Hay entre el sector más conservador una alergia, porque no puede ser denominada de otra forma, a retomar el pasado desde el presente y huyen de cualquier manera de valoraciones sobre la dictadura franquista y su represión o sobre el golpe de Estado que derrumbó la II República y las represalias. Se enzarzan en una escalada de medias palabras, de reproches hacia la represión roja para saltar sobre el tema y no pronunciarse en contra. Como si recordar los asesinatos de maestros o sindicalistas fuera a borrar los de curas y políticos de derechas. A lo sumo un “en todas partes hubo desmanes” equidistante y falso.
La memoria democrática exige que queden claros estos hechos, que se recuerde a las víctimas, que se retiren los homenajes a los represores, que no olvidemos la brutalidad hacia colectivos como los homosexuales o la discriminación de la mujer que hasta cerca de la muerte del dictador no podía ser independiente y hasta bien entrada la democracia no tenía las mismas obligaciones que su marido en el matrimonio.
La nueva política, además, está planteando repensar el relato de la Transición, ese que mitificó a Adolfo Suárez, Juan Carlos I y Fernández Miranda y que tuvo a Victoria Prego como profeta. Esa “Inmaculada Transición”, como la denominó Gabriel Albiac porque pasó del Franquismo a la Democracia sin romperlo ni mancharlo, fue un duro camino de cesiones. Y los movimientos sociales y grupos como Podemos o la nueva Izquierda Unida, nuevas generaciones de dirigentes, están por cuestionar este relato denunciando la famosa máxima de El Gatopardo. Algo cambió para que todo siguiera igual. Suárez, como un tahúr del Mississipi (Guerra dixit) engaño a militares y a comunistas y cameló a la opinión pública con su gabinete de ministros educados en la administración franquista. El arte de la manipulación política (Josep M. Colomer).
Por otra parte, el sector más reaccionario de la sociedad recuerda con razón que la memoria histórica tiene que también asumir la violencia terrorista de ETA. Repiten la consigna, como si los asesinatos con el tiro en la nuca justificaran a posteriori los fusilamientos del 36. Es de justicia reconocer a esas víctimas y creo que la sociedad española y la de Euskadi en concreto está por la labor. Otra cosa muy diferente es que haya un reducto igual de impermeable al dolor causado que intente cualquier tipo de maniobra dialéctica para no dar su brazo a torcer y esté dejando caer como un sonsonete los excesos de la lucha antiterrorista, sin duda una mancha imperdonable para una democracia.
Que los deseos de independencia pudieran ser legítimos lo ha estimado el Tribunal Supremo, pero que teniendo el objetivo de la soberanía se hayan asesinado a tantísimas personas y se haya torturado cotidianamente con el ostracismo y el silencio no tiene justificación ninguna. El caso de Miguel Ángel Blanco puede, sin duda, ser una muestra de la barbarie de estos asesinos con falsas coartadas.
Afortunadamente tanto el Franquismo como los años de plomo de ETA han pasado. Y es innegable que dentro del espectro independentista han tenido que producirse movimientos y haya tenido dirigentes que apostaran por dejar la lucha armada. Las negociaciones en estos casos, y el del IRA quizás nos sirva de referencia por estar más distante en el espacio. Tiene que haber negociaciones. Para llevar a cabo una negociación es imprescindible que haya voluntad por las partes y también que las conversaciones se produzcan fuera de los focos. Los órdagos, los faroles, los tanteos son esenciales, pero no pueden tener luz y taquígrafos. Se dicen cosas para lograr otras y lo que tiene que ser público y escrutado son los acuerdos, las medidas y las cesiones finales.
Muchos han visto en Otegi una de esas figuras necesarias para acabar con el terrorismo. Y quizás tenga su labor de ofrecer alguna salida a los suyos y seguir con su cantinela del problema vasco, y sus fórmulas tan complicadas del dolor para decir sí y no al mismo tiempo. Así se ha podido comprobar en la entrevista en Televisión Española. Muchos la han criticado porque así se blanquea un pasado terrorista de alguien que está inhabilitado todavía para cargos públicos. Por supuesto que depende del tono de la entrevista. No es lo mismo entrevistar a un asesino o a un violador y aproveche para justificarse y el periodista le siga el juego a que el entrevistador lo ponga contra sus propios actos y sirva para que quede claro la calaña de la que está hecho.
La idea de alternar el tema de la herencia del Franquismo y el fin de ETA tiene sentido porque de alguna forma han sido necesarios personajes desde dentro que ayudaran a desactivar un régimen. Muchos de los políticos de la primera generación de la Transición provenían de las filas del franquismo, quizás fueran de aquellos reformistas que se alejaron del búnker de la misma forma que dentro del independentismo tienen que surgir voces críticas con la violencia, incluso desde dentro de la estructura de la banda terrorista.
Esta es una reflexión personal para estar alerta sobre estos peligros. Quienes ven como un mal menor los restos del franquismo debieran ver que, de alguna forma, los ideales de quienes apoyaron a la banda tienen que estar representados en una sociedad democrática. Siempre dentro de la ley, por supuesto. Como dentro de la ley están quienes quieren –queremos– reformar la Constitución. Y como dentro de la ley deben estar los que quieran acabar con las autonomías. Evidentemente no todas las ideologías tienen la misma responsabilidad, siempre será preferible unas ideas que destierren la violencia a otras que planteen discriminaciones o amenacen soterradamente con volver a las armas. A no ser que uno sea nostálgico de la dictadura o de la goma-2. Estamos hablando de demócratas.
Pero, creo, no se puede acusar de inmovilistas a los que se niegan a cualquier concesión al independentismo (responsable en un grado importante) del terrorismo (aunque no todo el independentismo tiene por qué acabar con ser terrorista) y, sin embargo, rechazar cualquier tipo de concesión de la Transición a los poderes fácticos del Franquismo. Si hombres del régimen dictatorial colaboraron en su desmantelación y participaron en la Constitución y en las libertades que ahora disfrutamos –a duras penas– hay que reconocerles su trabajo. Y si, por el contrario, aprovecharon esa coyuntura para perpetuar un régimen de poder, ese famoso régimen del 78, tendremos que tener cuidado de que los negociadores abertzales no acaben perpetuando su situación de privilegio.
No vayamos a cometer los mismos errores en los cambios y que todo siga igual, o peor.