Alfonso Brezmes nos tiene acostumbrados a una poesía cuidada, intensa sin amaneramientos, directa. Ya pudimos disfrutarla en La noche tatuada (Renacimiento, 2013), Don de lenguas (Renacimiento, 2015), el soberbio Ultramor (Renacimiento, 2017), Vicios ocultos (Tinta China, 2019) y ahora con Es tiempo. Nos queda su reciente La vida en el aire (Renacimiento, 2023). Un eje temático claro es el que articulan este volumen de excelente factura y reflexión sincera. En la primera parte, el poeta desgrana Lo que sobra, es decir, una mirada al pasado: “Ver mucho, pero nunca todo /…/ toma tan solo de este mundo / lo que cupiera entre las manos” (Nunca todo). A pesar de querer deshacerse del exceso de equipaje, es muy consciente de la necesidad de enraizarse (“Ay del que no tiene una Ítaca / verde o seca a la que poder volver, / pues su vida será como la mía: / un lugar sin bandera y peligroso”, Patria).
Brezmes dedica algunos versos a la creación artística, con versos como declaración de estilo: “Todo es lo otro. Nada es su forma” (Metáforas); “La metáfora es la pértiga del poeta. / El poeta es la pértiga de Dios”. Y con guiños al célebre poema de Gil de Biedma: “Y no escribas ––dice el pájaro–– / para exhibir esas simples destrezas, / todo eso ya lo tengo yo / y no voy presumiendo de mis alas. /…/ Escribe para que tu lengua, torpe, / sea la piedra que se vuelve canto / a medida que el río la desgasta” (Epidérmica y terrestre). ¿A qué se refiere con lo que sobra?, a un proceso imposible de depuración hacia lo esencial: “La más hermosa teoría no explica / cuántas notas bastarían eliminar / para que Bach dejara de sonar a Bach, / cuánto dolor haría falta añadir / para que estas palabras huecas / dibujaran con mano temblorosa / algo parecido a la verdad” (Lo que sobra).
Además del arte, la vida es la protagonista de este balance experiencial: “Es urgente la vida ––le digo––, / pero más urgente es la calma / para percibir esa urgencia” (Libro de familia). Hermosas metáforas (“Fuimos lo que quiso el viento”, Los dueños del tiempo) para intentar descubrir cubriendo con versos lo que uno realmente es: “Hay aquí un poema oculto / hecho a partir de mis renuncias, / probablemente es mejor. / Si elijo este es para acallar aquel / que con su latir amortiguado / podría delatarme” (El corazón delator). En pocas palabras, “Todo queda a merced / de lo que no puede decirse” (Preferiría no decirlo)
“El mismo mar que arrastra
desde el deseo hasta la orilla
cristales de botella que refulgen,
cartas de náufragos sedientos” (El mismo mar, la misma orilla)
Lo que falta es el bloque que mira hacia el futuro, con los ojos del deseo: “En medio de un desierto sería el espejismo, / que nos hace seguir / para llegar al próximo desierto” (Deseo); “En el silencio de la página / todo canción es una hoguera. / Escribir también puede ser / cohabitar una intemperie” (Esquimal en el desierto). Sin embargo, más que ilusiones espectaculares, mayúsculas, la madurez del poeta dice aspirar a: “Ahora / para vivir / me conformo con ser la tachadura / el turbio origen de algo” (Sucia pureza).
Hay mucha sabiduría en esta segunda parte, mucho de (auto)análisis y desolación: “Sabemos que estamos incompletos, / no por haber perdido el paraíso / ––ese parque temático del tiempo––/…/ sabemos que nos falta algo / porque todo lo completo muere, / porque todo lo incompleto canta / y el pájaro que anida en nuestras voces / ––como un reloj exacto de la pena–– / nos hace expulsar tanto dolor” (Lo que falta).
Probablemente será el amor el núcleo de esa desesperanza, aunque “Pronunciar un nombre es entrar de puntillas en una estancia a oscuras donde el otro nos espera”; “Anfibio amor, extraño animal / de sangre fría y corazón caliente, / capaz de camuflarse entre los verbos” (Anfibiología). Quizás hay mucho de desengaño de las convenciones emocionales y estéticas: “Mirar a la luna y no ver la luna: / ya lo han dicho otros y otros lo han cantado. / No hay nada original en el amor / y sus mitologías: solo rostros / que sirven como un carrusel / o un tiro al blanco que se mueve” (Tiro al blanco). Pervive una voluntad, como vimos antes, de destilación esencial, de renuncia casi mística si no fuera por la ironía: “Desde que me he ido / son mejores mis poemas” (Desde que me he ido).
Por último, Lo que hay, toma el tiempo presente: “Lo que hay que ver para creerlo; / lo que hay que oler para aspirarlo; / lo que hay que oír para entenderlo; / lo que debe doler para poder sentirlo” (Lo que hay). Más que un canto a lo presente y un goce de lo cotidiano, es la aceptación de la belleza que conforta: “Encontré la palabra / donde habita el silencio; / cualquier otro lenguaje / no serviría para mi propósito” (Mala hierba). Y, sobre todo, es un acto de amor hacia el poema que no es sino la propia vida. Carpe diem.
“Que el poema sea una lengua
para los labios de la herida.
/…/
Ya se ha callado todo
lo que tenía que callarse.
No hay tiempo que ganar.
No hay tiempo que perder.
Es ahora.
Es tiempo” (Es tiempo)