sábado, 28 de diciembre de 2013

El emprendedor y el deportista (y 2)



Y ¿qué hablar el deporte? Abnegación, espíritu de equipo, superación… ¿Realmente? Cuando escucho deporte veo opio del pueblo, veo dopaje, veo corrupción, veo competitividad en el peor sentido, veo pasiones desatadas, veo que los que disfrutan con el deporte son en su mayoría pasivos, y que defienden lo suyo aunque no tengan razón. Y hay casos verdaderamente demenciales. ¿Cómo se puede ser de un equipo sólo porque lleva el nombre de la capital de tu provincia? ¿No cambian los jugadores de equipo de un año para otro?

Los clubes defraudan a hacienda, los jugadores se drogan (a veces estas sustancias están incluso prohibidas), las rivalidades llevan a la violencia… Y además, desde pequeños. Los orgullosos padres llevan a sus hijos al fútbol, a la escuela de tenis, a la de baloncesto. Y todos los fines de semana se levantan temprano, como una liturgia, para ver a sus vástagos correr y hacerle frente a un árbitro sin conocimientos y unos rivales sin educación.

En la tierna infancia hay que hacer frente a no ser el mejor, a que otros sean titulares, a que festejar los triunfos ajenos a menudo se convierte en ocultar vergonzosamente los fracasos propios. Porque el deporte es un hábito, una rutina, una técnica del yo para embeberse de competitividad. Como el lema de las olimpiadas, "Citius, Altius, Fortius". Nunca es suficiente. Es la dialéctica de siempre más allá. Siempre consumir más, siempre conseguir más cosas, nunca disfrutar de lo que has conseguido, ni siquiera del camino recorrido, ni de disfrutar de lo que estás haciendo.

¿Dónde queda el espíritu olímpico? En países compitiendo unos contra otros. En recuento de medallas. En deportistas que se entrenan en EEUU y que ni siquiera hablan correctamente castellano, en rapidísimas nacionalizaciones de atletas del tercer mundo. Siempre a la mayor gloria de EsPaña, con P mayúscula, con golpe en la mesa, con el orgullo de ser español, aunque no hayas dado una carrera en tu vida. Si la guerra es la política por otros medios, el deporte cada vez se parece más a la guerra con otros modos.

No estoy en contra del deporte porque haya política por en medio, por los boicots que cada cierto tiempo se hacen. Eso sí me parece interesante. Estoy en contra porque el paso del juego al deporte es mercantilización. Correr por el patio del colegio es gratis, jugar al fútbol sólo necesita algo parecido a un balón y unas mochilas haciendo de porterías. Fair play. ¡Alta! Pero el deporte es otra cosa, cuesta dinero, muchísimo dinero. Zapatillas, bicicletas, suspensorios, cintas, de marca, por supuesto.

El deporte no es un disfrute, es una obligación, un sufrimiento, miles de horas ¿para qué? A menudo se dice que la belleza es efímera y hay que buscar en el interior de las personas. Más efímera es la gloria deportiva. Esta carrera por los éxitos siempre acaba demasiado pronto. Y en el panteón de los héroes sólo quedan algunos, más conocidos por sus peculiaridades y excentricidades que por su pericia.

Un deportista, por ejemplo, un corredor de fórmula 1, no es un héroe individual. Es un equipo, una tecnología, una decisión de empresa. ¿A qué viene tanto bombo? ¿Por qué nos fascinan tanto? No es el éxito individual, no es el ejemplo que da, es la gloria que sentimos por neuronas espejo como cuando se ve porno. Excitados por lo que hacen otros.

¿Para qué sirve el deporte? ¿Para mejorar la salud? El que hacen otros, para nada mejora nuestro estado físico. Al contrario, incita a la borrachera de excitación o de depresión. ¿El propio? Hacer deporte, sobre todo para el deportista profesional es una carrera, nunca mejor dicho, de lesiones y de incomodidades. Y no vayamos a recordar los entrenadores dictatoriales de las repúblicas comunistas o de los equipos de gimnasia rítmica o natación sincronizada. Del deporte dominguero, bueno, ¿quién no se ha torcido un tobillo por querer emular al brasileño de moda?

El deporte es una metáfora del capitalismo más salvaje. Tú dependes de ti mismo, de cómo has nacido y de cómo te entrenas. El mundo es una lucha por conseguir más y más. Aunque luego te des cuenta de que no estás sólo, que necesitas patrocinadores, que necesitas subvenciones y derechos de emisión para poder subsistir. No digamos nada de la posibilidad de competir con los grandes.

Los partidos de máxima rivalidad exigen un gasto público enorme en seguridad y destrozos. Gasto que pagamos todos, aunque no nos guste el fútbol. Los políticos utilizan los equipos a su antojo, son el método perfecto para anestesiar a la población. Lo decía Vicente Bernabéu, la gente quiere divertirse, necesita escapar de sus problemas. ¡Qué bien nos ha venido la copa de fútbol! Y por supuesto, las irregularidades financieras de los clubes son porque el resto de países nos tienen envidia.

Quiero recordar que la segunda manifestación en importancia en Sevilla no fue contra el terrorismo (tercera), ni en solidaridad con los familiares de Marta del Castillo (cuarta), ni por la autonomía en los lejanos tiempos de la transición (primera); fue una manifestación para evitar que Betis y Sevilla descendieran a segunda por sus problemas financieros. Se dice que un pueblo que exige más a su seleccionador de fútbol que a su presidente del gobierno está perdido.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

El emprendedor y el deportista(1)



Cuando Max Weber fijó su atención en las profesiones “vocacionales” consideró que los ejemplos más importantes eran el político y el científico. Ambos exigían un sentido de servicio a la comunidad. No negaba Weber los problemas y las servidumbres a su vez de los ciudadanos hacia el político, toda asociación supone una dominación venía a decirnos, pero era un peaje que debíamos pagar para conseguir los fines que permitían la vida, la seguridad y la libertad –dentro de un orden quizás prusiano-. El ethos del científico era descrito como una renuncia, una vocación ascética, pero, sobre todo, también al servicio de la comunidad.

El siglo XXI ha traído, en cambio, otros dos modelos, el emprendedor y el deportista. El emprendedor reclama para sí imponerse tanto en el ámbito de lo público como en lo privado. La gestión pública, se dice, es mala, siempre ha sido mala y siempre lo será. Los casos de corrupción, los problemas de despilfarro, la ineptitud son la norma en la administración de lo público. Pero, ¿quiénes son los despilfarradores? ¿Quiénes son las personas concretas que lo hacen? Precisamente pertenecen al grupo de políticos. La derecha se alza como adalid de la buena gestión, en primer lugar denunciando las atrocidades en la gestión que ellos mismos hacen.

Y son precisamente los mismos que son encausados por corrupción y tráfico de influencias, los mismos que salen de la puerta de la política para entrar por la puerta de la empresa privada. Siempre que un político se corrompe hay detrás un empresario que ofrece un maletín. Cuando una empresa privada quiebra por mala gestión, por desfalco o por ineptitud, nadie piensa que el modelo privado no funciona. Pero cuando un político lo hace, es que lo público no es funcional. ¿Cuál es la realidad? Que lo privado desaparece, esa empresa desaparece mientras que el Estado sigue, con sus pérdidas, con sus vergüenzas y con sus miserias. Las vergüenzas privadas parecen exclusivas de los individuos, las de lo público, son del sistema.

Y es que los beneficios son privados porque las pérdidas siempre son públicas. Fallan los bancos –se especifica, las cajas de ahorros, que son públicas-, entra papá Estado para salvarlos. No se paga una hipoteca, ¿dónde está papá? Papá Estado está más sensibilizado con los poderosos, porque son de la misma familia, literalmente, hermanos, primos, cuñados, exmaridos…

¿Cuál es la solución que se propone? Privatizar y en todo caso gestionar como una empresa lo que quede del Estado. Habría que recordar que el Estado siempre debe ser deficitario, no por mala gestión, sino por vocación. Si sobrara dinero en algún ejercicio, el Estado debería reinvertirlo en bienestar, cultura, sanidad, educación, fomento… El Estado no debería cuidar los beneficios de las empresas privadas, el Estado debería considerar el bienestar de los ciudadanos que lo componen.

Pues no, que cada uno imagine su propio futuro. Que emprenda su propia empresa, con sus riesgos y con sus pérdidas. Es lo que se dice un timo, la culpa es tuya por no salir adelante. Los parados son personas que no encuentran trabajo, no son personas despedidas, afectadas por la “deslocalización” o por EREs. Uno tiene que labrarse su destino, al margen de sus condiciones iniciales; al margen de sus amigos de pupitre del colegio, de sus conocidos, de sus familiares… Cuando observamos quiénes son los que tienen nombre, nunca faltan los apellidos, self-made men, hombres que se han hecho a sí mismos… pero con ayuda de la famlia. El emprendedor supera la lógica del empresario.

Un empresario es aquel que tiene una empresa, y es de suponer que la cuida porque de ella viene su sustento y su riqueza. Es una palabra igualitaria, porque pone al mismo nivel al dueño de una mercería y al propietario de un emporio de moda. Todos están del mismo lado, tienen la misma posición económica, son de la misma clase social. Ya no son capitalistas explotadores, son empresarios, dueños o gestores, accionistas o directivos. Es un sueño al alcance de todos, de todos los emprendedores.

El empendedor va un paso más allá. No es necesario siquiera que la empresa dure generaciones, ni muchos años. Al contrario, es preferible ir cambiando, renovándose, emprendiendo nuevos caminos. El emprendedor crea su empresa, tiene un proyecto, una idea. No necesita capital, no es un capitalista, es un idealista que por encima de todo cree en su capacidad, en su valor individual. Se equivocará muchas veces, pero siempre seguirá adelante, sin ayuda, confiando en su instinto.Por supuesto no importan los pocos contratados que de nuevo vayan al paro.

Todos debemos ser emprendedores, arriesgar nuestros pequeños ahorros, poner nuestra casa como aval, empeñar la indemnización cobrada de una vez. Luego trabajar treinta horas al día, ser nuestro propio relaciones públicas, buscar financiación extra, realizar el papeleo –maldito papeleo-. Lo que crea valor no es el trabajo acumulado –¡qué equivocado estaba Marx!-, es la idea, fruto del espíritu emprendedor heredero de los más bizarros conquistadores y exploradores del nuevo mundo de los negocios, de la selva de la competencia.

Y voilá, aquí está. El espíritu del nuevo capitalismo. No es la predestinación, ni el protestantismo, ni siquiera los kikos. Es el poder que tenemos dentro de nosotros mismos. Yes, we can. Si tienes fe en tu idea, y lo intentas con todas tus fuerzas, al final, lo conseguirás. Da lo mismo si es la autoedición de un libro, o un nuevo restaurante-cafetería-librería o una empresa.com. Igual que con la depresión, el colon irritable o el cáncer. Tienes que creer en tu curación, visualizar tu salvación. Tú eres tu destino.

Claro que si no lo logras es por tu culpa, porque tu idea no era la adecuada, tu trabajo no ha sido suficiente, tu personalidad no es arrolladora, porque no lo has intentado de verdad. No tiene que ver, por supuesto que la competencia feroz de las empresas ya consolidadas operen con unos márgenes de beneficio que para ti son inasumibles; ni que las grandes corporaciones se comporten como mafiosas manejando los poderes públicos y las inspecciones de trabajo y hacienda como si fueran primos hermanos. No son las condiciones materiales, ni las estructuras, ni la coyuntura económica, ni la crisis, es por tu única y exclusiva culpa. Si estás en el paro, si tu empresa fracasa eres tú el fracasado. Tú, el emprendedor de pacotilla.