miércoles, 31 de julio de 2024

Reseña de Gustavo Yuste: ‘Lo que uso y no recomiendo’. Ed. Liliputienses. 2024


Proveniente de Buenos Aires, Gustavo Yuste es periodista cultural y escritor. Además de novelas y libros de viaje, ha publicado diversos poemarios: La felicidad no es un lugar, Electricidad, Accidente de ánimo, El formol de la melancolía. Este es un libro irónicamente confesional o confesionalmente irónico. El punto de vista desencantado conecta con el estado de ánimo de David Foster Wallace en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, salvo que no se trata de nada supuestamente divertido.

El optimismo es un proyecto inútil es el título contundente para la primera parte del poemario: “Confieso que algo intuía, / por eso me procupé más / por recuperar las cosas que presté / antes que por salvar a toda la embarcación” (Lo que sigue a continuación es una historia real). Gustavo Yuste va dando cuenta de una situación de serena decepción: “Después de coquetear con la apatía, / el último manotazo desesperado / en el que me hacen de todavía más” (El movimiento de las cosas). Una sensación de fracaso vital en un momento de replantearse el balance de una relación: “No hizo falta mudarnos / ni redecorar / para sentirnos extraños en nuestra propia casa: alcanzó con quitarle el humor a las cosas” (Tierra seca);“Nuestra tristeza / no entra en esta habitación / pero sí en un haiku” (Monoambiente).

El poeta llega a replantearse también la palabra: “Quizás el lenguaje solo sirva / para dar nombre / y hablar sobre esas cosas / de las que no se está / completamente seguro /…/ pero todavía me queda / todas las palabras que inventamos juntos / listas para ser usadas / aunque nadie las vaya a entender” (Sobre lo relativo). Los poemas destacan por el contenido de la tristeza, pero no deja de estar trenzados de cuidado lenguaje y de imágenes, seleccionadas de entre los momentos clave, los instantes decisivos, las reflexiones iluminadoras: “y la felicidad era un recurso tan renovable” (Salvo el hospital está abierto a esas horas); “Ya es oficial: / no nos alcanza / con una primavera estándar / para ponernos contentos” (La hora del almuerzo).

La ironía está en contraponer esa imagen idílica: “me gusta pensarme así: / un charco de agua inerte, / repleto de formas de vida / que nunca vas a entender / cómo es que sobreviven en ese hábitat” (Lago artificial); “En momento de optimismo y tiempo libre / me gusta pensar que la literatura / es una herramienta útil / a la que todavía no se le encontró / su función secreta. / Otras veces, como hoy, / solo me parece pis / que cae sobre más pis / en el baño del boliche de moda” (Optimismo). Y luego, darle la vuelta y llegar al desengaño: “Una sola cosa parece clara: / necesitan repensar seriamente / dónde vamos a depositar / muestran últimas pasiones” (Drogados un lunes). Un momento vital desde la madurez desengañada.

No es extraño que sea Instantáneas causales la manera de encabezar la segunda parte. Una selección de grandes despropósitos y desilusiones: “Tomamos mate en silencio / pensando si vale la pena hablar o no” (Víctimas); “Otra vez, / el año nuevo / hay prometiendo cosas / que nunca más se van a repetir” (2016).

La decisión de refugiarse en lo cotidiano es consciente y no hay Nada espectacular en eso: “El descontento cumple, / la rutina dignifica”. Y abrazar la sabiduría del que ha sufrido y conoce los peligros de las salidas fáciles y los engaños de la paz de espíritu: “La tristeza / es necesitar un consejo útil / y recibir en su lugar / un tupper recalentado / lleno de lugares comunes” (Vacaciones sobre la tristeza). Entre otras cosas, confiesa el autor, porque “Afuera, el mundo giraba como siempre: / lento, como si alguien se hubiera olvidado / darle la vuelta” (Toda música posible).

Esta es la historia del deterioro de una pareja descrita con delicadeza y lucidez: “Aunque nos miramos, / no decimos nada / a la espera de que algo / cambie el orden en el que estamos; / como si los dos supiéramos / que debajo de esta mesa / hay una bomba hermosa / a punto de explotar” (La hora del ); “Leo un libro que me regalaste / así nota extraño tanto / pero no funciona” (Veranear). Un libro triste y hermoso, que no cede a la nostalgia (“mirando a la casa, / como si los dos recordaron / había visto la misma película”, Olor a sal) y que aprovecha la ironía para abrazar el desánimo y continuar.

Terminemos la reseña con el poema que da título al libro:

 

“Estos modales heredados,

una relación disfuncional con mis deseos.

La falta total de fe,

el cuestionamiento intuitivo,

excusas perimetrados

y el optimismo de una vela

que tiene toda una noche por delante

y un final asegurado (Lo que uso y no recomiendo)

domingo, 28 de julio de 2024

Reseña de José María Higuera: ‘Desechos’. Premio del XXVI Certamen de Poesía Rosalía de Castro. Casa de Galicia en Córdoba. 2024

 

 

Entre las múltiples clasificaciones que pudiéramos hacer de los poetas, hay una que los dividiría entre los poetas de la sombra y poetas de la luz. Los primeros englobarían, por ejemplo, a esos malditos, atormentados, herederos de lo más pesimista del romanticismo entre otros. Poetas de la luz serían los que celebran la vida, en su realidad, son los que, aun conscientes del sufrimiento, apuestan por no negar la belleza. Desechos, de José María Higuera puede ser uno de estos ejemplos. Por la propia temática de este volumen merecedor del Premio del XXVI Certamen de Poesía Rosalía de Castro, nos vamos a encontrar mucho de lo que entristece la vida, desde una silla que cojea, la dejadez de la ciudad, la incertidumbre, la indefensión, las miserias o los pecados. Sin embargo, se obstina en rescatar algo luminoso, una sensación, un objeto, una promesa de felicidad o de consuelo.

Cual manual de reciclaje, comenzamos el volumen con Materia orgánica, encabezado por citas de Nietzsche, José Luis Pardo y Chaplin. Hay un amor al detalle, a buscar entre el paisaje lo más cotidiano, lo más cercano y preguntarse por lo trascendente: “No sabemos lo que nos insinúa / la silla que cojea, / la puerta descolgada / o el cajón que conserva lo inservible / ni qué sitio conquista cada roce /…/ No sabemos si tienen su sentido /…/ Si queda un hueco intacto en la basura / donde pasar la noche” (A veces las cosas). Si decimos que José María Huiguera es un poeta de luz es porque titula Síndrome de Stendhal a unos versos sobre lo inhóspito de la ciudad: “Dentro de mí padece la ciudad, / su dejadez, / su luz en fuga indiferente, / su ordenado suicidio sostenido, / su desvelo de náufrago”. O en Condición de indefensión: “En esa condición de incertidumbre, / en esta indefensión quien se proclama”. Remata, sin embargo con un poema de esperanza: “si solo dispusiese de un minuto / para coger la nada / cuanto queda, / tomaría la vida cuando fuimos / tan felices, al menos, ese instante” (La alcayata).

Recogida de enseres, Envases no retornables, Textiles y ropa usada son los títulos de las siguientes secciones, símbolo de la atención a los objetos como elementos vitales: “Como un hombre constato en mi caída, / he bajado de nuevo la basura / separando por bolsas mis miserias” (Amortiguar el golpe). Que pueden incluir elementos muy humildes como los yogures y contraponerlos en otros poemas a lo más espiritual: “Quizás todo pecado sepa a poco, / quizás nos falte noche para tanto” (Equipo de limpieza);“¿En qué lugar oculto de la sangre / el estiércol redime su negrura? / ¿Qué peso no disuelve / el vuelo de las almas” (Aviones de papel) y volver a la celebración de la vida: “que todo puede ser solo un instante, / que suceder la herida de un poema; / que se cumple en el rezo de estar vivo” (Trastos olvidados).

Trasciende, y ese es el secreto, José María Higuera hacia la conciencia y la reflexión: “Allí un hombre se afirma en el detalle / de lo que se desecha” (Razones para todo). He ahí el leit motiv del poemario. Luego explica: “mi desvelo es sentir en lo perdido / y asumir todo riesgo en las costuras. // Hago mío lo roto de los trapos, la tela que se riaza, / algunas ropas viejas /…/ Compongo un hombre nuevo: / lo bello de un dolor y su contraste, / que se sumen los sietes, / soñar una mirada en dos botones /…/ Ser feliz puede ser recomponerse” (El luthier de espantapájaros). En el mismo poema advierte que “Nadie tiene la culpa de lo efímero / ni de que aún no exista la palabra / que defina / la herida que te ofrezco” (El luthier de espantapájaros).

Punto limpio, como no podía ser de otra forma, es la última parte, que combina citas de Mafalda, Les Luthiers. Si en Un lugar para lo roto dice que “Quien recoge del suelo los fragmentos / se mancha el corazón”, es una declaración de intenciones cuando reconoce en La fotografía (URBEX) que “Me gusta tomar fotografías / de sitios que predican su derrumbe, / de ruinas que florecen en los dedos, / del musgo que tapiza de humedad / los órganos vitales”. No es, sin embargo, una morbosidad hacia las ruinas, un regusto en lo degradado, ni siquiera cuando se pregunta que “Quizás solo consista en eso, / en no saber, / en no querer saber, / que estamos programados” (Obsolescencia programada). Al contrario, toma la determinación de abrirse a la belleza, con toda la lucidez de los versos: “El éxito consiste en hacerse cargo /…/ Meterlo todo en bolsas de basura / y cavar en el hueso si es preciso” (Que suceda el agua). A pesar de todo el sufrimiento, el poeta nos ofrece, en la cuidada dicción de sus versos las razones para elevarnos por encima y contrapesar porque, como dice el filósofo José Luis Pardo, nunca fue tan hermosa la basura.

Reseña de José María Higuera: ‘Desechos’. Diputación de Córdoba. Premio del XXVI Certamen de Poesía Rosalía de Castro. Casa de Galicia en Córdoba. 2024

 

Entre las múltiples clasificaciones que pudiéramos hacer de los poetas, hay una que los dividiría entre los poetas de la sombra y poetas de la luz. Los primeros englobarían, por ejemplo, a esos malditos, atormentados, herederos de lo más pesimista del romanticismo entre otros. Poetas de la luz serían los que celebran la vida, en su realidad, son los que, aun conscientes del sufrimiento, apuestan por no negar la belleza. Desechos, de José María Higuera puede ser uno de estos ejemplos. Por la propia temática de este volumen merecedor del Premio del XXVI Certamen de Poesía Rosalía de Castro, nos vamos a encontrar mucho de lo que entristece la vida, desde una silla que cojea, la dejadez de la ciudad, la incertidumbre, la indefensión, las miserias o los pecados. Sin embargo, se obstina en rescatar algo luminoso, una sensación, un objeto, una promesa de felicidad o de consuelo.

Cual manual de reciclaje, comenzamos el volumen con Materia orgánica, encabezado por citas de Nietzsche, José Luis Pardo y Chaplin. Hay un amor al detalle, a buscar entre el paisaje lo más cotidiano, lo más cercano y preguntarse por lo trascendente: “No sabemos lo que nos insinúa / la silla que cojea, / la puerta descolgada / o el cajón que conserva lo inservible / ni qué sitio conquista cada roce /…/ No sabemos si tienen su sentido /…/ Si queda un hueco intacto en la basura / donde pasar la noche” (A veces las cosas). Si decimos que José María Huiguera es un poeta de luz es porque titula Síndrome de Stendhal a unos versos sobre lo inhóspito de la ciudad: “Dentro de mí padece la ciudad, / su dejadez, / su luz en fuga indiferente, / su ordenado suicidio sostenido, / su desvelo de náufrago”. O en Condición de indefensión: “En esa condición de incertidumbre, / en esta indefensión quien se proclama”. Remata, sin embargo con un poema de esperanza: “si solo dispusiese de un minuto / para coger la nada / cuanto queda, / tomaría la vida cuando fuimos / tan felices, al menos, ese instante” (La alcayata).

Recogida de enseres, Envases no retornables, Textiles y ropa usada son los títulos de las siguientes secciones, símbolo de la atención a los objetos como elementos vitales: “Como un hombre constato en mi caída, / he bajado de nuevo la basura / separando por bolsas mis miserias” (Amortiguar el golpe). Que pueden incluir elementos muy humildes como los yogures y contraponerlos en otros poemas a lo más espiritual: “Quizás todo pecado sepa a poco, / quizás nos falte noche para tanto” (Equipo de limpieza);“¿En qué lugar oculto de la sangre / el estiércol redime su negrura? / ¿Qué peso no disuelve / el vuelo de las almas” (Aviones de papel) y volver a la celebración de la vida: “que todo puede ser solo un instante, / que suceder la herida de un poema; / que se cumple en el rezo de estar vivo” (Trastos olvidados).

Trasciende, y ese es el secreto, José María Higuera hacia la conciencia y la reflexión: “Allí un hombre se afirma en el detalle / de lo que se desecha” (Razones para todo). He ahí el leit motiv del poemario. Luego explica: “mi desvelo es sentir en lo perdido / y asumir todo riesgo en las costuras. // Hago mío lo roto de los trapos, la tela que se riaza, / algunas ropas viejas /…/ Compongo un hombre nuevo: / lo bello de un dolor y su contraste, / que se sumen los sietes, / soñar una mirada en dos botones /…/ Ser feliz puede ser recomponerse” (El luthier de espantapájaros). En el mismo poema advierte que “Nadie tiene la culpa de lo efímero / ni de que aún no exista la palabra / que defina / la herida que te ofrezco” (El luthier de espantapájaros).

Punto limpio, como no podía ser de otra forma, es la última parte, que combina citas de Mafalda, Les Luthiers. Si en Un lugar para lo roto dice que “Quien recoge del suelo los fragmentos / se mancha el corazón”, es una declaración de intenciones cuando reconoce en La fotografía (URBEX) que “Me gusta tomar fotografías / de sitios que predican su derrumbe, / de ruinas que florecen en los dedos, / del musgo que tapiza de humedad / los órganos vitales”. No es, sin embargo, una morbosidad hacia las ruinas, un regusto en lo degradado, ni siquiera cuando se pregunta que “Quizás solo consista en eso, / en no saber, / en no querer saber, / que estamos programados” (Obsolescencia programada). Al contrario, toma la determinación de abrirse a la belleza, con toda la lucidez de los versos: “El éxito consiste en hacerse cargo /…/ Meterlo todo en bolsas de basura / y cavar en el hueso si es preciso” (Que suceda el agua). A pesar de todo el sufrimiento, el poeta nos ofrece, en la cuidada dicción de sus versos las razones para elevarnos por encima y contrapesar porque, como dice el filósofo José Luis Pardo, nunca fue tan hermosa la basura.

domingo, 21 de julio de 2024

Reseña de Julia Bellido: ‘Lucernario’. Ediciones Garvm. 2024

 Asunción Escribano. Escritora | Facebook


Julia Bellido llega, tras el excelente Desobediente (Garvm, 2023), a brindarnos la otra cara de las relaciones, como dice la propia autora, “Un hilo invisible” de generaciones. Si hace un año resaltaba el carácter indómito de la autora para desasirse de las normas, ahora recoge el tejido que ilumina su abuela “menuda y frágil” que es “la luz de esta historia”. (Aunque no es la única luz: “Cádiz es esa luz. Es la luz toda. / La misma que me salta desde dentro”).

La dialéctica entre la luz y la sombra, la oscuridad se plantea como una indagación de la posibilidad de la experiencia, de la sabiduría y de la vida: “Y hay una oscuridad, / un  cambio, descarnada y elocuente, / capaz de desprender / la venda de tus ojos / para que por fin veas”. Una posibilidad para el aprendizaje vital y una esperanza: “Al apagar la luz, / la oscuridad se enciende. / Y se prende otra luz que es como fuego”.

Estos núcleos semánticos permiten jugar a la autora con las posibilidades evocadoras en distintos escenarios. Están los afectos: “Del recuerdo de algunas luces queda / solo la oscuridad que nos dejaron”. Están los momentos más duros, que, como decía Shakespeare, son justo antes del alba: “No hay negrura cerrada / que no termine abriendo / como el pétalo blanco del ciclamen / en la hora más fría del invierno, / esa hora donde ya no esperaba / que amaneciese el día”. Y, al contrario, también la luz puede significar el desbordamiento (“Me cae por la garganta / un guirigay de pájaros hambrientos, que me habita de luz / y que me hablan”), el amor (“Me deslicé en el agua / dejándome llevar como una red / de palabras de amor, todas aquellas / palabras que jamás supe decirme”), incluso la trascendencia (“No tengo que buscarte / porque siempre eres Tú / la que sale a mi encuentro. /…/ Y te dejo quedarte / todo el tiempo que quieras”). Nos resume de manera muy hermosa, casi mística: “Mientras habla, la Luz. / Que aparece temblando, florecida”.

En la poesía de Julia Bellido siempre hay una primorosa atención a los detalles, los fónicos, los rítmicos, pero sobre todo, las imágenes que elevan en varias capas lo que se presenta como poesía figurativa: “y esa terca costumbre / de lamer las heridas para intentar cerrarlas, / qué tremenda verdad la de esta luz, / tan distinta, tan pura /…/ Qué dicha estar aquí / y contemplarlo todo /…/ Y palpar el asombre / desde estos ojos míos que ahora ven / con esta nueva Luz que nos alumbra”. Por ejemplo, con el oxímoron: “Te marchas otra vez / dejándome una huella luminosa / brillando en el tejado”.

Siempre hemos encontrado en su poesía un componente espiritual (no es baladí que dedique un estudio al deslumbramiento de Saulo de Tarso en Caerse de espaldas): “Te evoco ahora, Luz, / y nada vale más que este momento /…/ La memoria se ocupa de engañarme, / te aparta del lugar en mi recuerdo / y os sitúa en el plano distanciado. / Pero no lo soñé. Ahí estabais los dos / y nos iluminabas”. Una poesía que no deja de ser confidencial, esta vez, casi en voz baja.

La identidad es uno de los temas que siempre han poblado la obra de la jerezana, en este caso, en el linaje femenino y lo que conlleva: “Todo sería más fácil / si no hubiera aprendido / a convivir contigo /…/ Pero es que existo en ti / y en ti me reconozco. / Me atraviesas, cálida, repentina, / y te expandes, llameas transfigurar el mundo / y me quema / y ardo”. Queda resumido en el último poema: “... tu regazo, / un huerto generoso, / un enjambre, abuela, / donde una vez estuve”. Una luz que ilumina, enseña y no deslumbra y, sobre todo, que se transmite con el bellísimo cuidado de unas manos a otras.

Reseña de Patricia Iniesto: ‘Cosmogonía de la luz y del invierno’. Oblícuas. 2021.

 502. Portada Cosmogonía (baja)


Patricia Iniesto es licenciada en Filología Hispánica y máster en El Mundo Clásico y su Proyección en la Cultura Occidental. Actualmente ejerce como profesora de Lengua Castellana y Literatura en un Instituto de Enseñanza Secundaria de Madrid. Poemas suyos han aparecido en Cuadernos del matemático, Sapos y culebras, Vuela palabra, Vórtice o Altazor. Este es su primer poemario con el que consiguió el Primer premio La Nuca XIII.. Luego vendrán La forma del viento (Ediciones Vitruvio, 2022) y el recientísimo Toda palabra es una duda (BajAmar, 2024).

Este primer poemario cuenta con el prólogo de Alberto Trinidad y es una revisión, una mirada hacia el pasado que asume con una cita inicial del Popol Vuh. La primera parte se centra más en los primeros años, Cosmogonía, “Mi mundo fue una vez una epopeya sin héroes clásicos”. Son poemas muy significativos, Patricia Iniesto parte de un elemento cotidiano y construye un poema emotivo y sincero, directo y sin artificios: “Yo guardo, en un cajón cualquiera, / todo lo que cojea en la memoria. /…/  A veces abordo entusiasmada los viejos cuadernos /…/ Rebusco, finjo que vigilo, compruebo / que sobrevivo a su sereno alboroto, / a sus huecos impensables, a toda la prosa / que acecha tras los centímetros cuadrados / en los que atesoro toda esa cosmogonía / secreta” (Cosmogonía).  Asistimos a los paisajes de su infancia: “Hubo una vez un mundo que cabía / en la ventana de un piso bajo, /…/ Hubo un mundo que construía / su paraíso con el barro agnóstico / de la infancia en un tiempo todavía / sin noción de sí mismo” (Hubo una vez); “En un aula cualquiera de un año que se reinventa en mi memoria. / No importa el día de la semana, no importa la estacón del año / ni la latitud. / Ícaro espera mi respuesta con derrotada paciencia. /…/ Me empeñé en que solo me gustara el final de tu historia” (El vuelo de Ícaro). Incluso a las pequeñas contrariedades de las que saca mucho más que la simple anécdota: “Aprendiste a contener con tu aliento / las palabras enjauladas, / a apresar el murmullo / de todos los secretos mal guardados” (Ortodoncia). Encontramos aciertos llenos de ironía y verdad como en Sísifo: “El cuerpo no siempre entiende / los matices del lenguaje figurado. /…/ Nunca distinguirá entre el peso de la emoción / y los kilos de materia que tiran / de ti o te empujan hacia el otro extremo, / probablemente remoto”.

La luz es el nombre de la sección central, que más que servir de gozne, es una declaración de intenciones, una identidad en construcción: “Ignora que el punto de ebullición de algunos / recuerdos es de cuarenta y un grados a la sombra / y que hay heridas que cicatrizan a doble espacio, / siempre en times new roman, siempre en los monotemas / censurados no en la boca, sino en la parte más oculta / de su orografía” (Insomnio); “El termómetro azota con fatiga / la atmósfera arenosa de los sueños” (Frecuencia modulada). Como en la sección anterior, los acontecimientos toman una trascendencia que puede ser compartida: “Olvidará otra vez el verano su contorno. /  Todo se hundirá en la memoria desdentada / de los charcos, en el silabeo precoz y mutilado / de la tarde”. Son memorables las imágenes, como decíamos, que se mueven en la ironía y la imaginación poética: “El otoño, en algunas zonas de nuestra geografía, / es una especie en peligro de extinción. /…/ Habita preferiblemente en los charcos y en / las luces prematuras de las farolas / y tiene predilección por ciertas palabras, / muy desgastadas ya por el uso literario” (Otoño). Y especialmente precioso el largo poema Distancia.

En cambio, la última parte, El escozor del hielo, está llena de sufrimiento. Cambiamos la estación del otoño: “Cuando lo entendí / ya era tarde y el invierno había llegado /…/ No solo el paisaje había cambiado / también  el idioma con que se traduce / el escozor del hielo”. En estos últimos versos se adentra en la desolación: “No se aprende a ser cicatriz sin haber intentado silenciar la escarcha, / sin haber sobrevivido al dolor de la sutura”; “La primavera llegará a los centros comerciales mucho antes de que tus dedos hayan aprendido a fundir la escarcha” (18 de febrero). Se suceden los momentos de desamparo: “Todos los epílogos los consumió / el domingo, recomponiendo unas veces, desdibujando otras, los restos imprecisos / de otros días” (Desayuno con diamantes); “No sé qué hacer con este invierno tan seco”o “Hay días que se hicieron para recordar que / la lluvia es solo una herida muda / que nos muerde por dentro” (Hora punta).

Esta sección trata de comprender cómo pudo sobrellevar  un periodo vital difícil, en el que “Hicimos leña del árbol caído / como única forma de / sobrevivir al invierno”. La compañía no contribuyó a la sanación, al contrario,  “Nos hicimos adictos al invierno / a sus huesos de escarcha, al vaho / de las ventanas de los viernes por la tarde” (Atrapado en el tiempo). El poema final es un hermoso canto a la resistencia, casi a la esperanza:

“Volvieron los viejos tiempos.

Y trajeron sobre sus espaldas

los restos de todas las vocales heridas,

las piedras con las que tropezamos

tantas veces,

el polvo que nos amordazaba

con los labios enjaulados

con que bailan los muertos” (Viejos tiempos)