domingo, 29 de septiembre de 2024

Reseña de Alfonso Brezmes: ‘Es tiempo’. La Garúa. 2022

 Es tiempo


Alfonso Brezmes nos tiene acostumbrados a una poesía cuidada, intensa sin amaneramientos, directa. Ya pudimos disfrutarla en La noche tatuada (Renacimiento, 2013), Don de lenguas (Renacimiento, 2015), el soberbio Ultramor (Renacimiento, 2017), Vicios ocultos (Tinta China, 2019) y ahora con Es tiempo. Nos queda su reciente La vida en el aire (Renacimiento, 2023). Un eje temático claro es el que articulan este volumen de excelente factura y reflexión sincera. En la primera parte, el poeta desgrana Lo que sobra, es decir, una mirada al pasado: “Ver mucho, pero nunca todo /…/ toma tan solo de este mundo / lo que cupiera entre las manos” (Nunca todo). A pesar de querer deshacerse del exceso de equipaje, es muy consciente de la necesidad de enraizarse (“Ay del que no tiene una Ítaca / verde o seca a la que poder volver, / pues su vida será como la mía: / un lugar sin bandera y peligroso”, Patria).

Brezmes dedica algunos versos a la creación artística, con versos como declaración de estilo: “Todo es lo otro. Nada es su forma” (Metáforas); “La metáfora es la pértiga del poeta. / El poeta es la pértiga de Dios”. Y con guiños al célebre poema de Gil de Biedma: “Y no escribas ––dice el pájaro–– / para exhibir esas simples destrezas, / todo eso ya lo tengo yo / y no voy presumiendo de mis alas. /…/ Escribe para que tu lengua, torpe, / sea la piedra que se vuelve canto / a medida que el río la desgasta” (Epidérmica y terrestre). ¿A qué se refiere con lo que sobra?, a un proceso imposible de depuración hacia lo esencial: “La más hermosa teoría no explica / cuántas notas bastarían eliminar / para que Bach dejara de sonar a Bach, / cuánto dolor haría falta añadir / para que estas palabras huecas / dibujaran con mano temblorosa / algo parecido a la verdad” (Lo que sobra).

Además del arte, la vida es la protagonista de este balance experiencial: “Es urgente la vida ––le digo––, / pero más urgente es la calma / para percibir esa urgencia” (Libro de familia). Hermosas metáforas (“Fuimos lo que quiso el viento”, Los dueños del tiempo) para intentar descubrir cubriendo con versos lo que uno realmente es: “Hay aquí un poema oculto / hecho a partir de mis renuncias, / probablemente es mejor. / Si elijo este es para acallar aquel / que con su latir amortiguado / podría delatarme” (El corazón delator). En pocas palabras, “Todo queda a merced / de lo que no puede decirse” (Preferiría no decirlo)

“El mismo mar que arrastra

desde el deseo hasta la orilla

cristales de botella que refulgen,

cartas de náufragos sedientos” (El mismo mar, la misma orilla)

Lo que falta es el bloque que mira hacia el futuro, con los ojos del deseo: “En medio de un desierto sería el espejismo, / que nos hace seguir / para llegar al próximo desierto” (Deseo); “En el silencio de la página / todo canción es una hoguera. / Escribir también puede ser / cohabitar una intemperie” (Esquimal en el desierto). Sin embargo, más que ilusiones espectaculares, mayúsculas, la madurez del poeta dice aspirar a: “Ahora / para vivir / me conformo con ser la tachadura / el turbio origen de algo” (Sucia pureza).

Hay mucha sabiduría en esta segunda parte, mucho de (auto)análisis y desolación: “Sabemos que estamos incompletos, / no por haber perdido el paraíso / ––ese parque temático del tiempo––/…/ sabemos que nos falta algo / porque todo lo completo muere, / porque todo lo incompleto canta / y el pájaro que anida en nuestras voces / ––como un reloj exacto de la pena–– / nos hace expulsar tanto dolor” (Lo que falta).

Probablemente será el amor el núcleo de esa desesperanza, aunque “Pronunciar un nombre es entrar de puntillas en una estancia a oscuras donde el otro nos espera”; “Anfibio amor, extraño animal / de sangre fría y corazón caliente, / capaz de camuflarse entre los verbos” (Anfibiología). Quizás hay mucho de desengaño de las convenciones emocionales y estéticas: “Mirar a la luna y no ver la luna: / ya lo han dicho otros y otros lo han cantado. / No hay nada original en el amor / y sus mitologías: solo rostros / que sirven como un carrusel / o un tiro al blanco que se mueve” (Tiro al blanco). Pervive una voluntad, como vimos antes, de destilación esencial, de renuncia casi mística si no fuera por la ironía: “Desde que me he ido / son mejores mis poemas” (Desde que me he ido).

Por último, Lo que hay, toma el tiempo presente: “Lo que hay que ver para creerlo; / lo que hay que oler para aspirarlo; / lo que hay que oír para entenderlo; / lo que debe doler para poder sentirlo” (Lo que hay). Más que un canto a lo presente y un goce de lo cotidiano, es la aceptación de la belleza que conforta: “Encontré la palabra / donde habita el silencio; / cualquier otro lenguaje / no serviría para mi propósito” (Mala hierba). Y, sobre todo, es un acto de amor hacia el poema que no es sino la propia vida. Carpe diem.

“Que el poema sea una lengua

para los labios de la herida.

/…/

Ya se ha callado todo

lo que tenía que callarse.

No hay tiempo que ganar.

No hay tiempo que perder.

Es ahora.

Es tiempo” (Es tiempo)

 

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Reseña de Ana Deacracia: ‘Rosas para Miss Burke’. Juglar. 2017

 Rosas para Miss Burke - EDITORIAL JUGLAR


Ana Deacracia lleva publicando desde A orillas de un poema (1989) o Déjame besar a la luna en la boca (2016). Participa en Voces del Extremo y está incluida en antologías como Grito de Mujer. Rosas para Miss Burke está dedicado a Zenobia Camprubí  y lleva un prólogo de Javier Sánchez Durán.

El libro está dividido en varios apartados. AMARse es el primero y en él los poemas confesionales se vuelven hacia sí misma: “Me miraré en el espejo / y seré luz”. Una declaración de intenciones ante la adversidad: “Una lágrima no soportada / acunada en mis ojos / para acordarme siempre”. Decimos poesía confesional porque las relaciones que se intuyen parecen dar pie a una conversación en voz baja: “Tu beso se refugió / latiendo en mi sonrisa / y me extendí / como ramas de árboles / sintiendo cálidas / mis aberturas”. Ana Deacracia festeja el momento de que “solo la mirada / hace el milagro” porque “Vives dentro de mí, / a la espera / de ese próximo beso”. El segundo capítulo tiene que ver con las llamas del amor, YO ARDO, / TÚ ARDES, / ÉL …: “Y quererme / como escribes quererme”. Apreciamos un componente de amor pasión en su momento más álgido: “He amanecido flor de nadie, / después de haber amado / con toda la locura y el sudor”. Así, la entrega abraza el peligro y el sufrimiento posible: “Restregaré / con veneno mis labios / por si me besas”; “y me abro para ti / como una rosa, / mostrándote mi cáliz / desnudo de pecado /…/ Ahora / planeta roto, yo, te quiero, / adicta a tu mirar distraído, / y a tu quererme a ratos, / o a tu no quererme en absoluto”.

Este sufrimiento se va intuyendo como una renuncia oculta: “Nunca supiste que yo latía / como vuelan los pájaros”; “He de pensarme en ti / que la distancia / es una estación / al paso de los trenes”. En otras ocasiones, más claramente: “Ni asumir / que solo fue un poema / tu boca de serpiente”. Prefiere, de todas formas, permitirse la ilusión, “Démosle sueño al sueño”.

DESABROCHARse, por su parte, no desarrolla el erotismo de la relación, sino la conciencia clara de esa dualidad entre el deseo y el infierno: “Rosas para Miss Burke. / Nacidas con hambre / devueltas del infierno, / rosas. // Ella sabrá dónde colocarlas”; “Mi corazón se ha parado, / nada hay /…/ Se mueve el mundo y punto”. La poeta se entrega “y devuelvo el beso no dado” para luego tomar conciencia: “Aprendemos a ser / y a veces es tan trágico”. La conclusión, triste, no lleva al abandono: “¿Dónde duerme / ahora la primavera, / cuando el frío / me deja sin aliento?”. Se refugia en la poesía (“La poesía se restriega / en mis manos / para que no firme”) para luego renacer, FLORECERse (“El deseo me acaricia”; “He rebañado mi alma / hasta deshacerse”) y SOÑARse. Son poemas de amor eterno, por mucho que se atisbe la caducidad: “Sueño que tu inquietud / es el deseo de agua”. “El lunes te respiro” es una referencia temporal, mientras que en otros poemas se apueste por la eternidad:  “Te amé más que a mi vida, / amé a ese niño / que se quedó / rozando mi ventana / en noches / de delirios solitarios”.

Las últimas secciones son más reflexivas. No en vano se titula ANALIZARse: “¿Y qué más da que llueva a chaparrones / sobre los ojos ciegos y las manos cortadas / si no sabes de lluvia?”. Funciona como una especie de balance emocional, un recuento de daños y esperanzas: “Se descubrió a sí mismo / en el espejo roto / que jamás le mostraron jugando de niño”. Una búsqueda de la esencia de lo que permanece desde la niñez y que, en el fondo, “Somos piel. / Nos arropamos con sueños”.

ADMIRARse es la promesa que retoma de los primeros poemas de atender al cuidado de sí. Y si el dolor continúa (“Un brocal en mis ojos / echa de menos el calor / que oculta la memoria”), hay que centrarse en el deseo que no muera: “Sobre el blanco y el negó / se hace cópula el aire / en el querer ser música. / Y dios es ella, dentro”. Aunque se corra el riesgo de la herida que se traspasa al poema: “No se queda. / No se queda conmigo,/ el azul del poema se evapora”.

 

domingo, 22 de septiembre de 2024

Reseña de Álvaro Hernando Freile: ‘ExClavo’. Karima editorial. 2018

 



Muchísimas ganas tenía de conseguir este magnífico volumen ilustrado con dibujos poéticos de Ricardo Ranz que llevaba tiempo agotado en Karima. Álvaro Hernando traza una disección certera del proceso de liberación personal que tanto tiene de social. “Conozco la libertad, pues conozco aquello que me ata” dice en la introducción. Coincide en parte con el espíritu y el momento con el poemario de Maribel Andrés Llamero, La lentitud del liberto  (Mclein y Parker, 2018).  El poeta va reflexionando sobre todo aquello que la sociedad en este momento histórico concreto y a lo largo de las estructuras más arcaicas, limitan la capacidad de pensamiento y acción: “Me veo atado a mí mismo / clavado a tristezas ridículas /…/ Quiero ser ex-clavo liberado / que desata nudos de madera” (El Ex-Clavo).

Como decimos, este es un camino personal: “No es posible predecir el camino de la bestia, / ni abandona el espejo / del que uno es ya un reflejo olvidado” (Al otro lado del espejo). Son numerosas las referencias a esta primera persona: “Porque yo soy de paisaje poco iluminado” (Mapa de uno); “es toda una vida defendiendo con violencia / los anhelos de niño” (Anhelo de niño). Pero eso no lo incardina en una meditación extraña a la vida, alejada de sus iguales, por ejemplo, en El ajedrez (Es el juego) confiesa: “Donde yo veo tiempo a la fuga. / Eva ve pasos de baile”.

Para dar fe de ese proceso abre el abanico de referencias a la aventura (“Cuenta, como buen caballo, / no seguir estela de barco”, Latitud del llanto), al mito (“Nadie espera de este árbol / que aguante la hoguera o la memoria”, Unicornio de Troya), al arte (“No hay bestia ni diablo que sobreviva / al Jardín de las Delicias”, Jardín de palabras). En este último poema denuncia “La esclavitud del paraíso y del pecado o la búsqueda del premio y la redención”. Conecta, pues, con el cariz religioso en sentido amplio, como en Ego (te absolvo) sobre “la esclavitud del ego, o apagar la luz del otro”: “Mañana volverá a volar todos los rotos / formando una bandada de angelicales cuervos, / empecinados en picotearnos los pezones / y en devolvernos los ojos a sus cuencas / desbordados / de tanta poesía frágil”.

Puede avisar de las cadenas de la crítica: “Habláis de poesía como levitando /…/ Me pregunto cómo se sabe alguien portavoz del Don, / cuando lo único que le ata a la palabra es el tiempo y no la eternidad. / Me lo pregunto con violencia y desprecio. / Pero la respuesta queda el espacio entre los versos que escribo” (El crítico). Y es duro y brutal en Febril sobre la esclavitud del miedo: “no verás libre / de su cárcel de tiempo / a mi esqueleto // ni me verás parirlo / al morir. // Seré polvo sin sombra, / ni ruido”. En ese tono de intimismo filosófico está también la Sombra (“hacia el paisaje amoroso / donde no miente el silencio / ni la palabra suena; / donde todos somos sombra y raíz muerta”) y La marcha (“Permaneces en la memoria de las cosas muertas / que me hablan sin descanso // de ti”). Uno de los mayores miedos, de los más duros, es el miedo a la muerte: “No ser leal / y hundir el féretro / en hielo y sal. / Ya no jugar” (Ya puedo escribir del duelo); “Hay un desasosiego en la paz. / Será el silencio de los ausentes / acomodado al armisticio, / o a los gritos ahogados que exigen / intereses por un pagaré a crédito vencido” (Desajuste). Aunque sea la muerte de un amor: “Muerde, como presa, el recuerdo” (Breve historia de amor número R).

Por el contrario, puede ser la indiferencia: “Son tantos los ladridos que se comen el eco. // Nadie los mira, nadie los oye, nadie les da cuentos, / ni poemas, a ellos, / los perros sin carne, solo hueso / y ladrido” (Ladran). La falta de empatía y solidaridad dentro del género humano: “No todo perro busca una manada. // No todo perro busca una guarida. // Este perro busca un lecho de cicatrices, / con su hocico húmedo tu cuello // y tu mano en su piel empapada de miel carmesí” (Moribundo). Toma entonces Álvaro Hernando la voz del mito para alzarse: “Soy más un Minotauro, que Teseo, // Más la hybris que las velas negras” (La guardia); “Escribo los versos del Minotauro /…/ Los pronuncio y en ellos oculto mi amor y mi sombra” (Minotauro); “Lleva tiempo observar el tiempo dentro del olvido /…/ Pero llega el momento de salir del laberinto / siguiendo el camino de las razones varias / salvando los giros oscuros agarrados al hilo salvador / que conecta nuestra ceguera con quien sabemos somos” (El hilo). No es una decisión política, es más total: “Es necesario ser enigma, abrir el pecho, / de vez en cuando libertar el pájaro, anunciando, / para aquellos que no saben aún que no aman / y para los desmemoriados sabios / que olvidaron ya que nos aman todavía” (Enigma).

Los poemas más íntimos contienen una carga emocional más importante, aunque hable de la esclavitud del deseo o “el sufrimiento vestido de sexo”: “Trago el humo en tu cintura / como tahalí de huellas /…/ ¿cómo quebrarte?” en Tahalí (Adicción). Acierta a continuar con la identificación de cualquiera que sufra un enganche: “Que no, que lo dejo; / el aire no quiere saber nada del fuego /…/ A veces los yonkis no tienen razón y son Sísifo” (Yonki). Alzará la bandera de la libertad con las cargas que el existencialismo más radical, la liberación “o amarse a la condena”: “Aquí he llegado / hasta aquí, soberano, / encadenado a mi soñar libre // ardo / liberado de nudos la madera del álamo” (Ex –Clavo).

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Reseña de María Paz Otero: ‘Los atormentados’. Adonáis. Ediciones Rialp 2024

 LOS ATORMENTADOS - MARIA PAZ OTERO - 9788432166730


Después de Premio Nimiedades (2021) llega con el premio Adonáis, 2023, Los atormentados. También este mismo año ha publicado María Paz Otero A la tarde (2024). El que nos ocupa es un libro singular que trata de poner en versos el sufrimiento encontrado en su experiencia como psiquiatra residente. Es una forma, como dice el título de su primera parte, de Hablar de lo extraño: “No hay comprensión posible para los Atormentados, / o quizás ellos se entienden unos a otros / y sea el lenguaje suyo aquel que guarda la clave /…/ Me aproximo a ellos con cuidado /…/ Aman, olvidan, sufren Hablan poco, pero creo que comprenden / más que el resto. Escuchan más o acaso lo correcto, entienden / la importancia del silencio” (Los Atormentados). El estilo, como en Nimiedades, está muy cerca de lo coloquial y de lo íntimo, de lo preciso a veces y de lo narrativo en otras. Es extraordinariamente musical en verso blanco y libre. Prima, sobre todo, la contención emocional y el respeto a quienes son los Atormentados.

Lo cierto es que los poemas se valen por sí mismos, no es imprescindible conocer la enfermedad de Capgras para que el poema funcione y emocione: “Los extrañeza: una grieta imperceptible, un sendero, / y al final sus ojos azules, agotados, / cálidos como vida y profundos”. En el fondo son emociones que nos dejan perplejos a todos: “Es su sufrimiento el que me cansa. Su sufrimiento / es como un peso en los tobillos, me retiene” (Una bestia solitaria). Por otra parte, María Paz Otero se cuestiona en varias ocasiones tanto como profesional como la postura de la escritora que refleja, si es útil, si les hace un homenaje. En la sombra admite: “Se alimenta. No esperan mi poema / ni el de nadie”. Como psiquiatra se considera a sí misma una Ingenua creyente en la medida que: “Por eso, mientras que exista / una mínima posibilidad de que me oigan, / mientras sea joven / y con fuerza luche en inefable batalla, / esperaré por ellos en la orilla, lanzaré mi caña, / me quedaré ciega de buscar, con estos ojos nuevos, / la cura que quizás exista solo si la invento”.

Voces del silencio trata servir de transmisión del sufrimiento que ni los propios enfermos son capaces de articular en palabras, y que ni los médicos ni la sociedad interpretamos con seguridad. Son, como en la canción, voces que se expresan en silencio (“Aprendí su gesto de memoria / pues con él trataba de decirme / lo que no encontraba yo, tan torpe, en su silencio”, Eco) o a gritos (“Su grito / por la culpa, dice, y la vergüenza, / está prohibido”, K’encha). Ni las palabras vocalizadas son inequívocas, hay que intuir, sospechar qué se encuentra tras los sonidos: “Hay un espacio detrás de la palabra, / como una cáscara de huevo vaciada” (Bloqueo de pensamiento); “Todo lo incendia su voz” (El incendio). La poeta-psiquiatra debe admitir su dificultad: “y no es lo mismo el silencio que la ausencia / ni su dolor es esto que yo escribo” (Todo lo observa Dios).

Sin embargo, la esperanza que debe sustentar el trabajo de curación está en encontrar esas Ventanas de las que habla la tercera parte, las grietas a través de las que hay que mirar lo real: “y a través del telón gaseoso que se cierra / veo sus ojos tristes / asediados por dragones” (La violinista). Admitir, con el sufrimiento, la incapacidad para retornar y retomar el pasado: “Desaparecido el hijo / no hubo nunca más días de verano. / No hubo helados a la tarde, ni paseo en barca /…/ y ahí fuera el mismo invierno de siempre, / siempre la misma nieve virgen sin pisadas” (Nieve virgen). Apenas si podríamos aspirar a un consuelo (“Otro tuyo y el alivio, / que en un ser cálido y diminuto y efímero, / como una solamente que se sienta junto a ella”, La barra) o abandonarse a la rutina (“un día que, apilado sobre otros, / se diluye ante mí y a nadie importa”, Un paseo). Se pregunta con angustia la poeta no solo por los Atormentados que están ingresados, también por las familias que tienen que hacerse cargo, incluso por quienes trabajan con ellos: “Qué palabras calmarían la agonía” (La cuidadora).

Vidas de algún otro es, por fin, el último capítulo de los cuatro de este intenso poemario. Funciona como una especie de conclusión donde se dan la mano las concepciones más románticas de la enfermedad mental (“La locura es elegante, cuando la luz la atraviesa, como al mar, tan oscuro el fondo, tan temido”, Una colchoneta en medio del océano) con aquellas que privilegian el sufrimiento; “Condenado está su cuerpo a la tristeza /…/ una imagen fija en la habitación oscura, / en la que se ven dos cuerpos, / uno siempre tumbado, el otro de rodillas, / y entre ambos el pasar del tiempo y la impotencia” (El dormitorio); “me mostró lagunas tan profundas / que ni al negro de la noche se parecen” (De su rostro).

María Paz Otero confiesa que “Resulta más fácil escribir de amor / que hablar en un poema de los Atormentados” (La psiquiatra). Y en ese mismo largo poema reconoce sus limitaciones con una intensidad lírica y dramática extraordinarias: “es posible entrar, si ellos lo quieren, / en el agrietado búnker de su alma /… El alma de los Atormentados no es oscura, ni siquiera opaca, / es más bien gelatinosa, casi transparente, /…/ cómo es posible que amen de tal forma. /…/ Qué tormentas libres, qué mágica visión del mundo y de sí mismos / guardan a conciencia en sus dobleces. / Qué protege. Qué ignorante yo, enjuto psiquiatra de ojos tristes, / pues apenas sé de los Atormentados”.