“No le pongas color que
así es tu vida” (Negativo)
José Luis García Martín, quien ya
organizó la antología Educación Nocturna
(Renacimiento), se encarga del prólogo donde exige a un poeta “que tenga voz
personal, que trace un autorretrato en el que podamos reconocernos, que nuestra
visión del mundo enriquezca vuestra visión del mundo”. Así, aunque los
escenarios, los rostros y los momentos no sean precisamente los nuestros,
podremos en la voz de Hilario Barrero recorrer la vida con un protagonista
esencial, el deseo. El tiempo es solo el momento donde éste se sitúa, la marca
que señala el recuerdo, el recorrido que hace el protagonista. Esta es casi su
poesía completa hasta el momento, aunque bien sabemos de la pulcritud con la
que Hilario Barrero va desbrozando los cuadernos y cajones, apartando y
destilando con especial severidad sus propios poemas.
Por edad
podría pertenecer a la generación entre Gimferrer y Eloy Sánchez Rosillo, pero su
estancia en Nueva York y precisamente esta reticencia suya a publicar, han sido
la causante de que solo hayamos podido disfrutarlo en formato libro en tres
ocasiones, In tempore belli (1999), Libro de familia (2011) y Educación nocturna (2017), amén de algunas
plaquettes en Cuadernos de Humo. Lo hemos seguido como diarista y como traductor,
destacando Lengua de madera como
proyecto de abarcar una representación de la poesía en lengua inglesa a lo
largo de los siglos.
Decíamos que el
tiempo y el deseo son los “protagonistas” absolutos, deseos eróticos, el gozo
de la juventud, el ultraje de la vejez, estética simbolista, elegías,
metafísica y anécdotas, y Nueva York
como escenario principal. A su Toledo natal le acaba también de dedicar un
hermoso libro también publicado en este año de pandemias, Adiós, Toledo (Newcastle, 2021).
El primer
volumen publicado que aparece en esta recopilación es In tempore belli, con poemas escritos entre 1971 y 1999 y merecedor
del premio Gastón Baquero del año 1998. Entre los poemas se va descubriendo que
se habla del dulce combate del amor: “Fui arrojado desde la cima de tu cuerpo /
hasta los pies del tempo, donde llegué / ya condenado” (Ofrenda); “Todos ignorarán mi miedo de perderte, / de esta incesante
lucha por poseer tu espacio, / ser dueño de tu boca, perro fiel de tu tumba, /
propietario del bosque de tu pecho / y depender de ti, esclavo de tu aliento” (Cors e cor). Otros, como Oficio de tinieblas muestran la
hibridación de sexo, religión y muerte: “Sabes que eres mi tierra y mi mortaja,
/ poseer un aliento de almohada / donde dormir por siempre y a tu lado / es
todo lo que pido y necesito” (Easter
Sunday en Green Wood). Gocemos, de todas las maneras, de la sensual
propuesta de estos poemas de amor y deseo: “Todavía se aman a pesar de la
playa” (Playa); “En el ábside oscuro de la noche / se
aposenta la abeja de septiembre / y clava su punción, furtivamente, en la rosa
dorada del verano” (Aliento).
La irrupción
del sida marcó profundamente una generación que aspiraba al amor liberado de
convencionalismos y de tradiciones. De esta tragedia Hilario Barrero se ha
hecho eco tanto en sus diarios como en su poesía: “La bestia no se cansa de
minar nuestro duelo / y ya no queda mármol para más epitafios” (Recinto) “Todo lo que la vida tan
generosamente / le entregó, la muerte se lo roba avariciosa /…/ “Recogiendo la
casa, abriendo los armarios / y rompiendo secretos, aparecen, envueltos / en un
polvo de tiempo y paño oscuro…” (Elegía).
A pesar de
haber vivido tanto tiempo y haber dedicado gran parte de su labor a estudiar y
traducir poesía anglosajona, no ha habido un contagio de su manera de entender
la poesía, sus recursos o su melodía. Sin embargo, los contactos con la poesía
de Walt Whitman son evidentes en algunos momentos: “Bellísimos, desnudos,
arrogantes, proclamando la fuerza de su sexo / marchan Quinta Avenida hacia la
vida” (Carrozas, Junio 25 1999).
También en su siguiente poemario publicado, Libro
de familia (2001-2011), como en Retrato
de un joven desconocido o “En la gloriosa mañana de domingo / (la avenida con
rojos tulipanes / y en las fachadas una luz de Hopper), / un muchacho, apoyado
en la esquina de la casa con un cerezo en flor” (Seventh Avenue Corner Berkeley Street), muy Whitman. Una
celebración de la vida y la belleza, del sexo y del instante (“La mirada del
joven es lo único vivo en el museo”, Inventario
en el Museo Diocesano), por mucho que luego llegue la mañana y la añoranza:
“Mejor hubiera sido haber perdido el tren” (Retraso);
“Nada perdurará y tú lo sabes. / Ni siquiera este amor” (Predadores). Empezamos a percibir muchísima presencia de Toledo,
después será nostalgia. Nostalgia del ubi
sunt en Dust o el recuerdo de su
vecina, La brigadista) a la que
conocemos de los diarios.. Dos poemas hacen un recuento más explícito, son Autorretrato (“Han pasado mil noches y
han muerto cien veranos, / ya no quedan amigos, pero queda Florencia”) y Bleistiffe höchster Qualitàt (“Lo más
difícil en el trozo de mi vida ha sido / que la sombra parezca verdadera, / no
una mancha adherida / al boceto de lo que fue mi infancia”).
José Luis
García Martín se ocupó de editar Educación
nocturna (1971-2020) donde vemos más presente la sombra del deterioro
todavía inmerso en la vorágine del amor y el ardor: “El caos desbordado en la
ciudad / que celebrando muerte, la destruye” (I). Son poemas donde la sombra es la que realmente da volumen al
deseo, el peligro, la fugacidad de las noches: “Y con la oscuridad la pregunta
/ que no tiene respuesta: / ¿Ha sido siempre la sombra tan pesada? / Noche
clara del cuerpo” (VI). Hilario
Barrero sitúa los encuentros como historias, contadas con certeza,
transmitiendo en cada detalle el ardor de esa batalla: “Con rapidez, al
levantarse, / arropaba la cama / para que no muriera / la presencia del cuerpo
/ que le abrazó en la noche” (Rescoldo).
Encontramos momentos muy intensos, de una pasión de expresión casi barroca:
“Otros llamaron amor a lo que es fuego” (VII).
Fuego, cenizas son los términos preferidos para describirla. Imaginemos un
trasunto del éxtasis de Bernini: “Desnudo e indefenso, lentamente / te clavas
las agujas con ríos de veneno / que te ahogan los ojos /…/ corren buenas
noticas: la fiera amotinada / ha sido amordazada por ahora” (Saqueo); “Verte desnudo es recordar /
que también tuve un cuerpo / como el tuyo envidiado /…/ Enciéndelo antes que se
calcine / ahora que eres dueño de las noches” (Consejo): “Amarrado al árbol de la noche oscura / tu cuerpo no
soporta una saeta más” (Nihil). En
estos poemas encontramos sexo pero no sordidez, no son las historias de amores
que arrastran a la perdición, aunque persista la identificación del sexo y la
muerte (Inventario).
La expresión
de la nostalgia se enhebra desde el paisaje a lo personal, del pasado hacia el
futuro que se presiente: “Te miras en la fotografía que tu madre guardaba / y
no te reconoces. En ella otros te buscarán mañana” (Retrato incompleto). Confiesa el poeta: “dejé el diario sostenido
en clave / por la escritura de tu voz tan clara, / abandoné a mi madre y mis
hermanos / por la paternidad de tu sonrisa, / vine a tierra extraña por
seguirte / donde traté a la muerte cara a cara, / envejecí y se oxidó mi cuerpo
/ que tanto amaron y desearon otros” (Brasa).
El descubrimiento de la sexualidad ocupa varios poemas como Estreno, Viril o Sentencia: “Por
primera vez en los ojos del niño / florece una navaja que le ciega / el
prohibido pronombre del deseo” (Perfume).
Pero es quizás la mirada del profesor que recuerda esos inicios la que más conmueve
en su célebre poema, Subjuntivo: “Y
tener que explicar de nuevo el subjuntivo. /…/ Pero hoy tienen prisa, como la
tuve yo, / por salir a la noche, por disfrutar la vida, / por conocer el rostro
de la muerte”.
La ciudad de
Nueva York es el escenario imprescindible para muchas de las historias que se
atisban en los poemas, como la de los turistas: “Vuelven a sus ciudades con la
imagen perfecta: / la muerte retardada en blanco y negro, / una delgada lágrima
de polvo en su mirada / y el orgullo imborrable de ser americanos” (Turistas buscan el World Trade Center).
También las de los desfiles de Halloween en Brooklyn, que tanto recuerdan a la
canción de Lou Reed. El paso del tiempo y el sida fueron erosionando, dando
otra forma a la cartografía de la pasión: “Todo lo que perdimos, y fue mucho,
lo lloramos” (Sitiados).
Elocuentemente, sentencia: “Morir es responder a preguntas vacías / en la
primera noche sin respuesta” (La última
mirada).
A veces
podríamos decir que el poeta utiliza la promiscuidad como biografía, lo que
hace a Carlos Alcorta en el epílogo preguntarse “hasta qué punto HB nos muestra
en sus poemas una imagen deliberadamente infiel de sí mismo”. El autor recuerda
que “Fue difícil ser joven y estar enamorado, / abandonar la casa y al limpiar
los cajones / descubrir los secretos más hondos del amigo / que acaba de ser
incinerado” (Sitiados) o se queja de
que “La soledad, como un perro rabioso, le mordía el corazón” (Mudanza II). Sin embargo, nos quedamos
con un hermoso remate del poema Final:
“Seremos un olvido. / Solo uno”.
Blending (2017) llegó desde el taller
que mantiene en Brooklyn y recoge algunos poemas de inspiración barroca, tanto
en lo sensual (“En el jardín del convento, / vacío en apariencia, abandonado, /
un chorro de sangre hirviendo / salta sobre la tapia de cal pura / y rompe la
clausura de la rosa”, Cartujos) como
en lo conceptual: “¿De qué materia está hecho este amor / que helado abrasa y
ardiente hiela?” (Aquella noche). Una
honda amargura se filtra en algunas escenas que percibimos en varias capas, con
diferentes lecturas, desde la más fotográfica a la más simbólica: “¿Jacinta,
qué sabes de esos niños que esperaron / jugando en el recreo que llegaran sus padres?”
(En la esquina de Chambers, Septiembre
2001). Hilario Barrero mantiene, en toda su poesía, el raro arte de
equilibrar la expresividad y la contención, a través de la selección de escenas
que sirven de argumento a los poemas, a través de la depuración de adjetivos,
presentes solo cuando su relevancia los hace imprescindibles, sugiriendo,
cuidando detenidamente cada acento de cada verso.
Los inéditos
que se ofrece en esta compilación llevan por título Oporto del 71 (2000-2020). En ellos el recuerdo de la pasión,
traducida al fuego, a carbones, a humo, la pasión que abrasa y deja las cenizas
de fueron prisión de un Dios desvanecido (“Te dejó un catecismo de espejos
imprecisos / donde se reflejaba Dios desvanecido”, Olores): “Antes de lo que piensas estos besos de brasas / se
llenarán de lenta ociosidad y será barro / la luminosa arquitectura de su
saliva florecida” (Sparnish, 207);“¡qué
torpes le parecen sus caricias, / qué vulgares sus manos le parecen, / qué
fríos son sus labios y sus bocas” (Oporto
del 71). La nostalgia del fuego perdido, de los paisajes que se mantienen
en la memoria, de la aventura son el punto central de los últimos poemas,
recogidos bajo el elocuente título de Primer
invierno en Brooklyn (2019-2021). Un balance, una mirada atrás de
agradecimiento a la tierra en la que el poeta aterriza hace ya tanto tiempo: “Cuando
entendiste lo que bread, mother y love significaban / era tarde para juzgar tu
exilio: / el pan se había secado, tu madre se había muerto / y el amor se había
ido” (II). La conciencia de la vejez,
del tiempo que se va consumiendo, del deterioro aparecen repetidamente en los
poemas: “Un bisturí de luz y sombre / apuñalaba de tizne que crecía / en la
espina dorsal de una paloma” (A la manera
de W. S,. mirando unos libros); “Envejecer… es hacerse invisible cada día
un poco más: se difumina la luz en la mirada y se espesa la sombra que pone
plomo en tus pasos” (Tanteo).
Rotundamente afirma “La vejez se la ha llevado todo” (Tres poemas portugueses).
Sin embargo,
que el dolor esté es señal de que la vida sigue ardiendo, por mucho que “Este
invierno está siendo muy difícil / con tanta nieve oscura en los cajones, /
mientras el frío quema largas noches de amor” (IV). Las arrebatadoras mareas de la pulsión continúan: “¡cómo le
gustaría llevárselo a la cama, / leerte algún poema y que la folle como dicen que follan las tías
liberadas / y como dicen que el maestro de joven follada a sus amantes” (En una biblioteca municipal de barrio).
Hilario Barrero consigue armonizar en un todo coherente la realidad y el deseo,
la memoria y la realidad, la nostalgia y el presentimiento del futuro. Quizás
sea su esencia entre dos tierras lo que otorga a su poesía, no el desarraigo de
tener un paraíso perdido, sino la certeza de disfrutar de dos patrias en las
que la vida se desarrolla. Como colofón, un hermosísimo poema que resume el
momento vital que, como señalaba García Martín en el prólogo, a todos nos
identifica y nos retrata:
“Se aprende al entender que la muerte
es algo más que un verso de Pavese,
cuando el brillo de tus ojos
se convierte en la reseca piel de
la memoria,
lo entiendo después de la última
noche de desnudar tu cuerpo” (De
senectute)