“la velocidad no es velocidad / si no puede sentirla”
De la producción poética de Jorge M. Molinero siempre recuerdo con especial emoción Gominolas en los bolsillos (Zoográfico, 2015). Pero su producción abarca Versos en el desierto (Bohodón, 2009), Amplia victoria de los traseros (Autoedición, 2011), La noche que llovieron impermeables (Origami, 2013), El hombre que mató a Michael Hutchence (Lupercalia, 2014 bajo el pseudónimo de J. Malone Miller), La cuarta hija de Rosa (La Penúltima, 2016); Nos prohibieron bailar (Ediciones 4 de agosto, 2017) y acaba de salir Bluebird (Paramo, 2020). Quality Control 900475 más que un libro este es un objeto de arte y cotidianeidad, además de dibujos e ilustraciones, hay fotografías sueltas entre las páginas, textos en formatos variados y una goma como faja del cuaderno que lo hacen aún memorables. Se van alternando los apuntes con textos en prosa con poemas dispuestos de manera convencional: “La realidad es esto: / el viaje es el dedo índice / justo encima del lugar elegido, / calculando la ruta en yemas, / decir a tu hija: / aquí estamos nosotros y aquí vamos a ir”.
Hay dos puntos de partida, el primero es el objeto mismo, el cuaderno físico. El título es la pegatina del sello de calidad de la moleskine, “Como si la moleskine por sí sola mejorara los versos, como si lo que saldrá, si sale, será algo digno, algo admirable por el hecho de haber sido escrito en sus hojas”. El otro eje es el diario de viaje. El paso del tiempo y las circunstancias personales también otorgan una cualidad especial a estas páginas. Dice el autor en una nota a pie, “en las correcciones y revisitas a este diario de viaje desde enero de 2017, la figura de la mujer fue un constante caballo de batalla entre el estado de ánimo que en ese momento atesoraba y el de mantener intacta la atmósfera de aquel viaje”. Aunque se refieran a una cuestión esencial vital, esta filosofía es la que impregna toda reflexión sobre el pasado que tome como base una reelaboración de materiales.
La reivindicación de las pequeñeces, de lo más trivial y cotidiano, de lo que pasa por las ventanillas, de lo que uno va encontrando tiene una venerable autoridad, Bukowski: “… tenía razón el / gordo cabrón, se puede hacer / poesía de cualquier cosa” (uno de los nuestros ha ganado un premio). Para muestras: “pintor castellano, en tu paleta de colores / amarillos de miseria y tristes ocres” (no amanece en castilla); “las cicatrices que deja un avión en el cielo / son el rastro de nuestra presencia”. A pesar de tener un hilo más o menos narrativo, esto es, de acción en el tiempo, los materiales son muy heterogéneos. La visión, tremendamente personal, desde la propia intimidad del yo que habla, a veces de manera inconexa, a flashes, a veces con un discurso más elaborado: “la revolución: consumir más cáncer”; “a buscar siempre el beneplácito, ¿a ti también te pasa, verdad?, a no saber escuchar: miedo a que dejen de darte miedo los miedos primarios”. Hablando en primera persona con uno mismo se puede tener una voz combativa, lúcida [“nos creemos muy importantes pero nuestra muerte en dos días por convenio para nuestros familiares directos (tres si es fuera de su localidad)”], sin contemplaciones. Hay mucho de desmitificación del yo: “ya no sé leer a machado sin serrat ni a lorca sin cohen”; “jugar no entra en los planes del coleccionista”; “la poesía es que el lector quiera ser / el califa en lugar del califa”. Una mirada poco complaciente hacia el mundo de la poesía como también hacia la familia o el viaje: “lo siento, señor, este pasaporte no vale: / está lleno de frases a boli. si no fuera / porque entiendo todas las palabras / diría que son poemas”. No comparto, sin embargo, su despecho hacia Lou Reed (¡prefiere a Albert Pla!).Está sembrado el texto de reflexiones metapoéticas, un autocuestionamiento: “la vergüenza del vómito. / la mano levantada: temblorosa. / una azafata a la que das la bolsa sin mirarle los ojos. // eso debe ser la poesía”; “y creo que eso es la poesía: contarte por medio de los guijarros dejados por otros”.
La distancia temporal desde el viaje permite hacer una aclaración de sentimientos, desde los más privados (“mi esposa apoya la cabeza en mi hombro // guardo la moleskine: // me reprocha mis ausencias, no sabe que el viaje es esto y luego, el recuerdo”) a los que incumben a cada uno de nosotros: “me pregunto si alguien / pedirá un deseo / al ver pasar el tren en el que voy”; “solo los imbéciles / al mirar por la ventanilla / siguen viendo los molinos donde / están claros los gigantes”. Precisamente a la reinterpretación de lo pasado dedica algunas líneas: “después, el viaje, tiene una segunda parte: los recuerdos tergiversados para colocar a nuestro favor cada traba”.
La poesía de Jorge Molinero siempre ha tenido una vocación de conciencia, incluso de lucha: “a los pobres con creencia de clase media, nos gusta mostrar nuestras vergüenzas, alardear, incluso, de ella (…) los dormitorios no dan a la calle, ninguno podemos eximir nuestra normalidad de las más extrañas perversiones”. Y también de utilizar la ironía para esos fines: “… entro en un meadero público pegado a una iglesia. más bien es parte de la iglesia, / un recoveco hecho de idéntica piedra: dios / jamás estuvo tan cerca de la inmundicia del hombre”.
Este Quality Control 900475 es, en cierta forma una carta de amor que perdió el sentido. Amor en muchas direcciones, la ternura, la paternidad, el paisaje: “no cabe el amor a una ciudad que guarda demasiada belleza entre sus calles” (Stendhal was here). El viaje, metáfora universal para la vida no acaba sino con la muerte, “pero la muerte / no puede ser / infinita / si la vida fue / aunque breve. // díselo de mi parte / al muñeco del wc // si lo vuelves a ver”. Y conecta con el pensamiento del más allá y la fe: “qué sabrán los teólogos / sobre estrellas capaces de guiar una fe que se sabe extinta”. Sabiamente, el poeta sentencia: “el viaje: la estancia / es el destino / dije / no es el viaje”. Es de agradecer, además, que no pretenda rodearse de parafernalia psicomística, pseudofilosófica, el cuaderno es un cuaderno de viaje real, de horas de espera, de tiempo de viaje: “nunca este viaje fue iniciático / o búsqueda interior: era todo visible // que se fue convirtiendo en algo / que no supe atrapar. la poesía / es indescifrable y egocéntrica”.
Una despedida triste y hermosa:
“olvida el movimiento
lo importante es la mano. las fotografías
son lo primero en quemarse en el fuego”