domingo, 16 de febrero de 2025

Reseña de Hilario Barrero: ‘Alhajas. Antología de poetas toledanos menores’. Impronta. 2024

 ALHAJAS (libro del 2025). Escrito por HILARIO BARRERO. ISBN 9788412920369 |  La Vanguardia


La antología Alhajas. Antología de poetas toledanos menores, compilada por Hilario Barrero, es, a juicio del prestigioso crítico Jacobo Gris Duarte, un testimonio singular de la riqueza poética de Toledo a través de los siglos. Si bien el subtítulo de la antología alude a "poetas menores", este juicio se diluye en la fuerza misma de la obra. Como afirma el prólogo: "No hay tal cosa como un poeta menor, solo hay críticos y lectores menores que no aprecian la misteriosa fuerza de la poesía y solo destacan la hojarasca y olvidan la belleza”. Esta declaración pertenece a J. N., quizás del único autor no HB, y resuena el postulado romántico de la poesía como expresión de lo sublime, donde lo esencial no es la canonización académica, sino la intensidad de la experiencia vital vertida en la palabra.

Josimar Graw Dinio, de la Universidad Popular de La Habana, sostiene, desde la perspectiva marxista y decolonial, que la antología refleja no solo la jerarquización de la literatura en función de criterios clásicos y eurocéntricos, sino también las contradicciones inherentes a la construcción de un canon poético que se presenta como marginal pero sigue reproduciendo lógicas de exclusión. El prologista, J.N., ya recrimina al antólogo algunos olvidos como Heraclio Bastos, Helena Bai, el poeta travesti. Esta recopilación de HBs alcanza un arco temporal desde 1513 hasta Hanna Butterfly, nacida en 1947. Se incluyen poetas y poetisas desde el Barroco, saltando al tardorromanticismo, pero alejados de figuras canónicas de la generación del 27 o las llamadas sinsombrero. Podríamos decir que es una actualización de patria chica de Lengua de Madera, recopilación de otro ilustre toledano, que no poeta menor, Hilario Barrero. En breves introducciones biográficas y estilísticas se hace referencia a los archivos y al aparato crítico. Otras obras recopilatorias que  emparentadas podrían ser las Vidas Improbables de FBR.

Uno de los aspectos formales más notables de la antología es su preferencia por el soneto, con la excepción de Hilda Betancourt. La estructura cerrada del soneto permite a estos poetas articular tanto la musicalidad como la profundidad de sus inquietudes, ya sean amorosas, trágicas o anecdóticas. Pero, por otro lado, deja poco espacio para formas poéticas más cercanas a la oralidad y a la expresión popular. Esta decisión no es inocente, continúa Josimar Graw, responde a una visión de la literatura que sigue privilegiando las estructuras heredadas de la tradición europea, en detrimento de manifestaciones que han sido sistemáticamente excluidas. La mayoría de los poetas incluidos pertenecen a élites intelectuales, religiosas o aristocráticas. Hernán Brezo, por ejemplo, era hijo del secretario de la reina y su producción poética estuvo resguardada en archivos institucionales. Sin embargo, es particularmente digno de elogio que Barrero no haya sucumbido a la presión de incluir nombres sin mérito literario en un intento de forzar una diversidad impostada. Cada autor seleccionado, a juicio del profesor Jacinto Galán Diestro, posee una razón de ser dentro de este corpus, lo que demuestra una curaduría consciente y respetuosa de la calidad artística, por mucho que Borges los condene con celeridad a la meta del olvido.

Comenzamos con Hernán Brezo (1513-1562), hijo del secretario de la reina. Se retiró al Monasterio de San Juan de los Reyes con arrebatos místicos. No lo canonizaron por llevar tatuadas las iniciales J.N. Los fondos del departamento de Gender Studies de Princeton custodian sus poemas: “Ni siquiera la muerte ni la prisa / podrán quitar a la esperanza el brío / que ponen a su cuerpo sin camisa”. Hernando Baldecaballero De Toledo (1550-1599) aporta un soneto que podría ser atribuido, según los Papeles de Sor Armanda, a Lope, Calderón o Quevedo: “Y aunque lo llena todo de hermosura / con el cristal sonoro de su acento / un poeta no sirve para nada”. Hércules De Bargas (1599-1654) fue un canónico penitenciario de letra primorosa que hace dudar al transcriptor sobre la edad del protagonista: “¿Enamorarse a los sesenta años? / ¿No llega usted cansado y con retraso, / no le duele el amor, no sabe acaso / que un viejo solo espera desengaños?”.

Con un siglo de diferencia, Sor Hortensia Barrenechea (1792-1868) actualiza la tradición mística, cuyos versos evocan la estética del Sturm und Drang, con su exaltación del deseo y la pasión incontrolable, mereciendo elogios de don José María Pemán: “Me postro ante tus pies grandes y griegos, / magníficos, preciosos, celestiales, / dos llamas encendidas, manantiales, / pies para amar, andar y mujeriegos”. Ya en un romanticismo tardía, podríamos decir que Helena Balbina De Haveze (1860-1920) es una especie de Barret Browning: “Ayer la rosa de tu madrugada / abrasaba mi cuerpo con su fuego / una hoguera de amor en nuestras vidas. // Hoy mi herida te nombra enamorad, / doce rosas de gozo y de sosiego / dos docenas de rosas encendidas”.

Los poetas aquí reunidos existen solo en su inscripción textual, no como sujetos históricos, sino como fragmentos de un discurso que se reconfigura en cada lectura. Y quizás la fijación en esta estructura clásica no debe entenderse como una afirmación de una tradición, sino como su disolución: el soneto es un juego de simulaciones donde la presencia del sentido se fractura en un incesante diferir. En el fondo esta antología es una muestra elocuente de la muerte del autor. Así lo defiende en su reseña aparecida en Jugar con miedo el malogrado crítico Juliano Goñi Desperte. En el siglo XX encontramos a Herminia Barahona De Duarte (1900-1980), poetisa “soltera, fumadora empedernida, de pelo corto, rodeada de quince gatos y amiga de Gloria Fuertes”, sin embargo, este es un soneto dedicado al perro: “Un perro es una sombra que acompaña”. Continúa el antólogo con la controvertida figura de Hilda Betancourt (¿1900?-1980), quien “destacó por su belleza y generosa entrega a políticos, algunos clérigos (…) y militares de Toledo”: “Media vida que son muchas vidas, muchas esperas en la claridad de la ventana / y en la oscuridad de la alcoba, muchos silencios llenos de palabras”.

Sorprende la cantidad de toledanos –aunque algunos nacen por todo el globo nacidos al albor del siglo XX, concretamente en 1900. Es el caso de Hugh Barkington-Fitzparick (1900-1941): “Siento mi vida que empieza ahora / parece que se acaba muy deprisa / oyendo la llamada de la muerte”. Peor suerte corrió Higinio Berruguete (1921-1999), profesor del que “poco queda de su obra, de su poder y de su autoridad. Nada de su ajetreada vida. Todo al final es combustible”: “La belleza es un gesto imperceptible / como lo es el alma de las cosas, / imágenes sin lienzo, misteriosas, / un trazo inconsistente e irreversible /…/ No olvides que el amor es lo que pesa”.

A medida que nos adentramos en Alhajas disfrutamos de un testimonio del esplendor de una poesía que aún resiste frente a la mediocridad contemporánea. Según leemos en la revista Cultudramas, Joaquín Geremías Dámaso, afirma que esta es una obra para quienes comprendemos que la literatura debe asentarse en valores sólidos y que la experimentación sin fundamento no es más que una estridencia pasajera. Esta antología nos recuerda que la verdadera poesía pertenece a quienes han sabido abrazar la tradición y darle continuidad, sin ceder ante las modas efímeras ni los discursos vacíos. Incluso figuras como Humerto Borja (1925-2005) quien, “más que un poeta, fue un famoso predicador”, suponen un goce estético y lírico: “cada rosa me salva y me condena / en mi jardín de soledad cercado, / doce rosas de vida, muerte y pena”.

Jairo Godoy y Doré constata que no hay sesgo ideológico en la selección, puesto que se confirman poetas de índole casi mística y otros, caso de Heliodoro Buitrago  (1940 –), víctima de la cruel censura por “incitar al pecado”: “Y será un matiz, un beso oscuro, / un sentir que la sangre se me mueva / vencido ya el dolor, el hueso duro”. El caso de Honoro Bocángel (1944 –) es, desde el punto de vista extraliterario más jugoso. Al parecer solo quedan un par de poemas y un recuerdo de “un jersey azul con tres botones”: “Los sueños fueron sueños y ahora nieva / y aquel niño feliz está cansado… / pero tiene un jersey que le protege”. Sin embargo, más adelante comprobamos que Homero  Bricolaje  (1946 –), también con una vida sentimental interesante, parece explicitar su relación con Honorio Bocángel: “Este dragón que tengo tatuado /…/ Y ahora que está vivo y encendido, / que bufa y resopla sin sosiego, / pienso que este dragón se llama Honorio”.

Heráclito Belvis Y Días De La Cepa  (1944-1994) pertenece a esa estirpe de poetas que triunfan en los Juegos Florales: “Cuando domas la bestia de la pena, / controlando la sed de mi sequía, / haces brota de mi afluente vida”. Y, para terminar la selección desde un posicionamiento ideológico y estético muy distante, tenemos a Hanna Butterfly (1947 –), tomó influencia beat, querencia falangista y lésbica: “Dame de nuevo, amor, tu azul camisa, / la boina roja, el sol y los luceros, / laurel, prisión, pistola y corretaje. // Preparo el lubricante, ven deprisa, / desnúdate, tensos los aceros, / estás necesitada de un masaje”.

La antología se despliega en una constelación de signos donde el sentido no se impone, sino que se negocia en cada acto de lectura. Como enseñaba el doctorando de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, Joel Guardiola Dickinson, no hay poetas menores ni mayores, solo textos en una interminable red de referencias y reescrituras. Aunque el denostado Juvencio Gumersindo Donne hable no sé qué de heterónimos y extiende la duda sobre la autoría de estos poemas y la existencia de los autores, que el animus iocandi no nos distraiga de disfrutar de unos sonetos de factura impecable, de pericia técnica, de lirismo y variedad estilística y temática. Una joya, por supuesto.

 

domingo, 9 de febrero de 2025

Reseña de Ana Vega Burgos: ‘Como la espuma sucia’. Hiperión. 2024

 COMO LA ESPUMA SUCIA (libro del 2024). Escrito por ANA VEGA BURGOS. ISBN  9788490022450 | La Vanguardia

Ana Vega Burgos, poeta y narradora cordobesa, ha sido galardonada con el XXVIII Premio Internacional de Poesía Antonio Machado en Baeza por este poemario. El jurado ha destacado su profundidad lírica y su capacidad para evocar un mundo urbano marginal, marcado por el desamor, la rebeldía y la nostalgia de una juventud perdida, así como su capacidad para la construcción métrica a la vez que su libertad para romper con las formas tradicionales.

Ana Vega Burgos ha ganado diferentes premios a lo largo de su trayectoria literaria, ámbito en el que combina la poesía (Barras de luna, 2021; Penélope a la orilla de la noche, 2021; La geisha despintada, 2022 y Olvido de la luz, 2023) con la narrativa (Su mirada azul escondía un misterio, 2008; Rosas para Amelia, 2018 y Lo que esconde el otoño, 2020). Este libro, dedicado a Javier Egea, es un viaje poético que se divide en tres partes: Principio, Realidad y Consumación, cada una de las cuales explora diferentes facetas de la experiencia humana, desde la inocencia de la infancia hasta la cruda realidad de la vida adulta, las primeras noches fuera de casa, la juerga en los años 80, el sentimiento de fracaso y de marginación, la aparición de la droga…

El poemario comienza con una evocación de la infancia y la adolescencia, donde los recuerdos de noches de verano, juegos inocentes y primeros amores se mezclan con la sensación de crecer en un entorno hostil. Es el tiempo de la inocencia y el despertar: “Las noches de verano, / libidinosamente/ jugando a desnudarnos…”; “Rezábamos, pensábamos. / Dejamos de rezar”;  “El mundo que nos crece en primavera. // Y en enero, la nieve”, referencia esta última con un doble sentido trágico.

Ana Vega Burgos utiliza un lenguaje lírico y evocador para describir cómo los sueños de juventud chocan con la realidad de un mundo que parece cerrarse sobre sí mismo. En versos como “Bajo la niebla espesa de tu cielo plomizo / crecimos, estiramos los sueños hacia arriba, / trepana por los árboles añosos de los parques, / ahogamos las tristezas sobre las aguas agrisadas /…/Todos nos ha pasado / como pasan las cosas en la vida, /…/ Todo pasa cerrándose como cierra la vida. / Solo tú, calle oscura, permanecen abierta”, la autora captura la lucha por mantener la esperanza en un ambiente opresivo. La elegancia de su métrica y la riqueza de sus imágenes transportan al lector a un tiempo y un lugar específicos, donde la ternura y la violencia coexisten en un frágil equilibrio: “Solo nos abrazaba la ternura /…/ Ternura disfrazada de insultos y mamporros / y el cómplice silencio ante el resto del mundo, el enemigo /…/ Éramos los del barrio, ¿recordáis? Y lo fuimos / hasta que el polvo blanco nos inundó las venas / y los nichos.// Solo nos abrazaba la ternura; no llores / ahora que nos abrazan tan solo los recuerdos”. La primera sección acaba con una elegía de gran profundidad y belleza: “Pero un día olvidaré que me supiste amargo / y que la luna estaba gris como la tristeza / y recordaré solo aquella madrugada / eras tú, / fuiste tú, / y / me besaste”.

La crudeza de la vida urbana está más presente en la segunda parte, Realidad, donde la autora profundiza en la descripción de un entorno urbano degradado, donde las calles están llenas de vida pero también de desesperación. El color predominante es el gris: “Son de cristal las calles y las tiñes de gris / la sucia luz de los amaneceres”. Los versos “Bullen las calles llenas / de agentes de seguros, / palomas, secretarias, / dependientes de moda y franquicias, / un par de gatos negros, /…/ Vibran llenos de vida / aunque creamos ser / muertos que andan, autómatas / con las pilas cansadas” reflejan la alienación y el cansancio de una generación que intentó transformar el mundo pero terminó siendo arrastrada por la rutina y el desencanto. La autora no idealiza el pasado; al contrario, lo presenta con una crudeza que resulta conmovedora, siempre estando al borde del abismo: “Es más fácil –descubro– / subirse al autobús que ponerse delante”. Un momento de ebullición personal, de necesidad de libertad, de descubrimiento entre las sombras de una vida urbana que ya se intuía dura y cruel: “No sobraban los libros y los padres / –qué pena–. / Solo queríamos tiempo: / tiempo para vivir a bocanadas grandes, / borracheras de vida que vomites ahora/…/ Queríamos transformar el mundo, pero al cabo / cambiamos solo el largo del pelo y de la falda /…/ Hoy que es agosto aunque no quiero entender / que ya en la piel apenas / quedó la quemadura”. La vida en la ciudad se describe como un lugar donde los sueños se desvanecen y las cicatrices del pasado permanecen abiertas, como en los versos "Pero la llaga está, sigue abierta y supura". Y siempre presente Ángel González.

La última parte del libro, Consumación, es una reflexión sobre la pérdida y la aceptación. Aquí, Vega Burgos aborda temas como la muerte, el paso del tiempo y la inevitabilidad del cambio. Los versos “A lo lejos, las barcas cobran vida, advirtiendo / que la ruleta roja va girando acuciante / y hay una Reina Blanca resplandeciente, impávida, / oculta entra la nieve/ o entre la arena o / entre la sal” sugieren un mundo en constante movimiento, donde las oportunidades se desvanecen tan rápido como aparecen, en especial por lo referente a la droga. No es la única referencia al ambiente degradado: “No hacen falta farolas ya para las reuniones, / la luz de luna basta para escuchar susurros / sobre la falta corta y las ideas oscuras /…/ Ya vienen por ahí las prostitutas. / Llevan, todas, un libro bajo el brazo / por si les diera tiempo a estudiar los apuntes / entre cliente y cliente”. La manera de ir desgranando esos años se corresponde con la lírica de Dylan en su época más gloriosa.

El paisaje de la ciudad es un protagonista más entre el grupo de amigos, descrito con lucidez: “Entre arroyos de asfalto y álamos de ladrillo / autobuses hostiles que nos muestran los dientes, / cajeros automáticos con huéspedes, / gorriones que disputan el pan a los transeúntes / y siempre el frío y el gris de la ciudad inhóspita / pasan sin mirarnos envueltos en este aire / compartido, y sabemos / que es cada cicatriz la huella de una herida /…/ Pero la llaga está, sigue abierta y supura”. Frente a aquellos tiempos, sin nostalgia, la mirada hacia el actual con la ironía a flor de piel: “La vida virtual tiene muchas ventajas: / encerrada detrás de tantas puertas / no entra en nuestras alcobas el hedor de los muertos / que se arrastran –las manos / tendidas, suplicantes– / invadiendo, inoportunos, / las calles de la historia”.

En el poemario encontramos un tono elegíaco con lirismo contenido, alejado del sentimentalismo, donde el amor y el dolor se entrelazan en un último suspiro de belleza: "Pero un día olvidaré que me supiste amargo / y que la luna estaba gris como la tristeza / y recordaré solo aquella madrugada / eres tú, / fuiste tú, / y / me besaste". El poema final contribuye a esta atmósfera donde la belleza es reivindicada frente a la decepción del mundo: “Me aseguran que allí me bañaré entre flores, / que el agua será azul como el pezón de un lirio /…/ También / me engañó el mar”.

Uno de los aspectos más destacados de Como la espuma sucia es su variedad formal. Vega Burgos combina versos libres con estructuras más clásicas, creando un ritmo que fluye entre lo coloquial y lo lírico. Entre los versos vemos la autenticidad de lo vivido en la obra, permitiendo a un lector tan cercano –y alejado– en el tiempo, sumergirse en el mundo que la autora describe. No solo captura la esencia de una generación, también invita a reflexionar sobre el precio que pagamos por crecer y sobrevivir en un mundo hostil a través de una voz lírica poderosa y crítica.

domingo, 2 de febrero de 2025

Reseña de Leticia González: ‘Mujeres’. Pies en la Luna. 2023. Libro de autor


La ilustradora Leticia González publicó Mujeres como un homenaje a la sororidad. En estas ilustraciones se pone de manifiesto su personalidad característica aunque las aborde desde puntos de estilo diferentes, desde lo caricaturesco hasta lo más realista. Se incluyen trazos geométricos y detalles casi expresionistas, pueden apoyarse en lo retro, con referencias a los años 40 y 50 del siglo XX o tremendamente contemporáneo.

Existe un movimiento fuerte en la ilustración contemporáneo hacia la representación más auténtica y revindicativa de las mujeres en el arte. Leticia González participa de esta conversación, y explora en esta obra la identidad femenina en su diversidad, tanto a nivel introspectivo como público, lo natural y lo simbólico. La desnudez y los cuerpos en general, están retratados sin idealizaciones, insistiendo en la aceptación corporal y la diversidad. Los rostros retratan la diversidad cultural y étnica, resaltando diferentes tipos de belleza y de raíces. Complementariamente una perspectiva histórica y social  con menciones a conceptos y figuras como el 8M y otros movimientos feministas y de memoria histórica.

Todas estas imágenes están destacando mujeres como figuras centrales, evocan mensajes de reivindicación, empoderamiento, revolución y, sobre todo identidad cultural. Se enfatizan las miradas, como en Greta Thunberg, icono del activismo juvenil, figura inspiradora a pesar de los intentos denostadores. Las mujeres de diferentes edades combinan también lo moderno y lo tradicional. Se reivindican tanto personajes históricos, como la Pasionaria o Frida Kahlo, ficticios y cotidianos, especialmente las mujeres de la familia. La fuerza icónica de las figuras reconocidas acentúa la fuerza también icónica de las mujeres anónimas, o, al menos, sin el reconocimiento público.

Se van agrupando por tonos, rojos, negros y blancos, que indudablemente tienen una referencia simbólica a temas de fuerza, lucha y feminismo. Los tonos cálidos y pasteles para lo introspectivos, contrastan con los negros y azules profundos para lo más onírico y fantástico. Usa sabiamente las texturas que realzan detalles y ahondan en lo emocional. El uso del espacio en blanco como un color más aporta una cualidad casi de pintura tradicional japonesa. En los retratos femeninos predomina el uso de tonos cálidos y colores pastel que crean una sensación de delicadeza y empoderamiento. Algunas obras destacan los rostros con detalles flores y las expresiones introspectivas. A la hora de representar la figura femenina, Leticia González opta por una naturalidad reflexiva, como la que lleva el lema “Cuídate de las mujeres que no se respetan a sí mismas”. No es simplemente el autocuidado, es la reivindicación de la identidad y el amor propio, entendido en todos los sentidos. El cuerpo y el rostro femenino son el centro de la obra, y son presentados desde una perspectiva reflexiva y empoderadora, y transmiten la vulnerabilidad y la fuerza, y, sobre todo la conexión emocional.

Los elementos simbólicos, por ejemplo las flores se asocian a la resistencia y la belleza, así como acentúan la feminidad y la conexión con la naturaleza. Siluetas y texturas que remiten a la lucha o al fuego. Los detalles florales y la piel texturizada aportan profundidad emocional a las imágenes, conectando lo humano con lo natural. A pesar del eclecticismo, es profundamente narrativo, emocional y fantástico. En las representaciones fantásticas  (como la bruja en el bosque y su vuelo bajo la luna) y escenas surrealistas, se añade un aire de misterio y magia, una conexión con lo arquetípico, que no con la simplificación de los clichés. Citar explícitamente elementos de magia y folclore resalta un interés por lo mítico y lo simbólico. Esto responde a una necesidad cultural de reconectar con narrativas ancestrales en un contexto de incertidumbre global. Lo arquetípico de la bruja está en conexión con el feminismo tanto como con el cuidado del medio ambiente. Los textos que acompañan refuerzan la idea de crítica social y lucha femenina: “¿A mí, si me falta la lecha, qué falta?, ¿ella?” o “Criá por mi güela y mi mamá”. No hay que obviar el contexto que utiliza el arte como herramienta para la reflexión, la conexión emocional y la expresión de la identidad.

Combina técnicas digitales y tradicionales, como la ilustración vectorial, la pintura digital y el collage. Algunas obras utilizan el collage para superponer épocas, contextos y estilos, como en otras ilustradoras como Paula Bonet, Agnes Cecile, Alexandra Levasseur o incluso Laura Makabresku, Sofía Bonati. Es un diálogo entre lo antiguo y lo contemporáneo y permiten construir historias fisuales más ricas.  Entendido desde el punto de vista técnico, el collaje y la superposición de imágenes, tan en boga en el arte desde el siglo XX  o en las ilustraciones de Beth Hoeckel y Eugenia Loli refleja la fragmentación y la multiplicidad, mezclando épocas, culturas y mensajes. Se aprecian influencias del arte clásico en las composiciones, equiligradas con un enfoque moderno en los temas y colores. La cohesión estilística y el dinamismo de las composiciones combinan con el uso atrevido del color y de la variedad de técnicas. Los collages incluyen personajes vintage, épocas y estilos del pasado en marcos más surrealistas, resaltando el contraste entre lo antiguo y lo moderno. La narrativa visual acentúa la nostalgia de la creatividad contemporánea.  Los elementos botánicos y arquitectónicos combinados simbolizan la conexión entre la naturaleza y la vida urbana, la poesía y la memoria, la nostalgia y el futuro. El retrato de Jules, por ejemplo tiene un enfoque más moderno, con colores llamativos y líneas claras que resaltan la individualidad del personaje. Frente a esta reivindicación de lo individual, la representación de culturas diversas, ejemplificado en la vestimenta japonesa tradicional o la asturiana. Lo global y multicultural está presente en la obra de Leticia González.

Las mejores características están en la capacidad certera para transmitir emociones, narrativas y conceptos, una fuerte identidad visual. La autenticidad de las mujeres en sus diversas facetas, vulnerables, fuertes, introspectivas, mágicas, de diferentes edades y contextos culturales. El mensaje simbólico con elementos como flores, texturas, personajes fantásticos completa la poética de los textos que acompañan. Muchos de estos textos son los títulos de los libros de poemas o de la cartelería a que ilustran. La variedad de técnicas enriquece las obras, como las referencias simbólicas, reforzando temas de espiritualidad, renovación y pertenencia. Las paletas colores inciden en la creación de intimidad y cercanía, o misterio y dramatismo. Las texturas sutiles y los patrones decorativos enriquecen visualmente, pero, sobre todo, cargan de simbolismo.



domingo, 26 de enero de 2025

Reseña de Carmen Palomo Pinel: ‘Las costuras del hambre’. Esdrújula ediciones. 2019

LAS COSTURAS DEL HAMBRE: 36 (Diástole) : Palomo Pinel, Carmen, Gallardo  Barragán, Víctor Miguel, Lozano Ortiz, Mariana: Amazon.es: Libros


La madrileña Carmen Palomo Pinel ejerce de profesora de Derecho Romano. ​​ Ha publicado, encadenando premios, Glosas al fuego​​ (Hebel, 2016, I Premio Internacional de Poesía «Francisco de Aldana»);​​ ​​​​ Un silencio habitado​​ (Diputación de Salamanca, 2021, accésit del VIII Premio Internacional de «Poesía Pilar Fernández Labrador»),​​ DIDO​​ (Universidad Popular José Hierro, 2021, XXXII Premio Nacional de poesía José Hierro),​​ Madre de cenizas​​ (Gravitaciones, 2022, I Premio de poesía «Gravitaciones»),​​ En tu espalda el desierto, (Diputación de Soria, 2023, XLI Premio Leonor de Poesía) y​​ Ser mirada​​ (Pre-Textos, 2024), Premio Ciutat de València - Juan Gil-Albert.​​ Las costuras del hambre fue su segundo poemario y consiguió el II Premio Esdrújula de Poesía.

Carmen Palomo Pinel nos ofrece un viaje lírico por las grietas de la existencia humana, una obra que destila una mezcla de hambre, dolor y búsqueda de sentido. Su poesía es un ejercicio de introspección y denuncia, un tejido de imágenes que desafían la pasividad del lector. Desde los primeros versos, se establece un tono que oscila entre lo cotidiano y lo trascendental: “Mi hijo más pequeño no comprende la muerte. /…/ Pienso en lo que significa adiós / y en lo que significa para siempre” (I). Este inicio íntimo y desgarrador sirve de umbral para una obra que interroga constantemente la fragilidad de la vida y la inevitabilidad de la pérdida. La poeta no se conforma con registrar el dolor; lo disecciona, lo amplifica y lo transforma en un canto universal: “El tiempo es la rama / pájaro / que tri tri que tri trina” (II) parecen balbuceos para, inmediatamente después situarnos en la filosofía: “Cuando las rocas tapan la entrada a la caverna / devoraremos los restos de Platón / lisérgico letargo de la des-es-cultura desteñida” (III); “Qué puedo esperar, maldito Kant, qué podemos todos /…/ Estamos hiperconectados / 4G 5G / pero nos sigue destrozando / la incomunicación de los muertos” (XXXI).

Uno de los ejes centrales es la vida emocional, incluido el sufrimiento (“Como si el dolor no tuviera grandes ojos anime. / Como si el dolor fuera tan solo una casualidad”, V); “Tuve tristeza. Tuve también amor. /…/ Hoy elijo vivir de otra manera / palpar en el abrazo la pérdida / abrazar en el hijo tu vida ya quebrada” (VII). El otro eje es el hambre, que se convierte en una metáfora omnipresente que trasciende lo físico para adentrarse en el ámbito emocional, existencial y cultural. En el poema XII, la autora escribe: “Tengo hambre. / Hambre de todo. Hambre del hombre. / Hambre de mi estómago. /…/ Querría que hoy alguien me pidiera mi hambre y poder estrellarla”. Este fragmento encapsula la voracidad de una humanidad que busca sentido en un mundo cada vez más desconectado. Palomo Pinel utiliza el hambre como símbolo de carencias múltiples: amor, comprensión, justicia.

La obra está impregnada de una tensión constante entre el sufrimiento y la belleza. En el poema XIV, Palomo Pinel reflexiona: “¿Has descubierto acaso la dulzura terrible / que a veces se degusta al fracasar, / cuando el dolor se curva y un abanico muestra / las cien declinaciones de la noche”, XIV Aproximación al miedo. Aquí, el fracaso y el dolor no son meramente experiencias negativas; son también catalizadores de comprensión y transformación. Este contraste alcanza su clímax en el poema XXX: “Descálzate antes de entrar en el dolor humano”. La poeta nos invita a un respeto reverencial hacia el sufrimiento ajeno, sugiriendo que solo desde la humildad es posible comprender la magnitud de la experiencia humana. Con una intención claramente incardinada en la sucesión de generaciones, como una obligación de no apropiación: “Y el mundo que tomáis con vuestros ojos únicos / y devolvédselo al mundo: / tan solo os fue prestado. / Retornad con largueza y será todo vuestro. / Seréis reyes y dueños, mas no ahora” (XV, Hijos). Aborda una poética de la fisura y lo incompleto: “Vale cada palabra pronunciado / lo que miden sus grietas” (XVII).

Propone que la dialéctica entre los contrarios se base en el amor: “Porque al final de todo / solo importa que estemos / y nos reconozcamos” (XX); “Oponte a tu camino / como el amor se opone a las mareas” (XXI). Es la única manera de oponerse a la muerte: “No porque a la muerte venza / en fuerte el amor como la muerte / sino porque te hace morir” (XXIV); “Dame solo un segundo con los hombres: / me bastará para fundar una ciudad de árboles pontífices / entre el barro y el cielo” (XXVI). Y es que el amor es otro de los grandes temas del libro, abordado desde una perspectiva que rechaza el sentimentalismo para abrazar la complejidad. En el poema XXVIII, leemos: “La belleza precisa de fronteras, / el amor se demora en los contornos / precisos del amado”. Este enfoque resalta la paradoja de que el amor, en su necesidad de límites, también crea una apertura hacia lo infinito.

Considerando el sufrimiento como uno de los pilares de la existencia, Palomo Pinel lo aborda desde la compasión: “Descálzate antes de entrar en el dolor humano / en el palacio hueco del hombre / sin vísceras” (XXX);  “Y sigo pensando que Dios es un infinito de madres” (XXXII, De cuando no cambia nada nada nada [o casi nada]). Palomo Pinel no se limita a explorar los abismos individuales; también extiende su mirada crítica hacia la sociedad contemporánea. En el poema XXXI, escribe, decíamos: “Estamos hiperconectados / 4G 5G / pero nos sigue destrozando / la incomunicación de los muertos”. Señala la ironía de una era tecnológica que, pese a sus avances, no logra mitigar las distancias esenciales entre los seres humanos. La poeta denuncia una desconexión que no es solo interpersonal, sino también espiritual: “Aférrate. Atesora / las cosas más preciadas: / ni todas juntas lograrán salvarte, / pero ellas te hablarán de lo que salva / con la lengua salvaje del silencio” (XXXVII).

A lo largo del poemario, el lenguaje emerge como redención, un protagonista en sí mismo. Palomo Pinel reflexiona sobre su poder y sus limitaciones: “busco entender / y busco no entender / La vida es todos los tropos / porque decir es decir siempre de menos / y decir es decir siempre / de más” (XXXIII). Esta conciencia metapoética atraviesa toda la obra, subrayando la imposibilidad de capturar plenamente la experiencia humana en palabras, pero también celebrando el intento de hacerlo: “Lo escrito no es rastrojo para la comprensión” (XLI); “Y cómo ser / tanto en tan poco, cómo andar / a paso breve / entre las zarzas del lenguaje” (XLII). No pretende ofrecer respuestas definitivas, sino una invitación a la resistencia y la creación: “Y cuando venga –porque al final vendrán– / tus pesadillas, hazte digno de ellas” (XXXIV). Aquí, la poeta nos deja con un llamado a enfrentar la vida con valentía, a abrazar las sombras como parte integral de la luz.

Las costuras del hambre es una obra que exige ser leída con atención y paciencia. Su riqueza radica en su capacidad para entrelazar lo personal y lo universal, lo íntimo y lo político, lo concreto y lo abstracto. Carmen Palomo Pinel ha tejido un poemario que no solo habla de hambre, sino que también sacia, aunque sea momentáneamente, el deseo de comprender lo incomprensible. Su poesía, a la vez dura y luminosa, nos recuerda que en las grietas de la existencia también puede florecer la belleza.