Fabricio Gutiérrez nació en 1988 en Ciudad de México. Estudió Filosofía y letras en la UNAM. Ha publicado hasta el momento Escuela de levitación (2020), Las cartas de amor que no alcanzaron a escribir mis muertos (2021) y Mapa con niebla (2022). Rastrillar la zona ha merecido el IV Premio de poesía Centrifugados / Pueblo de San Gil. Una iniciativa loable, máxime teniendo en cuenta que se trata de una localidad pequeña que apuesta por la poesía de calidad a ambos lados del océano.
Este poemario está situado en un bosque, donde las imágenes y los personajes se alzan como figuras mitológicas que representan los elementos básicos, en especial, las constelaciones familiares, así como la amenaza. Más que matar al padre, Rastrillar la zona, describe el proceso previo y posterior a la muerte, el duelo y la reconstrucción de los paisajes, en este caso tanto literales como simbólicos en el alma. En el poema Prólogo se plantea la escena originaria: “A mitad de madrugada / el bosque se iluminó / en más de diez ocasiones / por disparos de rifle. / Pero el oso que era perseguido / era más luminoso”.
Las distintas metamorfosis del padre lo que indican es la manera polimorfa de la relación con éste: “No tengo problema en llamar caballo a mi padre, / él sabe que lo quiero mucho. /…/ El verdadero problema sería llamar a las cosas por su verdadero nombre /…/ Voy a llamar a mi madre hierba fin / donde mi padre se recuesta” (Lengua que no es lengua). La muerte anunciada del padre marca el ritmo de los poemas: “Dormir como duermen los muertos que alguna vez amaron: / con las manos sobre el rostro. Con el rostro alejándose” (En el lugar que estuvimos habrá heliotropos); “Yo le veo la forma de un hombre con pala al hombro / dirigiéndose a hacer su propia fosa” (Pala al hombro).
El ambiente, casi brumoso, de los poemas tiene mucho de onírico, como una mezcla entre los bosques de David Lynch en Twin Peaks y el planteamiento de Inception de Christopher Nolan: “Cada vez que me voy a la cama / llevo una piedra pequeña conmigo, / la sostengo fuertemente en una mano / y cierro los ojos, / sé que estoy dormido si la piedra cambia de mano” (Piedra en la mano). Los miedos (“Siempre hay otra cosa donde debería estar yo. / Siempre algo más pequeño”, Hoja verde) se dan la mano con los sueños (“Estoy seguro de que me miras cuando duermo. /…/ Cuando despierto, / llevas tu mano a ese lado del pecho / para estar segura de que sigo ahí” Soy algo pequeño). La noche, la oscuridad del bosque no hace sino aumentar la sensación de incertidumbre y de que algo terrible siempre está al acecho: “Si te internas al bosque pasada la tarde / escucharás a alguien cantando / a un paso siempre detrás de ti, / pero si volteas no verás a nadie. /…/ Algunos dicen que es inútil todo esfuerzo de salvaguardarse, / porque cuando se hace oscuro / el bosque está en todas partes” (Los espíritus de los cuervos nos ven). Atisba Fabrico Gutiérrez una pequeña defensa, la escritura: “Un poema no alumbra más que una lámpara, / pero para entrar al bosque de noche / es necesario tener uno en la mano”.
Las referencias al sueño y a la muerte son constantes: “Pero yo sigo dormido / y los dormidos no tenemos padre. Solo el viento que empieza / a llevarse las hojas más pequeñas” (No tengo padre); “Me entretengo enlistando cosas que no flotan. / Entre ellas estoy yo” (Bolsa de dormir). Y se contraponen a los intentos de orientación: “Mapa que te mira a los ojos tomando un camino” (Mapa con niebla); “Pero también soy un mapa para quien busca desaparecer: / el camino es fosforescente y el lugar indica / que hubo antes alguien que vivió desnudo”. Si hacemos caso al poeta: “Ahora digamos que la oscuridad es mi padre” (El hijo más oscuro), este es un poemario del paso a la madurez en el que los mapas heredados no siempre sirven: “El niño se alejó del campamento / y subió al árbol más alto del bosque. / Nunca volvió a bajar. / Ni cuando el árbol fue partido por un rayo” (Niño).
Advertimos claramente la necesidad de consuelo, o al menos, de cierta serenidad: “Nada como contemplar peces antes de dormir. / El sueño tendrá algo de movimiento y transparencia” (Contemplar peces antes de dormir). Que el poeta, por otra parte, siempre considera provisional, casi soñado: “Un pensamiento no es un hombre, / pero el hombre es el pensamiento de alguien. / La idea de hombre es la disciplina de la invisibilidad. / Por eso este hombre que camina a tu lado / es la impresión de que no hay nadie” (Disciplina).
“En esa rama nunca se ha parado pájaro alguno.
Las otras sí que han sido favorecidas
y más de una vez.
Pero a diferencia de las demás,
esa rama nunca ha dejado de ser movida por el viento” (La pequeña rama)
En este poema, como en otros, la analogía con la crianza como contraposición a la libertad está más clara: “Mi rastro de sangre en el camino / se confunde con las flores silvestres” (Rastro de sangre). Incluso tomar la posición del cazador que da muerte al “padre”: “Si tal vez pudiésemos levantarnos, / si tal vez pudiésemos salir a hacer lo que más nos gusta: cazar” (Alguien antes nos cepillaba el cabello).
Las figuras femeninas están casi ocultas, en un papel mucho más secundario: “Mientras, las demás mujeres de la casa flotan en la bañera / con la misma quietud de los ahogados” (Verano, a orilla del bosque). Podríamos decir que incluso la propia conciencia del yo está difuminada, como la fotografía del poema: “Lo más seguro es que con el paso del tiempo / la foto se despegue y vaya a dar al suelo / y alguien la pise por accidente quedando la huella de su zapato / sobre la imagen de mi rostro” (Excursión).
La necesidad de consuelo a través de la escritura obedece al deseo de ordenamiento del mundo, de una especie de vida en lugar de –o complementando a– la vida: “Un poema no es un lugar / pero tiene lugares. / Un poema no es un gamo / pero hace pensar en un gamo / y nos quedamos largo rato imaginándolo masticando hojas: / ¿Para qué escribir un poema? / Para ir al bosque y decirle padre / a las hojas que están cayendo” (Lugares); “Una vez que las cosas cambian de lugar / es necesario llamarlas de otro modo” (Las cosas cambian de lugar más veces de lo que imaginamos). De una manera más profunda, la mirada misma es el inicio de la poesía. Fabricio Gutiérrez describe lo que se pasa a la mirada del ojo: “Nadie ve morir animales pequeños / porque mueren cuando uno está distraído / haciendo cosas. Tomando una pastilla para el sueño / o mordiendo una fruta” (Ardor que pasa). Y resulta que de “Ser contemplados, de eso sí somos indefensos” (Ciervo). Ser es ser percibido: “Algo malo pasa con mis ojos, / solo el guardabosques los puede ver” (El guardabosques sí me quiere).
Si aceptamos que este es un largo poema alegórico donde los sentimientos se muestran de una manera tangencial, diríamos que las emociones tienden a ser ocultadas, que subsiste un miedo a la tragedia y a la devastación sentida que hace tomar una actitud de distanciamiento: “El amor que le tengo a los peces / hace que no les ponga nombre, / porque los peces no viven mucho / y yo no quiero recordarlos para siempre”. Y de todos, el mayor desafío es el del paso a la madurez como la muerte del padre: “He empezado a cavar la fosa habrá de ser enterrado mi padre. / Él no ha muerto, aún es fuerte y joven /…/ Será profunda, muy profunda para ese entonces” (Fosa).
“y enseguida la nieve empezó a caer cubriéndolo todo,
qué hermoso, alcancé a decir
antes de perder el conocimiento por completo” (La última excursión fue con nieve)