Finalista en el Premio Fernando Lara en 2022, esta es la primera novela de la almeriense Carmen Bretones tras los Once relatos de mujeres de hoy (Ediciones En Huida, 2014). En su faceta académica está especializada en literatura femenina post-victoriana, James Joyce y su herencia narrativa. Su tesis doctoral versó sobre La new woman y el espacio en la narrativa del fin de siècle, dirigida por María Luisa Venegas. Actualmente trabaja como profesora de secundaria.
Cuando Robert Bale finalmente murió, una fría mañana de enero, Nora ya no contemplaba ninguna posibilidad que no fuera abandonar su pueblo natal y marcharse a la capital. Vendió la casa y las pertenencias, como le había indicado su padre. Escribió a las direcciones de los contactos que le había recomendado, un par de editores, una escuela de primaria y una casa de huéspedes, cuya dueña era la viuda de un antiguo compañero de juventud. Finalmente, retiró el dinero del banco que tenía en una cartilla a su nombre y dejó atrás para siempre el que hasta entonces había sido su hogar. Sus primeros días en Londres fueron difíciles e intensos. Para cualquier chica de su edad que nunca había salido de una pequeña aldea rural aquel traslado había resultado devastador. Para Nora solo fue desconcertante. Había muchas cosas nuevas que aprender, cómo desplazarse por una gran urbe, cómo orientarse, cómo buscarse la vida, cómo vestir, cómo actuar.
El talento narrativo estaba ya muy presente en los relatos de mujeres, así como una notable habilidad para el diálogo. Es también una cualidad el adoptar de manera programática la perspectiva femenina. Esta novela es la historia de tres mujeres y sus peripecias vitales se van imbricando desde la profesora española, la escritora inglesa que se traslada a Londres para convertirse en esa “nueva mujer” del siglo XIX y un personaje de esta, que es la esposa de un terrateniente perteneciente a la aristocracia inglesa que tiene que subsistir en un ambiente de clase acomodada pero asfixiante en la campiña. A diferencia de los relatos, Carmen Bretones opta por un relato unitario en el que el compromiso no se demuestra en una carga ideológica explícita, sino en la ejemplificación de la situación estructural que se hace patente en la narración. La memoria compartida hace, pues, referencia a la manera en la que las tres participan de una experiencias como mujeres a lo largo de diferentes escenarios y épocas. En cierta forma, es un compromiso todavía vigente, más que en la ficción, en las realidades de las mujeres. Precisamente el nombre de la escritora, Nora, hace resonar los ecos de Casa de Muñecas –paradójicamente escrita por un varón–.
Bueno a pesar de que mis antepasados no tuvieron ocasión de difundir todos estos documentos públicamente, sí que fueron muy escrupulosos a la hora de preservar los recuerdos y los escritos que heredaron de sus padres. Ellos estaban convencidos de que en algún momento su antecesora lograría el reconocimiento que merecía, a pesar de su olvido histórico, de ahí su empeño por guardarlo todo. En ese archivador, por ejemplo, podrás encontrar decenas de cartas que la propia Bale escribió y recibió de amigos, editores, críticos…
La contemporaneidad de Gloria (¿homenaje a Gloria Fuertes?), que marcha a Inglaterra para terminar su tesis doctoral, consiste tanto en la cercanía temporal de su acción argumental como en las cualidades que comparte con Nora y Grace. Carmen Bretones acierta a dibujar tres escenarios, bien documentados, en los que se muestran las desigualdades sociales de género y que sirven, además, para hacer comprender mejor los micro-mecanismos ligados a la cotidianeidad en los que la estructura de esas desigualdades funcionan. Las tres, por su parte, toman un papel activo contra estas desigualdades, cada una en su contexto.
Entonces su cabeza se inundó con la imagen de su amante, con su cuerpo, con su penetrante mirada, con su deliciosa sonrisa, con su ardor… En ese instante desaparecieron los problemas familiares, las dudas y el arrepentimiento. En su pensamiento ya no había más espacio para nada ni nadie. Y así, con el espíritu recompuesto y presa de la emoción, se aproximó de nuevo a la mesa, se sentó y regresó al portátil. Sin volver a revisar el texto escrito agarró el ratón, lo arrastró y pulsó con el botón izquierdo el icono que aparecía debajo y después se levantó de la mesa para dirigirse a la cama. Quería volver a contemplar el dibujo del rostro de Nora Bale y eso hizo durante unos segundos.
Por lo que respecta al estilo, la autora consigue la efectividad narrativa lidiando con tres historias que deben complementarse. Lo más lírico tiene que ver con la nostalgia, con el papel de los recuerdos, personales, íntimos… En cierta manera los fantasmas del pasado –y la ficción– hacen presente su herencia. Así, con la eficiencia argumental y la superposición de planos se especifican en las diferentes escenas, no tanto como puntos vitales de no retorno, más bien son ejemplificaciones elocuentes, de las personalidades, de los ambientes, de la lucha, de lo cotidiano. Un inteligente tapiz en forma de novela de lectura ágil y poso sereno.
En alguna ocasión él le había contado acerca de sus escarceos amorosos. Ella nunca le preguntaba, en realidad, ni siquiera se sentía cómoda escuchando según qué cosas. Él, consciente de ello, rehuía detallar en exceso, pero no podía evitar compartir con su amiga muchas de sus antiguas aventuras. ¡No en vano era la única persona con la que podía hablar de sus intimidades!
Los grandes temas, los desafíos existenciales, el amor, la nostalgia, la identidad, la solidaridad y el sentido de pertenencia van apareciendo en la forma de una búsqueda interior que une a los personajes, un poco como “creadoras” la una de la otra, Gloria de Nora y, por supuesto, Nora de Grace. Esta creación sirve un poco como redención, en la forma en la que la propia novela sirve como emblema de lucha de Carmen Bretones, “creadora” de esta saga, sin simplificaciones, con la complejidad exigente de los tiempos que corren desde el pasado al futuro.
Los artículos de Nora se convirtieron desde el inicio en su plataforma de opinión al mundo. En ellos fue plasmando, semana tras semanas, sus ideas acerca de la necesidad de regular las libertades de la mujer, como el derecho al voto, la incorporación al mundo laboral o la legalización del divorcio. Fue precisamente una publicación acerca de este tema la que logró que abandonara el anonimato más absoluto y alcanzara cierta popularidad. Aquel artículo en el que se defendía la legitimidad de poder declarar un matrimonio nulo no solo por razones de maltrato sino por el simple deseo de alguno de los cónyuges fue uno de los más polémicos en toda la historia del London Herald. Tras su difusión, cientos de cartas inundaron la redacción, hasta tal punto, que el periódico tuvo que comunicar a sus lectores la imposibilidad de responder a todas ellas.