No es habitual comenzar un libro
leyendo en su primera página una mención al trabajo de uno. Muchas gracias a
Javier La Beira y Daniel Ramos López por incluir una referencia a la reseña del
primer volumen de estos diarios. Y muchas gracias por la minuciosidad con la
que toman su trabajo, esta vez, además, con un índice onomástico que facilita
la búsqueda de referencias y su estudio.
La
reivindicación de la figura de José María Souvirón incluyó una exposición sobre
su vida y obra y ahora sigue su curso con la publicación de los siguientes
cuadernos del Diario. Souvirón tuvo una relativa notoriedad como novelista (Cristo en Torremolinos), ensayista (El príncipe de este siglo. La literatura moderna y el demonio),
articulista (Cartas a un muchacho),
traductor y también como poeta. Podía haberse incluido por edad en la
Generación del 27 y de hecho compartió intereses y amistad con Emilio Prados,
José María Hinojosa o Manuel Altolaguirre, también, como hemos visto en estos
diarios, con Aleixandre o Dámaso Alonso.
Gran
parte del interés que suscitan estos diarios es precisamente el reflejo de la
relación con el mundillo literario y, por añadidura, unos jugosos y maliciosos
comentarios sobre éstos [“Dámaso está como suele, genial y ameno, infantil y
sabio, sencillo y académico. Es, sin duda, el más humano y más vivo de los de
su generación. (A su lado, los otros parecen momias). Campechanote, abusivo a
ratos, se pasa bien junto a él, y se siente uno contento de ver que la
sabiduría (la cultura) no ha echado a perder a este joven maestro sesentón”, 4
noviembre 1958]. Sin embargo, en las anotaciones de estos años no sorprenden
tanto estos apelativos, Souvirón está algo más comedido. Pocas novedades, pues
en cuanto al tipo de contenidos, lo que no significa que haya decaído el
enganche.
El
primer volumen, publicado en 2018, incluía los tres primeros cuadernos, y este por
los tres siguientes. Como en el primer volumen, se encuentran las peripecias
vitales entre 1958 y 1960, continuando el ejercicio, casi espiritual, de
escribir un diario. La idea vimos que partía del modelo de Julien Green. En este
sentido, es un diario íntimo, como reflejo de las vivencias y del pensamiento,
de la reflexión sobre lo cotidiano, también lo divino y humano. Como el hombre
que habla consigo mismo y con Dios. Souvirón fue un hombre de gran religiosidad
y atormentado por la fe.
Ser ninguna indiferencia, sino todo lo
contrario, me siento hoy en un estado de “disposición”, de “sea”, de “hágase tu
voluntad”, como hacía tiempo que no estaba. Y lo cuerioso es que, estando tan
sosegado por dentro, estoy nervioso por fuera. Me lo noto en una quietud
interior y algo de azogue exterior que parecen contradecirse y no. Mi azogue
consiste en suspirar, en decir “nadie sabe nada” a solas, y ganas de andar
mucho. Cada día entiendo menos a los seres humanos, y me paso el tiempo tratando
de entenderlos. Hoy no tengo curiosidad sino por hacer bien lo que Dios quiera
que haga. Y no he dejado de amar –¡con qué trabajo!– a esos seres que no
entiendo. (8 junio 1959)
De interés resultan también las
reflexiones literarias sobre las lecturas y la actualidad poética y filosófica,
también política. Dotado de una visión particular y unos gustos muy definidos,
nos muestra José María Souvirón unas valoraciones que quedan ahora quizás un
poco apartadas del canon estilístico en boga. De ahí también su utilidad. Se
comentan algunas noticias de la política del régimen. Y no debe sorprendernos
que el autor, muy implicado con el régimen, mantenga la amistad con personajes
de signo marcadamente opuesto (“Amor a España. Dolor de España. ¡Cómo me duele
España con frecuencia! ¡Si yo pudiera hacer una España limpia, fuerte, clara,
segura” (31 diciembre 1958, 1 enero 1959). No debemos, de ninguna forma,
entender los comentarios críticos como ajustes de cuentas, sino más bien de
honestidad secreta, sinceridad ante la página. De todas formas, siempre estará
más cómodo con Panero y Rosales, los “habituales”.
Y,
como no podía ser de otra manera, sus peripecias vitales, como su condición de
abuelo (“¡Abuelo, soy abuelo! ¡Soy abuelo!”, 22 de junio 1959) o la relativa
decepción con la adaptación cinematográfica de su novela Isla para dos (Por
añadidura, no me gusta ya ni mi
propia novela; si pudiese hoy evitar su filmación,
la evitaría”, 23 junio 1959). Estados de ánimo cambiantes , humano, muy humano:
Me quejo, lloriqueo, cojo rabietas de niño
chico, me siento «importante», trato de serlo más, vagueo y flaneo
por algunas zonas amenas y peligrosas; y siempre, al cabo de un tiempo de estas
perreras y estas divagaciones, termino convencido de lo que me interesa de
verdad es dios, y que el amor que necesito cuidar es el amor de Dios. (4 de
mayo 1959)