domingo, 30 de julio de 2023

Reseña de José Manuel Benítez Ariza: ‘Laberinto’. Renacimiento. Calle del Aire. 2022

LABERINTO | JOSE MANUEL BENITEZ ARIZA | Casa del Libro

Este nuevo poemario de José Manuel Benítez Ariza tiene un origen bastante borgiano. Un laberinto consigue la desubicación precisamente por enraizarse en una localización concreta. Su poética siempre ha estado muy unida a la tierra, como puede comprobarse en los Cuadernos de Zahara (Pre-Textos, 2002) y el Cuaderno de Benaocaz (Pre-Textos, 2010), pero también en Realidad (Isla de Siltolá, 2020), donde se desgranan los poemas con la mirada precisa en el ambiente, ya sea de la tierra, de la bahía, o de los viajes irlandeses. Esta necesidad de ubicación comienza desde el primer poema, en la primera sección, titulada precisamente Coordenadas: “Me reconforta saber que estás ahí, donde os corresponde, y que de este modo reafirmáis la pertinencia del conjunto y la razón de ser de que yo venga aquí a dar fe de ello” (Buenos días).

Lo cotidiano no solamente se refleja en las acciones, también en los finales. Abecedarios repasa una larga lista de muertes por orden alfabético y en el homenaje a los Beatles, When I’m sixty-four, ironiza con el paso de los años: “Al filo ya de los sesenta, / me da por preguntarme qué vendrá / después, cómo será / el tiempo que me queda /… / fintas de trapecista confiado a la mera idea de una red”. También es irónico que las coordenadas se refieran precisamente a los finales, a la muerte: “Cuando te apagues, conciencia, / ¿dónde irán las cosas?” (Dos canciones); “y, al fin y al cabo, da igual, / en la nada que seremos, / quién fue antes, quién detrás” (In memoriam).

Definitivamente borgiano, Laberinto, especialmente en el poema de ese título (“el laberinto no  era más que un círculo”) sitúa la acción en las acciones del día a día: “La victoria: volver a casa al filo de las nueve” (La batalla). Benítez Ariza combina la ternura en el recuerdo de lo que aprendió del oficio de su padre (“Ahora recuerdo mucho de lo aprendido entonces. // Cuando escribo un poema, por ejemplo”, Escayolista) con la ironía (Vanesa). Una mirada de madurez que aplica al aprendizaje (“Tus lecturas de entonces / tenían ese alcance prospectivo, / por encima de muchas otras cosas / en cierto modo más vigentes”, Leyendo a Montaigne). Y unas obligaciones que se van volviendo más cotidianas conforme avanza uno en los caminos del tiempo: “La luz del tanatorio, si acaso, era también / un aleteo insuficiente / manchándonos de nuevo las pupilas, / dejando en ellas, como sobre papel sensible, / unas sombras que fueron / vita también alguna vez.” (Carmen Roca).

Son los recuerdos los que marcan la conciencia del transcurso de la vida, pero, como bien aprecia, a veces son los olvidos los más elocuentes: “Luego la noche continuó por otros derroteros: / mi amigo me reclama nombres, datos, / mientras apura el vaso de café. // Yo busco esos fantasmas en el fondo del mío” (El recuerdo). El ambiente de hospital, como pudimos recrear en la primera parte de su Trilogía de la Transición, Vacaciones de invierno (MAD, 2020), tiene una gran importancia vital y simbólica: “Si no fuera por ciertas aprensiones, / casi podrías vivir siempre aquí: / desde la indefensión alcanza uno a tener / mejor concepto de sus semejantes; /…/ Ni siquiera un amante te conoce tan bien” (Día de hospital).

Como en Arabesco o en Realidad, gozamos de una pausa de poesía más bucólica podríamos decir, Interludio: pájaros. En este caso quizás se conecte más con lo simbólico que con lo meramente descriptivo, como si supiéramos que detrás de cada mirada hay que interpretar un mensaje, que la naturaleza interpela una exégesis: “ausencia que es también promesa cierta, / doblemente presente es lo que ya no está” (Sobre un nido vacío); “No ha amanecido todavía / y ya el canto cruzado de los pájaros / a un lado y otro de la calle / va flanqueando mi camino / y parece anunciar una promesa” (Como ellos).

El Tercer cuaderno irlandés continúa los poemas fruto de las visitas a la Isla Verde: “Sabías que no había engaño: luego / acaso llovería o helaría, / o el sol concedería / apenas unas horas de tibia sobremesa” (Días de Irlanda). Son poemas en los que hace gala de la lección de William Carlos Williams, las cualidades de una buena prosa: “En mis pupilas se han quedado sobreimpresas las tuyas” (Dublin: cinco aguafuertes); “Nosotros, desde el barco, le decimos adiós / a este empeño de todo por disolverse en todo / del que solo resulta vencedora la niebla” (Ringaskiddy [Una postal de despedida]).

Claridad es el colofón a este soberbio poemario: “Conciencia súbita / de que lo que despierta / podría no hacerlo // y la extrañeza / de no reconocerse / en la voz propia /…/ Me visto como / quien repasa las líneas / de su dibujo /…/ como estorninos / que ensayan su figura / de nube errante /…/ ¿De qué secreta / suciedad me despojo / al desnudarme?” (El poema de un día). Se alza Benítez Ariza de lo meramente sensitivo para alzarse hacia lo trascendental, aunque sin dejar de poner los pies en el suelo, “Y nos sacan del trance los ladridos de un perro” (La primera). La mirada trascendental de los poemas pretende ir más allá de las coordenadas humanas, porque también hay cambio y permanencia en lo inerte: “También ella envejece y se desgasta, / sufre insidiosas males que la horadan, / la vacían por dentro, / le van dejando inciertas vulnerabilidades. /…/ Y, sin embargo, nunca termina de morir” (La montaña). La realidad, que tanto importaba en el anterior poemario, da paso a lo real, como diría Lacan: “La niebla hace pensar en lo contrario de la niebla: / ese horizonte de montañas bajas, / tan útiles en los días despejados /…/ tienen también a veces, si / los miras con los ojos deslumbrados / de quien se ha expuesto temerariamente / a un exceso de luz, / cualidad de espejismo: // la propia luz acaba por destruirlos” (La niebla). Cuando se alcanza la claridad sabemos leer cualquier mensaje de la naturaleza: “el excedente que toda / economía previsora / reparte en dones de amistad” (Un amigo me ha dado unas verduras); “la alta montaña y sus afanes, // el mediodía ya sin vuelta atrás, // la incandescencia de la tarde / y sus cielos licuados” (Atardecida). Un hermoso afán de unión casi sufí con la realidad más allá del memento mori que parece ser el motivo de por el que preferimos no salir del Laberinto:

“Si pudiera elegir,

cuando llegue el momento aquí vendría,

me echaría a dormir entre sus brazos,

me volvería piedra caliza yo también” (La Dama)

jueves, 27 de julio de 2023

Reseña de Eduardo Moreno Alarcón: ‘Ojos de vidrio’. InLimbo Narrativa. 2023

 Ojos de vidrio - InLimbo

Ismael Martínez Biurrum realiza un elocuente prólogo donde se resume con claridad la intención del autor y sus principales elementos. Eduardo Moreno Alarcón es autor de cinco libros Entrevista con el fantasma (2014), La fuente de las salamandras (2017), Sonata de mujer (2018), Apuntes del espejo (2019) y La proeza de los insignificantes (2021), alcanzando varios premios como el de novela Encina de Plata, el Jerónimo Salazar de Novela Histórica y finalista de otros tantos. En cuanto a los relatos, se reúnen en Sucesos del otro lugar (2020) y Esconde la mano es una obra de teatro incluida en la Red de Artes Escénicas de Castilla La Mancha.

Ojos de vidrio es una novela corta en duración pero no en intensidad que aprovecha la oscuridad que se esconde en edad de transición que siempre es la adolescencia. Como en Las novias, de Cristina Morano, también en InLimbo, simplemente con describir con algo de claridad los comportamientos de un adolescente nos acercamos a un abismo insondable que atrae y aterroriza con la misma facilidad con la que nos olvidamos de nuestra propia adolescencia. Pero esta es algo más, es, como se señala en la contraportada, una novela sobre el mal. Y lo entiende como algo atávico que va incluido en cada generación, un poco como el protagonista oculto de Twin Peaks que se va encarnando sin que sepamos realmente por qué escoge un personaje más allá de unas tenues conexiones más simbólicas que de antecedentes familiares.

El mal ataca sin normas y es lo inquietante. La novela negra se basa en el desafío intelectual y moral que aplica una lógica como arma implacable (caso de Holmes) o que se interna en esa lógica perversa (caso de Hannibal). El terror de Eduardo Moreno es algo telúrico que se disfraza de cotidiano pero que asombra y asusta al mismo tiempo. Aunque el arranque del argumento pueda estar basado en hechos reales, concretamente en una historia que el autor escuchó por la radio, el planteamiento gana efectividad por estar situado en un pueblo cualquiera, en un paisaje cotidiano, en un lugar que puede ser cualquier lugar. Es la familia, el hogar, las calles que se cruzan todos los días, las amigas… De la misma forma, aunque se puedan incluir descripciones y evocaciones del pueblo natal, la potencia del terror es que puede ser cualquier pueblo.

La madrugada se sume en el centro exacto de la soledad y del silencio. En el reloj de la iglesia las agujas arrinconan al tiempo en un ángulo cada vez más agudo: las dos menos diez. Te has desvelado. No puedes dormir.(Noctámbula)

El personaje principal, Alejandra, no es especialmente vulnerable, su desadaptación es la que es común a tantas, como la que describe Rocío Villajos en La educación física. Son las habituales transformaciones de la pubertad las que la introducen en este mundo inquietante donde la percepción es asfixiante y la conecta con los antecedentes familiares. Como tantos adolescentes, como en Semilla de maldad, el mal está en nuestro interior lleno de fantasmas. Hay que recordar que para muchos lectores adultos, el abandono de la literatura infantil pasa por la fascinación por el género de terror.

Ante el espejo. Los pechos que te apuntan por debajo de la blusa. Te haces mujer. Por fuera y por dentro. De pronto, no te importa el qué dirán. O ya no tanto. Sentirte deseada ha reforzado tu autoestima. Te ha reafirmado frente al resto de la clase, las otras chicas, sus potingues, sus actitudes y su forma de vestir.

Pero esa seguridad viene de fuera. No es interior. Tus pies emocionales son de barro. Dependiente. (Presagios)

Todo lo que aparece en la novela puede suceder y sentirse como cotidiano, el Ojo de vidrio consiste en ir un poco  más allá y ver que lo transparente es terrible, como el ángel de Rilke. La situación que vive Alejandra, descrita para contagiar la angustia, es solo un paso más allá de la inadaptación de tantos adolescentes. Un recurso a la mirada casi inocente como en Cría cuervos de Saura a través de los límpidos ojos de Ana Torrent.

Endulzar lo cotidiano con gestos domésticos. Un modo de rehacerse y proseguir frente al horror que ahora se esconde por la casa.

Tu Alejandra disconforme se rebela a su manera. Por eso desafías la ley paterna. Ausente tu padre, has puesto música, tu música, la que te anima, la que también te gusta oír. (…)

Mientras rallas la rallas la naranja y el limón, tu madre bate harina y leche (…). Te mira con extrañeza. No acaba de entender por qué te empeñas en cubrir la tele con un paño. Te has inventado una excusa. Para que no se manche, por si salpica. Una defensa psicológica. Una trinchera frente al miedo y las visiones. Una estrategia que está dando resultado. Por el momento. (Roscón de Reyes)

Personalmente me resulta interesante que la novela de Eduardo Moreno me remita tanto a referentes cinematográficos, pero habría que resaltar las cualidades específicamente literarias de Ojos de vidrio. Para empezar, la concepción como novela corta, como nouvelle condensa toda la tensión emocional que se hubiera diluido en una saga familiar, por ejemplo. Como en las historias de fantasmas, como en Otra vuelta de tuerca, de Henry James, la concisión es un plus. Otra característica a resaltar es el uso de la segunda persona. Hay muchos ejemplos de relatos, pero en novela escrita en castellano solo recuerdo Easy Joe dice si a Chile Walker de Carlos Alfaro Gutiérrez.

El recurso fácil sería recurrir a la enfermedad mental, o la esos secretos familiares que pasan de generación a generación intoxicando sin que nadie se atreva a hablar de ellos. Pero Eduardo Moreno consigue algo más que la fácil acusación, lo inquietante es cómo esos elementos se van tejiendo, y como nos apela a los lectores como si tuviéramos una responsabilidad en la resolución del trauma. Una magnífica inquietud.

domingo, 23 de julio de 2023

Reseña de Rosa Mª Marcillas Piquer: ‘Bajo otra luz’. Olé Libros. 2022

BAJO OTRA LUZ | ROSA M.ª MARCILLAS PIQUER | Casa del Libro


Rosa María Marcillas Piquer es coautora de Doscientos haikus de amor y una canción encadenada (2020), Dejo que el viento pase (2020), ambos junto a Pedro Villar Sánchez. Más allá de la piel (Abismos del Suroeste, 2021) Ha aparecido en antologías diversas. Bajo otra luz “guarda los paisajes recorridos donde el silencio y la contemplación”. Entre los versos, dice en el poema introductorio, “Solo tu voz / va prendiendo el canto / y entran las sombras / heridas en la piel / donde nace la luz”. Y ese es precisamente el título de la primera sección del poemario.

La autora desgrana una poesía confesional, donde los momentos de silencio, la quietud y la calma son estrategias de la escritura y de la vida: “Nombrar las sombras del silencio, la soledad desnudo de la carne, las heridas sobre la piel, el olvido después de tanto dolor o la indiferencia”; “En un poema / casi todo respira / entre silencios / un remanso de luz / cerca de la oscuridad”. El poema funciona como una analogía vital, como una forma de ejercitarse en los hábitos del corazón: “Sobrevive el instante en el poema / de la dicha que sienten unos ojos / que rozaron la luz entre las dudas, / mientras las aguas saben su destino” (Sobreviva).

Va perdiendo el canto es la segunda sección donde el sentimiento se torna aún más apesadumbrado: “Duele la luz, al comprender”. Encontramos muchos ejemplos: “el dolor en los surcos de la lluvia, / la memoria del paso de sus lunas” (Salinas); “En cada piel habita un paisaje diferentes / una ciudad, / una playa, un ocaso, / días de lluvia / en las acantilados del tiempo” (Paisajes); “Y vuelve a construirse en la alegría / al roce imaginado con tus labios, / la ilusión desatada del deseo” (Tu luz); “Va desnudando el tiempo la certeza / de ser ave de paso / y nada más” (Ave de paso).

En la siguiente, Entre las sombras, se abunda en este sendero: “Mora en la piel / todo el dolor del tiempo, / las dudas que sesgaron / la claridad / un camino de sombras redimidas” (La piel); “Quise olvidar las lluvias en mi cama, / la aspereza del tiempo / sobre mi espalda / el sigilo tenaz de tantas horas, / el discurso exterior de los días” (A la deriva). Aunque la percepción del paisaje es la encargada de teñir los sentimientos (“Solo entonces / el aire nos devuelve la tristeza. / las orillas azules de la infancia, / los paisajes que siempre nos asustan”, Un día gris; “La lluvia nos devuelve / la pureza del aire en la mirada / donde la luz respira / sola en silencio”, Solo la lluvia), lo que realmente importa sucede en el corazón: “Y se detuvo el tiempo entre sus labios, / en los días de luz sobre su carne; / y aquella siembra oscura, su dolor, / tan pronto fue el olvido en la distancia” (Entornada). Se describe una intensa lucha interna: “Quise vencer el miedo / esa cuenca vacía / donde mora la noche” (El frío); “Los miedos se deforman y estremecen / hasta romper las lunas más hermosas” (Los vacíos).

Por eso, el siguiente título es Heridas en la piel, la pequeña crónica de cómo se va cicatrizando ese dolor: “Quizás en sus ojos / sigue temblando el mundo / cuando ellas callan” (Mujeres); “Busco en las sombras los rescoldos / que ahoguen la nostalgia, su aspereza, / para seguir bebiendo de tu luz” (Hoy tengo miedo). Poco a poco van sucediéndose las vacilaciones, los pequeños renacimientos (“Pero tu voz /…/ beso mi piel y cura sus heridas / forjada en silencio, / su oquedad”, Voces) y las caídas (“Nada sostiene la memoria / en los troncos desnudos de los álamos, / solo una leve ausencia los deslumbra / que los días irán enmudeciendo”, Otoño en los Álamos). La poeta ofrece una voluntad expresa de recuperación, de tomar distancia: “Me gustaría verme / desde otros ojos /…/ Tal vez así pudiera / perdonar los errores, / los que más pesan / sobre mi espalda” (Tomar distancia). En el diálogo que se establecen en los versos, el interlocutor también adopta esa metáfora del camino: “Escribes los silencios un camino / el cambio entre las ramas de la luz / que nace en la herida de la carne” (Inocentes). Cierra la sección un poema que añade el paisaje: “En los arcenes / hoy demorando el tiempo / las margaritas”.

Por último, la sección V, Donde nace la luz, anuncia la ansiada serenidad de quien contempla el pasado sin verse arrebatado por los sentimientos, saboreando con calma de esas emociones: “A veces nos invade la nostalgia, / se acerca silenciosa y nos descubre / un universo azul que nos abruma / y olvidamos las miles, los arrullos / de las horas de sol sobre la carne” (Como las madreselvas). Parte de esa sanación está en el olvido, el silencio: “Así de pronto / llegó el olvido”; “Regresar siempre / sobre el silencio, la claridad” (De nuevo la luz); “Hay silencios rotundos que golpean / nos hablan más que mil palabras” (Extraviada). Detrás de todo, la luz:

“Pero a veces te alejas de la luz,

te escondes entre sombras y prefieres

seguir andando a ciegas,

adentrarte en el cráter” (Tal vez)

jueves, 20 de julio de 2023

Reseña de Ícaro Carrillo: ‘Musas, blasfemias y trincheras’. Zerkalo. 2017

 MUSAS, BLASFEMIAS Y TRINCHERAS | ICARO CARRILLO | Casa del Libro


Este volumen de Ícaro Carrillo es un ejemplo de poesía de combate. En sus propias palabras: “en lugar de apostatar, he decidido conseguir una excomunión cum laude mediante estos poemas que susurran blasfemias, odas a la rebeldía y loas a una mujer. En definitiva, se ocupan de todo lo que ellos odian; de todo lo que tú y yo veneramos sobre el resto de las cosas” (Justificación). Las Musas aportan luz, son poemas de amor a su mujer. Las Blasfemias recogen la ira, especialmente religiosa y las Trincheras son los poemas reivindicativos.

Entre las trincheras encontramos elementos sociopolíticos de crítica social: “Por cada Azaña / tres militares golpistas. / Por cada poeta / cincuenta futbolistas /…/ Un país / y ninguna patria que reivindicar”; “Gomina: “Son zombis a la inversa, / vivos que se sospechan otra cosa / que el deja vú constante de la eterna rutina. /../ Tal vez oyeron en alguna ocasión a Nacho Vegas / pero nunca lo escucharon /…/ Admiran a Amancio Ortega”. En ocasiones es más sutil la crítica, y tiene que ver con cuestiones casi filosóficas: “El deseo repetido será bienvenido, / la rutina no. / El pecado a plena luz / sabe mucho mejor” (Las reglas del fuego); “Si la vida se pusiera inaguantable, / moriría de viejo / puliendo mi nota de suicidio. // NI siquiera tendría esa salida”; “Era de esperar que, / en ocasiones, / nos olvidamos de ser humanos” (Contra natura). Se van mezclando con las blasfemias, es decir, con la crítica hacia la institución y la falsedad de las creencias: “Un mendigo en la puerta de cada tempo / como mascarón de proa / de la Iglesia Católica” (Moneda); “Dios no existe, / y el muy hijo de puta lo sabe” (Oración del obispo); “Por momentos parece que el cielo / conociese la distancia / que nos separa” (Distancia).

En el plano del deseo, una escritura sin hipocresías ni eufemismos: “Mientras, / yo la abrazo desde la ducha, / al borde de la erección. / A medio palmo de que la lava / también me desborde a mí” (Volcanes). Eso no significa que no haya compasión o ternura, también habita la esperanza: “Hay quien empuja nuestros pasos / hacia los caminos de la confusión, / y hay quien regala estelas de lucidez. / Distinguirlos es esencial” (Mentiras); “Hay una trinchera / que compartir con todos ellos” (Trincheras).

“Durante las oscuras noches

sin luna,

cualquier luz

tiene espíritu de estrella” (Descubrimientos)

Precisamente el recurso a la esperanza va iluminando un poemario de combate: “El viento resucita la arena muerta / y hace soñar a los árboles / la posibilidad de un futuro libre de raíces / También mueve molinos / y despeina por igual / a gigantes y humildes. // Bendito sea el vendaval / que nos haga soñar / con revoluciones” (Gigantes y molinos). Ícaro Carrillo goza de una agria lucidez: “Hay una manada de caballos / que una vez cabalgaron libres, / sin establo al que regresar. // Lo que hoy pisamos fue antes / vida desbordada” (Barro).

El otro lado brillante del volumen son los poemas dedicados al deseo: “El primer invierno que pasamos juntos / fue anormalmente cálido. // Los expertos lo achacaron / al cambio climático. // Yo siempre sospeché / que tuvimos algo que ver con aquello” (Cambio climático); “Me declaro aspirante a recortar distancias / hasta habitar un espacio / en el que pueda descifrar / –con mis labios– / el braille de sus labios” (Braille). En el devenir de los poemas surgen los momentos oscuros incluso en este ambiente de los afectos: “Esa patria, / cierta y noble, / que anoche era descanso, / sexo, cobijo y calor, / ahora apenas sobrevive / como un amasijo / de sábanas heridas de muerte” (Sábanas heridas).

Es el paso del tiempo y la muerte el último de los nódulos temáticos en los que confluyen tanto las blasfemias y trincheras como los poemas sobre el amor y el deseo: “Peter Pan está a media cana / del hombre del traje gris” (Viernes);“Supongamos que la muerte / sea una suerte de prisión / negociada por nuestros enemigos” (Suponiendo). Podría decirse que el pesimismo canalla, salpican algunos de los últimos poemas: “Será por ello / que el abrigo del alcohol, / la guardia del sexo / y las esperanzas de revolución / reclaman al amparo / del pálido astro” (Noche). Aun así, queda siempre la oportunidad de redención, “Como un ángel caído / que recupera sus alas; / así reacciono a su cuerpo” (Humo y deseo);“Más de un pájaro / ha quebrado su vuelo / contra algún cristal demasiado limpio. / El sexo es exactamente igual / para nosotros los humanos. / Sin un poco de suciedad / se convierte en una trampa de mal gusto” (Trampas).

Quedémonos con la ternura de la memoria para cerrar el volumen: “La casa de mis abuelos / me recibe con crujidos. / Yo contesto que también les echo de menos. / Y así recordamos, / casi a diario, / los años en los que todavía / se sentaban al calor del brasero” (Abuelos). Que también es revolución y trinchera.