Van
pasando los días y no nos vamos dando cuenta de que la vida pasa. Sólo la vemos
cuando miramos atrás o cuando hay momentos que dan un giro, en los ritos de
paso, en los grandes acontecimientos o cuando nos entretenemos viendo
fotografías antiguas. La metáfora de la vida como camino tiene un corolario,
los caminos se bifurcan y vas dejando a un lado oportunidades y recuerdos. La
mayoría de las veces no somos conscientes de que saludamos a alguien que
tardaremos mucho tiempo en volver a saludar. Quizás sea la última vez que nos
veamos.
Pero no
queremos pensarlo. Es una inconsciencia que nos procura salud mental. No creo
que nadie pudiera soportar la tensión de saber con certeza que un abrazo, una
sonrisa, un adiós con la mano sean los últimos que le damos a alguien. La terrible
sensación de lo irremediable.
Nos
arrepentimos muchas veces de no haber dicho algo, de no haber hecho algo, de
haber hablado o quién sabe, pero confiamos en la posibilidad de arreglarlo. Si
una amistad se enfría, siempre quedará tiempo para un café, para una cervecita,
para una conversación. Aunque sabemos seguro que muchas veces no será así. La
vida sigue, nos repetimos mentalmente.
Te
despides de alguien con cariño, procuras que sepa que aprecias a esa persona,
le dejas un detalle. Te das la vuelta y durante un rato piensas y repiensas si
has dicho lo suficiente, si el apretón de manos hubiera debido ser más firme,
el abrazo más sentido. Tu mente lo aparta porque no merece la pena arrepentirse más. Además hay despedidas momentáneas y
despedidas definitivas.
No
importa, tienes su teléfono, ha apuntado tu email. Mantendremos el contacto. Al
principio con esa extraña urgencia de remediar lo que no pudo ser, después se
van enfriando los hábitos, se relajan las llamadas, se dejan sin contestar los
emails. Nos diluimos en la bruma. Quizás dé pena, pero así es la vida, nos
repetimos a nosotros mismos.
Me
gustaría poner palabras que reconforten, que curen o al menos que alivien esa
soledad en la que nos quedamos cuando abandonamos algo, alguien, nos
abandonamos en el pasado de los recuerdos. Sabemos que nos quedará una tristeza
cierta. No lloraremos de igual manera abandonar un juguete de la infancia que
el recuerdo de una frase. No dolerá lo mismo una noche aunque no se vieran las
estrellas que otras en las que no se ve la luna. Y por muchas noches que pasen
sentirás el vacío cuando mires la habitación con una cama que no se deshace.
Muchos podrán
decir: arrepiéntete ahora que puedes solucionarlo, toma el teléfono, atraviesa
las calles, habla… Pero no olvidemos, no debemos pasar por alto que la vida son
más que recuerdos, que la vida es lucha, que es un día a día, que olvidar o
recordar pertenecen a nuestra deriva. Aprender que un mundo mejor se consigue
decidiendo las batallas en las que nos involucramos. Ni olvidar todo ni recordar
todo. Que no puede ser, y además es imposible, nos repetimos. También hay
necesidad de decir adiós a cierta gente y a ciertas cosas.
Cuando
nos despedimos de algo, cuando dejamos una casa, cuando abandonamos una ciudad,
cuando empaquetamos libros y objetos recapitulamos nuestra propia vida. Nos
abandonamos un poco a nosotros mismos, nuestro propio yo que se queda en esa
casa, en esa ciudad, entre las páginas de un libro, en el aire de primavera. Son
personas, objetos, lugares que nos han facilitado ser como somos. Despedirnos
de ellos es despedirnos de nosotros mismos.
¿Cómo
nos llamamos entonces a nosotros mismos? ¿Tenemos nuestro propio email? ¿Cómo
recordamos quiénes éramos cuando vivíamos en esa casa, cuando saludábamos a
quienes ya están lejos? Ya no somos los mismos, nunca seremos los mismos. Por
eso, cuando hablamos con alguien después de una larga temporada, intentamos
recuperar no sólo su imagen, también la nuestra. Pero nuestras vidas se han
separado, y ni uno ni otro somos los mismos que fuimos.
Me
gustaría decir que no soy persona de nostalgias, que realmente no me gusta el
pasado y que lo único que quiero es encontrar mi lugar en el mundo. Pero es que
mi lugar en el mundo se compone de un escenario y de unas pocas personas a las
que siempre querría tener a mi lado.
Viendo
cómo se van creando nuestros recuerdos y cómo se van perdiendo a la vez no sé
qué quedará de cada uno con el paso del tiempo. No podemos añorar todo con la
misma intensidad a cada momento. Echamos de menos a las personas, a los
objetos, a las sensaciones de azahar, al sabor del vino, al sonido de las
noches de verano.
Nos
repetimos a nosotros mismos, la rutina. Gracias a la rutina superamos las
despedidas, nos abandonamos y la vida tira de nosotros sin dejarnos pensar
siquiera. Cada mañana que sigue a cada noche, a cada desayuno y a cada paseo.
Nos
repetimos a nosotros mismos porque así es la única forma de ser, de
convertirnos en nosotros mismos, cada día iguales y cada día distintos; para
que, cuando miramos atrás, echemos de menos no sólo a las personas, a los
lugares, a los objetos, a las canciones, también echaremos de menos a quienes
fuimos. ¿Quiénes somos ahora que dejamos en el camino a quien fuimos? ¿Quiénes
somos cuando vamos dejando en el camino a todos aquellos con quienes fuimos?