miércoles, 17 de abril de 2024

Reseña de José María Cumbreño. ‘Los mapas transparentes’. Pretextos poesía. 2023. III Premio de Poesía Antonio Rodero García-Nieto

 Los mapas transparentes: 1834 (Poesía)


“Las palabras son mapas” dice Adrienne Rich en la cita inicial, pero deberíamos recordar aquella viñeta de El Roto que subrayaba, “No importa el color de los mapas, sino quién dibuja los mapas”. Esa es la clave de este último libro del poeta y comandante de Liliputienses, José María Cumbreño, que ha merecido el III Premio de Poesía Antonio Rodero García-Nieto. En el reciente volumen La escala de las cosas, el filósofo Fernando Broncano comienza con una reflexión sobre los mapas y nos recuerda que no son solo aquellos dibujados en papel o disponibles en una pantalla. Los mapas son artilugios materiales y culturales, que definen el espacio en el que vivimos y el que vamos a conquistar.

Irónicamente quizás, José María Cumbreño comienza su libro con la sección titulada Mapa mudo: “Cada mapa tiene su propósito /…/ Recorrer todas las fuentes / y han la misma pregunta en toda ellas. // Soñar a ras de suelo”. Se pregunta por un lado “¿Cómo representar / lo que cambia con el tiempo?” y por otro admite que “El dolor no desaparece / aunque se conozca su causa”. Los mapas son la manera de orientarnos y lidiar con las distancias, algunas de las cuales son ya insalvables: “Nunca más podré llamar a mi padre / por teléfono. / De hecho, ya le han dado su número / a otra persona”.

Como en otras ocasiones, el poeta recurre a una técnica del collage, donde podemos espitar aforismos, pequeños poemas en prosa, reflexiones poéticas que no caben en versos, ironía y dolor. Como dice al principio de la segunda parte, Mapa político, “Los mapas existen / antes que las palabras”. En su manera de amar la poesía, Cumbreño desconfía de las palabras. Algunas nos dirigen la atención (“¿Sabes dónde tienen que mirar?”), otras veces nos remiten a lo incognoscible (“El pasado es un territorio / que nadie puede poseer”) y, a veces, son maneras casi impropias de tener conciencia de la realidad. En esta ocasión, podemos utilizar la imagen del poema: “A veces las distancias se calculaban / contando las paladas de los remos, / la cantidad de esfuerzo / que hacía falta / para llegar a un sitio”.

Los mapas le sirven también como juego metafórico: “Si se aprende a doblar un mapa / correctamente, / al menos durante el tiempo / en que permanezca plegado, / allí será aquí, / algunas vías dejarán / de ejercer de fronteras / y servirán solo / para bañarse / e incluso habrá desiertos / que por fin conozcan el mar”. Porque, como sabemos quienes nos hemos perdido en los atlas cuando niños, “En un mapa, / un espacio en blanco / señala un lugar / que nadie ha visto / o que nadie recuerda”.

Mapa físico es la tercera sección donde se incide en la materialidad de los sentimientos –y los mapas–: “Todos los mapas presuponen / que quien los usa / sabe dónde se encuentra”; “Los ciegos usan mapas en relieve, / prueba / a reconocer con los dedos / la diferencias entre los espejismos / y el desierto”. Y como reflejo de la materialidad, una manera de oprimir y comprimir: “Un país sin fronteras. / Un zoológico sin vallas”. En Mapa de tránsito, se presta atención a la manera de situarnos como homo viator. En el viaje entran en juego muchos presupuestos y emociones que sortean la incertidumbre: “Si se usa una escala muy grande, / se muestran detalladamente / todos los caminos / por los que podremos perdernos. / Si se usa una escala muy pequeña, el miedo deja de verse”. El viajero transforma con su mirada el sitio donde llega: “Las ruinas / son una atracción turística”; “Con frecuencias, los nombres de los lugares / suelen son más interesantes / que los lugares en sí”. Las reflexiones recuerdan mucho a las aportaciones del antropólogo Marc Augé.

En cuanto al mapa como metáfora, José María Cumbreño recupera parte de sus recuerdos como forma de análisis donde la materialidad de las palabras juega con los significados en un espejo barroco: “Fui y soy tierno / la misma cantidad de letra: / exactamente / una menos que seré. El optimista lo consideraría como la prueba irrefutable / de que los mapas conducen a algún sitio”. En este sentido,  “Un libro de poesía / es un barco que se acerca / demasiado a la costa”; “Un libro de poesía / es un atlas de naufragios, / un punto sin dimensión, / un cuaderno de desvíos”.

Planisferio es la última parte. En ella se da cuenta de cómo estamos desorientados en estos tiempos inciertos, tanto a nivel personal (“Cuando algunos días / trato de recordar los motivos / por los que sigo caminando, / me siento como si cartografiase/  una llanura / donde ha habido una guerra”) como general (“Orientar viene de oriente. / Así creemos saber / dónde estamos / solo porque el sol sale todos los días / por el mismo sitio”). En cierta forma es una manera de aceptar que “Cada vez menos cosas. / Cada vez dudo más de toda”. Y un mapa es una buena imagen para resumir esta deserción cognitiva vital: “En el fondo, / representar en una superficie plana / un accidente geográfico / es como puntada que las cosas / podrían haber sido de otra manera”; “A esta altura mi vida / se ha vuelto un mapa transparente / en el que no soy capaz de reconocer / ningún lugar / y donde nada está / donde debía estar”;  “Mi sombra tiene la forma de un país / que ya no existe”. Son versos de un poeta lúcido en su perplejidad ante la vida. Pero, recordemos,

“Esto no es literatura

es canibalismo”

domingo, 14 de abril de 2024

Reseña de Felipe Benítez Reyes: ‘El huido. Autorretratos (1985-2021)”. Papeles del náufrago. 2023

All Categories - EL COLOQUIO DE LOS PERROS


Hay que agradecer a Antonio Lafarque y Aníbal García esta iniciativa, Calcomanías, colección de autorretratos de poetas. En esta ocasión es Felipe Benítez Reyes el protagonista que recoge una antología de poemas (con un inédito) en los que pretende reflejarse. Como un falso amigo lingüístico, el verbo pretender en la lengua de Shakespeare tiene más la connotación de fingir y me pregunto hasta qué punto la poesía de Benítez Reyes no es sino un juego de ficción aun cuando es su propia identidad la que se recoge. En el prólogo, el autor considera que “entre todos los géneros literarios, la poesía es el espacio por antonomasia del yo, por mucho que nos entretenga hablar de máscaras, de la invención de un personaje o de la ficcionalización  del sujeto lírico". Asistimos pues ante la puesta a prueba de esa tensión entre la fidelidad biográfica y el artefacto poético digno de ese nombre. Amén de una tensión entre la vida y el verso: “Tú afanado en un verso que te exprese, / tú entre la oscura luz. // Mientras afuera / la vida se destroza en su esplendor, / inocente y rotunda, y en nada parecido / a ningún ejercicio de elegía” (La diferencia). Un conjunto de espejismos que quizás nos den la verdad de la máscara.

Decía Rilke que la infancia es la verdadera patria del hombre y precisamente es la infancia la protagonista de gran parte de los autorretratos: los momentos de ensoñación ante los atlas de lugares remotos (“Allí estaban marcados con colores vivaces / los países remotos y el lugar que era el tuyo”, Atlas Geográfico Universal, 1972); la añoranza de las novelas de aventuras (“Algunos paisajes de mi infancia han muerto. / Ha muerto Azor, corsario de Malasia, / cuyo nombre temblaba a las bocas de fresa / de las damas del siglo XVIII”, Elegía), el cine como pasaje a la fantasía (Royal Cinema), cualquier pista hacia lo desconocido (“Esos barcos que llegan sigilosos al muelle / tienen algo de símbolo y de fácil metáfora /…/ De niño los miraba inventando unas rutas / por olvidados mares y por tierras de magos”, Apuntes)…  Uno de los poemas se titula precisamente Infancia: “Y en realidad con casi nada tuyo: / tan solo el universo entre las manos. // ¿Dónde estuviste, di? ¿Y tú quién eres?”. Más que una simple nostalgia por un tiempo en el que todo era más sencillo y menos complicado, Benítez Reyes evoca la infancia como un tiempo de inocencia y pureza, de identidad esencial que se pierde con el paso del tiempo. Si se ha servido de recuerdos detallados, de ambientes, de olores, de experiencias, muchas veces están relacionados con la imaginación y las aventuras soñadas.

Otro de los elementos característicos de su poesía es la minuciosa reflexión filosófica sobre el paso del tiempo y la identidad: “hoy que amaso con sombras / la corrupción del tiempo y que en el viento / adivino la voz de la memoria” (Una voz en la memoria); “Recuérdate en el tiempo y no te duelas” (Remember When You Were Young); “Cuando me opongo a hablar de mí conmigo, / oigo el hondo vacío del pasado” (Inventario del insomne). Después de inventar e inventarse, de reivindicar regiones fingidas, desdoblarse en decenas de poetas decadentes, ¿qué queda detrás de lo que está velado?: “Mírate allá en el tiempo, / que no es nada. // Mírate allá en el aire, en lo que eres” (Escrito en la arena); “El pasado eres tú donde no estás” (Paréntesis). Un cuestionamiento anticipado del devenir sin sentido: “Hay algo en la vida, lo sé, / que se parece al sueño recurrente de un astrólogo ciego / o al vendedor de pájaros que teme / que su mercancía eche a volar de pronto y lo arruine” (Nostalgia del poeta surrealista de mis 16 años).

No es óbice para que en Confidencias  recree a lo Gil de Biedma una vida de noctámbulo y algo canalla: “Como todos los jóvenes, yo también he buscado / esa luz inquietante que brilla en la aventura. / Como todos los jóvenes he arrastrado mis sueños / por el fango celeste de la vida nocturna. /…/ Todo cansa y aburre…” (Confidencias). Y que también admita el engaño de la noche: “Te engañaron los libros con respecto a la noche. / Tú buscabas su brillo y su desgarro /…/ Y añoras su reflejo sin embargo” (La noche artificial). A pesar de cualquier ironía, en Trío de ases lo resume: “Tres cosas temes: / la noche, / el sufrimiento y la memoria”.

La identidad como lo desconocido subyace en los poemas donde la influencia de Borges, o del barroco, o de Juan Ramón, es más visible. Poemas como El intruso; “No eres / ese que eres. No eres tú, / en tus derivas. El espejo adelanta, / como algunos relojes, y se produce / un efecto discordante de anticipación: / la imagen que presagia la final, la venidera /…/ Tu tiempo contra ti. Tú desde el tiempo” (Aprendizaje del espejo); “¿De quién vas a vivir en tu espejismo?” (Vértice); “Conforta este saber misericorde: / ser también lo que nunca sabrás de ser, // y arrastrar por el mundo ese fantasma” (Dos). En la poesía de Benítez Reyes uno nunca sabe si la identidad es lo que define o es el Otro, el extraño: “tu convivencia contigo mismo, / es el más extraño ––para ti–– / de todos los personajes que pueblan el reino imaginario en que has sucedido (La vida no sería más que oropel y hojarasca).

En Felipe Benítez Reyes hay una nostalgia de lo no vivido: “En tantísimos años visitaste / lugares en que nunca estuviste ni estarás” (En ningún sitio). Junto a la idea de infancia como la esencia, está su identificación con el paraíso, los años y sus paisajes, la playa, el cine… Por eso es más doliente verse tras el paso del tiempo cuando recrimina “Quemaste el paraíso para ver cómo ardía” (Las identidades). El tono elegíaco ante lo perdido tiñe de melancolía bastantes autorretratos seleccionados: “Yo he sido el timonel de un barco hundido” (Alocución del navegante). Es el paso del tiempo quien define a base de borrar: “Ya no es tuyo ni el tiempo que robaste” (La nueva edad); “Todo lo perderé salvo el recuerdo / de los días aquellos luminosos / en que la vida aprisionaba con firmeza / la flor caudal y humana / de una ambigua emoción inexpresable / que cada cual concibe / como felicidad” (Elegía).

No está toda la poesía de Felipe Benítez Reyes, hay muchísimos matices, temas, procedimientos que quedan fuera de esta pequeña selección, pero sí que está todo Felipe Benítez Reyes en estos poemas, desde la melodía del poema, el tinte de las emociones, el tono de la ejecución, la brillantez de los cierres…

 “Otro año, mi vida. Y nosotros buscando

la llave que nos cierre la llave del pasado

para estar en el tiempo,

que nunca es el ayer sino el enigma,

que nunca es regresar sino perderse” (Cumpleaños)

 

jueves, 11 de abril de 2024

Reseña de Marina Casado: ‘La manzana de Eris’. Cuadernos del Laberinto. Colección Estrella Negra. 2023

 LA MANZANA DE ERIS


Segunda incursión en la novela de la poeta Marina Casado, quien también destaca en el ensayo, la crítica literaria, como columnista y ha coordinado varias antologías, especialmente la del grupo Los Bardos a la que pertenece. Los doce reinos del Tiempo fue su primera novela (2021), deudora en el mejor sentido de la palabra de Michael Ende. En La manzana de Eris se adentra en el proceloso mar de la novela negra.

La novela negra como género literario suele acotarse con unos parámetros muy fijos, su gran época tuvo que ver con la desilusión del sueño americano y la crisis económica y de valores. Los escritores, a los que motivaba mucho más la agilidad de la trama que los recursos literarios, se adentraron en los aspectos más sórdidos y complejos de la sociedad, destacándose por su enfoque en crímenes, intrigas y la exploración de la psicología humana en contextos oscuros. Primaba el individualismo descreído del protagonista, concretado en la figura de un policía retirado, de un investigador privado que se enfrenta tanto a los crímenes como a la corrupción y anquilosamiento de la policía convencional. En unos primeros momentos, el crimen fue el eje central, pero va más allá de la resolución del delito: explora las motivaciones detrás de las acciones, desentraña los conflictos sociales y políticos, y muestra la lucha entre el bien y el mal en una sociedad corrupta o decadente. A medida que el género fue evolucionando sus características más distintivas incluyeron tramas complejas y enrevesadas, donde el crimen es el motor que impulsa la historia. Los personajes suelen ser multidimensionales, con protagonistas atormentados, detectives privados o policías con vidas tumultuosas y oscuros pasados, quienes se enfrentan a desafíos éticos y morales en la resolución de los crímenes. Marina Casado da una vuelta de tuerca más y, cumpliendo los estándares del género, incorpora una protagonista femenina, Natacha, que investiga un aparente suicidio de una vieja amiga.

Recuerdo a Carolina fumando compulsivamente, arrojando el cigarro al suelo antes de terminarlo y, a los cinco minutos, extrayendo otro de la cajetilla. Hablaba muy deprisa y gesticulaba de forma exagerada, siempre oculta tras unas Ray-Ban, con los labios encendidos de carmín rojo. Cuando trato de pensar en el color de su cabello, unas veces lo veo moreno y otras, rubio platino. También lo tuvo azul un tiempo, aunque no lo llegué a conocer en persona; lo supe por las fotos que publicaba en sus redes sociales.

El día en que me anunciaron su muerte, sonaba en la redacción del periódico aquel viejo tema de The Mamas And The Papas: California Dreaming y fuera caía una tormenta monumental.

El ambiente suele ser sombrío y realista, reflejando la crudeza de la sociedad, La manzana de Eris se sitúa en la actualidad y pone en juego las tácticas empresariales, casi propias de una secta, de una empresa, Vitherbal, que comercializa batidos dietéticos. Una estafa piramidal en la que se ven involucrados, con numerosos giros de guion los personajes. Vemos, como tema secundario cuestiones de identidad, y de cómo el mundo digital permite el desdoblamiento, la ocultación tanto como ofrecer las herramientas para el desvelamiento y la investigación.

El viernes por la mañana me levanté pronto para experimentar con el maquillaje. En el último cajón del armario del baño conservaba una caja de sombras, bases y coloretes que me habían regalado Reme y alisa en el primer año de carrera, cuando todavía nos estábamos conociendo. No llegué a usarla, pero decidí que tal vez algún día me sería útil y, por fin, ese día había llegado. Tras casi media hora probando diversos potingues, el espejo me devolvió una imagen desacostumbrada de mí que rematé con una barra de labios de tono rojizo. El resultado, desde luego, era impecable: no parecía yo.

Que sea femenina la protagonista, y un poco menos canalla que los clásicos del género, no la hace menos perspicaz. Es un personaje complejo, con motivaciones claras y con la evolución que la presenta mucho más realista. No es la primera vez que tenemos a una protagonista, Dolores Redondo, en su trilogía de Baztán, enarbola a la inspectora Salazar, sin embargo, Marina Casado prefiere un perfil no profesionalmente dedicado al crimen. Así se entrecruzan otros ambientes y también da pie a perspectivas feministas, desafiando de esta manera las convenciones de masculinidad y feminidad de la novela negra.

Recuerdo que, en mi propia comunión, me empeñé en ir vestida como los niños, con el típico taje de marinerito que me hubiera hecho sentirme como la capitana Natacha, una aguerrida loba de mar al mando de alguna embarcación que tuviera un nombre similar a La Pantera Oceánica. Al final, no logré mi objetivo y la consabida fotografía con el vestidito blanco –y una mirada que parece estar perdonando vidas– luce hoy en el mueble del salón del piso de mis padres.

La narrativa es directa, con un estilo conciso que enfatiza la acción y los diálogos intensos. A menudo podríamos decir que la acción de la novela se desarrolla precisamente a través de los diálogos. La crítica social y política es una constante, mostrando la corrupción, desigualdad y los conflictos inherentes a la naturaleza humana. Es aquí donde radica parte del atractivo de la novela, los personajes son reales en un mundo real. Sus sentimientos fluctúan, se ven engañados, evolucionan, rectifican… Se ven atenazados por rutinas laborales, por conflictos de pareja, tienen sus dificultades para desplazarse, para conseguir información o infiltrarse. Además, la ambientación urbana es ejemplar.

El barrio de Salamanca, con sus calles anchas y señoriales, podría haberse encontrado en París o en Barcelona. Famoso por sus tiendas y restaurantes de lujo, en él puedes cruzarte con todo el pijerío madrileño y con los turistas que acuden para conocer uno de los barrios europeos con un mayor nivel de vida. Algunos edificios todavía conservan los holgados portales por los que antaño debían pasar los carruajes. La calle Goya, por la que caminaba, es perpendicular a la famosa calle Serrano, uno de los corazones comerciales de la ciudad.

La novela negra trasciende la resolución de crímenes para explorar temas profundos como la moralidad, la corrupción, la alienación y la complejidad psicológica. Marina Casado ofrece una visión algo descarnada y muy penetrante de la condición humana no necesariamente en su faceta más oscura. Si de Hanna Arendt aprendimos que el mal puede ser devastador en manos de individuos simples, la banalidad, la terrible banalidad de la estafa piramidal es un síntoma muy revelador de la sociedad postindustrial en la que estamos inmersos. La sociedad del conocimiento y los avances en el márquetin, en el control mental ponen de manifiesto tanto las aspiraciones como los medios asumidos como normales en estos tiempos inciertos donde la superficialidad y el culto al cuerpo tienen un reverso tenebroso. La novela negra siempre es un reflejo crítico de la condición humana y de la sociedad en la que se sumerge y La manzana de Eris no es una excepción. Además, comenzar con el inicio de Howl, Aullido, de Ginsberg es un anuncio de buena literatura.

martes, 9 de abril de 2024

Reseña de Anabel Úbeda Bernal: ‘Misivas del desvelo’. BajAmar, 2023

 MISIVAS DEL DESVELO


Segundo libro de la cartagenera Anabel Úbeda. En el prólogo Ani Galván hace hincapié en lo sugerente del desvelo, su carácter liminar, aunque, en líneas generales, es menos onírico que Visiones del refugio azul (Boria, 2019). Comienza con citas de José Cantabella, Izal y Alfonsina Storni, unas coordenadas amplias referencias culturales. Una poesía la de Anabel Úbeda muy incardinada en la actualidad, desde las referencias, como decimos, hasta el vocabulario tecnológico no convencionalmente poético que se cuela entre los versos. Hay pantallazos, “Se emborronan los píxeles de tu reflejo                cuando te reproduces en extraños”…

En todo el poemario hay un tú, un diálogo básico, un Otro interpelado (“Cae del centro de tu cuello todo el peso de la suerte”), advertido (“eres un grito en la inopia / sin un hogar más definitorio que el del asilamiento”; “tallas un deseo que no llegará a la otra orilla”), explicado (“Traición convertida en mudanza, / la música devastadora que desdibuja tus yemas / cuando  deseas retomare desde lo más profundo. / Tu abismo multiplica desconexiones y plegarias / hasta que descubre los votos que un día te hiciese”).

La segunda sección, Crónicas, se inicia con citas de Antonio Machado, Ángela Figuera, Raúl Quinto: “El olmo seco                 ahora prisión / donde te robaron el minuto de voz nítido, / el sueño de recortar la memoria / y releen sus lecciones, / es esa patria que no verá la luz”. Estos poemas van situándose en la realidad social e histórica, son palabra en el tiempo, pero un tiempo muy concreto: “Hablaba de la “España vaciada” /…/ la Santa Compaña accidentándose en desiertos, / donde la soledad se curan de olvido”. Además de las referencias literarias, como Carmen Conde (“Carmen Conde escucha las alarmas en el litoral republicano / olía el plomo y el ruido, proyectiles acaparaban la diestra de los aljibes / una generación balbuceaba a más de mil kilómetros”), en el largo poema Álbum, los recuerdos familiares son los protagonistas mientras se contextualizan en la historia: “Mi abuela se arregla el cabello siguiendo con su sacramento, la observo y siento que no volveremos  ser la misma. Toma el perfume, me ofrece la esencia y yo declino”; “En mi garganta hecha de cicatrices reservo el sabor del té con leche que calmaba mis nervios. Mi abuelo compensando las ausencias”. Anabel Úbeda conjuga con precisión la historia con mayúsculas y la microhistoria personal: “Ahora solo una risa, la del heredero, diluye la distancia irremediable, la de las generaciones. Solo un cordón umbilical retalla las sonrisas, la certeza de arrancan la soledad”.

Santa Teresa, Cervantes, Emily Dickinson y su admirada Adrienne Riech encabezan Diapositivas. En esta parte el deseo cobra mayor protagonista, las emociones son más intensas: “Mi frente supura humedad, sabe que no habrá sombra portal y hombre / capaz de guarecerme de / este ardor”; “Arranco las ilusiones de las palmas de mis manos”. En la relación con ese interlocutor hay momentos de incertidumbre: “Te aproximas a mí, con la boca prendida de alevosía, / Pronuncias esa frase, que contiene nuestros nombres. / Sola, nominal, todo me parece ajeno”. Son momentos de sufrimiento y decepción: “Mi sangre es pasto de ansiedad”; “no estuviste conmigo, yo estuve sin mí”. Así como la necesidad de refugio: “Hacia el albor de los tiempos regreso, / el recreo que ahora vigilo / está lleno de esperanzas /…/ Con esa misma pasión por comprender a los otros, / bordeo las líneas       recorro los patios / sin soltar la mano de la niña que fui”.

En la última parte, titulada oportunamente Diario, tiene un tono más intimista, más de diálogo con una misma. El tono también se vuelve más sombrío: “frenas el invierno           te dietas otoño”; “me siento apátrida hasta que tu mano alivia la tormenta”… Y, recuperando el título de su primer libro, existe un anhelo de amparo y refugio: “Abandonar todo lo creado  sentirme aquí”; “No existe un refugio /…/ me despedía de aquella otra vida / y tomaba el camino contrario: / convertir en norma el desvelo”.

Son los versos prescripciones contra el dolor: “Oras, y sin darte cuenta resuelves las hojas que componen mi cuerpo /…/ Oras, en cada inspiración siento tu infancia rota”;  “Allí, dolor, ya no estás conmigo”. Procedimientos para evitar el sufrimiento: “Inhibo mis sentidos en la rutina / que me ha robado la palabra /…/ Las sombras duelen, / también fui yo”. Un anhelo primordial de los afectos tras la herida: “y así dudo de si se puede amar a Dios / y al hombre /…/ de si aún puedo enamorarme sin pediros permiso”. Aunque se atisbe un brillo de superación: “hoy vuelvo, / dispongo una media sonrisa, / tengo la certeza de tu abrazo” (Las yemas de Asfódelo). Al final del libro hay un valiente manifiesto vital, de reconocimiento y esperanza:

“Soy todos los puntos del dolor de mi cuerpo

que mi mente une en constelaciones

/…/

Soy esta indolencia, la náusea

que emana en línea recta hasta el filo de mi boca.

/…/

Soy mi peor enemigo y, aún así,

me sostengo como una columna

esperando de oro la misma sinceridad,

la misma dureza

con lo que yo me corrijo” (Doble (o)culto III)

Decíamos al comentar Visiones del refugio azul que iniciaba un viaje iniciático, traspasando la línea de sombra que deja atrás la adolescencia. El espacio liminar del desvelo avanza en esa línea de sombra con madurez y oficio, mirando cada vez menos hacia la infancia y asumiendo el pasado –personal, histórico– con fuerza lírica y determinación vital.