Esta
semana hemos asistido a un hecho terrible. Todavía está sin aclarar cómo
sucedió exactamente y sobre todo por qué ocurrió el accidente del avión de Germanwings. Se ha movilizado una
cantidad ingente de medios humanos y materiales para recuperar los cuerpos y
las pruebas necesarias para aclarar lo sucedido. Encontrar una explicación es
clave para recuperar la poca paz que puedan alcanzar las familias. Una ola de
compasión ante la tragedia nos invade. Y muchas preguntas sin contestar. Se
fletan aviones para que los familiares y las autoridades se desplacen al lugar.
No
sabemos con certeza cuál ha sido la causa, pero han confluido muchos factores,
factores personales como la depresión del copiloto, que había roto su relación
sentimental, que tenía delirios de grandeza, que por lo visto tenía problemas
de desprendimiento de retina. Factores más estructurales, como la falta de
personal, o la normativa post-Torres Gemelas. Y recemos por lo que podría haber
pasado.
Una de
las primeras hipótesis fue la del ataque terrorista, recordamos los atentados del
museo del Bardo, y, más lejanos sentimos los de Yemen o Nigeria con Boko Haram, aunque no lo estén tanto en
el tiempo. Sentimos el dolor y sentimos la indignación, y desgraciadamente esto
es aprovechado por ciertos políticos para contagiarnos de su preocupación en
las fronteras y autorizan el gasto especial para blindarnos contra el
terrorismo.
Humano,
demasiado humano preocuparnos por nuestros muertos, los que sentimos nuestros a
pesar de no haber conocido de ellos más que su desgracia. Advertimos, sin
embargo, que no todos los muertos son iguales. Ahí tenemos los restos de Miguel
de Cervantes, una cantidad indecente de dinero y recursos se han utilizado para
comprobar si efectivamente los huesos de esa tumba pertenecen al Manco de
Lepanto. Forenses, arqueólogos sí están disponibles para la investigación de
una celebridad, porque luego eso repercutirá en la economía, habrá más turismo.
Realmente lo dudo.
En
cambio, los recursos para la Memoria Histórica no tienen tanta prisa, ni tanto
interés, ni tantos recursos. Por lo visto, los familiares de la tragedia de los
Alpes sí tienen que cerrar heridas, pero la sociedad española vive mejor sin
remover el pasado.
Es
humano también hacer todo lo posible cuando la situación lo exige. Llegan las
riadas, los terremotos, huracanes y debemos desembolsar lo que no tenemos para
reconstruir nuestras maltrechas vidas. Los seguros parecen encargarse de hacer
más llevadero el trance, pero no siempre es fácil retomar la normalidad a
través de estos cauces. Las ayudas de las distintas administraciones suelen ser
escasas y tardías. Nos empeñamos hasta las cejas con cargo a un futuro que no
tenemos claro si llegará.
Sufrimos
una enfermedad familiar y nos volcamos, deshacemos nuestras rutinas,
reorganizamos como un campamento militar todos nuestros recursos para salir
como podemos de estas contingencias.
Se
estropean los electrodomésticos y nuestra economía familiar se va al traste por
mucho que hayamos sido previsores. Es normal, jodido pero normal. ¿Quién nos
puede culpar por ello?
Pues
entre los vivos tampoco hay igualdad de condiciones. Para algunos es normal
hacer frente a las pérdidas con su patrimonio, para otros eso es impensable.
¿Cómo van a ir a la cárcel los miembros más insignes de la sociedad, la familia
real, las grandes familias de banqueros, o de políticos? Esos no pueden, ellos
nunca han vivido por encima de sus posibilidades.
Los
especialistas en todos los estilos hablan. Se podría haber evitado la desgracia
si no hubiera pasado el 11S, por eso se blindó la cabina. Se podría haber
evitado si la tripulación estuviera integrada por más personas de forma que
nunca se quedara una sola en la cabina. Pero eso cuesta dinero, dicen los
expertos, y la gente quiere volar barato. Yo me pregunto por qué los viajeros
no tienen derecho a ahorrar de forma segura y las compañías sí que pueden
ahorrar a base de la inseguridad de los pasajeros. No he escuchado a ningún
tertuliano culpar a la rapacidad de los gestores y sí a la tacañería del
pasaje.
Las
urgencias y las emergencias requieren un desembolso muy grande que no se puede
afrontar si no es el Estado quien se encargue, si no somos todos los que nos
endeudamos para aliviar el sufrimiento de otros. Así lo hacemos en las zonas
catastróficas, con los accidentes, con los incendios… pero no con la crisis.
Cuando
grupos políticos de izquierda piden una renta básica universal se pone el grito
en el cielo. No, eso no es posible, para eso no hay dinero, los presupuestos no
cuadran. Y sí lo habrá para salvar bancos, para mejorar la seguridad nacional a
base de contratos millonarios, para salvar autopistas pero no para
medicamentos. No es que se tenga una vara de medir que se base en la
rentabilidad económica, es que sistemáticamente se beneficia a los mismos
porque es inasumible que pierdan.
Cuando
se privatizan colegios en la Comunidad de Madrid no es porque el Estado sea mal
gestor, no es por ideología, es que los encargados de privatizar cobraban
comisiones. Así de claro. Hay dinero para unas cosas y para otras no. Hay
necesidades más necesarias que otras.
Me
pregunto si no deberíamos preocuparnos tanto por los vivos como hacemos por los
muertos. El dinero que se está gastando en la montaña está bien gastado. Pero,
¿no se podría tener la misma consideración con las familias que viven en Grecia,
en Siria, en cualquier parte del mundo, por ejemplo? Ellos están vivos ahora,
ellos tienen necesidades ahora. Ellos y muchos de nosotros.