martes, 31 de mayo de 2022

Reseña de Carmen Canet y Ricardo Virtanen: ‘Interruptores. Aforismos’. Sonámbulos. 2022

 Interruptores (Aforismos) - SONÁMBULOS ediciones


Con el subtítulo ‘Breviario de luces y sombras’ se presenta un volumen escrito a cuatro manos por Carmen Canet y el madrileño Ricardo Virtanem. No es la primera vez que la almeriense se embarca en un proyecto compartido, precisamente con el editor Javier Bozalongo tiene Cóncavo/Convexo (Esdrújula ediciones, 2019). En aquella ocasión cada uno daba una vuelta de tuerca al aforismo del otro, en esta se van combinando aforismos sobre diferentes caras de los temas, luces, sombras… El asombro no es sino la respuesta ante una sombra imprevista. Y no hay sombra sin una luz que la provoque. Las luces del asombro es la primera parte de este volumen. Carmen Canet propone unos aforismos de gran lucidez: “La aventura de la vida comienza dando luz. Se llama alumbramiento”; “La vida es de una claridad imprevisible. No se ve venir”; “Hay miradas, risas y caricias que iluminan más que la luz”; “Los miedos con la claridad se atenúan”; “Se encendía con los besos”. Con el sentido del humor tan característico de la autora que descubre las contradicciones en los intersticios: “Demonios con luces: Luzbel, Lucifer…”.

Por su parte Ricardo Virtanen propone más bien un sentido de definición: “Qué luz tenaz aquella que siempre te recuerda”; “Claridad: el humo de una corazonada”;  “Una luz cultiva una herida en los ojos. Melancolía”; “La claridad, río sucio que nace para ocultar”; “La claridad: esos pájaros transparentes”. Todo ello con un sentido lírico extraordinario: “Bajo la claridad, en poesía, se siente en inferioridad numérica”.

A una sombra de distancia es el siguiente asalto. En la conversación, Carmen Canet confirma que “Las sombras tienen su figura, su textura, su boceto, incluso su murmullo y su rima”. Además juega conceptualmente con las posibilidades léxicas de la sombra: “La sombra es el diálogo a tinta china de nuestro cuerpo”; “El asombro es la sombra de la sorpresa”; “Las sombras son los sueños derramados del cuerpo”; “A veces las sombras son como un rayo que no cesa”. Y dejar constancia, como se hace en todo el volumen, de las contradicciones  de la luz y la sombra, tomándolas en sentido literal y en el figurado: “Al hilo de la luz, las sombras se tejen mejor”; “Escribía, entre otra cosas, para dejar su sombra”. Ricardo Virtanen, por su parte, ahonda en los pasajes líricos: “Las secretas sombras de mi conciencia nacen muertas”; “Sombras sin cuerpo, lo que fuimos”; “Sombras que se envenenan de lluvia y se evaporan”; “Me sobran sombras humanas”. También en las definiciones: “Sombra que vuela: la desesperanza”.

Claroscuros. Oscuroclaros incide en el carácter contradictorio, en este caso de las posiciones intermedias. Carmen Canet entiende el aforismo como un método de pensamiento, una forma de llegar al conocimiento de lo que tenemos tan cerca que casi pasa desapercibido. Y un género tan exigente, que requiere una depuración extrema, una destilación de las esencias puede convertirse en sus manos en una ocasión para la reflexión y el discernimiento. Cuando hace explícito un aforismo como: “El faro unas veces da luz y otras no, pero siempre guía”, quizás no está descubriendo nada que no supiéramos, pero acierta a darle el sentido en el que quizás no habíamos caído, la razón última. Otros ejemplos: “Dentro de un libro vive la sombra del escritor. Afueras la luz del lector”; “Insomnio: cuando el cuerpo de la noche se tapa con las sábanas del día” o en la plegaria tan Goethe: “¡Por favor, enciende la luz, que me oscurezco!”. Ricardo Virtanen, que también ha cultivado el ensayo –y la música– parte de una posición similar, resaltando el elocuente oxímoron que da la luz y la sombra:“La claridad enturbia”; “La luz, ola que ensombrece”; “La oscuridad no nace del vacío, la luz, sí”. Y, aplicándolo como analogía, también encontramos “Esos seres vacíos que tienen muy pocas luces”.

La última sección es marca de la casa, son los Homenajes con luces (Canet)  y en la sombras (Virtanen). Se recogen aquí aforismos sobre aforistas como “Baltasar Gracián nos dejó la estela de su pensamiento a través de un héroe discreto y su oráculo luminoso” y el malogrado “Miguel Catalán, otra lucidez huyendo del tiempo en busca del tiempo”. Y se revisitan desde “Franz Kafka: Toda metamorfosis contiene restos de luz” a “Ángel Crespo: Traductor de la claridad del tiempo y de la vigencia de los clásicos”. En las sobras, Ricardo Virtanen insiste en “Baltasar Gracián: ¡Qué leve es la sombra que nos contiene!”, y añade a “Federico Nietzsche: Sombra que se niega a sí misma”; “María Zambrano: Su pensamiento espera a la sombra la eternidad” y “Carlos Edmundo de Ory: La sombra surgió de un parto lunar”, asumiendo en el estilo del propio aforismo el carácter de los aerolitos.

Está meridianamente claro que el arte del laconismo sigue en su alza, tanto en número como, sobre todo, en la calidad de los volúmenes que se están publicando. Ya sea en la lucidez, en la claridad, en el hallazgo de lo excepcional o en la escenificación de lo cotidiano, el mano a mano de Carmen Canet con Ricardo Virtanen es una delicia que se paladea y que invita a volver. Metáforas, analogías y símbolos son los que intuimos en estos aforismos tan exigentes que dan vueltas a conceptos que han resultado esenciales en la cultura occidental. No hay más que recoger la disputa entre la Ilustración, la herencia de las luces, y las advertencias que Adorno y Horkheimer hicieron de la Dialéctica del Iluminismo y retomaron los filósofos postestructuralistas de la posmodernidad. Ambos autores consiguen abrir senderos sin dogmatizar, abrir interrogantes para que llegue la luz a los claros del bosque y sepamos cuándo es necesario el refugio ante el calor sofocante dentro de la umbría y cuándo hay que apagar la luz con el interruptor para las buenas noches.

 

domingo, 22 de mayo de 2022

Reseña de Luis Eduardo Barraza: ‘ Contexto Marte'. InLimbo. Poesía. 2022

Página 1 - InLimbo


 

Aunque nació en Venezuela, Luis Eduardo Barraza Reside en Colombia. Desde allí dirige una biblioteca virtual, Poesía Vzla. Ha publicado hasta ahora Los días arqueados (2016), Clamarius (2018). Contexto Marte es un intento arriesgado, pretende ser poesía marciana, que no una marcianada. El matiz es interesante, porque no se trata de épater le bourgeois, lo extravagante por lo extravagante, sino arriesgarse a imaginar en un contexto sci-fi una poesía intensa. El libro se presenta como un microchip a partir de muestras de suelo marciano, con dos archivos, uno binario y “el segundo resultó ser un conjunto de textos en una compleja fusión de lenguas eslavas y túrquicas”. Según se indica, “Este importante libro que concluye con la edición que hoy presentamos estuvo bajo la responsabilidad y cuidado del reconocido filólogo, traductor y oeta colombiano Juan Jacinto Calabrés (…) la pícara e incipiente muestra de una futura y M de Mars y C de Context muy probable literatura marciana”.

Aunque pudiera parecer que se vulneran todas las convenciones literarias, comenzando por la tipografía o el orden cronológico –lo que hace especialmente difícil de transcribir y citar–, subyace un filón muy reconocible. Sería imposible el entendimiento si prescindimos de todo lo que es común. No niego, por otra parte, la complicación que supone citar estos poemas puesto que la maquetación es compleja, aleatoria, como un disco duro desfragmentándose. Es el Gíglico de la maquetacion en formato de diario numerado. Por ejemplo, el Día 102: “Esta histo / historia no como tal           bien puede empezar con / un hombre de pie intentando besarse las ingles por las mañanas            su nombre será el mío / su enfermedad la misma   su dios acaso / el Sol de su baba              quizás tendría un hijo no-nacido de mujer         a su vez nacido de peodo”. En resumen, como señala en uno de los fragmentos: “y por la que cedo a veces     a la no palabra” (Día 115).

Dejando de lado estas rarezas a medio camino entre la marcianidad y la informática, hay que resaltar el lirismo que, a bocajarro, nos transcribe Luis Eduardo Barraza: “Obedezco    al día / a la luz que asoma y me incorpora / a la mañana” (Día 11). Las palabras atropelladas, los conceptos superpuestos no quitan belleza a las expresiones: “Y si del suelo el grano la ranura el hueco de una bacteria              y si el ojo al sexo el pez que curva el agua anfibia se hace a Marte todo pluma y huella me cercano          y si llovieran los acantilados las colinas, las planicies olvidadas y se renovara la fe en el nombre de mi nombre ya sin pulso mi letra” (Día 103). Ni siquiera podemos evitar pensamientos filosóficos: “Toda vida es trama / Contingencia / meditación / lenguaje / y remiendo” (Día 99); “Si todo colgara de la idiosincrasia de dios             qué fácil sería el cuchillo” (Día 15).

También como en el Gíglico cortaziano, se pueden mezclar términos inventados ad hoc (Labodacia) con lugares concretos y desconocidos para el gran público como Gorgipia, que resulta ser una ciudad griega del mar Negro. Es por esta razón por la que elementos cotidianos se ponen en cuestión y toman sentido en un universo literario que cuenta con la coartada sci-fi: “Hablo de una cama / de una silla             y una mesa que no puedo ver / hablo de una playa emotiva / que me va restando los latidos y los colores del alfabeto / hablo de alguien más / hipotético / que me acompaña siempre        y me desnuda y me precipita a su seno con humildad              en su humedad larvaria que es abandono y exactitud de origen (…) y de la única / e impronunciable / que es acaso / la razón de toda mi existencia” (Día 84). Caben expresiones tan extrañas y entrañables como: “que Marte sabe y huele / al sueño extraviado de los calamares” (Día 130).

A pesar de estas excentricidades,  los temas que abarca este peculiar volumen tienen que ver con lo confesional por un lado (“y ser / una vez más / agradecido en la derrota”, Día 226) y con lo filosófico. Un ejemplo soberbio es el del día 72:

“De los héroes y sus ficciones   hay algo más allá de sus nombres y sus hazañas que escapa de nuestras limitaciones como individuos de una especie (…) Los humanos por el contrario               amanecemos con los pies atados al suelo        conscientes de nuestros errores de nuestra estupidez                y de nuestra grandeza (…) Porque la literatura                como cualquier arte       es también una máquina del tiempo     y de multiversos (…) una marea íntima y ajena al ADN de legar nuestras fuentes pozos e intemperies más profundas          para que otros las hagan suyas y con estas                         suya      el fantasma de nuestra derrota” (Día 72).

Como decimos, el tono confesional puede incluir las sensaciones básicas (“regreso      una ventana para ver correr la lluvia                la burocracia intuitiva de los días suspendida en la sencillez de un paraguas”, Día 97), los recuerdos (“Recuerdo a los buenos / y a los malos profesores / Recuerdo la portada del primer libro de Salgari que leí // Recuerdo a los amigos    los escapes               la fiebre secreta que nos acompañaba / Recuerdo las fiestas improvisadas        la rebeldía de la carne”; “Una y otra vez            me dibujo y me degrado entre los algoritmos residuales de mi vida”, Día 79). “Poco a poco / intimista y cotidiano” (Día 124), concluye.

De manera especial a los momentos padre/hijo: “53 años después / papá decide andar en bicicleta / No es fácil. / En nuestro vecindario los adultos solo viajan en auto o en tren /…/ Pero papá se levanta. / Papá siempre se levanta. / Sube una vez más a la bicicleta sin futro y me regala una postal para un poema que aún me niego a dibujar” (Día 113); “Persevera                en la huida         en una bicicleta imaginaria          abriendo el paisaje de los parques” (Día 39). Una de las claves la encontramos cuando confiesa que “Después de todo // tal vez he venido a Marte porque en casa ya no queda ningún lugar                 donde uno pueda llamarse Pedro Páramo”.

Son estos momentos introspectivos los que alzan la categoría poética en uno de los ejes: “Si me quedara poco tiempo /…/ y tal vez entonces y solo entonces / y a partir de ahí / podría salir a tocarle la entrepierna a esta necesidad hueco de sobrevivirme y estimularme en la distancia (Día 3);  “en ciertos papeles y cicatrices que nunca termino de cerrar                en ciertos olores matutinos que me devuelven al mar de entonces       a los parques     a los inviernos   al ala rota de mi madre            a su ausencia de cigarra” (Día 122). Un lirismo, desde luego, muy distinto al que Ray Bradbury soberbiamente nos regaló en sus Crónicas. Son momentos en los que podríamos identificarnos.  “No siempre soy el que te mira” (Día 118); “Padre solo he venido un segundo / a pedirte permiso / a llevarme / tu bicicleta / Quiero mirarme la espalda / desde el otro / inventar el mundo      una vez más / para ti” (Día 129).

Las sensaciones de soledad vienen parejas a esa nostalgia de la figura paterna y a la sensación de desamparo: “Del Diccionario marciano, cito:         P107 [Soledad: / acto de lanzar una pequeña roca hacia cualquier pare / y esperar / pacientemente / que alguien la devuelva]” (Día 62). Por debajo de toda la parafernalia no hay sino una forma de distanciamiento para que el sufrimiento sea menos doloroso al escribir, y que la esperanza tenga un lugar para desarrollarse:

“acomodado a cada uno lado a lado       todos juntos      riendo e inaugurando nuevos espacios y pormenores de familias          donde cruzarnos las miradas y los años otros e inciertos que me quedan // donde cruzarnos otras vidas y otros jamases / ya sin miedo a decir / perdón” (Día 147)

miércoles, 18 de mayo de 2022

Reseña de Luis Sánchez Martín: ‘Todo en orden’. Chamán Ediciones. Colección Chamán en su senda

 Todo en orden - Libros y Literatura


El director de Boria Ediciones vuelve al territorio del relato tras Sin anestesia (Hades, 2014), Bebob Café (Boria, 2016) y la poesía en Carrera con el Diablo (Lastura, 2019). Son historias que cuentan situaciones crueles, a veces extremadamente sangrientas, pero en las que sentimos la malsana comprensión del protagonista. Los referentes más inmediatos que se me vienen a la cabeza son cinematográficos, porque Luis Sánchez Martín tiene esa cualidad de narrativa  visual. Dogville, de Lars Von Triers; Funny games, de Michel Haneke; o la patria Magical girl, de Carlos Vermut. Los ambientes en los que el autor coloca a los personajes no son tan diferentes a los que nos rodean, por los que transitamos. Las motivaciones de los personajes tampoco son tan diferentes ni su background tan distinto del que pudiéramos tener cualquiera. Más allá de la precariedad laboral, de la insustancialidad de la vida, de las heridas del pasado, del estrés, la soledad y el sufrimiento, las condiciones objetivas de estos relatos son demasiado comunes como para no sentir un escalofrío. Como el protagonista de Un día de furia, de Joel Schumacher, hay un instante en el que el protagonista –nosotros mismos– decidimos poner “todo en orden”.

–– Voy a escribir, Es lo que siempre he querido. Y ahora voy a hacerlo bien, aquí, en mi hogar (…) Ahora tengo este rincón que me pertenece, me inspira, me relaja y me ayuda a centrarme (…)

–– ¿No estarás insinuando –María palidecía un frío sudor surcaba sus cejas– que vas a dejarlo todo por ese delirio? (…)

La pesadilla que María intuyó desde el principio comenzó a hacerse latente: su empresa se retrasó ene l pago de la nómina y no pudieron hacer frente al recibo de la hipoteca, con el consiguiente recargo; el mes siguiente cubrieron dicho recibo por los pelos, pero hubieron de devolver el del seguro del coche unos días después. Si les entraba algún recibo de electricidad antes de fin de mes lo iban a tener muy difícil para comer (aunque la realidad era que Mateo apenas probaba bocado). María estaba de más de dos meses y Mateo aún no sabía nada (Páginas en blanco)

La sensación de no ser los protagonistas de nuestra propia historia, sino sentirnos manejados como marionetas del destino y, sobre todo, de la voluntad ajena de otros, que se aprovechan y nos exprimen, es quizás la condición de ser adulto. Y, a lo mejor, tras muchísimos años de costumbre y habituación, o tras muchísimos años de psicoanálisis, sobrellevemos esta ira y esta frustración sin volcarlas hacia dentro de manera autodestructiva –y a la vez creativa, como Bukowski, ese referente habitual para referirse a Luis Sánchez Martín–, y sin esparcirla hacia afuera como muchos protagonistas de estos relatos. La venganza es una manera creativa y cruel de meterle prisa al karma. Pero hay más, hay una denuncia de la situación socioeconómica, de las condiciones materiales de la violencia de género, de las miserias concretas de la lucha de clases. No tenemos que ver una complacencia estética en la belleza al estilo de Tarantino, hay gran dosis de crítica social, como podía leerse en las películas de Sam Peckinpah tras el aura poética de sus matanzas. Edgar Cabanas nos ha puesto en guardia frente a la literatura de autoayuda y el pensamiento positivo de la felicidad, Ramón Nogueras, psicólogo, nos advierte de que las soluciones no vienen de un cambio de mentalidad, sino de la lucha sindical. Luis Sánchez Martín reivindica la ira como respuesta frente al mundo Mr. Wonderful.

Todas las historias tienen algo de realidad concreta, algo de ficción para asegurar la coherencia, pero sobre todo una constancia de que podría habernos pasado a nosotros o a nuestros vecinos, como en el caso de Siempre a tu lado, donde se relata de manera fidedigna un caso de maltrato psicológico, de gran dureza y sufrimiento. Hay historias de rebeldía adolescente (Doscientas cincuenta pesetas); pesadillas donde todo se enreda y la atmósfera es asfixiante (El graznido), momentos más fantásticos (Páginas en blanco o El del gato). Hay momentos de intriga y de humor que resaltan el sinsentido de la vida, lo que hace más insoportable que haya quienes se empeñen en hacer la vida aún más dura para los demás.

Luis Sánchez Martín es un escritor y activista, y activista como escritor. Pero no es un panfletario en modo alguno, son relatos y como tales, literatura, esencialmente literatura. La ficción es un método, eso sí, para denunciar no solo las situaciones de injusticia, también las maneras en las que las personas corrientes pueden enfrentarse a ellas. El contenido es de combate y la forma se pone al servicio de una literatura de combate social, poniendo  de relieve que no se subordina la forma a una consigna, sino que es la selección de historias como ejemplo de lo que pasa en la calle la fuerza de su activismo. La incomodidad que transmite es parte del mensaje.

Todos los relatos son duros, pero lo es especialmente el último, en el que el personaje principal, Gregorio, que no tiene nada que perder, emprende una cruzada para deshacer muchas de las injusticias con las que se ha ido topando. Una serie de venganzas relatadas con su tiempo, sin tanta parsimonia como American Psycho, de Bret Easton Ellis, pero con la misma contundencia. Y lo peor es que, además de dejarnos un mal cuerpo, sentimos la total empatía con Gregorio. Quizás sea porque cuenta con el nervio narrativo de quien ha bajado a los infiernos y conoce de primera fila el espectáculo, de los que están siempre abajo. Sin victimismos, reivindicando la ira y la acción. Realismo sucio porque la vida es sucia y nos impone el realismo.

 

No sé qué clase de problema pudo hacer huir de la ciudad al hombre que hizo a un policía venir a mi casa a pedir disculpas por una sanción improcedente; aquel cuyo nombre me hizo andar como Pedro por su casa tras los muros de una prisión; el único hombre al que el Lagarto fiaba su mercancía y que cuando salí de cumplir su pena dejó el alquiler del local de mi negocio pagado durante seis meses; seis meses en los que no me faltó trabajo; trabajo que siempre cobré al contado, los clientes tenían el dinero preparado mucho antes de que les pasara la factura. (…)

¿Qué cojones habría pasado? ¿Lo sabré algún día? (En doble fila)

viernes, 13 de mayo de 2022

Reseña de Luis Ferrero Litrán: ‘Las luces de Oita’. Marciano Sonoro Ediciones. 2021

Luis Ferrero Litrán presenta en Salamanca su novela 'Las luces de Oita' ✔️


Primera novela de Luis Ferrero Litrán, natural de Astorga. Abogado de profesión, en 2005 emigró a China y desde allí ha conocido Corea del Sur y Japón, escenario de la novela, fruto en gran parte del conocimiento adquirido en sus estancias en la zona. La ciudad japonesa de Oita aspira a convertirse más que un escenario para la acción, en un personaje más. Narra con cuidado las peculiaridades de la mentalidad japonesa en cuanto a las relaciones sociales y se articula en torno a varios personajes que acabaremos por descubrir que tienen un nexo en común más allá del paisaje urbano que comparten.

Por un lado está Arito, artista, estudiante que pudo ser de filosofía, y Kurimi, quizás el más significativo. Esta es un representante de un fenómeno que se ha dado en llamar hikikomori. Los hikikomori son personas, mayormente adolescentes, que deciden no salir de su cuarto, en parte por sus dificultades para relacionarse con otros humanos, en parte porque, en realidad, la sociedad actual va empujando a ese modelo de aislamiento voluntario. Y, en parte, por un deseo de huida de una sociedad que es incomprensible y que nos sobrepasa. La experiencia reciente del confinamiento durante la pandemia hizo aparecer a los hikikomori casi como una avanzadilla de lo que nos espera. Japón puede ser considerado como un paso por delante, como en el Año Nuevo, de las derivas sociales. Un mundo en el que la incomunicación es paradójico resultado del avance en las tecnologías de la comunicación.

Arito, consternado, había escuchado atentamente cada palabra pronunciada por Kurumi. Le costaba procesar todo lo que le había contado. Había oído hablar de personas con determinados dones o habilidades extrasensoriales, pero esta capacidad perceptiva ilimitada era algo desconocido para él. Y se compadecía de Kurumi, pues estaba claro que el aislamiento había sido el único modo que había hallado para evadirse […] Ella no era una víctima de su propia comunidad, que, en esta ocasión, no se había pronunciado a través de sus implacables mecanismos para implementar sus reglas selectivas de adaptación o exclusión feroz.

La soledad emocional de los distintos personajes, que incluyen el director de un gran periódico de la ciudad, el Oita Journal, entre otros, es uno de los rasgos que marcan la deriva de los personajes y sus acciones. La estructura de la novela tiene una gran deuda con las novelas de intriga, y los ambientes cotidianos se asemejan a las novelas de Murakami si les eliminamos los elementos fantásticos.

Un estilo ágil que combina lo descriptivo con el avance del argumento. Es imprescindible que el autor se vaya deteniendo en la contemplación de los paisajes físicos y humanos para introducirnos adecuadamente en la exótica prefectura de Oita. Es de reseñar la habilidad para cambiar de atmósfera que Luis Ferrero crea en cada situación de la trama, hay descripciones de intimidad, de desasosiego, hay una imbricación de los personajes a los que nos vamos acercando, a veces, tangencialmente, subyaciendo una intriga que se irá desvelando con el paso de los capítulos. Un estilo que, sin dejar de ser directo, está cuidado y procura la belleza en la expresión.

El amplio conocimiento que el autor posee de las sociedades del extremo oriente permiten al autor aprovechar un fenómeno y unas costumbres hasta cierto punto ajenas a las nuestras para comprender a su vez los mecanismos psicológicos y sociales que también se vienen barruntando en occidente y que, como hemos visto durante la pandemia, pueden calar de manera relativamente fácil.

La gran baza, insistimos, es la riqueza en la descripción de los personajes, que se definen tanto por la prosa como por el argumento, por cómo actúan en el desarrollo de la trama. Aspectos tan sensibles como los trastornos mentales, las dificultades de comunicación, o incluso el suicidio son tratados con realismo y sin necesidad de recurrir a momentos de drama impostado. Los personajes tienen una vida interior que va más allá de lo que asistimos en las páginas, están dotados de personalidades complejas, con motivaciones que no siempre conocemos pero que dotan de verosimilitud porque están dentro de una coherencia.

Por primera vez en muchos meses, ambos pudieron ver la habitación de su hija. Había plegado el estor, de manera que entraba toda la luz que un día de lluvia podía ofrecer. El futón estaba doblado de manera impecable y el resto de sus cosas personales, al igual que su escritorio, habían sido recogidas y ordenadas. Nada parecía indicar que en esa habitación había vivido una persona encerrada durante meses: se encontraba vacía, como pudiera estarlo cualquier otra de las numerosas estancias de la casa, pero, a diferencia de las demás, de esta se había apoderado un gélido silencio que rápidamente estremeció a Tanaka Takeshi y a su esposa.