Comencemos por reconocer mis faltas. Me cuesta mucho trabajo definir las cosas, nunca acabo satisfecho de cómo se delimitan los conceptos o los objetos. Inténtenlo con algo cercano. Por ejemplo, prueben a esbozar una definición de “familia”. Seguro que a todos los intentos le puedo encontrar un resquicio de duda, de indefinición, de error… Con los objetos individuales también me cuesta. Me imagino un árbol y no sé realmente dónde acaba su última raicilla y empieza la tierra fértil que le transmite la sustancia. No sé si la comida está dentro de mí o simplemente me atraviesa… En definitiva, me declaro incapaz.
Muchos
sociólogos, economistas, etólogos, filósofos, pensadores, en suma, asumen como
estadio original del hombre su individualidad. Y establecen una historia
retrospectiva como una lucha por conseguir los derechos individuales y la
libertad del sujeto contado de uno a uno. La libertad es individual o no lo es.
No existe la libertad de un grupo. El individualismo metodológico, le llaman.
Floyd
Allport llevó al extremo esta postura cuando denunció lo que él denominó, en
1922, la falacia del grupo social:
"... Nos hemos ocupado tanto hablando de
tipos de grupos, intereses de grupo, conciencia de grupo y grado de solidaridad
grupal que hemos olvidado que el locus de toda psicología, individual o social,
es el sistema neuromotor del individuo [...] el grupo no es un hecho elemental,
el análisis debe ir más allá, hacia la conducta de los individuos de que se
compone."
F. H. Allport (1923/1985). La falacia del
grupo en relación con la ciencia social. En Revista de Psicología Social, 0, 77
Su
posición en contra de cualquier análisis marxista es evidente e inmediata, pero
su alcance es mayor, intentando desautorizar todo estudio superior al de la psicología
o medicina individual: ni psicología social, ni sociología, ni economía que
hablase de grupos. Incluso Margaret Thacher, que sentenciaba la muerte de la
sociedad cuando sólo admitía la existencia de familias, empresas y Estado, estaría
pasándose. Sólo existen individuos que reaccionan, que compran, que deciden,
que mueren… Si bien suscita la simpatía de lo simple, de lo provocador, es
también patente el rechazo instintivo a esta tesis.
El
concepto de fenómeno emergente es un
fácil comodín para explicar que no toda la química se reduce a física, que toda
la biología no se reduce a química, o que toda conciencia individual es más que
la suma de reacciones bioquímicas en el cerebro. Seamos más radicales aún. La
propuesta de Allport es tan absurda como intentar describir la digestión sólo a
través de la minuciosa acumulación de datos de cada una de las células que
intervienen en el aparato digestivo. Aunque fuera en el nivel explicativo, es
necesario el grupo social como concepto.
Los think tanks liberales están enfrascados
en una lucha en muchos frentes contra cualquier atisbo de
comunitarismo/grupalismo en las ciencias. Por ejemplo, el concepto de
inteligencia social se aplica a los individuos que saben, o no, lo pertinente
en cada situación de confluencia de varios sujetos. La inteligencia de las
multitudes es otro ejemplo. Bajo este sugestivo título se hace referencia a la
posibilidad, por poner un caso, de averiguar el peso de una vaca a partir de
las estimaciones individuales de un número cuanto mayor mejor, de personas que
no establezcan relación entre sí. Así conseguimos que no se influyan unos a
otros en el error. Coma hierba, millones de vacas no pueden estar equivocadas. Es
una manera individualista de concebir las multitudes.
La
segmentación del mercado, y del mercado laboral especialmente, es aplicar la
máxima del divide y vencerás de una manera desvergonzada arguyendo que no
existen grupos, que hay que hacer distinciones, porque todos somos iguales
porque somos diferentes. Reivindicar la diferencia como herramienta para
aplicarte un horario, un salario y un contrato distinto rompe cualquier
solidaridad de grupos y que pierda sentido aquel grito del “obreros del mundo,
¡uníos!” Nadie se siente igual a nadie.
La
enseñanza personalizada nos iguala porque nos diferencia hasta la náusea,
evitando que los contenidos del conocimiento, las experiencias que nos definan
puedan ser compartidas. Cada cual ve su programa de televisión cuando le
apetece, sus series, compra según sus ídolos, vibra con su equipo… no hay nada
que nos iguale. Se quejaba Dash, el hijo de Los
increíbles, la magnífica película de los magníficos estudios Pixar, que si
su madre decía que todos eran diferentes, aquella era una manera de decir que
nadie lo es.
Otra
manera contrapuesta es la inteligencia deliberativa, la antiquísima práctica
que permite acercarse a la verdad, o al menos, evitar errores a través del
diálogo, de la confrontación de ideas. Dicho de otro modo, cuatro ojos ven más
que dos.
El
individualismo metodológico es una verdadera plaga en economía, sobre todo
entre los creyentes de la teoría de juegos y la maximización de
costes/beneficios. Al final uno acaba por considerar a los consumidores
completos estúpidos irracionales que no son capaces de apreciar la mejor forma
de conseguir aumentar el capital. (A este respecto me gustaría recomendar,
aunque sólo sea por el título original, los trabajos del economista conductual Dan
Arieli: predeciblemente irracionales.) El imposible Eduard Punset fue uno
de los adalides de esta postura, dando cobertura y difusión a todos estos
visionarios.
En
estos días estamos concienciándonos del problema del cáncer. Se organizan
actos, recogidas de fondos, se patrocinan eventos para la investigación… pero
unas líneas de investigación que procuran averiguar cómo se produce el cáncer
en las personas, cuáles son los factores de riesgo, la genética y cómo atajar
sus consecuencias. Todo menos atacar al productor del cáncer. Es como si nos
invitaran a ingerir mercurio y se destinaran fondos inmensos a averiguar cómo
tomar mercurio y no morir, cómo contrarrestar sus efectos y minimizar los
daños. Mejor sería eliminarlo de la dieta. Pero eso es una decisión que excede
el ámbito individual y atañe a grandes empresas y grandes grupos de presión que
no van a permitir que se eliminen los cancerígenos de sus productos, como
ciertos plásticos o metales como el aluminio.
Al
contrario, se insiste en la voluntad individual, en la necesidad de llevar una
vida sana, de tomar los alimentos correctos, de tener hábitos saludables… Y en
el caso de enfermar, hacer gala de un espíritu de lucha indomable, de
superación y abnegación que nos convierta en héroes. Si enfermas es que no te
has cuidado lo suficiente. Si mueres es porque no eras un verdadero luchador.
En el momento en el que sabemos, cada vez más a ciencia cierta, que los
factores ambientales derivados de la contaminación son el elemento clave, la
enfermedad se ha convertido en un problema individual.
El
paro, triunfar en la vida, sea cual sea el significado de triunfo, es un
problema individual. Fórmate mejor, sé una persona dispuesta a ser flexible, a
cambiar de empleo, de sueldo, de categoría, de ciudad. Adáptate, crea tu propia
empresa, búscate la vida. Cuando de sobra sabemos que toda la economía está
pensada para que ganen los que ya ganan, y todas las maniobras reglamentarias y
legislativas tienen el objetivo de evitar que los que no son de la élite, la
alcancen. En este nuevo feudalismo del capitalismo desvergonzado se cumple el
designio divino de “a aquel que tiene se le dará y a quien no tiene se le
quitará”, justificado dentro del paisaje de que cada uno es artífice de su
destino.
Triunfar
en la vida es una cuestión del sujeto, no de las condiciones sociales y
materiales en las que está inmerso. Por supuesto que las personas somos, en una
pequeña parte, dueñas de nuestro destino. Y la virtú, como la denominaba Maquiavelo, es la capacidad de aprovechar
las ocasiones. Y es necesaria la constancia y mucho esfuerzo para alcanzar
muchos de los objetivos que nos proponemos. Pero, por encima de todo eso, no
sólo está la suerte, están las leyes sociales, los comportamientos, las
manipulaciones, las trampas que hacen nacer a algunos entre algodones y a los
más en el duro suelo.
Precisamente
es el altruismo una estrategia que trae de cabeza a los antropólogos y biólogos
más centrados en un mal entendido evolucionismo. Si la existencia se convierte
en la lucha por la vida, entonces hay que hacer todo lo necesario para nuestra
supervivencia, así caigan los demás. En el conocido best seller, El gen egoísta,
se intenta conjugar la supervivencia del individuo con la genética, se recurre
al concepto de meme, que son las unidades de memoria que se transmiten. De este
modo se puede ser egoísta y dar la vida por los tuyos. Lo que pretendes es
hacer pervivir tus propios genes. En un altruismo generalizado, no te preocupan
tus propios genes, sino que ayudando a los demás conseguirás que los demás te
ayuden. Una mano lava la otra. ¡Hay que ver la de vueltas que hay que dar para
salvaguardar el interés egoísta de las evidencias generosas y sociales de los
seres humanos!
Ojo,
una cosa es que el hombre sea social y otra muy distinta que sea gregario, que
es la manera despectiva con la que los individualistas recalcitrantes se
rebelan. Los seres humanos somos empáticos por naturaleza, colaboramos y ese ha
sido nuestro gran acierto evolutivo. Nos ayudamos por naturaleza, vamos en
conjunto por naturaleza…
La
unidad de análisis en sociología y en historia debería ser, al menos, la
familia. Sloterdijk, consciente de que nunca somos uno sólo, que siempre vamos,
al menos en dúos, hablaba de la madre y el feto, del daimon que nos acompaña como un ángel de la guarda, de que en cada
momento podemos ser cinco, entre los presentes y los fantasmas que nos
sobrevuelan. Somos herederos de millones de generaciones.
Y, de
una manera más prosaica, somos familias cuando Patricia Botín hereda un
imperio, cuando Amancio Ortega se perpetúa en su hija, cuando nos esforzamos en
dar a nuestros hijos, no sólo un futuro, sino nuestro pasado en una cuenta
corriente y en una casa familiar. Por eso luchan para que no haya trabas ni
impuestos en las sucesiones, para que todo pueda fluir de una generación a la
siguiente. Así se perpetuaron en Zaragoza las mismas familias prerromanas,
simplemente adaptando su nombre Casius, commes Cassius, Banu Qasi o conde
Casio. La narración de la historia no tendría sentido si no comprobáramos las
estrategias familiares, los contagios de clase y gustos, las alianzas
matrimoniales y los cierres a que nuevos ricos contaminen la estirpe.
No
tiene sentido analizar el individuo como mónada, como si fuésemos seres
solitarios en la bolera, vagando sin rumbo como zombies que no se hablan entre
sí, autistas más que autónomos. No somos Robinson Crusoe, el mundo no es la
isla, que estaba habitada mucho antes por Viernes… perdemos la perspectiva si
nos empeñamos en poner el microscopio encima de cada individuo, en lugar de
ampliar a grupos familiares, a castas, a clases, comprobando cómo se imaginan a
sí mismas, cómo se definen, como se imitan, cómo se aprende a ser persona
dentro de tu grupo. Como escribió José Agustín Goytisolo para su hija Julia:
Un
hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.