Edición a cargo de Jesús Nariño, Hilario Barrero, Luis Pablo Suárez Palomo, Antonio del Camino. Cuenta con dibujos de Susana Benet.
La revista que viene desde Brooklyn comienza con dos poemas de Robert Bly a cargo de Hilario Barrero. Es un homenaje tras su reciente fallecimiento. Robert Bly tenía la capacidad de desafiar con sus versos y su prosa muchos de los pensamientos y sentimientos establecidos. “Cuando tomas las manos de alguien a quien amas, / ves que son jaulas delicadas… / pajaritos que cantan / en las recónditas pradera / y en los hondos valles de la mano” (Tomando las manos); “He dejado de preocuparme por los hombres que viven solos. / Me preocupo de la pareja que vive en la casa de al lado. / Algunas palabras escuchadas a través de la puerta de tela metálico son suficientes” (La compasión de los viejos matrimonios).
De Susana Benet, además de las ilustraciones, contamos con ocho haikus en sendas versiones castellana e inglesa: “Lluvia de ayer. / En los charcos se enfría / la luz del sol”; “Regreso a casa. / El color de la hiedra / ya no es el mismo”.
Después llegan una serie de poemas de Federico Gallego Ripoll (Dudó mi sombra y eligió seguirte”); Enrique García-Máiquez en un hermoso poema (“Se me amontonan los motivos para escribir poesía”); Raúl Pizarro (“cuando niño / maté/un pájaro, /apretándolo/contra mi pecho. / He encontrado una pluma de jilguero / tirada por la acera. // Las calles me señalan); Luis Bagué Quílez, quien recuerda el tristísimo Berlin de Lou Reed (“Se nos cae a pedazos la historia”); Antonio Rivero Taravillo (“Otoño pide al sol que dé limosna”); Luis Miguel Rabanal (“Salitre y pus, como / en las casas gastadas / de quienes no ven más allá de su miseria”); Santos Domínguez (“Por corredores turbios, por enigmas de fiebre / ocurre lento el sueño”); José A. Ramírez Lozano (“La traición de los versos / no procura otra dicha que la de la avaricia”).
Antonia Álvarez Álvarez (“Pasar un nuevo año / es doblar una esquina, darle al tiempo / otra vuelta de tuerca y de sentido”); Carmen Palomo Pinel (“Busca el sabio el pasado: / epígrafes en piedra perdurable, / manuscritos / hurtados al olvido”); Daniel Fernández Rodríguez, Premio Emilio Prados del año pasado (“A ti solo / te queda comerciar con la memoria / el oro de la infancia, / o resignarte a la virtud / ––ingrata y noble, como todas––/ del olvido”); Ricardo Fernández Esteban (“Y al llegar al refugio, que aún no será destino, / lanzo amarras y cierro singladura, / un capítulo más del libro de mi vida“); Antonio Cruz, un poco bukowskiano, un tanto eliotiano, (“Difíclmente podría haber terminado con mis huesos / en otra triste habitación que no fuera esta en la que escribo”); Alejandro Lérida (“No es preciso leer ningún poema / para estar a su lado en estos versos”).
David Mardaras homenajea a los Doors de L.A.Woman (“Es prueba de vida un desgarro ante lo oscuro para entrar”); Alejandro Gamón Izquierdo (“Una vez me dejaste desnudar tu sonrisa / la duda se esfumó /…/ y, al perderte, / me detuve a escribir obras menores”); Daniel Mocher (Sentir cómo celebra / ser parte del misterio”); Juan José Vélez Otero (“Qué importa lo vivido estando muerto”); Germán Ramírez Lerate (“He olvidado todo lo que soy / y al amor y a la amargura me he entregado”); Mario Lourtau (“De aquella inmensa hoguera solo quedan / un humo ciego, pavesas de añoranza, / el olor a café, nuestros amargos labios / y ese ruido extraño de motor que se aleja”); Francisco Javier Hernández Baruque toma la piel de Nietzsche (“La muchedumbre soy de solitarios / que sienten hondamente e interrogan / sin encontrar respuesta a su esperanza”).
Vicente Picó Galache (“Mar, ya no eres nada, / solo la palabra que te nombra, / mudo testigo de lo eterno”); Manuel Acero de la Rosa (Pero, al fin y al cabo, / solo se vive una vez / y nunca un precipicio / fue tan hermoso”); Manuel López-Azorín (“Claridad de la luz, bendito beso / que mitiga ansiedades y celebra / el aroma del tacto”), quien cierra el conjunto de poemas.
Burlas y veras es un cuestionario que contesta, con su humor habitual, José Luis García Martín: “Creo a Dios todos los días, pero algún día me olvidaré de crearle y entones se acabará el mundo”. Cierra el volumen una reseña que Federico Gallego Ripolll hace de Entorno claro, de Carlos Medrano y un autógrafo del malogrado Leopoldo Alas fechado el 9 de marzo de 1989.: “Con este sol que me descansa el alma” (Claro de sol). Así termina otro milagro que llega cruzando el charco y que esperamos tenga una larga travesía.