miércoles, 30 de noviembre de 2022

Reseña de María González: ‘Cirugía de la muñeca’. InLimbo Poesía. 2022

CIRUGÍA DE LA MUÑECA | MARIA GONZALEZ | Casa del Libro


Nacida en Córdoba en 1986, María González es también escenógrafa. Lleva publicados El año que murió Jean Genet (La bella Varsovia, 2010), El espejo (Ediciones en Huida, 2015) y El hambre (Maclein y Parker, 2020), así como participaciones distintas antologías .Su inclusión en InLimbo ya anuncia un tono perturbador en sus poemas. El poemario se divide en dos grandes bloques, La Muñeca y La herida. En la primera, leemos: “Mi corazón bicomecánico ha doblado la esquina, / para seguir buscando, / seguir latiendo, / en otra carretera” (Welcome to the dollhouse) y seguidamente una cita de Baudelaire. Hemos conjurado la modernidad un tanto retro y tremendamente sugestiva. El choque entre diversas tradiciones se aprecia a nivel textual (uso de diferentes pasos en la tipografía: “Mi Pelo huele a lluvia / estalla entre tus párpados / te arriesgas a mojarte / si me miras”), y, sobre todo en el léxico, hilando muy fino campos semánticos sorprendentes con técnicas que, sin llegar al surrealismo, sí que poseen gran proporción de sensación onírica: “guardo sus fantasmas bajo el colchón / así evito que viajen / arrebatadas las sonrisas / los pomos y cristales”; “lamernos heridas / a base de champán / con guantes de niebla y acero / y vino”.

La ternura y la inquietud se dan la mano como en la poesía de Javier Corcobado: “corté las comisuras / de mis labios con / cuchillas sin afilar / tratando de entintar mi boca”; “despiezo mi Cuerpo buscando los anclajes / me escuecen las venas y los párpados / soy un maniquí / gordoblancovidrioso”. Algo muy cotidiano, muy atemporal para la expresión del dolor y la pena: “rompí nuestros zapatos / aquellos que gastamos el camino / rompí mi corazón para que no / sonara más”. Una concepción de la vida incómoda, de piezas que no encajan, de miedo, de peligro, de fuera de lugar: “nacimos deformes /…/ nos encanta vomitar / sentir los trozos de carne / desandarme la garganta /…/ jugamos cuando miran / con los cristales y las jeringuillas / exactamente igual que hoy /…/ gritar no nos sirvió de mucho / así le dimos a nuestros labios / una ocupación más hedonista”. Y en ese campo desolado hay hueco para los afectos, la piel con la piel: “tus dedos vuelven / cuando me tiemblan los meñiques / como una pistola / tiene tus ojos esa lánguida tristeza”; “abres tu ombligo y mis caderas / dentro del embalaje / grito y maúllo / rompo mi piel / sollozo”.

Con la banda sonora de Smashing Pumpkins que tan certeramente describieron un angst ya no tan adolescente: “no quiero que abras tus venas / ––me dijo–– / hoy quiero que rajes / tu estómago”. La sensación de no encajar en un mundo acomodaticio se observa constantemente: “andemos descalzos nuestra nueva vida / nuestros pies sobre los cadáveres de los reptiles / desnudos entre la tierra / y el asfalto”; “la sangre más limpia / los labios más tiernos / son / lo que compartimos / tú y yo”. Un aullido casi resuena en estas páginas: “estoy rota por dentro / esto ayudará a convertir / mi dolor en luz / ajena al comprador”; “abriré mi pecho y miles de pájaros escaparán de mi tórax / renunciaré a mi voz / renegaré de mis uñas / y clavaré mis dientes / en el primer corazón que localice / en la primera piedra // me olvidaré cuando escape de mí / ya nadie volverá a tocarme”. Y una amenaza que subyace: “te morderé / masticaré cada trozo de tu cuerpo / saboreándolo entre mis dientes / como una manzana”. Una resurrección al fin y al cabo: “restablecido vive / mi corazón en la vagina / circuncidado y exento de culpa”.

Hay toda una sección dedicada a personajes de cine de nouvelle vague: Pierrot le Fou, Hiroshima mon amour, Zazie dans le metro, El último tango…: “El agua nos llegó a los ojos / y ahora que no estás me sobran los ladrillos” (La maison en petits cube, Kumio Katô); “agarré tu mano con mis dientes / para rescatarle me sigues / te habito / visitamos la ciudad y nos recorre” (Le ballon rouge, Alber Lamonisse). Y no es solamente un posicionamiento estético, es la reivindicación más allá de la moda de la indagación en la soledad humana y la desesperación contada desde el cine. De todas formas, sigue planeando la sombra de Jean Genet entre los versos.

La segunda parte es la titulada La herida y viene con música de Radiohead. Los poemas se vuelven más concretos, más confesionales, pero tremendamente dolorosos, con un sufrimiento que se arrastra más allá de que las heridas puedan o no cicatrizar. Aquí, además, aparece la alteridad: “Me habitué a tu olor / al otro lado de mis caras /…/ Fuiste mi único lugar cálido / aquel verano /…/. Lo que hubiera dado yo / por reconocerte como un hombre, / todo habría sido más sencillo /.../ ya solo te podía dar palabras / no pude evitar la herida”. Una relación de una intimidad precisa: “Ese verano descubrí que, si me clavaba mis uñas bajo el pelo, / apenas nadie lo veía. / Menos tú, / tú te diste cuenta /…/ tú te enfadaste como si las hubiera clavado en ti”. Luego llega la conciencia de la enfermedad (“cuando era pequeña hacía heridas en mis brazos /…/ cuando era pequeña no conocía tantos usos para las agujas /…/ Cuando era pequeña / creía / que solo los mayores podían estar enfermos. // Diga, enfermedad crónica autoinmune / Diga, lupus eritematoso sistémico”) y eso vuelve a definirse en la relación íntima: “Un día me dijiste que / si íbamos a vivir juntos / tendría que aprender a adminístrate la medicación /…/ A mí no me importaba / aprendería a medicarte / aprendería a cuidarte, / aprendería a darte de comer si era necesario”.

La cirugía de la muñeca es un libro sobre cómo el dolor puede tomar el aspecto de un juego tenebroso, de cómo lo que define el dolor se impregna desde la infancia y va trasladándose desde cualquier ámbito: “Pienso que todo lo que escribo es un espejo, / una mentira contada por mí, / todo lo que ocurre aquí lo estoy contando yo /…/ Dentro de tres meses seré madre, / me han dicho que es una hembra. / Al final conoceré a una mujer”. Pero es, sobre todo, un poema de amor, de deseo de desaparecer, de fin del dolor: “He escrito un poema sobre nosotras / Un poema. / Un poema donde cuento aquel verano / en el que hizo tanto frío, un poema / donde tú mientes, donde yo callo. / Un poema para que / por fin / desaparezca”.

lunes, 28 de noviembre de 2022

Reseña de María Laura Guisen: ‘Defensa personal’. Liliputienses. 2022

Defensa personal

Nacida en Rosario (Argentina, 1973), María Laura Guisen es psicoanalista, practica el relato y la poesía. En esta Defensa personal aborda alguno de los temas que revuelven las entrañas desde la quietud de lo cotidiano: “Parece una mujer / que aúlla / también’ (Parece). Una capacidad de observación que luego transita hacia el poema: “Mi hijo / y sus amigas / sueltan sus risas / al aire /…/ Las observo a la distancia. / Me gustaría / imaginar / que las siluetas /luminosas / de sus risas / son una foto / tomada / a contraluz. / Un talismán dispuesto / a desafiar / el roce / del tiempo” (La risa); “Me gusta esa parte / que, cómodamente / instalada / en un sillón, / acepta / sin reproche / la desazón inquieta / de los domingos / y el malhumor / silencioso / de los lunes / que llegarán” (Esa parte). La conclusión es precisamente la paradoja de la existencia, como “El amor / es una máquina / para hacer agujeros” (Defensa personal); “Nunca pensé / en el amor / como una / catástrofe natural. / ¿Acaso / hablamos de eso?” (Apacible).

La escritura debe ser, según se va descubriendo, la manera de completar ese conocimiento y huir de los esquemas transitados: “Quisiera escribir / un poema / sobre las pecas / en la nariz de mi hijo / y no decir / constelaciones” (Palabras); “Como un zumbido / que solo / yo escucho. / Tu ausencia irrumpe / la cadencia / de lo cotidiano” (Ausencia). Sería, tal vez, una de las armas en esta lucha desigual con el principio de realidad cambiante y esquivo: “Guardo a mano / el punto de fuga. / Últimamente no sé / cuándo lo podría / necesitar” (Laura en la pradera), dice con un guiño a la serie mítica de televisión.

Insiste María Laura Guisen en la naturaleza contradictoria de los sentimientos (“Te memorizo / y te despido, / aquí / nadie cree / en la tormenta perfecta”, Tormenta perfecta), de lo real (“La gota vacilante / que incomoda / pero no moja, / la que, / pulverizada por la luz, / se transforma / en prisma o arcoíris /…/ La gota que brilla / en tu ceño, / silenciosa, / y presagia una tormenta”, La gota).

Se acerca con precaución a los afectos (“Me visitas / cuando quieres, / sin derecho de admisión /…/ La visita de nostalgia es nocturna./ Una sombra / viscosa, / que insiste / en pedir al universo / aquello que ya / no le dará”, Estados de ánimo) y responde como parapetada tras la escritura: “Debo / reconocer / que me gusta / ese juego, / dejarme engañar / por la poesía” (El engaño); “Ya no pienso tanto en vos / excepto / cuando es otoño” (La excusa); “Mientras repaso / la lista / de lo que no debo / olvidar, / escribo / tu nombre / en el margen / de la hoja, / como si fuera / el comienzo / de un poema” (Verano). Insiste en esta precaución y la suspicacia: “La que no es / desconfía / de las ilusiones ópticas. / Prefiere / ser nómada / en el desierto. / Los pies / advertidos / entre la roca y la arena” (La); “Habita en mí / una espera / agazapada / que se alimenta / de tu ausencia” (Flores).

A pesar de todo, persiste una ilusión (“Quisiera / ser Lucy / en el cielo / con diamantes”, Lucy), un deseo inquebrantable de superar y efectuar las transiciones vitales a partir de lo luminoso: “Suave / una vela de infancia / me habló al oído, / encendiendo / otra vez, / una luz tenue / sobre la cabecera / temblorosa / de mi cama” (Una luz).

 

sábado, 26 de noviembre de 2022

Reseña de Alicia Choin: ‘Versos desabrochados’. Dauro. 2012

VERSOS DESABROCHADOS | ALICIA CHOIN | Casa del Libro

Alicia Choin nació en Córdoba, pero ahora tiene su centro de actividades en Granada, de donde es, precisamente, la editorial de este volumen. Cuenta con el prólogo de Pedro Enríquez. Este poemario transita el territorio de un desencuentro, de la finalización del amor, “A veces me pregunto / si tiene sentido escribirle al silencio” (Latido). La descripción minuciosa de estos momentos terribles en los que todo se va derrumbando y nunca estamos seguros de que pueda recomponerse: “Las noches de los dedos que mendigan caricias / son largas y frías. / Tú no lo sabes. Pero hace mucho frío fuera” (Yemas); “Un solar inhóspito al otro lado de la cama, / o dos cuerpos adosados sin habitar” (Soledad).

Los recuerdos están presentes en este principio del fin: “¿O acaso no lo era / el aliento que turbaba el aire / que respirábamos, / esa espiral de tirabuzones / ávida de enredar tu cuerpo / en mi seno? “ (Nocturno de cielo); “Y dime que eras tú / la arena curtida / que el viento confiante / empujó a mi rostro” (¿Dónde estás?). A medida que avanzan los versos se van despejando las dudas, y, entre el sufrimiento y el dolor, queda la constancia de las palabras que no se quieren decir: “Y, al final del camino, / apenas una calada / de los restos de una colilla / reaviva el aliento del recuerdo” (Eso es todo).

Al final, la decisión es el abandono a lo inevitable, desgranado en versos intensos, con una lucidez lírica e intensa: “Me retiro. // Como la ola de la orilla / que con su espuma / se agarra inútilmente / a la piel de la arena” (Me retiro); “Tantas veces bebí de tus labios / que tengo un sueño: / lo escucha de tu boca se hace agua, / te asomas y ahí… / ahí sigue mi reflejo” (Otoño de mesa camilla). Unas idas y venidas en las que pesa demasiado el pasado, el recuerdo, lo que pasó en la época de la felicidad: “Dos bocas trémulas / custodian un secreto, / y la noche, ajena a cualquier susurro, / seguía, en un río de voces y de copas, / el rumbo exacto / del que había de ser su curso” (Pepita de oro).

La respuesta tras la ruptura es aprovechar la fugacidad del tiempo, como el tópico literario: “Coge la rosa, muchacha, / mientras me arrullan los sonidos del campo / y mi cuerpo es un poema / que llenas tú” (Collige virgo rosas). A continuación, la otra cara de la moneda, el nunca estar segura, el dudar, el preguntarse: “Me pregunto cómo fluye la sangre / debajo de tu piel cuando te toco” (¿Está vivo lo nuestro?); “descubrir que la vida se me sirva fría, / y que se callen las sábanas” (Voces). Para aceptar que “Mi piel no pudo heredarte” (Nómada), porque, como asume le voz poética, “Me voy. No tengo prisa. / Me espera tu sombra / detrás de la esquina” (Siempre me quedará la lluvia).

La reflexión que Alicia Choin va desarrollando en estos poemas de ruptura tienen que ver con la mirada introspectiva: “Me gustan los atardeceres de septiembre, / pronto los cuerpos serán / un colchón de hojas, / y a mi lecho le dará sombra / tu acacia” (A punto de llegar); “Son las leyes de mi ciencia. Tan cierto / como que el universo ya no es infinito y se limita a tú y yo. / Y no hay más atmósfera que la que envuelve nuestro deseo” (A ciencia cierta). Tiene también que ver con la perspectiva hacia el futuro: “Ya no tiene sentido salir a faenar / si no hay red, / si no hay luna, / si no hay marea / en tu sueño” (Faena)

“La tristeza tiene muchos vestidos.

El peor, y el que menos aprieta,

es el de andar por casa” (Los vestidos de la tristeza)

Las consecuencias son mucho más generales que la propia persona, hay efectos colaterales (“Pero mamá, siempre, siempre, / cumple sus promesas”, Siempre estaré contigo), pero siempre se hace confesional: “Ocurrió que yo era otoño en una tarde de noviembre /…/ Y ocurrió que noviembre se hizo un silencio frío, / y cubrió de copos blancos / el paisaje donde anidaste un sueño” (Paisaje de sombras). Tiene, desde luego, un guiño vital para terminar el poemario: “Espérame al otro lado del espejo /…/ No olvides que me llamo Alicia”.

 

 

 

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Reseña de José Luis Morante: ‘Nadar en seco’. Isla Negra Editores- Crátera Editores. 2022

Nadar en seco”, de José Luis Morante | Todoliteratura

Esta nueva entrega de José Luis Morante es fruto de la colaboración de Isla Negra Editores, de Puerto Rico con Crátera, y precisamente José Antonio Olmedo López-Amor es el encargado de elaborar el prólogo. Ya había avanzado algunos poemas en su libro anterior, Ahora que es tarde (La Garúa editorial, 2020) y en ellos se advertía ya la preocupación del autor en esta nueva fase vital por replantearse, no solo el pasado, también el futuro, que ya ha pasado el tiempo desde el inicial Rotonda con estatuas (1990): “Es aquí donde estoy, / entre grietas de un yo parapetado / en las profundidades de sí mismo /…/ Mi reclusión carece de secretos” (Aquí).

La actitud vital que se despliega en Nadar en seco tiene más que ver con un mirarse al espejo que con el homo viator tan presente en otros poemarios. Así, confiesa, “Sé que soy mientras busco” (Alcantarillas) o “El tiempo que no tuve nada en seco” (Nadar en seco). En la distancia está el niño que una vez se fue y que siempre permanece: “Hoy me nombra de nuevo / la clara voz del agua / dormida en su angostura /…/ Un niño en soledad / bebe conmigo”. Como permanecen también los paisajes y las sensaciones: “Aquello que perdura cuando cierro los ojos: / La casa, el pan, y el verso que me busca” (Defensa de un paisaje). Precisamente en la infancia brotó la vocación: “Allí, -no sé por qué- / nunca prescribe / la terapia efectiva / del niño que cobija sus preguntas / en los frágiles bordes / de una página escrita” (Un recuerdo infantil).

En contraposición a la infancia, Morante se mira en el espejo y se rebela: “El monstruo monocorde / que despeña, / tu razón y tus sueños, como una herencia inerte, / no soy yo” (El monstruo); “Dentro de mí no hay nadie / salvo yo, / una inquietud debajo de las piedras; / la piel desconocida, misteriosa, / intangible, / que quiere conocerme” (Conócete a ti mismo). Hay otro yo que existe en el lugar oculto que es la propia luz: “Boca abajo transformo en quietud en los pigmentos / de un cuadro que cobija / naturalezas muertas” (Acceso restringido). Y es la luz un motivo para apreciar los volúmenes a través de las sombras que se crean: “Urdimos juntos un teatro de sombras / con humilde energía; / son los restos inertes de un naufragio / que también compartieron nuestros muertos” (Funerales). Luz para seguir alumbrando: “Necesito que no se apague nunca / en el friso de sombras / esa brecha de luz, cuya mano se tiende, / legítima defensa, / al borde justo del silencio y la noche” (Deseo).

En el punto actual es perentorio ir cuidando los detalles cotidianos, lo más básico. Dice en Don Juan: “Cuando no quede nada, / respirar es un modo de esparcir la ceniza y los escombros” y en diversos poemas aborda cómo se vive desde ese día a día menudo, la intrahistoria de cada ser humano, como la lectura cotidiana (Dormir al raso), la necesidad de la escritura (Insistencia), el deseo (Don Juan). Son poemas de las pequeñas dificultades que vienen con el paso del tiempo. Si bien recuerda con orgullo su profesión docente (“Nunca brilló mi oficio. Ser maestro / es escarbar a mano decepciones / de cimientos profundos / y persistir después en el relleno”, Ser maestro), se hace patente perdurar, dar fruto. Modestamente admite: “Soy mal jardinero, / la flor se pudre en mí; no guardo frutos” (Jardín) y con melancolía advierte: “A resguardo del tiempo / y su rumor de tábanos, / en la semilla duerme otra semilla” (La semilla). No se rinde a abandonar los sueños el poeta: “En sus ojos, la prisa, /el afán de estar lejos. / Nunca cede / la urgencia de partir” (La voz de un sueño); “Contra todo, el hastío / prosigue más allá; / en la senda de polen, el andar / que no suscribe nunca / al olvido del ser” (Hastío). El poemario va ganando profundidad con el paso de los poemas.

Surge también una voz generacional muy interesante: “La palabra es omnívora; genera vaticinios, estridencia / y esas expectativas con resaca / que dormitan la siesta / al pie del desamparo /…/ En el ocioso himno de los días / empezó voluntad. / Sigo buscando / si la revolución habita en mí. / O si todo fue un sueño levitando entre nubes, / oscuridad gozosa / en una larga noche de verano en París” (Mayo del 68); “Si todas mis palabras / anudaran su voz como tú cantas / y dejaran esa luz encendida del piano, / cerraría los ojos” (Mientras suena la música). Pasa pues del yo confesional al nosotros que nos reconocemos, especialmente claro en el poema titulado España: “Un cúmulo de síntomas / que ya nadie resuelve / donde no arraiga el sol a mediodía, / pero guarda por dentro / el rigor de la sed y su aspereza, / el no lugar del náufrago”. En cambio, a veces, parece hablar en voz baja, con el idioma sencillo de andar por casa: “Mi mudez precavida / usa ropa de invierno” (En voz baja). Donde suceden las cosas importantes: “Ahora sé que el dolor / impuso en ti la fuerza del desplante, / de tantear el salto en otra orilla /…/ Sospecho que esta noche / disipa en luz su sombra / y se duerme a tus pies. / La muerte es para ti dulce sosiego” (Despedida). A despedida suenan estas palabras, efectivamente, mientras que alienta: “No intentes comprender. / Solo camina y sigue” (Afectos). Y, en claro homenaje a maestros como Ángel González o Gil de Biedma, entona En clave autobiográfica: “Yo nací (perdonadme) / con la televisión en blanco y negro /…/ Sigo al borde de  / soy un mayor menguante / enclavado a la espera. / Ya no quedan preguntas perentorias. / El futuro es de otros”. Esta contradicción es la misma que nutre el título, Nadar en seco, mantener la acción en el vacío.

El exquisita cuidado por el verso es siempre una de las características esenciales del hacer del profesor, crítico, aforista y poeta: “la pulcritud se aplica en dar textura y forma / al poema feliz / Es palabra con alas que despierta / el hijo en el ovillo / de los sueños” (Epifanía); “La pisada convulsa del poema” (Insistencia); “Cuando escribo un poema / algo se torna luz y epifanía, / pero no sé qué. /…/ Las palabras entonces / son escuetos teoremas; / la odisea cuajada de sirenas y cíclopes / que siembra resplandor en el retorno / del viajero que vuelve / para cortar el nudo del poema” (Poética). Una indagación constante de la belleza que puede esconderse de tan presente: “Aquí nace dormida la belleza; / su destello cansado dictamina / que ningún cielo existe” (Alcantarilla). Como una declaración poética, Morante nos dice: “Mis palabras orean / la azarosa secuencia de los signos; / los hábitos insomnes que reiteran / un equilibrio frágil / que alborota en los nombres su verdad” (Homenaje). Homenajes a compañeros fieles del Argos, a Homero, pero también a Szymborska. Es consciente, como también lo fue en otros momentos, de la necesidad de compartir que da la poesía y el pudor y la contención afectiva que resguarda: “Si hablo de mí en los versos / muestro la contingencia, / el ropero con saldos. /…/ Aprendo a articular otros motivos. / Contención y pudor. / El yo debe quedar inerme entre la grava; / ser reliquia. / Quien importa es el otro” (Invitación al otro). Decíamos que hay una necesidad de ser semilla, y, como envés, la necesidad de estar en el silencio: “Pasan nubes sin ruido. Yo, también” (Invitación al silencio).

“Callo mucho conmigo,

cuando no necesito el hilo medular de las palabras.

Me gusta  compartir el despliegue del frío

o calcular la usura de mis rasgos tras el velo de sombras.

/…/

He buscado refugio en ese hueco

del que ya, sin fisuras, formo parte.

La nada es otro modo de empezar” (Final)