El
albaceteño Pedro Gascón puede hacer gala de una trayectoria polifacética,
profesor de lengua y literatura, gestor cultural, director artístico,
activista, músico y fundador, junto a Anaís Toboso, de la interesantísima y
elegante editorial Chamán Ediciones. Después de estar incluido en varias
antologías, este parece ser su primera incursión en solitario. El título
proviene de un soneto del mágico Lope de Vega que le sirve, además, para marcar
las secciones –temáticas– del poemario.
La primera parte, ‘en el mundo
ausencia’, se inicia con una declaración de intenciones, la fascinación por el
París imaginado, símbolo de la poderosa atracción y contagiosa evocación que
posee la segunda vida que se encuentra en el arte. La falta de presencia real del escenario parisién (que ya
sirvió de excusa a Woody Allen en su Midnight
in Paris) conecta con otras ausencias más duras, como Ausencia del padre (“Sin duda, ahora, yo soy el padre”). Abundando
en esta figura, se encadena con una reivindicación de Gabriel Aresti: “¿De qué
me sirvió, / mantener esta obsesión continua / de presencia en tierra y
vertical equilibrio, / en lucha constante conmigo mismo / y la permeable y
atrayente imagen / de esta casa en pie del padre ausente” (Defendí la casa del padre). Sombras, partículas en el aire
contribuyen a dibujar los trazos elegíacos de la ausencia, física y metafísica
sobre la que Pedro Gascón reflexiona. Caminamos sin saber el destino, “salgo al
encuentro de tu ausencia” (Elegía),
como los personajes de los cuadros de Munch, pero sin voz, como las partículas
“desde su paz interior de aire” (Partículas).
La poesía de Pedro Gascón está
inmersa en un universo musical y se hace más patente en algunos poemas como Alucinación de la siesta. En otras
ocasiones, vuelve su mirada hacia los cánones clásicos, Homero, “lo que su voz
invita, / sino el destino de los héroes y el deambular de aquellos dioses” (Relecturas), la exégesis madura de los
años y la reflexión que interpreta los mensajes de las motas de polvo o los
ausentes. Plásticamente, Pedro Gascón no tiene inconvenientes en utilizar
procedimientos gráficos cercanos al caligrama (Los pámpanos de octubre o Ya).
Muchos y variados son los referentes poéticos del autor, quien no duda en hacer
homenajes explícitos más allá de la cita inicial (more José María Álvarez), como el que realiza a Galeano: “El
abrazo: pura insumisa prolongación del cuerpo” (Abrazados).
Consigue mantener, Pedro Gascón, una voz propia
basándose en una variedad estilística y formal, con versos serenos, muy
cuidados, con el yo poético oculto y presente dependiendo del motivo del poema,
entrelazándose con la realidad para golpear certeramente al lector. Puede
apoyarse en la imagen (“La boca, animal sucio, / anda buscando el aire”, Amanecida), en el universo compartido
con el lector, en la musicalidad o las sensaciones de las palabras, en la
experiencia personal (Homo opositor habla
con su hija a distancia).
La segunda parte, Fuego en el alma, presenta un motivo de conflicto, una revelación a
través de la contradicción poética, como el amanecer rompe la oscuridad:
“Los
objetos, que observan
la
posición inerte
que
mantiene mi cuerpo,
se
estremecen en mares de siluetas
desde
su estado estático de sombras” (Amanecida)
También es amanecida la hija del
poeta, a quien dedica algunos de los momentos más emocionantes del libro, una
especie de actualización –más rural– de las Palabras
para Julia de Goytisolo:
“Al
final de lo andado
sonreirás
recordando a tus padres,
y
como un ligero soplo de aire,
desde
el conocimiento y la altura,
desde
la luz y el pensamiento,
volverás
al origen de los días,
y,
así, llegarás bordeando el camino” (Llegarás
bordeando el camino)
A pesar de algunos momentos sombríos, en la poética de
Pedro Gascón se celebra la luz que ilumina los cuerpos y el pensamiento:
“Busquemos
el sentido de lo sagrado,
no
de lo místico,
sí
de la contemplación,
sí
del silencio.
Hagamos
de la experiencia del Uno
trascendencia
profunda del misterio,
para
ser parte y forma de un Todo,
y
salvarnos, ante tal vocación,
de
no ser presa ni pérdida” (Autorretratos)
Es peligroso analizar un libro de
poemas como se critica un sistema filosófico, aunque los poemas de Gascón
tienen un poso de reflexión y son una forma de conocimiento (“Hay un lenguaje
que conoce el viento / y el hombre olvida”, Poesía).
Tampoco vale la mirada del entomólogo, que disfruta con la clasificación y los
detalles (“Así la vida, / así la nada”, Pensamiento),
ni es necesario rastrear las palabras como una biografía más o menos camuflada
(“apenas sabes del dolor / y tampoco entiendes la muerte”, Hija), o un catálogo de influencias:, deudas sonoras con Cernuda[1]
(Llorando al olvido), Claudio
Rodríguez, Gerardo Diego o el tono bíblico de El niño y la playa, “Entre
ausencias y derrotas / y animales de costumbres, / dormita el pueblo que arrastra las alas en la ladera del viento” (Pétrola), con un verso de Tomas
Tranströmer.
Y en la vida infierno, que es la
tercera parte, el tono se vuelve más combativo, más de denuncia hacia “la falsa
seguridad del mundo que nos rodea” (Mundo):
El niño y la playa, sobre el drama de
los refugiados, o El Puente de Madera,
sobre la marginación: “Tras El Puente de Madera, encontramos / la ciudad del
desengaño”. Protesta no es sólo política (Mal
gobierno), también íntima y personal (Para
una vida no basta), porque, además, el enfrentamiento se hace desde lo
personal: “Y de manera / dócil resistir. / Y de manera dócil aguantar” (Mal gobierno), “se reivindica el derecho
a no opinar” (Leyes mordaza y otras
creencias coetáneas del Santo Oficio) Ataca con sentido del humor (Haiku del ateo), como si Bukowski se
hibridara con Horacio. No son ajenos los ecos clásicos, como las referencias a
las lamias en Poetas y otros seres
infernales.
La tercera parte, Con alma ajena, utiliza el procedimiento
que José Luis Piquero denomina de máscara
y escena, como los poemas centrales de Las
identidades, de Felipe Benítez Reyes y tan caro a los novísimos más
culteranos, pero que Pedro Gascón sitúa sin ningún tipo de afectación ni
pedantería: August Strindberg y Paris,
Caspar David Friedrich en 1827.
Sencillo e intimista, sin hacer
bandera de ello, culturalista y lleno de referencias sólo cuando el poema lo
requiere, la poesía de Pedro Gascón afronta las incertidumbres del porvenir
frente al conocimiento –incierto también– del pasado. Su mirada a lo cotidiano
es una reflexión sobre las rutinas y la deshumanización y la pérdida de
sentido, que se encarga de investigar en medio de ensoñaciones, metáforas e
imágenes. Los clásicos son referencias porque son propias, porque ya ellos
depuraron la experiencia humana, supieron advertirnos de la visibilidad de lo
invisible y la corporeidad de la existencia, la importancia rotunda de las
ausencias, la literatura, la poesía es una vida: “Nunca estuve en París, /pero lloré sus calles”. Porque la vida es
pobreza e incertidumbre, estamos arrojados a un mundo que nos vapulea, solo nos
queda el grito mudo de la belleza.