro? No han perdido
ni uno sólo de los diputados a pesar de perder más de un millón de votos. En
cualquier elección, eso es un triunfo (véase el PSOE). Alrededor de las
encuestas se está montando un debate, ¿qué ha fallado? ¿Son inútiles las
encuestas o los encuestadores? Mi opinión es radicalmente distinta. Las
encuestas han estado en su punto. Han acertado completamente.
En los
años 50 del pasado siglo, el lingüista Austin puso en liza el concepto de
enunciado performativo. Con este concepto pretendía poner en claro que el
lenguaje no sólo es un reflejo de la realidad, a veces, decir algo es hacer algo. Cuando un juez dicta
sentencia, dos novios dicen el “sí, quiero”, cuando alguien amenaza, con el
sólo hecho de decir están sentenciando, casándose o amenazando. A veces, como
recuerda el gran Emmánuel Lizcano, parece que se está describiendo, pero en
realidad se está influyendo en el oyente. Si digo: “Tengo frío”, además de
describir mi sensación, estoy pidiendo amablemente que se cierre una ventana.
Las encuestas son actos performativos. Y muy eficaces.
La
intención de mostrar el arrollador sorpasso
tenía como intención desmovilizar a la izquierda que les podía votar (no es
necesario, me puedo ir a la playa), atemorizar a los votantes del PSOE que les
habían abandonado, y, sobre todo, al votante de derechas que tuviera miedo de
que les fueran a quitar las casas, las pagas, la sanidad y se fugaran los
capitales. Esto sería Venezuela. El éxito ha sido total.
Lo que
me ha asombrado es que a Pablo Iglesias y compañía les haya cogido por
sorpresa. Una de las cosas que me habían parecido más interesantes de los
inicios de Podemos es que tuvieran muy claras las encuestas y los datos. Que no
se comportaran como el político tradicional que escucha lo que quiere escuchar.
Por lo visto, se acabó.
Y que
se vayan acostumbrando. Este va a ser su umbral máximo de votos. Por mucho que
quieran ilusionarse, Podemos nunca va a gobernar España. Un partido que basa su
estrategia en mostrar una imagen pretendidamente desafiante nunca va a
convencer a la mayoría. La política de gestos, con los que estoy en su mayoría
de acuerdo, ha provocado un rechazo muy, muy fuerte, no sólo en la derecha o en
el centro, también entre los votantes de IU, incluso en los que se ilusionaron
con una nueva forma de hacer política. Podemos no es un partido radical, ni en
sus planteamientos ni en sus políticas ni en sus gestos, pero sí un partido que
cultiva sistemáticamente el rechazo de los demás. Y los demás, encantados de
atacar con saña y desvergüenza.
El gran
triunfador de la noche ha sido Mariano Rajoy, que ha conseguido mejorar unos
malos resultados sin hacer nada. Sin hacer declaraciones, sin meterse en
fregados, sin polémicas, casi sin aparecer por los medios. Un liberal clásico
de “dejar hacer, dejar pasar”. Ha conseguido que se despedacen entre sí PSOE,
Ciudadanos y Podemos, culpándose unos a otros de impedir el cambio de gobierno
y él, recogiendo los votos huidos.
Lo que
no estoy dispuesto a admitir es que hayan sido los elegidos por la mayoría de
los españoles. Que menos de uno de cada tres votantes de casi la mitad del censo
les haya votado significa que a la inmensa mayoría de los españoles no les
gusta el PP, no les han votado, quieren que se vayan. Por mucho que diga Rajoy,
no será el presidente que los españoles quieren.
Lo peor
es que esto no es un campeonato de ningún deporte, no es cuestión de gustos y
de filias arbitrarias. Lo que hemos votado ha sido darles carta blanca para que
sigan pensando que pueden hacer de todo (corrupción, políticas represivas, recortes
en gasto, subidas de impuestos) impunemente. Que Sor Passo interceda por
nosotros.