Podemos decir que esta Contramina es una antología poética con el prólogo a cargo de Manuel Garrido Palacios. El volumen tiene tres partes, la primera “tiene como eje la Geografía, no como disciplina, sino como ámbito o espacio físico donde confluyen emociones”; el Andévalo de Huelva principalmente. “Biografía mínima tiene aspectos íntimos, “pérdidas o conflictos internos” y “Vigilias de marzo”, “donde el amor alcanza una cota máxima”. Este es un ejercicio de observación y reflexión partiendo del Paisaje heredado, título de la primera parte del poemario. El antropólogo Marc Augé acuñó el término no-lugar, que tanto éxito ha cosechado, para esos paisajes sin memoria, intercambiables, sin historia personal, anodinos, de paso. Patricia Chapela Cabrera va más allá: “Los lugares no existen. // Se construyen en la memoria / acomodándose a la sangre, / viviendo desordenadamente”.
Una de las maneras de leer el paisaje tiene que ver con las vivencias, a ras de suelo, ya sea una ciudad, una comarca, un amor… “Te ando. Me andas” (Contraminas). La hibridación entre el paisaje físico y los afectos es el recurso sobre el que pivota la labor poética de Patricia Chapela Cabrera: “Ni chumberas ni zarzas / son umbrales celosos al paso / de corceles de fuego que abrasan / tu porvenir de órganos en flor”. Unas veces es la ubicación, otras la personificación del paisaje: “Es todo. / El silencio de la mina con su boca tapada / y su desnudez al aire sin pudor ante mi asombro”.
La perspectiva es en sí un hecho poético. La poesía siempre comienza con la mirada, bien lo sabe la autora: “Qué lástima tener ojos curiosos para mirar / ver y sentir lo que no está a la vista de nadie”; “Cuenta al mundo que te miro / que contigo esté mi infancia”. La mirada está siempre bañada en subjetividad, un recurso al tiempo, la nostalgia, una elegía que comprueba en cada fotografía la fugacidad del tiempo: “Hay un amor no escrito / que no caduca jamás en segundos / ni en hora / ni en otras fracciones de tiempo”.
Biografía mínima engloba los poemas más profundamente subjetivos, más íntimos, que, por consiguiente, son los que tienen mayor vocación de conexión, mayor foco en los lazos:+ “He sido todas las mujeres / y ninguna / solo yo derramándome en cada hombre / tratando de retener la nada con las manos”. Un vaciado que se agranda y engulle cualquier resquicio de identidad autónoma: “He perdido mi nombre /…/ La sonoridad del hogar / se ha vestido del tuyo / y no recuerdo otro nombre / en este espacio”. En cierta forma es convertir en paisaje para el Otro el propio yo mientras se es dolorosamente consciente del final: “Se pudre, amor, se pudre la semilla / errante en mis adentros dando alcance / a un jardín negro”.
La presencia del entorno marca de manera clara la expresión de los afectos y deseos, que se anclan al espacio -y al tiempo-: “Quién soy yo para quedarme / si a mi paso solo dejaré una estela / de recuerdo entre los míos”. Cobra forma de paisaje la inquietud por el futuro: “Desconozco el desierto que habré de cruzar / en esta noche de arena mía / y no sé cómo encontrar, / en los infinitos granos de este mar, / la rotundidad de los versos”. Concluye esta sección con un lamento existencial: “He perdido tantas cosas / que solo queda encontrar / el sentido a esto / que llamamos vida”.
La última parte, titulada Vigilias de marzo, es un llamado a la esperanza, un detenido informe de lo que está a punto de suceder, que evalúa el pasado porque está preparado para el porvenir: “Aún reposo las noches / donde el calor desmintió al tiempo; / temblor imparable, / latidos al galope / y el grano de mijo / junto a la piedra militar que escondimos”. El tiempo presente está en la inmediatez de la resolución: “Yo / en cambio / me he desterrado al olvido”. Está también en la conciencia del tiempo que se repite: “Y, al final, todos los días / termina siendo iguales / con la ausencia curva / que empinaba / la comisura de mi boca”; “Soy ese no número / que camina paralelo a ti”. Y está, sobre todo, en la capacidad de regenerar cada parte que se ha dañado en los afectos: “Guardo para ti el último jirón de mi piel / por si persiste en arrancarlo / quemarlo a fuego lento / y hacer de él cenizas”. La poeta avanza con resolución radical que tanto guarda (“Hace una eternidad, amor, que contengo / en mi toda la lluvia”) como abandona (“No me has dado nada / pero anhelo los besos no entregados, / tus manos sobre la tumba de la cueva de los incendios / o todos lo que no he tenido / junto a aquello que tanto he imaginado”).
Patricia Chapela Cabrera consigue dibujar un paisaje en el que los afectos tiñen las formas mientras que el amor, el sentimiento de pérdida se enraíza en una suerte de comarca sentimental a la que pertenece por mucho que se pueda transitar hacia el afuera.