Después del celebrado Qualcosa nascerà da noi, llega este
poemario que toma como referencia la figura de Ulises a través de su perro
Argos. En cierta forma se armoniza la faceta dramática del autor si
consideramos una especie de monólogo frente al público que asiste a las
consideraciones del protagonista, que funciona, además como un símbolo de la
situación, paradójicamente, humana: “Nos habían dicho en una isla / había una
jaula pensada para nosotros. /…/ Al final de este viaje / podremos hablar de
las ausencias / sin entristecer a nadie” (El
dialecto de las islas).
La dialéctica
del personaje abunda en varias direcciones, sobre todo las que tienen que ver
con la exploración de lo doméstico y el paisaje circundante: “No me iré de aquí hasta ajustar todas las islas, / todas
las formas de vivir rodeado. // Si soy un perro de la calle y la calle está
vacía, / si muero de hambre y sed / ¿a quién se lo anunciaré? /…/ Los perros
nos enseñan una fidelidad / que nunca deberíamos haber visto” (Los primeros perros). La existencia del
hombre, como decían los cínicos, la secta del perro, está salpicada de
acontecimientos sobre los que no tenemos control y a los que debemos hacer
frente sin alteración. Esa lucha contra el instinto la enuncia este perro que
nos habla: “Y el niño que ya no es joven / habita un faro que quieren destruir.
/ No olvida que encender y apagar una luz / no es exactamente un oficio /…/ Te
preguntas cuánto puede una vida / enfriarse y replegarse sin que nadie diga
nada” (La infancia en las islas). La
perplejidad que vemos en sus ojos es nuestra perplejidad: “Creer que la
destrucción lo explica todo y no explica
nada. / Lo que llamas destrucción es solo / un paisaje insuficiente” (Nadar).
Dentro de esta
contradicción está la sensación de abandono, de fidelidad unívoca y
traicionada: “¿Sabes qué podría salvarme? Alguien que me vigilase sin
conciencia. Alguien de quien poder decir es
un mundo. Lleva consigo un mundo entero. Alguien de quien poder decir es una fuerza de la naturaleza” (El sueño acumulado); “Lo que amé de ti
fue tu poco interés / en saber la verdad sobre mi vida” (Postales). Son lamentos y palabras a media voz entre las que vemos
la persistente fidelidad y la confrontación con una realidad que podría haber
sido otra a través de los afectos: “Si solo me quedara un verano / quizá no reuniría
a nadie, / quizá solo haría como tú, / escribiría postales, / y trataría de ser
lo más bello posible” (Postales).
No es la única
voz la que oímos. Se van entreverando los pensamientos que podría asumir el
autor, o podría ser Ulises, o asumir una voz del coro que nos interpela:
“Si os hablo así de los perros,
si los he convertido en un
motivo central de la conversación
es porque los temí durante
muchos años
Y ahora que me siguen y comen de
mi mano
los perros significan el miedo
vencido
/…/
Aunque haya superado todo el
miedo a los perros
y a tantas otras cosas,
habrás visto que no estoy
reconciliado conmigo mismo,
habrás visto ya que cada cosa
que hago,
cada cosa que digo,
cada cosa que soy,
es inaceptable para mí porque
estoy lejos de casa,
de cualquier idea de casa” (Valle de Belice)
Pablo Fidalgo puede embarcarse en
un poema de grandes dimensiones, además de abrirse la posibilidad de leer como
un largo poema. Podríamos calificarlo de diálogo dramático si no resonaran los
ecos de una técnica poética que tuvo su momento y su controversia. En los
textos de Pablo Fidalgo encontramos las interpelaciones y las respuestas, no
solo la voz de la conciencia de los personajes, que cuestionan al Otro y se
cuestionan a sí mismos: “Dices que viajas y no es cierto. / Solo te quedas con desconocidos
el tiempo que te lo permiten /…/ Tendrías que decidir entre conocer el mundo /
y conocer cada agujero de esta isla” (Marettimo).
El escenario,
idealizado en el poema, resalta las cualidades que podemos sentir en la
experiencia contemporánea de asilamiento, de inmensidad, de vorágine y a la que
respondemos convirtiendo nuestro topos
en una isla de dimensiones abarcables rodeadas de terra incognita, cuando en lugar de mares, quizás, encontramos
barrios de hormigón y ladrillo: “La ciudad entre dos mares, / entre la vida y
la muerte. / Su forma de acunarme / es un descenso a los infierno” (Palermo. Cappuccini). Se hace patente la
necesidad de encontrar una raíz como punto de partida y de vuelta en el
conocimiento del universo y de los demás: “Se tiene una casa en un lugar / para
poder habitar las calles de al lado. / Se tiene una casa para salir / y volver
de noche / después de haber visto correr / a todos los caballos” (El escondite).
“Estáis ahí, en la casa de
enfrente,
para preguntarnos qué ocultamos.
Estamos aquí para hablar, para
decidir si ocultamos algo o no.
Si aceptamos o rechazamos
vuestra manera de formular
nuestro secreto
/ …/
Siempre hay un modo de amar lo
que nace roto, interrumpido,
rodeado de agua por todas
partes.
Siempre hay un modo de convencer
a todos
de que naciste en una isla,
de que eres una isla” (La habitación prestada).
Argos habla de la necesidad de un
hogar, donde el espacio se pueble de afectos y comunicación (“Habrá un sitio
donde los perros / no necesitan calmarse. / Habrá un sitio entre las rocas /
para ladrar”, El cariño de los perros)
frente a la atracción nómada (“¿Qué viaje me ofreces para que no haga aquí / el
hogar que pensaba hacer? / ¿Qué hogar me ofreces / para que no parta mañana?”, Avola).
La sensación
de abandono siempre remite a un castigo, a una especie de expiación de culpa: “Si
tú, como un dios destronado, / dices que algo habré hecho, / algo habré hecho.
/ Esto soy yo: / una inmensa vocación fuera de lugar (Tríptico de Torre Faro). La resolución suele pasar por la petición
en forma de rabia o de oración: “Reza para que alguien haga, / con este amor
irrepetible / (y con tantas evidencias) / lo que yo no pude hacer. // Isla, da
una buena salida / a los que han navegado más lejos” (Navegaciones). En el proceso se recapitula –el examen de
conciencia– a través de la memoria y la confrontación con lo exigido: “Yo
entiendo lo que deseas: / saber si he vivido algo nuevo y profundo, / algo que
empezó y acabó, / un gran amor, un gran viaje, / o si me sigo dedicando a ti /
con nostalgia y tristeza robada” (El
escondite); “¿Era esto Sicilia: / el miedo a perder la memoria, / a crecer
/ sin poder volver atrás?” (Gioiosa Marea).
Cuenta Tom
Waits que los perros se huelen porque en un momento dado una lluvia torrencial
les arrancó lo que tenían en la entrepierna y ahora lo buscan en los cuartos
traseros de los otros perros, por eso tituló a su noveno álbum Rain dogs. Aquí leemos que “Un perro de
la calle / es perfecto para conocer las calles” (Una barca). Es el símbolo de la necesidad humana de un hogar y de
cuidar a quien quieres y de quien dependes: “¿Y si todo lo que puedo hacer / es guardar el
secreto? // ¿Y si todo lo que puedo hacer por el sur / es callarme?” (La noche. El sol); “Te preguntas qué
pasaría / si te llevaras un perro de la calles, / si creerían que te llevas su
paisaje, / algo que no es tuyo” (Aprendizaje).
A pesar de
estar pivotando sobre un personaje clásico no acumula referencias mitológicas o
eruditas concretas, nos encontramos con una poesía altamente emocional y
reflexiva. Una poesía que se pregunta “¿Cuánto dura la plenitud / cuando ves el
dolor al fondo?” (Un trozo de tierra)
y que sabe que “El perro tiene memoria del miedo que me daba / y que podría
despertar en cualquier momento, / ni él ni yo damos ya nada por hecho / ni nada
por perdido” (El perro a la puerta de la
casa). Porque, en realidad, en la dualidad entre el hogar y el impulso nómada
está situada la esencia del ser humano:
“Ese eres tú intentando
definirte.
Navegando entre dos islas
que son dos identidades,
que son dos perros,
que son dos formas muy
diferentes
de llamar al timbre de tu casa
/…/
“Ese eres tú:
el que piensa escribir a todo lo
que he perdido,
el que se muestra disponible
para dar explicaciones,
el que se confiesa en muchos
países, en muchas iglesias,
el que ve la diferencia entre
las penitencias
y no las cumple” (Ese eres tú)
Un hermoso libro en el que se
habla del desarraigo y del deseo ambivalente de quedarse y partir. Ningún
hombre es una isla, pero lo que amanece en este poema es la condición de
archipiélago, un conjunto de islas unidas por el mar que las separa.