Una famosa cita de Robert Burton
decía que allí donde Dios tiene un templo, el demonio suele levantar una
capilla. Javier Sánchez Menéndez ha entrado a rezar en ella. Para este
poemario, el autor ha preferido utilizar el verso en lugar de la prosa poética
de sus anteriores entregas (Melodía en Kensington Park o Confuso
laberinto). Y este cambio de registro se advierte también en una posición
desde la que se escriben los poemas. Sin abandonar la indagación filosófica,
mayormente platónica (desde la caverna de Platón, principalmente) y estoica de
la vida, los asuntos adquieren un cariz más personal, más vital, casi un
balance íntimo.
La primera
parte, Cantar por jugar, toma el
título de su admirado Nicanor Parra[1].
En esta primera parte es la tentación la que adquiere protagonismo, en especial
en lo que se refiere a los asuntos amorosos y el sexo (Black Jack, Nanny, Life lie). La muerte es
otro de los grandes protagonistas (Hat,
PGB).
La ironía destaca
entre los versos como forma de distanciamiento, como el hecho de que los
títulos de los poemas estén en inglés. A menudo el lector está privado de la
anécdota, pero, más allá del hermetismo o el guiño cómplice, nunca Sánchez
Menéndez juega a hacer del poema una adivinanza. Presuponemos unas andanzas
vitales que conducen, la mayor parte de las veces al conformismo o al fracaso
del final inevitable y sobre las que el poeta pretende una actitud de
estoicismo (“Los sonidos aumentan / o disminuye en el mundo / sólo porque
vivimos. / La mano no otorga resistencia, / la limpieza en cambio es el
afecto”, Was clean), la búsqueda de
redención (“Cansado de esperar que se acabe / lo bueno de la vida / y comience
otra historia, / una tarea capaz de redimirme”, Cualquiera) o la ironía: “Para esperar que venga Satanás a tu casa
/ y reparta las cartas de los que son poetas, / debes dejar encima de la mesa
una copa / de vino y un puñado de rancios alimentos / de sobra. // Los demonios
son ángeles, ellos visten de negro” (Satanás).
Y quizás, algo de autocompasión: Recibo
de lencería, A prayer: Loreto (1979)
Sánchez
Menéndez dirá en su siguiente volumen de Fábula
que solo hay dos poemas, los de cortesía y los de agradecimiento (Relaciones de estricta cortesía). ¿A quién habla? ¿A la poesía?
Como un amante temeroso del rechazo: “La pasión sin ánimo es olvido, / el amor
un pedido por teléfono” (Kitchen love).
La segunda parte, Las obras terrenales, enfocan
principalmente el amor y la palabra. Una lucha estoica contra la ira, en la que
el gato puede ser cómplice, como lo es la filosofía de María Zambrano. Un
capítulo mucho más filosófico, en el que abundan las sentencias y los
aforismos: “Nunca dejes de ser, naces sin amor, / vives sin amor, mueres sin
amor. / Respirar, saber, olvidar la nada / y seguir, seguir haciendo algo” (Stand by), “Nunca llegará el bien si se
ha buscado. / Siempre faltará el mal si se ha omitido” (Nunca), “También la luz / posee tinieblas” (Pólvora). Porque, sospechamos, para Sánchez Menéndez, la literatura
es la vida: “Este verso dirá / que sigo vivo” (Mucha mierda)
Otros poemas
se centran más en el pasado, la niñez, por lo que se añaden más anécdotas, algo
más de argumento: “La cámara de fotos, una vieja canción / y la sonrisa. Mi
vida se traduce / en el recuerdo y la sinceridad / hacia aquellos que un día /
dejaron de ser palabras” (Amistad)
La verdad de
las cosas (de nuevo Nicanor Parra) es la última parte, con una contundencia
lírica intensa: “Desde la indisciplina y la justicia, / no es nuestra guerra.
No olvida / que el diablo nos envidia / porque somos mortales” (Semillas de grandeza). No desaparece la
voluntad de pensar sobre la vida: “En la humildad habita la verdad” (Semillas de grandeza) y sobre la muerte:
“Mañana hablaré con los muertos / de mis culpas” (El día de mañana). El remordimiento vuelve a aparecer entre los
versos.
La pulsión de
muerte se torna muy presente: “La muerte debe ser un espejismo” (La muerte), “Han muerto ya los árboles,
las nubes, / las estrellas, los pájaros. / ¡Si morir fuera cierto!” (Infancia), “En el camino hacia la muerte
/ en ese instante, el desvelo, la luz / sin anatemas. Hay un hombre / que desea
volver a la nada” (La muerte).
“Debo reconocer la falta de mi vida,
no poseo el don ni la gracia
de todo lo visible y lo invisible
sólo un leve recuerdo en la mirada
de aquel niño que fui
en unos brazos grandes
…
Ya es tarde, mi vida se convierte
en argumento y comienza a
llover.” (Descarte)
El baile del diablo termina siendo un
equilibrio al son de la música entre el pasado, la memoria y el remordimiento,
la cercanía de la muerte y la poesía. El pecado, en suma.
“Nunca pedí nacer
aunque aquí estamos.
También vivir precisa de
epitafio” (Balance)