domingo, 29 de septiembre de 2019

Contradicciones


Cuando decimos que el ser humano es racional parece que olvidamos la multitud de actuaciones que realizamos por razones peregrinas. La razón no es siempre razonable, ni lo razonable tiene siempre la razón. Somos capaces de defender una posición y su contraria, no sé de qué manera las personas gozamos, porque es gozar, de una ceguera selectiva para ciertas disfunciones. La psicología habla de sesgos cognitivos, pero también insiste en la disonancia cognitiva. En ocasiones, cuando nuestras creencias son muy poderosas o se atacan las bases más esenciales de nuestra personalidad o nuestros intereses, transformamos la realidad, es decir, nuestra percepción de la realidad se funde con la fantasía y afirmamos que el dios único es trino.
                La deseabilidad social, esa necesidad que tenemos de agradar a los que nos rodean, es muy chivata, porque obliga al hablante a conjugar un discurso supuestamente aceptable, con las ganas irrefrenables de expresar lo contrario. Puede conseguirlo, sin duda, pero la comunicación no verbal, e incluso la verbal, suele delatarnos, como un finiquito en diferido con simulación de contrato. De manera usual las frases comienzan con “yo no soy…., pero…”. No soy racista, pero los gitanos, los inmigrantes, los musulmanes… El subtexto es muy elocuente. No me gusta ser racista, pero lo soy. No está bien visto ser un racista, pero me sale de dentro.
                No nos gusta que nos pongan en evidencia. Odiamos constatar que no somos tan perfectos como nos gustaría. Asumimos de muy mala gana que obramos mal, que no hacemos lo suficiente o que somos algo hipócritas. Lo sobrellevamos si es un buen amigo quien nos lo advierte, pero en los demás casos, echamos tierra a la amistad, o ponemos tierra de por medio. Lo vemos demasiado a menudo. Sospecho que en el miedo al dentista pesa tanto el dolor al instrumental como el bochorno de que nos recuerde que no nos cepillamos bien, no usamos correctamente la seda dental… Ellos lo saben y algunos son condescendientes. A fin de cuentas no se pueden permitir el lujo de perder clientes.
                En el plano moral o en el político sucede algo parecido. Quizá nos veamos como seres bienintencionados, con un compromiso mucho mayor y una conciencia sobre los temas candentes mucho más clara y pura. Aun así, hay activistas que realizan su labor de manera más comprometida. Estamos por encima de ellos. Nosotros, al menos, no tenemos contradicciones. O no somos capaces de percibirlas.
                Me aventuro a sospechar que algunos de los movimientos sociales contemporáneos no tienen buena prensa porque nos recuerdan las pequeñas miserias que cotidianamente cometemos. Mucho se está hablando del ecologismo a cuenta del movimiento encabezado por Greta Thunbert. Las despiadadas críticas como las benévolas siempre hacen hincapié en lo peligroso que puede ser el integrismo ecologista. A un paso del ecoterrorismo, dicen, ignorando, no sé si deliberadamente, los cientos de asesinatos de líderes locales en América Central y la Amazonia. Y mucho antes que esta jovencísima líder, no hay excusa. El ecologismo cae mal porque nos pone delante de las narices lo poco que hacemos para conservar el medio ambiente y lo mucho que seguimos haciendo para empeorar nuestras propias condiciones vitales.
                El hecho de que esta mala conciencia esté patrocinada es también motivo de debate. Sorprende muchísimo que se desprestigie este movimiento porque hay oscuras tramas de energías alternativas o millonarios que, con cara de filántropo, se estén forrando con esta publicidad. ¿Cómo somos capaces de olvidar los lobbies de energías contaminantes, como el carbón, el petróleo o la energía nuclear? ¿En serio creemos que son más poderosos? Por eso consumimos la mayor proporción de energía eléctrica proveniente de energías verdes.
                Quizás la mala conciencia esté patrocinada precisamente por estos contaminantes en el sentido de decirnos a la cara, tú también contaminas. Incluso las vacas contaminan. Tanto que olvidamos la principal fuente de contaminación, que son las industrias basadas en el carbón, el petróleo, los desechos y la falta de control.
                El veganismo se presenta como una opción moral (qué curioso, también habla de la huella contaminante de la industria cárnica) y por eso tendemos a rechazarlos. Los moderados porque estamos incómodos. Los más insensibles aprovechando argumentos soeces ad hominem, o ad mulierem en las últimas semanas.
                No solo el machismo es el gran enemigo de la igualdad. El feminismo debe luchar también contra la inacción de los que creen que con la igualdad legal está todo conseguido y por ver un par de mujeres en puestos importantes ya es suficiente para constatar que cualquier mujer está en las mismas condiciones para alcanzar cualquier puesto o cargo. Y sabemos que no es cierto. Sabemos que hay mayoría femenina en el estamento de los jueces, y sin embargo, ni una en el Consejo Superior del Poder Judicial.
                Personas, varones y mujeres de bien se sienten cuestionados por sus actitudes machistas, aunque sea en esos micromachismos cotidianos que se van escapando y que dentro de unos años nos parecerán inverosímiles. Varones que no se sienten machistas ven con desagrado lo que consideran una exageración. Exageración es decir que el feminismo está acabando con la cultura y la libertad, como defendía un ilustre liberal unido sentimentalmente a la crema de la prensa rosa. ¿Cómo voy a ser machista yo? Frase que he escuchado demasiado a menudo para comprobar, acto seguido, que se siguen insistiendo en las mismas discriminaciones absurdas entre hombres y mujeres. No vemos la incoherencia. Y nos importa.
                Abogamos por sentirnos todos hermanos, pintamos carteles con todas las razas, celebramos la epifanía del niño Jesús como símbolo de la llegada de la Palabra de Dios a todos los pueblos. A la vez tememos al que viste diferente, al que tiene aspecto de ser más moreno, que viste con otras costumbres. Sospechamos de los menores cuando se nos cae la baba con los niños. Así somos. No nos importa porque los progres son peores, son capaces de comprarse grandes caserones, celebran bodas con lujos, compran ropa o coches de gama media o incluso alta. Les exigimos que sean como sus votantes porque son incoherentes. No pueden representar a los pobres si no lo son. Por lo visto los partidos conservadores no tienen obligación de representar a toda la población, pobres incluidos, y por eso pueden hacer exhibición de descocada inmoralidad en sus gastos.
                Lo que nos duele es la conciencia de una culpa que podríamos subsanar, que implicaría compromiso y constancia. Un poco de reflexión porque, además, todos saldríamos ganando. Preferimos la culpa sin necesidad de reparación, porque no obliga a nada y nos da la sensación de ser buenos por reconocer el pecado. La Iglesia lo sabe, y, para no perder más adeptos conjuga sabiamente la regañina, la acusación perpetua de la culpa con la condescendiente suavidad del perdón. Nos permite entrar como pecadores, y poder volver a serlo mientras estemos en el seno de la Santa Madre. Dios lo perdona como un padre. El problema es que el planeta no se puede permitir ser tan débil de carácter. No perdona porque moriremos aplastados en la basura y la contaminación.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Reseña de Ismael Velázquez Juárez: ‘Sea un arma. Manual de autoayuda contra sí mismo’. Liliputienses. 2019


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Ismael Velázquez Juárez es un poeta de Iztapalapa (Distrito Federal, México).  Mantiene un blog activo http://ismaelvelazquezjuarez.blogspot.com/. Su trayectoria oscila entre la poesía (Polvo de billar, Lugares y no lugares para caer muerto en Richard Brautigan, Producto interior bruto, Esto no significa nada y Nombrarlos desaparece), el aforismo (Arte de beber) y la poesía visual (Where do we go from here, Bulldozer). Podríamos decir que este Manual de autoayuda es un híbrido entre estos tres géneros. Publicado originariamente en México en 2014, consiste en una imagen de un hombre de espaldas con chaqueta clara y fondo negro se superponen las supuestas frases de autoayuda, comenzando por “Bienvenido. Mi caza es su caza”. Liliputienses lo pone de nuevo en circulación con el exquisito envoltorio a que nos tiene acostumbrado en su encomiable labor de acercar la poesía del otro lado del Atlántico.
                Juegos de palabras, perversiones de fases hechas, paradojas construyen un certero arsenal para sobrevivir al propio ego. “Sea alguien mientras no limite su original a no ser nada”. El uso del imperativo y del usted otorga un carácter marcial, terrible como el destino. Esta colección de mandatos posee algo de la textura de un meme, pero va más allá, a pesar de la aparente desorganización de los consejos, su enumeración supera la simple ocurrencia o la chispa poética. Un pequeño cofre donde guardáramos el revólver o la cápsula de cianuro de emergencia. La cualidad visual, el sujeto de espaldas, del que no conocemos el rostro, vestido con una chaqueta clara no se dirige a nosotros, las frases sí, con la contundencia del imperativo y la rotundidad de la tipografía. Somos el sujeto que lee y que se mantiene en la fila con los sujetos exactamente iguales que componen las páginas del libro.
                Detrás de Sea un arma hay un intento de deconstruir las certezas cómodas del pensamiento posmoderno. En una vuelta de tuerca, las inseguridades, la filosofía centrada en el sujeto que ha muerto (Foucault).  Ya no cabe preguntarse sobre la identidad, ni siquiera sobre el lugar que uno ocupa en un mundo que no comprende. Son preguntas sin sentido. El conocimiento, como el poder, no se tiene, se ejerce. Y en este manual, Ismael Velázquez, propone  abolir estas preguntas y dejar sin sentido la búsqueda. Vivir en la desorientación  de un mundo que tiene objetivos, planes y metas que no nos corresponden y que juegan contra nosotros.: “no se engañe, nada de lo que piensa demuestra que usted piensa”.
                Una estrategia de conformismo como método para escapar al control, la aceptación como elección. Dentro del plan, siempre mantener el silencio o decir la verdad como respuesta a la falsedad generalizada. Son consejos para ir atravesando un espacio vigilado de manera constante y fatal. La parquedad y concisión de los mandatos intimidan de igual forma que su contenido atroz y sin sentido. Contagian el nihilismo en que está imbuido el autor.
                Como emergencia, abandonar cualquier aspiración de emancipación y mucho menos grupal, desconfiar del grupo, de la seducción del compañerismo y la intimidad: “Explíquese , pero solo a las piedras”. Aceptar que no hay salida, que ni siquiera estamos condenados a ser libres, que ni podemos liberarnos ni podemos siquiera decidir: “Que usted pueda salir de un zoológico e irse a casa no quiere decir que sea más libre que los monos”. Todos los consejos recogidos pueden ser el breviario para Winston Smith que simplemente colabora con el Gran Hermano a medida que intenta escapar.
                Ismael Velázquez conoce demasiado bien el sistema en el que uno es su peor enemigo, que se alimenta de las aspiraciones frustradas y renovadas: “Sea feliz, fracase”. Y recoge la rabia, que es la otra respuesta ante la desaparición silenciosa que no moleste. Como Nietzsche sospechó, “hablar ya es inútil, ladre, o mejor, muerda”. A fin de cuentas, “Dios creó nada, destruyó todo, usted es un escombro”, así que, si acaso una inyección de vitalismo, “nunca encontrará , nunca sabrá nada, pase y diviértase”, o ocaso lo contrario, “mire por la ventana, salte por la ventana, intégrese al paisaje”.
                Dante lo advirtió en el Infierno, abandonad toda esperanza.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Reseña de Miguel Catalán: ‘Diccionario lacónico’. Sequitur. 2019


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El filósofo y ensayista Miguel Catalán hace un hueco en su proyecto magno Seudología para entregar un diccionario peculiar, un diccionario que, a semejanza del de autoridades, no trata de encontrar una definición en sí, sino de recopilar definiciones de otros autores. Además, dichas definiciones tienen que condensarse en forma de aforismos cortos, donde la expresividad cuente más que la precisión terminológica. La dificultad es extrema y su preparación muy laboriosa.
“Esta obra, lenta como un elefante, concluye su andadura cuarenta y tres años después de que un estudiante de bachillerato se puso a buscar, diccionario de alemán en mano, el puente que unía algunas palabras abstractas o compuestas con sus significados concretos o simples para conquistar un «territorio propio» donde no pudiera perderse”.
A cambio, la lectura es extremadamente gozosa, gracias al ingenio, la ironía y el buen tino de las acepciones entresacadas.
                La tarea de definir es uno de las actividades mentales más recurrentes y exigentes. Todos podemos manejarnos con una idea difusa de los conceptos, pero, cuando se nos pide que explicitemos una definición, es entonces cuando nos damos cuenta que no somos capaces de ser tan precisos, cuando aquella advertencia de Aristóteles que preside este Diccionario lacónico nos supone un desafío inabarcable. Preferimos recurrir al ejemplo, a la casuística, es cuando… Una definición ortodoxa es aquella que nombra la especie y luego especifica cuál es el aspecto que distingue lo definido del resto de su especie. En modo alguno deberemos definir por extensión, nombrando uno tras otro los incluidos en la categoría.
Barca. Cuna recobrada (Gaston Bachelard)
Caridad. Virtud que precisa de la injusticia (Jaume Perich)
Casarse en segundas nupcias. Triunfo de la esperanza sobre la experiencia (Samuel Johnson)
Estrangular: asesinar a mano (M. Catalán)
Las definiciones que Miguel Catalán ha ido recopilando brillan más por su expresividad que por ajustarse a esta definición de definición: “No todas las definiciones de este diccionario son esenciales, pero su primer criterio sí es el de la precisión sucinta” (p. 8). Unas son propuestas ya desde los textos originales, en los que los autores pretenden ofrecer una definición, mientras que otras son entresacadas de fragmentos en los que, de manera oblicua, acaban siendo clasificados y explicados los conceptos. La consecuencia es que el diccionario pierde en objetividad porque gana en la subjetividad de los autores, que es la principal baza a la que jugamos en este diccionario.
                La realidad es inaprensible y la tarea de conceptualizar es una de las más esenciales para luego lograr aprehender y controlar lo definido. En la ciencia da paso a la técnica, en estas definiciones más literarias y filosóficas, da paso a un escepticismo sano y ocurrente. A fin de cuentas, el arte, la poesía no son sino otras formas de conocimiento.
Felicitación. Civismo de la envidia (A. Bierce)
Izar. Arte de ahorcar banderas (Isabel Bono)
Jabón. Disolvente higiénico (Eloi Roca)
La nómina de autores es enorme y son reflejados fielmente en los índices a través de los diccionarios de autoridades y las compilaciones de citas, desde el inevitable Chesterton hasta el propio Miguel Catalán, autores clásicos y modernos en varios idiomas, los grandes definidores,  Aristóteles, Burke, Chateaubriand, Pascal, Bierce y los humildes que meten el dedo en la llaga de la definición. A veces recurre a la etimología o al monumento de la palabra española que es el Diccionario de María Moliner, que resultan ser tan ingeniosas y brillantes como una greguería de Gómez de la Serna.
                Definiciones muy heterogéneas, porque las hay que privilegian el ingenio, el humor, mientras que otras pretenden un contenido más filosófico, que apele al asombro y la concisión. Es un libro que se puede leer como una colección de aforismos, pero que, incluso puede ayudar como diccionario en toda regla. Con todo ello no podemos dejar de ver, detrás de estas definiciones ajenas y esta voluntad enciclopédica, a un autor, a un Miguel Catalán que nos ofrece su particular versión del mundo, un filósofo que está pensando a través de las palabras de otros. No olvidemos que en sus colecciones de aforismos (recopilados en Suma Breve, Trea 2018), siempre se acompañan de aforismos ajenos que le hubiese gustado al autor haber escrito. A pesar de lo que el autor nos confiesa, “que la fórmula elegida haya despertado mi interés no significa que la suscriba, sino solo que constato la huella impresa en mi mente por un enunciado cuya fuerza actúa por encima de las diferencias personales” (p. 10). No deja de ser una cartografía espiritual y filosófica del autor, de los temas que le preocupan, de sus cuestiones polémicas, una crítica a unos tiempos inciertos que parecen olvidar todo lo que el pasado ha establecido.
Judíos ortodoxos. Personas cuyo estilismo no tiene perdón de Dios (José Delgado)
Microscopio. Aparato que engrandece el universo (Chesterton)
Precipitación. Hermanastra del retraso (Alfred Tennyson)
                Julio Cortázar llamaba en Rayuela “cementerio de palabras” al diccionario y nos proponía en el famoso capítulo del tablón practicar unos “juegos de cementerios” en los que desacralizáramos la pomposidad de las definiciones encorsetadas y violáramos su sentido original, desafiáramos la inteligencia para utilizar en la misma frase las palabras que el orden alfabético había situado próximas. El juego de cementerio que nos propone Miguel Catalán es recrearnos en las palabras que otros han definido con otras palabras, porque así nos asomamos a otros puntos de vista, otras realidades que no dejan de ser las nuestras. Lo sabremos cuando la sorpresa, la sonrisa, incluso la carcajada nos haga alzar la vista de las páginas del Diccionario y la cabeza asienta dando la razón a lo que acabamos de leer.
Viaje. 1. Trayecto que nos aleja de nuestra cama (Ana Pérez Cañamares). 2. Serie de  incomodidades que se transforman en buenos recuerdos (J.L. Borges y A. Bioy Casares)

    

domingo, 22 de septiembre de 2019

No ensoberbies a Dios


Cuando alguien se queja de su mala suerte, era costumbre tradicional, al menos así repite mi suegra, advertirle que no debía quejarse, que había otros peores y que cabía la posibilidad de recibir un castigo por tamaña insensibilidad: “no ensoberbies a Dios”, se decía. Me llama la atención la expresión y no tengo claro que sea un localismo. La formación de la palabra a partir del sustantivo “soberbia” parece correct: de fango, enfangar, de soberbia, ensoberbiar. De todas formas lo compruebo y no aparece en el buscador. En el diccionario de la Real Academia no consta el término. Como mucho sale en lengua gallega con el significado de volverse soberbio. Pero no parece el sentido que aprecio en la expresión. Al consultar con Fundéu me remiten, como variante local, a “ensorberbecer”, “causar o excitar soberbia a alguien”. Se utiliza también en expresiones referidas a un mar embravecido.
                Ensoberbiar a Dios, pues, parece querer decir que estamos provocando la soberbia del Altísimo, quien, enojado por nuestra falta de consideración, tenderá a castigarnos, a mandarnos una desgracia mayor para que tengamos razones de peso para quejarnos. Resulta extraño que el Todopoderoso pueda enojarse hasta alcanzar la soberbia. Ya sabemos de la proverbial ira divina que castigó a la Humanidad con el Diluvio, con la profusión de lenguas tras el proyecto de la Torre de Babel, tanto como individualmente a los mercaderes del templo o quienes aspiraban a considerarse mejores o mayores de lo que les estaba destinado. En una de las acepciones de la palabra, soberbia es sinónimo de ira o cólera que se manifiesta con “acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas”.
                La expresión parece encajar en la historia de Babel, en la que los hombres, demasiado seguros de su poder, decidieron desafiar a Yavé y Este los confundió con la aparición de la diversidad de idiomas. A nivel teológico deberíamos aprender que no conviene retar a la divinidad, que  será quizá vengativa y siempre más poderosa. A un nivel mítico procura una explicación de la aparición de diferentes lenguas y nos ayuda a comprobar que cualquier tipo de soberbia acarrea funestas consecuencias en cualquier proyecto común. Parece que no es mal consejo.
                También podemos entender la expresión en el sentido de que si nos volvemos soberbios podemos enojar a los demás. La diferencia es importante. En la primera propuesta ,Dios se vuelve soberbio, que encajaría con el sentido que tiene en galego. En algunos lugares de Ecuador y de Perú también se utiliza, por lo visto, el verbo en el sentido de convertir en presumido (“el elogio por sí solo lo único que hace es ensoberbiar”), pero también en el sentido de irritarse, “no me haga ensoberbiar”, repite como marca de la casa un capitán encargado de buscar a Pablo Escobar en una serie de Televisión.
                En ambos casos subyace la consideración negativa de la soberbia. Este sería un sentimiento en el que el orgullo, que puede ser legítimo e incluso recomendable (uno tiene que tener su orgullo), pasa de un grado de virtud a pecado. La soberbia es la creencia –injustificada– de estar por encima de los demás y actuar en consecuencia despreciando a los otros. Para ser soberbio hay que demostrarlo con gestos que manifiesten la vanidad y la humillación del prójimo. De una manera irónica “soberbio” puede ser algo digno de mucho mérito, como “bárbaro”.
                La soberbia es considerada un pecado capital, que, como define según la tradición cristiana, son aquellos pecados que llevan a cometer otros pecados, como la codicia, la rebeldía, el despotismo y la crítica a los demás. La soberbia fue el pecado de Lucifer al creerse igual a Dios. En el mundo griego la hybris funciona de una manera similar. Es la desmesura ante los límites. Se aplica a aquellos que desafían a los designios de los dioses y se aplica a los que, enamorados, pierden la cabeza y la dignidad. La insolencia ante los dioses también era castigada severamente, como en el cristianismo, pero sin recurrir a la noción de pecado.
                Parece que diferentes sociedades humanas necesitan regular la conducta de excesivo orgullo y narcisismo de alguno de sus elementos. Tiene sentido. En algunas tribus de cazadores, cuando alguien presume de haber cobrado una pieza de gran tamaño, el resto del grupo lo minimiza, duda de las capacidades del cazador, denigra la calidad de la carne con la intención de evitar que la soberbia lo convierta en alguien nocivo para la convivencia.
                Como en tantas ocasiones, el problema es la dosis. Para prevenir la soberbia, demasiado a menudo talamos la autoestima. La sociedad se involucra en una espiral de negatividad disfrazada de humildad en la que el bienestar psicológico de sus integrantes se sacrifica en aras de la convivencia estable (de ahí bajar los humos). Nadie sobresale, no hay envidias, ni protestas. Contra esta inversión de valores, Nietzsche se alzó y recuperó el noble orgullo como aspiración y medio de vida. Supo ver como nadie los peligros de una humildad forzosa, los desastres de las pretensiones de igualdad que tantos individualistas liberales han recalcado desde entonces. La aspiración a ser mejor, más alto, más fuerte, más rico es el motor de este mundo en estos tiempos inciertos. Y si la codicia no era mala, según Gordon Gekko en Wall Street, tampoco la soberbia debe serlo. Es lo que empuja a los grandes hombres. La ambición, cuanto más desmedida mejor, es el combustible del liderazgo, del emprendimiento, de la realización personal.
                De esta medicina, la dosis adecuada es lo que se suele llamar autoestima en el lenguaje ordinario ya tan psicologizado. Recetar autoestima, quererse a sí mismo, ignorar lo que los demás quieren de nosotros, huir de la humildad y explicitar los deseos y necesidades son las Tablas de la Ley de conservación del bienestar interior. Sin embargo, también debemos colaborar con los demás, trabajar en equipo, no ser desconsiderados con el resto ni con el medio ambiente. La solidaridad, heredera de la fraternidad de la Marsellesa, no deja de ser un imperativo moral, o, cuando menos, un eslogan casi obligatorio para poder dormir tranquilos.
                La Soberbia hacía referencia al control social –y divino– que una comunidad ejercía para evitar comportamientos antisociales, egoístas y destructivos. En el nuevo desorden afectivo, encontramos voces que agitan su bandera como método para alcanzar la felicidad, sin distinguir claramente la necesidad de pensar en uno mismo y dejar de sacrificarse de lo que es el puro narcisismo. Más aún cuando tenemos tantas oportunidades para la soberbia, tantos espejos y ventanas para alardear de nuestros logros, cuando tenemos tantos modelos de éxito que presumen de su propia soberbia a los que aplaudimos y jaleamos, a los que envidiamos.
                En los tiempos de crisis que no se terminan de distinguir de los días normales, lo único que nos va a quedar claro es que, entendamos la soberbia en cualquiera de sus significados, queramos comprender la expresión en cualquiera de sus sentidos, lo que no debemos es ensoberbiar a Dios. Una frase terrible que nos conmina a la resignación y la aceptación de cualquier calamidad cortando las alas de cualquier protesta o intento de solución. “Otros peores” nos advierten de que todo puede empeorar y que debemos dar gracias de no ser los otros. Quizás esa sea la utilidad psicológica de los mendigos, de los vagabundos, de los refugiados, de los migrantes que no alcanzan la tierra prometida, saber que la desgracia no nos ha tocado, que el infierno sigue ahí fuera y lo poco, lo poquísimo que podamos tener es mucho más de lo que “otros peores” padecen. Un ejemplo para el control social.
No debemos quejarnos de nuestra incierta suerte porque seguramente, el Dios de los Mercados querrá cobrarse un tributo mayor, más horas de trabajo, la desconexión y las vacaciones, los salarios, las condiciones laborales, la inseguridad, la vivienda, las ambiciones de llevar una vida digna, los deseos de tranquilidad siquiera.
                No ensoberbiemos a Dios, otros peores.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Reseña de Jesús María Gómez y Flores: ‘La complicidad de los amantes’. Takara. 2019


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“Te has reconciliado con el silencio”

El cacereño Jesús María Gómez es un veterano activista cultural. En la actualidad coordina el Aula de la Palabra y la sección editorial de la Asociación Cultural Norbanova (Cáceres). Ha publicado El Otro yo (Colección Abezetario, 2005), El Último Viaje (Norbanova, 2007), A Contracorriente (Editora Regional de Extremadura, 2009), Arcanos Mayores (Norbanova, 2012), Escenarios (Vitruvio, 2014), y El tacto de lo efímero (Vitruvio, 2016), Líneas de Tiempo (Ediciones Vitruvio, 2018), además de la plaquette Aguardando la lluvia de octubre. Además, es coautor de La tarjeta postal en Cáceres 1900-1940 (Cicon Ediciones, 2002), junto a María Antonia Fajardo Caldera. Ha dirigido Norbania, Revista de Literatura y Creación.  Ha colaborado en diversas revistas y libros corales y mantiene el blog "Escenarios".
                El libro se articula con una estructura precisa. Como diría Cortázar, este libro es muchos libros. Una serie de escenas y de digresiones van describiendo, más que un fresco, un itinerario que comienza con La obsesión de Dante, una serie de poemas situados en Florencia. Un verso resume maravillosamente la intención, no solo de esta primera parte, de la intención subyacente a todo el libro: “el verso será después sólo una excusa / una criatura alumbrada de ese barro” (Santa Margherita dei Cerchi). Jesús M. Gómez procura acercarnos una visión desde la intimidad hacia el paisaje: “Búscame en esta ciudad / donde las piedras llevan marcadas las claves de la sabiduría / y los misterios del otro lado” (Búscame).
                Más que desgranar las peripecias de las escenas, que el propio autor facilita en un epílogo, merece la pena detenerse en los versos que, certeros, acaban cruzando los poemas, con voluntad de “Perdurar / en la serenidad del desafío” (Infinito). Este es un poemario en el que se filtra la belleza y el oficio, el amor y la poesía: “aquí           a solas / te revelas en la impaciencia de la palabra / embrión todavía / del poema” (Vigilia); “Pertenecemos al insomnio / las horas que rolan a destiempo nos contemplan” (Éxtasis). La poesía como nexo de unión entre el verso y su destinatario, así como entre los versos y nosotros, los lectores: “la palabra es siempre clandestina / en labios que comparten las hogueras” (Háblame).
La actitud del poema es situar la acción en un escenario, tomar la personalidad ajena, recrear los sentimientos para así hablar de lo importante, de lo radicalmente esencial: “Me obstiné en seguirte / por calles angostos / plantando cara a los avatares de la vejez / a la aleve góndola del olvido /… / Con el idioma acuarelable del deseo”” (Tú… Beatriche); “Seguir buscando la seguridad que me reglan tus ojos” (Buscar refugio); “sólo quedará el barro / y los huesos / mudos rehenes del abandono y la fiebre” (Polvo a polvo).
Podríamos ir engarzando citas con las que se explicaran los andamios de este libro: “Escribir nos devolvería el paisaje / de la memoria que porfiábamos en mantener / a flote”. Por ahí encontraríamos a personajes en distintos escenarios, como Mary Shelley y Jane Williams aguardando bajo el pórtico de Ville Magni. El siguiente recurso es el de encontrar la inspiración en diversas obras de arte, novelas, películas, cuadros… encarnarse en el diálogo entre el autor y su obra, entre el espectador y la obra o tomar el punto de vista fenomenológico. Alfter Dark, de Murakami, como antes a Ida Vitale o Shakespeare. A partir de la “Conversión del Caballero Francisco de Borja, Moreno Carbonero” del Museo del Prado puede desarrollar el tema de la inmortalidad: “Amor / levanta los velos / donde ya anidaron las cenizas” (2). O pasa a utilizar las grandes figuras míticas como Marilyn o las de otra mujer fallida en Sin pedir permiso (Sylvia Plath) junto a Storni, H. Quiroga o S. Zweig. La cuarta parte se pasea por el lado más oscuro de la desesperación humana: “El espíritu late / encallado en la ingrata vejez de los espejos 7 con el veneno / fluente mercurio / pestañeando bajo las uñas” [Sin pedir permiso (Sylvia Plath)]; “imposible ahuyentar por más tiempo / la asfixia / su grumoso alfanje” (2). Igual que Mary Jane Kelly, víctima del Destripador: “Cuando el auxilio hace oídos sordos / y la mente enmascara su caligrafía”. Le siguen personajes de ficción [La inquietud de Mina (Drácula, de Bram Stoker)]: “percibe el piélago ardiente de un beso / la húmeda avaricia de la vida eterna”; la doncella Bronwyn de la película El señor de la guerra que cautivó a Cirlot (“El aliento de los seres superiores es como la voz de las estatuas / apenas se escuchan en los compases de la vejez”); no tanto, como Sissi.
Inmenso en la noche física y conceptual, en varias partes sin puntuación: “La angustia / es incolora / el discurso de la fragilidad / se enrosca / bajo las durezas de la piel” (Ophelia 3); “Continuarán / con vida los poetas / celebrando / maldiciendo / los envites / de la madrugada / ir más allá / sólo pertenecen / a los suicidas” (Ophelia 5). Y en la noche oscura del alma pasa a la sección quinta, Cántico espiritual, donde aprovecha una escultura de Julio López Hernández del museo de Cáceres “Acaso la poesía habita reinos inexplorados / en la intrahistoria del asombro” (Esperanza y ella en el libro). Siguen poemas al hilo de San Juan de la Cruz “nos sobrevivirán acaso / la pasión / el éxtasis / de hacerse uno / con los itinerarios del alma” [Leyendo en voz baja (Cántico espiritual, San Juan de la Cruz)]; “Te ves como eres, con la pequeñez de las venas y los nervios, con los dedos acostumbrándose al braille de las palabras, a la equívoca complacencia de la eternidad”; “Amor de la esposa cuyo ser pertenece al Amado, comunión, que en cúmulo de confidencia y caudales” (Mystica).
                Cambiamos de paisaje y de estación en la sexta parte y es “Aquí el verano es real como la sangre / contagioso como el cuarzo de los troncos / y el lastre del sudor // precipitándose / hacia la hoguera de todas las cosas” (Solsticio de verano). Los personajes que andan detrás son los del largo verano del 36, Lorca, Miguel Hernández, los enterrados en el Cementerio del Este en Madrid o los que sufrieron el bombardeo en Guernica: “Grasiento el verano / precipita la invertebrada longitud / de esta ciudad               decidida a no olvidar” (Cementerio del Este, Madrid);  Se duele del cáncer / la fortaleza del brazo que empuña la espada” (Guernica).
Amante sin rostro vuelve a Murakami como punto de partida y con él, la atmósfera del jazz: “Ella sólo late / a las arboledas del jazz / en las cansadas ranuras del vinilo” (La Fatalidad). Con el mismo mood, la Coda, que comienza con Boulevard of Broken Dreams como el Nighthawks de Hopper. En Diálogo de hotel aprovecha un cierto regusto noir: “Destilan soledad las mantas de hotel / impregnadas están de otras pulsaciones / de otros adioses / de estremecimientos de bocas anónimas”
“Nada está libre de pecado
ni las calles

ni los dedos sucios de tinta
ni la enfermedad que correo los tejidos
tampoco la amanerada impostura del poeta” (Está escrito)
Es capaz de pivotar alrededor de Escher como de Borges: “En mi reflejo identifico los indicios del cansancio / el desaire de la inspiración que se resiste y coagula las palabras / la ansiedad esculpida en las estrías de la frente” [Spherical Mirror (M.C. Escher)]: “Tanteando ese punto del espacio que contiene / todos los puntos        el infinito todo” [El Aleph (Borges en Ginebra)]. Termina el poemario con personajes desdichados que van vagando como Los amantes anónimos (Pablo Neruda y Matilde Urrutia en Nyon) o los de la película de Jim Jarmush, Solo los amantes sobreviven:
“nos hemos jurado fidelidad     prescindiendo del tiempo
pues solo a nosotros pertenecen los trayectos de lo vivido

nadie nos pedirá cuentas
embadurnamos nuestros cuerpos con los colores del ámbar mientras el mundo
envejece ahí fuera         con su resaca de adioses

Nuestras horas                se anuncian transparentes
con las virutas de las palabras crepitando entre las uñas
sin intrusos ni remordimientos” (Only lovers left alive)
Contando, como confiesa el autor, con algunas digresiones, podríamos decir que, literalmente, La complicidad de los amantes es el tema que subyace en este poemario. El otro gran tema es el sufrimiento, con sus múltiples causas, pero sobre todo, por la maldad humana en sus múltiples formas. Sería injusto, sin embargo reducir este poemario a estos dos pilares, porque si sobresale alguna característica es la variedad de aristas y tonos, de temas y subtemas, libros dentro de libros, belleza, poesía...