Séptimo libro del proyecto Fábula en el que Javier Sánchez Menéndez analiza con serenidad minuciosa la realidad cotidiana, utilizando lo que denominamos, con María Zambrano, razón poética: “Existen diferencias entre la razón poética y la razón y la palabra. // La razón poética es el enigmático lugar donde todo confluye, donde habita el recuerdo. En cambio, la razón y la palabra son ese libro de Heráclito, la única realidad, la conclusión de Parménides o la búsqueda de Platón de los supuestos” (La diferencia). Se caracteriza por su atención a los detalles y su habilidad para capturar la esencia de la experiencia humana en sus textos. Su obra a menudo se centra en la exploración de la memoria, la identidad y la búsqueda de significado en un mundo lleno de complejidades: “Eso es Fábula. Un diálogo con las ideas, arropado por las bellotas, las tórtolas, las nubes poderosas, por la tierra (…) Preocupa lo coherente, las deficiencias, las apartan mis muchos errores, mis desvíos, mis poemas impuros” (El impulso). Es “El verso prometeico” (La ayuda y la honra), porque, aunque no fuera cronológicamente cierto, ontológicamente lo es, “La palabra nació como poesía” (Principios).
La poética de Javier Sánchez Menéndez se caracteriza por su exploración de la cotidianidad y la introspección emocional. Sus poemas a menudo reflejan una sensibilidad hacia las pequeñas cosas de la vida, buscando belleza en lo ordinario y hallando significado en lo aparentemente insignificante. También tiende a abordar temas como el paso del tiempo, la naturaleza humana y las complejidades de las relaciones interpersonales: “No negamos la memoria reconociendo la ausencia del pasado, la engrandecemos, la hacemos más presente, más personal y exacta, como la simetría de los ojos” (La partida). Su estilo se distingue por su uso cuidadoso del lenguaje y la imagen, creando una atmósfera evocadora y lírica en sus escritos. La poética de Javier Sánchez Menéndez es una celebración de la vida cotidiana y una reflexión sobre la condición humana: “En la razón y en la palabra encontramos la gran semejanza, esas proporciones naturales. Al pájaro y a la nieve. (…) La gran semejanza es el único camino a la justicia poética, hacia la razón y hacia la palabra, a la belleza de las proporciones naturales” (Apología).
Uno de los temas recurrentes en la poesía de Sánchez Menéndez es la naturaleza efímera del tiempo y la vida. A través de imágenes vívidas y metáforas sugestivas, sus poemas invitan a reflexionar sobre la fugacidad de los momentos y la importancia de apreciar el presente. Además, su obra a menudo aborda la dualidad de la existencia humana, explorando temas como la soledad y la conexión, la luz y la oscuridad, el amor y el desamor. Javier Sánchez Menéndez da una importancia vital a la palabra, casi como un conjuro: “¿Escribir? Un maleficio ingrato” (Musa); “Todo cuanto sabemos se debe a la palabra, y la palabra es la naturaleza, el alimento que está exento de humo y de desvíos” (La palabra); “La poesía es el arte de la verdad y de la razón que nace de la palabra. Es acción y elección, y debe tender hacia el bien” (Poesía). Sus referentes son concisos porque “El oficio de poeta no significa ser poeta, ni escribir correctamente. La erudición no es sinónimo de poesía. Lo es de ostentación” (El miedo a la eficacia).
En cuanto a su estilo poético, Sánchez Menéndez se destaca por su uso cuidadoso del lenguaje y su habilidad para crear atmósferas emotivas y evocadoras y reflexivas. Sus versos son fluidos y melódicos, con una musicalidad que cautiva al lector y lo transporta a mundos interiores de reflexión y contemplación: “Somos ausencia”. Javier Sánchez Menéndez explora temas como la naturaleza, el amor y la trascendencia, ofreciendo una mirada poética a la vida diaria y sus misterios y la búsqueda de equilibrio entre los opuestos. Una manera de concebir la poesía a la vez introspectiva y emotiva tanto como reflexiva y racional: “¿Hay mayor inspiración que la propia naturaleza?” (La inspiración); “En la naturaleza hay una luz intensa que ciega, nos vela, pero nos hace ver, nos hace ser nosotros” (El intuicionismo). Estilísticamente hay una apuesta arriesgada por las oraciones simples y muy concisas, que no restan, al contrario, añaden lirismo a los textos: “Tengo mucho miedo a la poesía. La búsqueda es honesta” (Aprendiendo a leer); “Los poetas son pájaros. Pájaros de la lluvia” (Noche).
En este sentido filosófico, es el estoicismo la base conceptual y vital de estos textos: “Todo lo que nos hiere es recibido con los brazos abiertos” (Contempla); “Estamos muertos. La muerte es un estado de gracia prematuro que consiguen los que quieren vivir, los que ya están desnudos” (Remedio y tensión); “Somos la mansedumbre, un puñado de huesos hacinados sobre la piel del mundo” (La transferencia). “En la naturaleza la oscuridad es el misterio que nadie reconoce. El argumento que alguien intentó culminar. La verdad y sus sombras” (Los objetos estables).
Otro de los temas predominantes es, por supuesto, la propia poesía: “La poesía es como dios, tal vez sea dios” (Sobre la naturaleza); “Debe ser de tu agrado todo aquello que escribes. Lo opuesto es el fragmento único de la contrariedad, el que impulsa a seguir” (El ángel de la certeza); “El rostro del poeta determina, la realidad del poema condiciona” (Determinar / condicionar); “La poesía es lo único estable que permanece en movimiento, semejante a las formas, sin volver al pasado” (La ola). No olvidemos que es una práctica estoica ir tomando apuntes vitales, las meditaciones de Marco Aurelio: “Pausadamente leo, como el propio alimento del honor, lo que subsiste y se fomenta” (Fábula); “Prefiero observar, callar, oler, mirar a dios y leer” (La Marcha).
Estos son poemas en prosa con unos referentes ya conocidos por los que somos devotos de la obra de Sánchez Menéndez: “Mencionas a Catulo, a Parra o a Valente dispone de esas incógnitas reales y complejas. Es preferible no decir nada” (Referencias); “Encontrarse con Dante, con Virgilio, con Rilke, con Leopoardi. No son muchos. Son los necesarios” (La inconsistencia). Eso no es óbice para que podamos espigar algunos momentos epigramáticos, de aforismos poéticos donde hay más de sugerencia que de explicitación: “La naturaleza no posee puertas, en ella hay umbrales” (Naturaleza); “La tierra es el sustento de la razón y de la palabra” (Distancia); “Solo la destrucción nos salva del abismo” (Verdecillos) o, de manera más irónica, “Sigo fumando para perder el miedo a las mujeres, para robar el pánico a la poesía” (La nube y la tierra).