El
deseo da valor para seguir adelante. Y pone en valor. Te pone en valor: tanto
deseas, tanto vales. Tus aspiraciones pequeñoburguesas desvelan tu alma pobre,
tus deseos proletarios, tus gustos lumpen… El mal gusto, el deseo incorrecto
sobre los objetos incorrectos. El deseo es distinción, separador social en el
sentido de Bourdieu. Crea un habitus
de consumo y de sueños, de metas vitales. Los Ferrero-rocher siempre serán el
buen gusto de las clases de mal gusto, pero por encima de los bombones de
Mercadona. El propio deseo es un modulador social, estableciendo lo deseable.
Pandillas
de adolescentes y no tan adolescentes, de revistas de cualquier tipo, ordenan y
categorizan las actrices más deseables, las películas imprescindibles, las
chicas que no pasan del 7’5 o los chicos que son un simple 4. A la vez, ser
objeto de deseo es el culmen de la pirámide de Maslow, cuando las mujeres te
admiran y los hombres te envidian. La envidia, la cara oculta del deseo
insatisfecho.
El
deseo desmesurado, la hybris que
tanto asustaban a la mesura de los griegos clásicos, es ahora el ADN del lobo
triunfador de Wall Street. El deseo sirve de valorador social, sirve como
termómetro social, ¿has deseado lo correcto?, ¿has alcanzado lo que deseas?
Puede
parecerte “deseable” un mundo más justo, pero descartar esa aspiración como
utópica. Muchas de las críticas al proyecto de Podemos no tienen que ver con no
estar de acuerdo ni con el análisis ni con las propuestas. Todas serían
“deseables”, pero imposibles, por eso es mejor descartarlas y mantenerse en lo
que sabemos que no es “deseable”, pero es correcto votar. Hay que desear lo que
está a tu altura. Insensato el que aspira a cumplir deseos imposibles, es
preferible un mundo sin utopías que podrían cumplirse o no. La desilusión es
tan fuerte que, unida al miedo, nos paraliza. Nos dicen que el camino hacia el
infierno está empedrado de buenas intenciones. No todos los buenos deseos nos
llevan en la buena dirección.
Esa era
también la lección que aprendían las protagonistas de las novelas de Jane
Austen, que aspiraban a una pareja por encima de su nivel, o menospreciaban a
quienes realmente ofrecían a lo que su clase social concreta podía aspirar. El
conformismo de los happy endings
sorprende en la actualidad tanto como los de comedias de Shakespeare del estilo
de Mucho ruido y pocas nueces, o Trabajos de amor perdidos; o también los
finales sorpresivos del teatro de Lope como en El perro del hortelano, donde en la última escena se hacen y
deshacen parejas contentando la buena salud social y el deseo de los
protagonistas.
La
seducción es el arte de crear y fortalecer deseos. Y se puede aprender. Es también
la manera en la que el Poder con mayúsculas se hace poder con minúsculas, el
que penetra por las capilaridades del corazón humano y se instala en sus
cabezas. El deseo razonable y el loco deseo, el delirio habrán sido causados,
detonados por un mecanismo ajeno, imperceptible pero muy certero.
Desear
y ser deseado es el juego de envidia y de emulación. La mecánica del deseo se
territorializa, como dirían Deleuze y Guattari, se encauza unidireccionalmente,
perdiendo fuerza, domesticándose. Hay que liberarlo. La esquizofrenia ofreció
un sugestivo modelo para el Cuerpo Sin Órganos, para el deseo libre, sin
ataduras ni biológicas ni sociales. Pero esa decisión significaría que es un
error biomental, un cortocircuito neuronal la llave para la libertad. Los dos
filósofos fueron muy conscientes de que ir a contracorriente es un deseo de la
corriente, que ante una bifurcación, si la masa gira hacia la derecha, ir hacia
la izquierda es el mismo juego, pero en negativo. Libre sería volar, o cruzar
campo a través.
Lo que
sí resulta interesante es el análisis del deseo como motor de un capitalismo
que destruye el potencial del individuo. Mostrar otros regímenes libidinales y
comprobar que, a través del dinero, se encauzan todos los deseos, se domestican
y se manejan. La locura antigua definía a los que habían perdido la razón. El
loco moderno es, como decía Chesterton, aquel que ha perdido todo menos la
razón. Y el dinero es el cálculo aplicado al deseo. Lo mide, lo jerarquiza,
permite hipotecar el futuro, ahorrar para alcanzar el deseo, lo mantiene vivo.
Es un fin en sí mismo, como el desear es un fin en sí mismo.
Lo
problemático de la situación es desatar el deseo, liberar esa fuerza originaria
de los lazos sociales incómodos y las imposiciones económicas. No se trata ni
de abandonar las esperanzas ni las utopías, ni de llevar la contraria a todos
los modos y gustos, a veces no hay que temer ir sobre las olas, ni enfrentarse
a las fuerzas desatadas de la naturaleza. Ni todo lo social es malo ni los
impulsos naturales nos llevan por el buen camino. Cuestión de equilibrio,
supongo.
De
todas formas, felices fiestas.