Aquí tenemos un canto de amor a Córdoba de un malagueño con la ilustración de la portada y dibujo de la portada de María Cotta Merino, hija del autor. Cor es corazón, “viene a ser la forma de decir “corazón” en la declinación de mi vida”. En palabras del propio Daniel Cotta, “Considera este libro una matrioska. Lo abrirás y verás una Córdoba; pero al internarte en sus versos, verás ora distinta; y más adentro, otra”. Este profundo homenaje aprovecha metáforas, referencias históricas y religiosas para explorar la relación emocional y espiritual con esta ciudad. A través de una poesía introspectiva y enraizada en la cultura y geografía cordobesa, cada estrofa es como un prisma que revela distintas facetas de la ciudad: sus calles, sus monumentos, sus paisajes, y su misticismo. La estructura de la obra en sí invita a un viaje en el que cada capa revela otra dimensión de Córdoba, desde lo externo y visible hasta lo íntimo y sentido: “Bien dice bendecir tu mano en algo, / señor de tanta sierra y tanto cielo” (Sagrado Corazón de la Sierra).
Hay referencias que capturan la esencia cultural y religiosa y se manifiesta un anhelo de consagrar los espacios cotidianos y naturales: “No importa que me caiga o me rebele. / Tú lo que quieres es romper mi agenda. / Tú lo que quieres es que vuele y vuele” (San Rafael de la Puerta del Puente).. Asimismo, se siente una conexión con los elementos históricos y literarios, como en la mención de Séneca y Góngora, figuras centrales de la historia intelectual de Córdoba: “Despierta, hombre, despierta, / deja de matar el tiempo, / que el tiempo es muy vengativo / y te matará a ti luego” (Séneca); “A Góngora, en el yermo, / le florecía Góngora” (Góngora sin Córdoba).
Daniel Cotta huye de la solemnidad en su poesía más mística, no iba a ser menos la ironía en esta carta de amor: “Y la grava hebrea y árabe / y hoy bautizada del suelo / siente a Tokio en sus pisadas” (Oh excelso muro); “Córdoba esdrújula y, no obstante, llana / como una palma, como un alma pura /…/ ¿No ves al tiempo? ¿No lo ves parado? Lo tienes encerrado en tus callejas / perdido, loco, cazador cazado” (Un soneto más a Córdoba); “¡Qué de caminos hice! / ¡Qué de rodeos / hasta ver que encontrarte / era un regreso /…/ y vaya donde vaya, siempre me quede” (San Rafael del Conde de Guadalhorce).
De todas formas, la característica principal de su poética es la celebración, la extraña cualidad que advierte el don y el milagro en cada paso, por paradójico que pueda ser. Así vemos que “El atasco del puente te ha regalado el río” (Parada) o se pregunta “¿Cómo se enseña a unos ojos / a mirar de nuevo arriba?” (San Rafael de la Plaza del Potro). Con la mirada de un experto paisajista describe “Y que la corriente / la corra con gracia / su sombra de ojos / al puente de plata” (Lluvia en el río); “Entre el asfalto que arte / y un sol que vale por dos, / ¿qué panes cocerá Dios / en el horno de esta tarde?” (Azahares); “La Historia escribe un libro en cada atril / y en cada atril compone una canción” (Torre de la Calahorra).
La obra se nutre de una contemplación que convierte lo tangible en lo simbólico: “Ese seguir desconociendo tanto / de ti, y poder perderme en tus entrañas / para saberte y descubrirte más” (Judería). El poeta busca perderse en los misterios de la ciudad para redescubrirla constantemente justo con la intensidad con la que en otros poemarios habla del ansia de Dios (“Florea la oración el aroma / a Dios de los cantuesos”, Sagrado Corazón de la Sierra II). Córdoba, al final, es percibida tanto en su identidad concreta como en su naturaleza eterna y trascendente. “Ciudad que no eras mía, / ¿cómo me fuiste media vida extraña?” (Ciudad mía); “¿Qué le pasa a la calle / que tiene ahora la intimidad de casa?” (Callejas de la hoguera). La reverencia espiritual hacia la ciudad se resalta no solo como lugar físico, sino como una entidad sagrada, cuya presencia impone respeto y gratitud. De hecho, el autor se refiere a Córdoba a través de nombres de lugares específicos, como en “San Rafael de la Puerta del Puente” o “Sagrado Corazón de la Sierra”, que no en vano son referencias religiosas: “¡Qué bien santigua al cielo / la golondrina” (Primavera).
A lo largo de los versos nos a sumergirnos en la Córdoba visible y a desentrañar sus múltiples capas internas: su espíritu, su esencia oculta y el sentido íntimo que guarda para quienes la habitan o la han hecho parte de su historia personal. Y si una capa reluce con las referencias religiosas (“Y el ángel pescador, si no hechicero, / con la caña de Dios seduce y pesca / para Él y para Córdoba al viajero”, San Rafael del Puente Romano), otra habla de lo cotidiano: “Un sopor familiar me empujaba / a hablar de nada por hablar de todo. / Allí canonizamos la pereza. / Allí fundamos paz. Y con un gozo / que, casi sin querer, ya era nostalgia” (Arroyo Bejarano); “Vino el amor y se posó a mi lado / como se posa en el rosal la lluvia” (Entre Córdoba y Granada).
El Guadalquivir y la ciudad entera son aquí tanto un paisaje natural como un hilo conductor de memorias, símbolos y sensaciones que conectan al pasado y al presente: “La primavera porque ya nacía / y la palabra porque ya alentaba / hicieron que mi ser fuera armonía. // Y no sé cómo, no sé quién pensaba / que la flor era verso y escribía, / que el verso era naranjo y respiraba” (De un azahar caído al azar). Y para acompañarla, Daniel Cotta hace alarde de una técnica poética prodigiosa, barroca en forma y fondo (“y curar unos ojos, / y si puedo / –si quieres–/ una vida”, San Rafael de Puerta Nueva) y sencilla y actual sin presentar rupturas, uniendo ambas corrientes como un palimpsesto que dejara ver una imagen[1] compuesta por la superposición de planos:
“No, lo más córdoba que tiene Córdoba
es –con perdón de guías y turistas–
tú mismo, tú la hallada, tú la amada,
tú queriéndome
desde la entraña de la piedra, desde
la luz, desde las calles, desde el río
/…/
¡Qué estúpido, qué tonto
suena decir que, cuando tú me abrazas, me abraza Córdoba.
Pero algo de eso
es lo que hay cuando te rozo el pelo
y siento el azahar, cuando me besas
tus labios y el Guadalquivir me baña” (Córdoba auténtica)