Compañero de profesión como
profesor de Geografía e Historia y licenciado en Antropología Cultural. Tras
varios premios en distintos certámenes, consolida su carrera después de
publicar 3 poemarios: 33 reflexiones que
Cristo haría en mi lugar (Esdrújula, 2016); Corazón inmueble (Lastura, 2017) y ese mismo año, Satán es un canalla despeinado (Canalla
ediciones, 2017). Este es un libro, muy cercano al de Celia Corral Cañas, quien
precisamente pone el epílogo. En el prólogo de Pedro A. Cruz Sánchez,
acertadamente señala: “David G. Lago impregna sus poemas con una claridad casi
apolínea”. Ese será uno de los arriesgados puntos de partida para un poemario
unitario en el tema pero lleno de matices y de aristas. Comienza con un poema, Animal Analítico, una antesala en la que
se explica el objetivo de esta colección de poemas: “Comencemos: /
analicémonos”, reivindicando la animalidad esencial del hombre, para tornar en
la animalidad salvaje y cruel con la que los hombres califican la vida no
domesticada: “Aquellas manos primitivas / olvidaron de dónde venían. / Se
volvieron estúpidos / codiciosos y crueles” (Analicémonos).
Todo se resume
en un lema: “Analicémonos. / Icémonos como animales”. El objetivo es retornar a
la animalidad esencial, al cuerpo sin órganos deleuziano. Somos animales y
junto a los animales debemos reivindicar el instinto y la carne. De vestigios y olvidoses el cuerpo
central del libro. En él se habla de la lucha de la civilización por dejar de
parecer animales. Puede ser irónico en Olvidado
gregarismo: “Es muestra de inmoralidad / menospreciar el gregarismo; /
querer impresionar con actos temerarios / es síntoma de ser irreflexivo / … /
Los búfalos nos miran con asombro. / No pueden comprender / nuestra ausencia /
de conciencia de clase”. Pero la reflexión antropológica no deja duda, la
civilización es la que deja animales muertos en las cunetas. Walter Benjamin lo
expresó de otro modo, cada monumento de cultura es un monumento de barbarie. La
civilización en su conjunto es un monumento de barbarie: “Mirada de homo
sapiens, / amnésica de su animalidad” (Mirada
de homo sapiens).
La animalidad
no es culpable de sus miedos o de ser depredador, y sí lo es en el ser humano: “Cúlpame
cuando tenga la intención, / la inhumana intención / de despojar al ciervo / de
la palabra «carne» / de la palabra «cornamenta»” (Cúlpame). El refugio en lo animal humano nos avisa, por ejemplo, del
miedo al control por la tecnología, que parece ofrecernos un paraíso y sólo da
control (Tendremos microchips bajo la
piel). Reivindicar lo que de humano hay en animal le permite jugar con la
dualidad de sentido metafórico del animal. La crueldad humana es meramente
humana cuando se la compara con los animales; los animales representan la
crueldad cuando se nos compara con las ratas (Bukowski llevaba razón). La relación con los animales, como la
correa, es equívoca. La correa depende “–si aprieta o estrangula, / si ordena o
acompaña–”. La relatividad de la soga al cuello.
David González
Lago juega también con la antopología que siempre ha sabido la verdad de los
mitos. Los relatos de animales mitológicos son un excelente marco metafórico
para contar una verdad mediante una ficción: Ave Fénix, Sísifo como un escarabajo,
Luperca, la Loba Capitolina: “Pensó que daba leche / y estaba dando infamia. /
Nadie le contó la verdad. / Todos quedaron mudos. // Incluso Hobbes” (Roma no paga amas de leche).
Se divierte en
la cuerda floja entre la carrera de Biología y los Estudios Culturales, las
llamadas Humanidades: “No soy paloma pacificadora. / Yo no engendré a ningún
Mesías /… / Soy, si acaso, paloma urbana, / ave desconcentrada / que vaga por
las ruinas de los parques / picoteando las migajas que nuestra sociedad /
abandona debajo del lodo y los cascotes / de sus bombas, / de sus detonaciones,
/ de su autodestrucción” (No soy paloma pacificadora). Y a la vez aspirar
sinceramente a retornar a lo biológico: “Vivamos plenamente / Vivamos / como
copulan los cochinos” (Vivamos como copulan los conejos).
Utiliza golondrinas
y cigüeñas para hablar de las migraciones. Como
un perro salvaje dentro de un mundo perro sirve como denuncia, se añora el Comportamiento felino (“Camino
acicalándome. / Me gusta relamer mis decepciones / con felina obsesión”); las
aves nos recuerdan la libertad de un vuelo natural: “El pájaro se ríe del avión
/ pues sabe / que es ilógico volar / con la frente plagada / de hojas de ruta” (El pájaro no quema queroseno); “Los
pájaros prudentes reconocen / el instante preciso de saltar / sin miedo hacia
el abismo / de la vida” (El momento de
las alas). Sin perder de vista un ecologismo básico –de estar en la base– (Bajo el nivel del mar).
David G Lago
presenta, como en un álbum de cromos de naturaleza, un catálogo de
comportamientos y metáforas: “Para el perro presente, / los excrementos de
otros perros / son huellas del pasado /… / Los humanos también / intentamos lo
mismo. / Lo intentamos” (Migajas de la historia). De lo que significan los
animales y lo que demostramos ser en comparación y en relación a ellos: “Los
barrotes no son / lo peor de la jaula /…/ Lo peor es la tela, / esa tela que
cubre la jaula, / esa tela que todo lo apaga / cuando llega la noche / … / ¿De
qué sirve cantar / si no puedes hacerlo / como un loco / debajo de la luz de
las estrellas? (De qué sirve cantar).
Este es un ejercicio
de reflexión antropológica. La racionalidad como una jaula, la Teoría Crítica
de Adorno y Horkheimer en su Dialéctica
de la Ilustración. David G. Lago nos ha presentado una serie de paradojas
de animales y de humanos con y como animales. Los que tenemos cierta edad
recordaremos con nostalgia la advertencia del cantante brasileño Roberto Carlos
cuando suspiraba por ser tan civilizado como los animales. Animalicémonos es un texto en prosa como colofón. Repitamos alto y
claro:
“Retomemos la
cordura.
Icémonos como
animales.
Animalicémonos”