domingo, 27 de octubre de 2024

Reseña de Daniel Cotta: ‘Cor, cordis, Córdoba’. De torres Editores. 2024

COR, CORDIS, CÓRDOBA - DANIEL COTTA - Detorres Editores


Aquí tenemos un canto de amor a Córdoba de un malagueño con la ilustración de la portada y dibujo de la portada de María Cotta Merino, hija del autor. Cor es corazón, “viene a ser la forma de decir “corazón” en la declinación de mi vida”. En palabras del propio Daniel Cotta, “Considera este libro una matrioska. Lo abrirás y verás una Córdoba; pero al internarte en sus versos, verás ora distinta; y más adentro, otra”. Este profundo homenaje aprovecha metáforas, referencias históricas y religiosas para explorar la relación emocional y espiritual con esta ciudad. A través de una poesía introspectiva y enraizada en la cultura y geografía cordobesa, cada estrofa es como un prisma que revela distintas facetas de la ciudad: sus calles, sus monumentos, sus paisajes, y su misticismo. La estructura de la obra en sí invita a un viaje en el que cada capa revela otra dimensión de Córdoba, desde lo externo y visible hasta lo íntimo y sentido: “Bien dice bendecir tu mano en algo, / señor de tanta sierra y tanto cielo” (Sagrado Corazón de la Sierra).

Hay referencias que capturan la esencia cultural y religiosa y se manifiesta un anhelo de consagrar los espacios cotidianos y naturales: “No importa que me caiga o me rebele. / Tú lo que quieres es romper mi agenda. / Tú lo que quieres es que vuele y vuele” (San Rafael de la Puerta del Puente).. Asimismo, se siente una conexión con los elementos históricos y literarios, como en la mención de Séneca y Góngora, figuras centrales de la historia intelectual de Córdoba: “Despierta, hombre, despierta, / deja de matar el tiempo, / que el tiempo es muy vengativo / y te matará a ti luego” (Séneca); “A Góngora, en el yermo, / le florecía Góngora” (Góngora sin Córdoba).

Daniel Cotta huye de la solemnidad en su poesía más mística, no iba a ser menos la ironía en esta carta de amor: “Y la grava hebrea y árabe / y hoy bautizada del suelo / siente a Tokio en sus pisadas” (Oh excelso muro); “Córdoba esdrújula y, no obstante, llana / como una palma, como un alma pura /…/ ¿No ves al tiempo? ¿No lo ves parado? Lo tienes encerrado en tus callejas / perdido, loco, cazador cazado” (Un soneto más a Córdoba); “¡Qué de caminos hice! / ¡Qué de rodeos / hasta ver que encontrarte / era un regreso /…/ y vaya donde vaya, siempre me quede” (San Rafael del Conde de Guadalhorce).

De todas formas, la característica principal de su poética es la celebración, la extraña cualidad que advierte el don y el milagro en cada paso, por paradójico que pueda ser. Así vemos que “El atasco del puente te ha regalado el río” (Parada) o se pregunta “¿Cómo se enseña a unos ojos / a mirar de nuevo arriba?” (San Rafael de la Plaza del Potro). Con la mirada de un experto paisajista describe “Y que la corriente / la corra con gracia / su sombra de ojos / al puente de plata” (Lluvia en el río); “Entre el asfalto que arte / y un sol que vale por dos, / ¿qué panes cocerá Dios / en el horno de esta tarde?” (Azahares);  “La Historia escribe un libro en cada atril / y en cada atril compone una canción” (Torre de la Calahorra).

La obra se nutre de una contemplación que convierte lo tangible en lo simbólico: “Ese seguir desconociendo tanto / de ti, y poder perderme en tus entrañas / para saberte y descubrirte más” (Judería). El poeta busca perderse en los misterios de la ciudad para redescubrirla constantemente justo con la intensidad con la que en otros poemarios habla del ansia de Dios (“Florea la oración el aroma / a Dios de los cantuesos”, Sagrado Corazón de la Sierra II). Córdoba, al final, es percibida tanto en su identidad concreta como en su naturaleza eterna y trascendente. “Ciudad que no eras mía, / ¿cómo me fuiste media vida extraña?” (Ciudad mía); “¿Qué le pasa a la calle / que tiene ahora la intimidad de casa?” (Callejas de la hoguera). La reverencia espiritual hacia la ciudad se resalta no solo como lugar físico, sino como una entidad sagrada, cuya presencia impone respeto y gratitud. De hecho, el autor se refiere a Córdoba a través de nombres de lugares específicos, como en “San Rafael de la Puerta del Puente” o “Sagrado Corazón de la Sierra”, que no en vano son referencias religiosas:  “¡Qué bien santigua al cielo / la golondrina” (Primavera).

A lo largo de los versos nos a sumergirnos en la Córdoba visible y a desentrañar sus múltiples capas internas: su espíritu, su esencia oculta y el sentido íntimo que guarda para quienes la habitan o la han hecho parte de su historia personal. Y si una capa reluce con las referencias religiosas (“Y el ángel pescador, si no hechicero, / con la caña de Dios seduce y pesca / para Él y para Córdoba al viajero”, San Rafael del Puente Romano), otra habla de lo cotidiano: “Un sopor familiar me empujaba / a hablar de nada por hablar de todo. / Allí canonizamos la pereza. / Allí fundamos paz. Y con un gozo / que, casi sin querer, ya era nostalgia” (Arroyo Bejarano);  “Vino el amor y se posó a mi lado / como se posa en el rosal la lluvia” (Entre Córdoba y Granada).

El Guadalquivir y la ciudad entera son aquí tanto un paisaje natural como un hilo conductor de memorias, símbolos y sensaciones que conectan al pasado y al presente: “La primavera porque ya nacía / y la palabra porque ya alentaba / hicieron que mi ser fuera armonía. // Y no sé cómo, no sé quién pensaba / que la flor era verso y escribía, / que el verso era naranjo y respiraba” (De un azahar caído al azar). Y para acompañarla, Daniel Cotta hace alarde de una técnica poética prodigiosa, barroca en forma y fondo (“y curar unos ojos, / y si puedo / –si quieres–/ una vida”, San Rafael de Puerta Nueva) y sencilla y actual sin presentar rupturas, uniendo ambas corrientes como un palimpsesto que dejara ver una imagen[1] compuesta por la superposición de planos:

“No, lo más córdoba que tiene Córdoba

es –con perdón de guías y turistas–

tú mismo, tú la hallada, tú la amada,

tú queriéndome

desde la entraña de la piedra, desde

la luz, desde las calles, desde el río

/…/

¡Qué estúpido, qué tonto

suena decir que, cuando tú me abrazas, me abraza Córdoba.

Pero algo de eso

es lo que hay cuando te rozo el pelo

y siento el azahar, cuando me besas

tus labios y el Guadalquivir me baña” (Córdoba auténtica)



[1] Quizás la de su esposa

domingo, 20 de octubre de 2024

Reseña de Yasmina Álvarez Menéndez: ‘Cancelación del ruido’. BajAmar, 2024

CANCELACIÓN DEL RUIDO : ÁLVAREZ MENÉNDEZ, YASMINA: Amazon.es: Libros


Escrito entre 2020 y 2023, cuenta con el prólogo excelente de Teresa Soto. El poemario es un conjunto de fragmentos que exploran de manera profunda y emotiva los temas del dolor, la pérdida, el amor y la soledad. Cada verso está impregnado de una sensibilidad que refleja la condición humana, mostrando la vulnerabilidad, las heridas del alma y el anhelo por encontrar sentido en medio de la tristeza y el silencio.

La primera parte, Morfología de la nieve, está encabezada con citas de Chantal Maillard y Ángel González, en cierto modo dos poetas que encuadran perfectamente las dos tendencias en la poética de Yasmina Álvarez. Si con uno, lo cotidiano se transforma en momento poético (“Yo lo noto: cómo me voy volviendo / cada vez más triste, / más ajena, / más callada. /…/ Para alzar el vuelo cada día / es necesario antes levantar el duelo. // Pero duele mucho”), con la otra trasciende lo meramente sensorial para embarcarse en lo simbólico (“Léeme. / Traigo inscrita en la piel la sed de las esperas /…/ Y revisa con esmero los puntos finales, / pues en ellos anida, / traidora y repentina, / siempre / la muerte”).

El tema básico de esta primera parte tiene que ver con el sufrimiento del amor: “Has de saber: estos versos nacen / al calor de tu silencio. / Son la respuesta al vacío, / a la sombra, a las heridas”; “Lo compruebo al posar mis labios en tu boca: / tu tristeza es definitivamente amarga en cuanto al gusto”. Como resume en estos versos, “A veces al amor  le faltan tiempo y lugares / y ha de sentarse resignado, / a la mesa más visible / de un café de barrio o de la zona centro”. El tema del amor, en cierta forma, puede ser definido como “Deshacer los nudos. // Y desnudarse”.

Desde los primeros versos, se introduce la tristeza como un elemento constante en la vida de la voz poética. Esta tristeza se expresa de manera progresiva, como un sentimiento que va invadiendo a la poeta, haciéndolo más ajeno, más callado, más distante de sí mismo y de los demás. La imagen del vuelo, que requiere de un duelo previo para elevarse, es poderosa y metafórica, sugiriendo que el dolor es un requisito inevitable para poder seguir adelante en la vida. Sin embargo, este proceso de sanación es doloroso, tal como se expresa en el desgarrador "duele mucho": “Para viajar desde tu mirada de invierno / hasta las velas arriadas de mis pechos / tómate el tiempo que se toman los océanos / en llegar a la orilla”.

La nostalgia, tanto en su cariz de tristeza como en el del recuerdo, puebla los versos: “Para regresar al poema / habría que volver también / a las casas vacías de la infancia”; “No conocí a mi abuela /…/ y me han faltado todos sus abrazos” igual con su abuelo “Ellos no mueren en la orilla: / me siguen creciendo / me ahogan / cuerpo adentro”. El poemario aborda la relación con la ausencia que sigue resonando en la vida de la voz poética. Esta ausencia, lejos de desaparecer con el tiempo, se intensifica y se vive de manera interna, casi como una inundación que ahoga y sofoca. Esta añoranza se entrelaza con la sensación de pérdida y falta de pertenencia que atraviesa toda la obra.

Yasmina Álvarez procura tomar el proceso de sanación como una labor poética: “Aquí, / donde hallo la emoción justa / que me devuelve, cada agosto, / al poema”; “un poema valiente, que aloje en sus versos / las tormentas de un vientre / que, a pesar del amor, quedó tan vacío”. Y consiste, además del oficio, en apreciar la belleza tras el sufrimiento: “a ser capaz de agradecerle al insomnio / la inmensa belleza del amanecer”. Con un aliento muy cercano a Pedro Salinas: “Que se propague/ –ella, sí, la palabra– / y, como un eco, / vuelva a mí, / revestida de tu aliento, / entre de nuevo en tu boca / y estalle dentro, muy dentro de mí, / como una tormenta de verano”.

La presencia de la muerte es otro tema central en el texto. Se le menciona de manera sutil pero penetrante, aludiendo a su traición y repentina aparición, escondida en los puntos finales de la vida: “La espuma de las olas me devuelven / –cadáveres desmembrados– / las imágenes de aquellos días / de luz inesperada”. La voz poética parece vivir con la constante consciencia de la muerte, no como un fin lejano, sino como algo que acecha en los pequeños momentos, incluso en el silencio de la espera: “No sé a quién le tocará recoger lo mío / –no dejo descendencia– / pero no le arriendo las ganancias: / nada encontrará de más valor / que mi silencio y mi memoria”. Este silencio es retratado no solo como ausencia, sino como un catalizador de creación, ya que, como decíamos, "estos versos nacen al calor de tu silencio", siendo una respuesta al vacío, la sombra y las heridas: “Después el vino, el amor…/ y empieza a llorar juntos / por las mismas muertes”. Ese es, quizás, el propósito del libro: “Cancelar el ruido / y descansar”.

El amor, como contraparte del dolor y la muerte, también está presente, pero es un amor que parece truncado, limitado por el tiempo y los lugares: “Mi cuerpo siempre el nido / en el que descansan / tus manos migratorias” La poesía refleja cómo el amor se ve obligado a encontrar espacios de resignación, como un café de barrio, sugiriendo que a veces los sentimientos más intensos no encuentran el espacio adecuado para desarrollarse plenamente. La tristeza del amor se refleja en la amargura que experimenta la voz poética al besar a la persona amada, indicando que, aunque el amor esté presente, está inevitablemente teñido por el dolor: “Cuánta calma cabe, de ojos hacia afuera, / en este cuadro púrpura de la mañana”; “Pero lo admito: cada vez / me cuesta más emocionarme /…/ Y para lo de llorar, me ha recetado / lágrimas artificiales el oftalmólogo”. Asimismo, el paso del tiempo y el envejecimiento aparecen en los versos que reflexionan sobre esa dificultad de emocionarse y de llorar. Se observa una especie de resignación ante la vida, en la que hasta las lágrimas parecen haberse agotado, requiriendo "lágrimas artificiales", lo que simboliza la pérdida de la espontaneidad emocional que alguna vez pudo haber existido. O la búsqueda de unos nuevos: “Donde encontrar los ojos / capaces de reconocer, / una vez más, como antes, / la belleza”.

La autora se encuentra en el desamparo, pero también en la estupor: “no sé qué es lo que me falta, / a qué no alcanzo. // Pero me roba el sueño”. Como decíamos, la búsqueda de la belleza es un punto de partida, no es capaz de apreciarla, pero afirma con certeza que: “Cuánta belleza, cuánta vida / sugieren algunos lugares. // ¡Qué terrible cuando son los últimos!”; “No es necesario levantar la voz. / Tan solo alza la vista / y observa cómo obran / los cerezos, / en silencio, / la belleza”. Por otro lado, también se nota un deseo de escapar del ruido y encontrar paz, aunque al mismo tiempo la voz poética se enfrenta a la incertidumbre de no saber qué es lo que le falta. La búsqueda de belleza en el mundo y la vida es evidente, pero también lo es el dolor de reconocer que ciertos lugares, que evocan tanta belleza y vida, pueden ser los últimos.

El acto final de mudanza (“Ya todo se dispone / para la última mudanza”; “Es tiempo de mudanza: / deshacerse del cuerpo, / meterlo en una caja /…/ Convertirlo así, por fin, / en lo que nunca fue: / sustancia fértil / con que sembrar la vida”), en el que se habla de deshacerse del cuerpo y convertirlo en sustancia fértil, simboliza una aceptación del ciclo de la vida y la muerte. Hay una sensación de rendición ante el inevitable fin, pero también una esperanza de transformación, de que el cuerpo, al final, pueda dar lugar a algo nuevo y lleno de vida. Eso vale para la primera persona y también para el objeto de los afectos: “Has decidido irte, / con el silencio en los pies y en las palabras / hacia el vacío y sus acantilados”. El acantilado, paisaje mítico para los románticos, liminar entre el cielo, la tierra y el mar, de belleza sublime y aterradora es uno de los lugares preferidos en esta Cancelación del ruido.

 Termina el poemario con otra sección, Diciembre o el aullido, donde el final, la mudanza, simbolizado en el último mes del año se conjuga con el grito o el aullido. Es la antítesis de la “cancelación”. Hay un poema en el que se refleja lo cotidiano frente al acontecimiento, a la gran toma de decisiones, a la vida en riesgo: “Casi ya hace dos años / que esta misma rutina / inaugura mis días. /…/ A mí me tranquiliza. / Me libera de culpa. // Ojalá jamás sepa que es él quien carga / –y no yo– / con todas mis tristezas sobre el lomo”. Para después, situarse en la indecisión y en el peligro: “Asomada al vacío, / no sé qué estrella he de tirar / para traerte de nuevo / a esta casa, a la vida”. No es la búsqueda del silencio lo que se pretende, sino lo que se denuncia, la frialdad de la falta de comunicación en todos los sentidos: “Tu silencio de nieve. Y yo”.

En Cancelación del ruido Yasmina Menéndez ofrece una reflexión íntima y profunda sobre la condición humana, abordando los temas universales como la tristeza, el amor, la muerte y la búsqueda de significado con una perspectiva personal. Nos invita con ello a explorar nuestras propias emociones, confrontando el vacío y la esperanza de encontrar belleza incluso en los momentos más oscuros de la vida.

domingo, 13 de octubre de 2024

Reseña de Paula Díaz Altozano: ‘Kraken’. BajAmar, 2023

Libros de Bajamar Editores - Papelería Librería Control-c

Paula Díaz Altozano cuenta entre sus obras con varios libros de poemas: A orillas de París (Ediciones En Huida, 2018), Ríos de carretera (BajAmar, 2019), Unicornios (Buenos Aires Poetry, 2021), Mareas y monstruos (Heracles y nosotros, 2021); así como de aforismos: Meteórica (Apeadero de aforistas, 2021). Kraken es una obra fascinante y única, en cierto modo inclasificable en cuanto a la forma, que desafía las convenciones tradicionales de género literario pero lleno de poesía en el sentido más amplio del concepto. El libro, tal como lo señala Marina Casado en su prólogo, “no puede definirse como poemario ni como recopilación de relatos”. Es más bien un Libro de sueños, una inmersión en la imaginación onírica de la autora que combina elementos de un bestiario fantástico y escenarios llenos de misticismo.

A través de sus páginas, Kraken nos transporta a una serie de sueños vívidos y surrealistas, donde lo cotidiano se mezcla con lo mitológico, lo animal y lo monstruoso. Estos sueños no son meras descripciones de paisajes o sucesos, sino que abren un portal hacia lo simbólico, lo arquetípico y lo íntimamente personal. En la primera sección, Bestiario, nos paseamos por diferentes paisajes: “Estoy en el bosque abriéndome paso por un camino cubierto de musgo y hojarasca”; “Camino por las calles de Madrid –vacías, puedo escuchar el sonido de mis pasos– cuando llego a un paisaje ancestral”; o “En el salón de mi casa, bajo el reloj de cuerda, hay una jaula con roedores”. Cada escena onírica parece estar impregnada de un profundo significado, invitando al lector a interpretar y explorar los rincones más recónditos del inconsciente. Así,  en Sueños, segunda sección, somos conscientes de estas situaciones inverosímiles que juegan al escondite con una identificación simplista: “En un zoo hay un caballo chato de color granate”.

Hay momentos donde los sueños habitan lo cotidiano (“En la casa del pueblo subo a un muro para buscar el nido de las golondrinas”) y en otros, lo salvaje (“Una cría de leopardo salta a mis brazos. Me mira, juego conmigo. Qué gato más bonito, digo a mi madre, ¿puedo quedármelo? Claro que sí, contesta”).  Surgen elementos muy dotados de simbolismo, diríamos románticos: Estatuas, ruinas y jardines: “Cerca de un monumento al aire libre se alza una escalera de piedra rojiza que debo subir (…) Es tal mi fatiga que no puedo ascender un solo tramo. Al otro lado hay un jardín de estatuas griegas. Al advertir el leve aleteo de un pajarillo  de piedra, me acerco a ellas con reticencia y una me saca la lengua”; “Dos estatuas de bronce salen caminando del estanque de agua verde”. Como en Babilonia Dream, de Alicia Louzao, los paseos están llenos de sugerencias  sensoriales y emotivas: “Llego a un jardín frondoso y descuidado en el patio interior de una casa en Roma. De la hierba surgen torsos de piedra, columnas partidas”; “Dejo tres monedas sobre tres puntos del tablero. Brillan bajo el agua y puedo ver los dibujos de cabezas griegas y los cuerpos mitológicos que hay en ellas grabadas”.

Desde los primeros pasajes, Díaz Altozano nos sitúa en un bosque cubierto de musgo y hojarasca, y de inmediato sabemos que estamos frente a un viaje introspectivo. Las imágenes se suceden como si estuviéramos caminando junto a la autora a través de sus sueños: las calles vacías de Madrid, una jaula con roedores en el salón de su casa, el imponente mar que solo puede contemplarse en sueños. Estos escenarios, a menudo oscuros o enigmáticos, evocan una atmósfera de misterio y asombro, en la que lo real y lo fantástico coexisten de manera fluida.

Uno de los temas recurrentes en Kraken es el de los animales, ya sea en su forma más cotidiana o bajo la apariencia de criaturas míticas. Los sueños con caballos granates, leopardos juguetones, delfines y orcas, mastines callejeros o monstruos marinos son ejemplos de cómo la autora entrelaza lo animal con el mundo emocional. Una sección precisamente está titulada El circo y los elefantes. Estos animales parecen representar diversas facetas de la psique humana: el instinto, el poder, el miedo y la ternura. En especial, el título del libro, Kraken, evoca la figura mítica de la criatura marina gigante, símbolo de lo inconmensurable y lo desconocido, que, en este caso, parece remitir a los monstruos internos que todos llevamos dentro: “Paseo por un parque y me para en un puesto de flores de gitanos para besar una orquídea. Cerca hay cinco mastines callejeros chorreando, tumbados en la hierba encharcada”; “Llamo a la puerta del carromato. Una mujer baja la abre y me dice que me esperaba. Dentro hay otras personas bebiendo licor; a un lado un busto decimonónico con las mejillas encendidas. De un traje circense salta un mono y se balancea”.

París es un enclave casi mítico para situar las escenas de este Kraken: “Mi abuela y yo paseamos por las calles de París. Cruzamos a Plaza Vêndome y llegamos a otra plaza desconocida (…) Mi abuela se apresura por el puente y cae al agua. Me acerco a ayudar y le digo que buscaremos otro camino”. Directamente dice Paula Díaz: “Pienso que París siempre será mi casa”. Pero el lugar esencial es el mar, que cobra protagonismo en Ballenas y otros monstruos marinos: “Sueño que me pierdo en un mar”; “El mar que veo solo es posible contemplarlo en los sueños: gris azulado, perfectamente definido en sus formas, su sonido comprensible”. Este símbolo de inmensidad lo abarca todo: “En una calle de Madrid discurre un brazo de mar. Camino a la orilla con otras personas. Un delfín, una orca y su cría nadan a nuestro paso. Alguien da el aviso de que hay un tiburón cerca, así que subo deprisa las escaleras que conducen al edificio de mi abuela y llamo al telefonillo”; “Mi familia y yo caminamos hasta una zona rocosa donde el mar lame una playa. Allí me baño con una tortuga grande del mismo color que las rocas. El agua apenas cubre, así que me tumbo boca abajo sobre el fondo cálido mientras el animal nada a mi alrededor”.

Otro aspecto destacable, en fin, es la presencia de escenarios urbanos y naturales que cobran vida propia en el mundo de los sueños. En muchos pasajes, el lector se encuentra deambulando junto a la autora por las calles de París, donde pasea con su abuela o cruza la emblemática Plaza Vendôme. En otros, está sumergido en un mar gris azulado o en un jardín de estatuas griegas que interactúan con ella. Estas descripciones revelan una fascinación con la memoria, el tiempo y los lugares, y ofrecen una sensación de nostalgia que se mezcla con el absurdo y lo extraordinario. En esos paisajes aparecen Objetos y situaciones: “Federico Gª Lorca hace una reverencia. Su postura es de burla, con los brazos encogidos como si fuera un pájaro”. Se intercalan momentos de evidente estupefacción con otros donde la aparente ternura está teñida de lo weird: “En los bosques de Finlandia hay una cuadra donde los niños  montan a caballo. Me pongo en fila con otras personas y aparece el monstruo encorvado, cubierto por una capa (…). Despierto comprendiendo que lo he deseado”.

La estructura fragmentada del libro, con secciones tituladas “Bestiario”, “Sueños”, “Estatuas, ruinas y jardines”, “El circo y los elefantes”, “París” y “Ballenas y otros monstruos marinos”, refuerza la naturaleza dispersa y cambiante de los sueños. A medida que el lector avanza, se enfrenta a una multiplicidad de escenarios que, aunque diferentes entre sí, están unidos por una especie de coherencia interna que solo los sueños pueden tener: “Advierto que estoy soñando y decido volar”; “Mi padre y yo montamos el mismo caballo. Galopamos por una cuesta empinada en el campo. Alguien quiere derribarnos, pero no lo consigue”.

Además de los sueños en sí, la obra de Paula Díaz Altozano es rica en referencias literarias y culturales. Personajes como Federico García Lorca o Vicente Huidobro (“En un teatro a oscuras recito un poema de Vicente Huidobro ante el público. Al despertar, me pregunto si ese poema lo escribió Huidobro o lo escribí yo”) aparecen en estos sueños, mezclando lo personal con lo universal, lo onírico con lo poético. Estos guiños literarios refuerzan la idea de que los sueños no solo son producto de lo inconsciente, sino que también están influenciados por las lecturas, las experiencias y el bagaje cultural de la autora.

Kraken es un libro enigmático y fascinante, lleno de imágenes poderosas y simbolismos que invitan a una lectura y relectura atenta y reflexiva. Paula Díaz Altozano logra captar la esencia de lo onírico y lo transforma en experiencia literaria. Podríamos decir que es una manera original de tratar –en sentido literal– del realismo mágico con su poesía y su prosa de rara belleza, pleno de riqueza de su imaginación. “Mi madre y yo estamos en un castillo. Debemos recorrer las habitaciones donde hay estanterías con obras de un autor llamado Orozco (…) Al fin encontramos el último libro y salimos del castillo”.

 

 

miércoles, 9 de octubre de 2024

Pequeña reseña del disco de Diego A. Harris: ‘Desapegos’ 2021

 El Cuarto Hombre - canción de Diego A. Harris | Spotify

Me acerqué a Diego Harris gracias a la portada de la gran India Toctil y descubrí un cantante muy interesante que me dio a conocer su obra con generosidad y buen hacer.

Poca información se puede aportar ahora sobre el autor. Eliminó el blog de este lanzamiento (www.discodesapegos.blogspot.com), aunque este trabajo pueda disfrutarse en Spotify. En la presentación en esta plataforma relata que fue Desapegos el disco con el que decidió “hacerlas presentables para todos los que quieran conocerme”. Su carrera comenzó a mediados de los 90 en el Club de las Residencias Universitarias de Alcalá de Henares, Libertad 8, Galileo, Clamores y otras salas.

Anteriormente comenzó cantando en inglés con el cd ¿Alguien ha visto a Harris? Después, este cantautor hizo su homenaje a Lorca, especialmente en Canciones y limones, grabado hace una década y que era un espectáculo que combinaba las canciones con títeres. Es relativamente reciente su actuación en el Ateneo de Madrid con estas canciones sobre Lorca. Lo importante es, sobre todo, disfrutar de su música.

Ser cantautor implica tener cuidadas letras, pero no minusvalorar las melodías y los arreglos. Desapegos admite atmósferas noir en El cuarto hombre, humor y ternura Loco del Carret, La niña que se iba… Nos recreamos en momentos especialmente melancólicos con Al escondite inglés, que está dedicada a muchos que no saben siquiera que son protagonistas de una canción. Desde la carretera aprovecha los arpegios para transmitir la belleza serena. Ella no era Ana Frank, sigue la desesperación como en las canciones de Quique González. Por otro lado, La niña que se iba transmite una sensibilidad exquisita en una canción lista para adaptarse al universo infantil. Enseñanzas de manzana es una canción con más nervio y energía. Como una tira de Calvin y Hobbes aporta la simpatía de un Jonthan Richman. Yo lo quiero ver, con Matías Ávalos se integra en la tradición de canción de autor de los años 70 y la magnífica 24 años después cierra el volumen dejando un excelente sabor de boca.

Participan Luis Felipe Barrio, Matías Ávalos, que ya colaboraron en el homenaje a Lorca, Fredi Marugán (guitarras y banjo), Wally Fraza (batería y percusión), Wegner Glaser (violín) y Luis Lozano (bajo y teclado, programaciones y arreglos). Un equipo sólido para defender un pop de melodías tarareables.

Es un disco variado, no cae en la tentación de ir saltando de estilos para no cansar. Harris tiene un estilo propio que bebe tanto de la tradición de cantantes compositores de los 70, como del pop de los 80. Suena fresco y los arreglos están muy cuidados y seguro que en directo no pierden ni un ápice de su originalidad y solvencia.

https://www.boomplay.com/artists/37438901

https://open.spotify.com/intl-es/album/2E9VIAVjozqoVFTSHtancT